Es domingo 10 de mayo, día de prisas, pasteles y carne asada. Los más listos se prepararon desde uno o dos días antes; los demás, somos mexicanos. Es hora de consentir a la madre, quienes aún la tienen, y quienes no, igual y encuentran a alguna de ocasión; la cosa es prender el asador.
Me despierto tarde, porque es domingo, y me lanzó en friega al súper mercado favorito antes de que dejen de vender cerveza. ¡Vaya lío!, las 200 mil que había ayer en los refrigeradores y estantes se han agotado. Apenas alcanzo a rescatar un ‘six’ de marca importada, abandonado entre las salchichas.
Ahora la cosa es llegar con el botín intacto hasta el área de cajas y pagarlo; la gente se ha aglutinado en la parte de las bebidas alcohólicas en medio de una frenética búsqueda por conseguir su “veneno”. Están ahí, por doquier, me cierran el paso, voltean a ver a mis cervezas con recelo. Paso rápido por dos paquetes de carne (porque hoy es día de carne asada) ¡pero ya no hay nada! Milanesa del diario y una larga fila con el carnicero. No queda tiempo.
Veinte para las 2:00 p.m., estoy a punto de pagar mi cerveza y el cliente que va adelante voltea a ver mi “seicito”. “¿Dónde lo encontraste?”, me hostiga. “Entre las salchichas, parece que alguien lo dejó ahí”, respondo. Luego me enseña el suyo, también de marca importada, “igual yo, aquí lo dejaron y apenas pude alcanzarlo”, ríe.
Abandono la tienda y voy a la segunda parada: carbón. En la carnicería de la Roma, en la mera esquina, me detengo. Hay fila para entrar, e igual que en los grandes almacenes, de riguroso cubrebocas. Entro, previa untada de gel antibacterial, tomo mi bolsa de 25 pesitos y nomás “por no dejar” pregunto por la aguja norteña. No me convence, sigo mi camino a la caja. En eso, una señora entra “a las carreras”: “¿aún hay venta de cheve?”, cuestiona. Una persona de la tienda mira el reloj (faltan 3 minutos para las 2:00 p.m.) y responde: “todavía, necesita apurarse”. Entonces me importa la conversación y escucho: “ya solo queda six Mode…, a 150 cada uno”. Salgo corriendo. Huyo. Y en camino a mi barco vikingo pienso: “¡Ni cuando era clandestina!”.
A lo que sigue, la carnita. Me dirijo entonces a otro súper mercado grande, más “fifí”, entonando importantes himnos guturales en mi nave espacial.
De nuevo el protocolo antes de ingresar: mascarilla, gel, temperatura. La gente se ha volcado al área de las carnes, y ahí sí hay de todo. Ahora, mi desidia. Comparo precios, pesos, veo variedad y la imagino en el asador. Agrego un poco de todo, costilla con hueso, costilla sin hueso, costilla norteña, ‘short rib’, costilla cosmopolita, aguja del norte, salchicha polaca… y antes de retirarme, paso a darle una vuelta a los alcoholes; ya no es hora de venta, pero me gana la curiosidad.
Hay de todo… menos de la “clandestina”. Pero hay. Lo más importante, a precios del mercado normal. Sigo mi camino a cajas, pago, me voy.
En el estacionamiento me topo a Karla, apenas va entrando: “¿Cómo estás, ‘Sepu’? Sí, voy a hacer carnita”, saluda. “Pues ahí te dejé varios cortes buenos”. Sigo mi camino. Escucho melodías del inframundo.
Y heme aquí, una jornada más frente al asador en plena pandemia. Alzo fuerte mi voz al aire y entono la Oda a la carne asada: “jugosa, delgada o gordita, hay para todos y no hay quien resista. Hermoso corte de vaca, entra a mi boca, deshazte en mi brasa”.
Y es que aquí, en el norte, la carne asada es necesaria. Las pastelerías se han llenado como mero requisito, hay filas en todas, pero hoy es día de poner el carbón, no importa sí tenemos crisis, virus o encierro; la gente va por su carne, ya sea que se lo asen o para asar en casa. Y es verdad, no miento. Hoy pude comprobarlo en cada establecimiento.
La gente agradece la carne, salchicha, papa asada, cebolla, salsita, guacamole, quesadilla. Mi parrilla ya sabe de qué se trata, ansiosa me espera.
Porque cortes hay para todos; mucha res, mucha vaca. Desde diezmillo o costilla simple hasta un top sirlon, un t-bone, rib eye, una picaña. Cruda, término medio, bien cocida o requemada. Con tortilla de maíz o harina. Hoy se come carne; celebramos a la madre, y no nos sabemos otra. Ya mañana será otro día. Así sea.
*Tomado del Muy Nuevo Libro de las Revelaciones según el Dihablo.