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Primicia mortal

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Sensacionalismo es la inclinación o la intención de crear una impresión, un impacto que mueva emociones y sensaciones. Se palpa en las noticias cuando es más prioritario presentar un morbo amarillista para atraer la mirada del espectador, que el dar la información objetiva, tal cual sería la ética periodística del trabajo. Este quehacer sensacionalista o amarillista tiende a presentar la información de manera distorsionada, introduciendo imágenes o comentarios polémicos, violentando la privacidad o el pudor de las personas, de ahí que en sus inicios se orientar a hacer énfasis en asuntos violentos criminales, pero que ahora, en donde la vigilancia digital es una constante y las redes sociales se han convertido en arena de linchamientos sociales, campo de cultivo de rumores, chismes y noticias falsas de todo tipo, el amarillismo como práctica periodística se ha extendido a casi la totalidad de las formas sociales de vida.

La pregunta importante entonces es: ¿por qué están los medios de comunicación tan acostumbrados a la polémica, la exageración y el escándalo? Si esta realidad no se detiene, sino al contrario, va a la alza, ¿es porque le funciona? ¿Y le funciona porque la gente mira, el público lo pide y el ciclo tóxico se retroalimenta? Pero ¿por qué? La ignorancia generalizada, los requerimientos del mercado para obtener ganancias, junto con la morbosidad creciente y el egoísmo como norma de conducta, son elementos que se encuentran presentes en la ecuación.

La película Primicia mortal (EUA, 2014) se lo pregunta, a través de un protagonista que hace todo por filmar la imagen más grotesca, sangrienta y morbosa para un canal de televisión, que está en busca de subir sus raitings de audiencia. Escrita y dirigida por Dan Gilroy, la película, que estuvo nominada al Oscar en la categoría de mejor guión original, está protagonizada por Jake Gyllenhaal, Rene Russo, Riz Ahmed y Bill Paxton. Se trata de una sátira sobre el periodismo, los paparazis y el amarillismo, que de pronto parece más realidad que ficción, al representar exageradamente una sociedad que clama por el sensacionalismo, además de cómo esta dinámica lleva a una decadencia social en cuestión de valores. La historia sigue a Louis Bloom, un ambicioso y manipulador pero metódico ladrón, que se da cuenta que puede hacer negocio y dinero filmando escenas de crímenes y accidentes, metraje que luego vende a las televisoras que los usan para sus noticieros.

El protagonista pronto entiende varias cosas sobre esta dinámica; uno, que gracias al avance tecnológico, no le hace falta más que una cámara en mano, conexiones y estar en el momento indicado (el lugar del incidente) para conseguir material y comenzar su negocio (aprende sobre filmación, edición de video y hasta a interceptar la señal de la policía con un simple clic en la web). Dos, que la ambición al menos en esta línea de la industria es clave para escalar, porque no se crece tanto por profesionalismo, capacidad o conocimientos, sino por el juego sucio; un discurso alimentado por los ideales del emprendedor y la competitividad, pero llevados al extremo. Aún más importante, Bloom descubre que a la televisora le interesa la imagen más tendenciosa posible, con escenas explícitas de sangre y violencia, que atraigan miradas, y mientras sea él quien consiga más y mejores de estas escenas, más recurrirán a contratarlo.

La competencia con los otros camarógrafos que se dedican a lo mismo se vuelve entonces una carrera por llegar antes o llegar primero y filmar la pieza más escandalosa y gráfica posible, lo que se logra si se les adelanta, ética o engañosamente; mejor todavía si se logra estar ahí incluso antes que aparezca la policía, los bomberos o los grupos de rescate.

Bloom se da cuenta que su nicho específico responde a la demanda de quien le pide filmaciones y le paga, la televisora, que a su vez responde también al público, a la audiencia, que consumen justamente información sangrienta, violenta, desagradable, execrable, configurando un círculo de mercado en donde la empresa oferta información basura, promueve la incultura y la ignorancia y el consumidor común se alimenta y demanda ese mismo tipo de información sensacionalista, carente de ética y rigor periodístico; lo que significa que mientras más se apegue a los intereses de la televisora y al contenido que su público pide, más dinero puede exigir Bloom por sus filmaciones.

Nina Romina es esa persona para Bloom, una productora en una televisora, con la presión encima por subir los niveles de audiencia o perderá su empleo, que se mueve en función de lo que ‘más polémica genera’. “Si es sangriento, es noticia”, dice ella desenfadadamente. Nina persigue lo que sabe que llamará la atención del espectador, es decir, los robos, las balaceras, los accidentes, las noticias que impliquen muertos y demás. Pero no sólo eso, le dice a Bloom que ‘funciona’ más, o les es más redituable, más útil, un accidente automovilístico o un robo si sucede en una zona exclusiva de la ciudad de Los Ángeles, donde viven sobre todo personas de raza blanca y adinerada, a diferencia si el mismo accidente sucediera en un barrio más pobre y a gente de una clase social más baja. El factor social y de percepción, de escándalo y polémica juega un importante papel aquí. ¿Quién ve este específico canal televisivo? ¿Qué atrae más a los curiosos, una muerte que se suma a las muchas estadísticas criminales registradas o una muerte que destaca porque pone en la mira, alterando el orden social, a un barrio específico, y en este caso exclusivo de la ciudad?

En lugar de perseguir ‘la noticia’, Bloom persigue otra cosa: escabrosidad y perturbación. Cuando un accidente sucede en la carretera, ¿por qué las personas no pueden dejar de mirar? O en todo caso, ¿qué los impulsa a mirar? ¿Qué esperan ver o esperan no ver? Más importante todavía: ¿les aporta algo hacerlo? La violencia como forma de resolver conflictos ha estado presente a lo largo de la historia. Se le asocia a la barbarie, pero hasta la fecha se encuentra presente y se vincula sin duda con la muerte, la cual sigue inquietando, provocando curiosidad, asombro y fascinación. La mercadotecnia lo sabe y nutre su acción explotando esta faceta humana. En la narrativa de la película el personaje lo sabe o lo intuye, obteniendo ventaja de ello para lucrar con el sufrimiento ajeno.

Hasta este punto, si Bloom cruza o no una línea ética es debatible. Sus acciones parecen extremas, poco éticas, pero en su lógica, y la de muchos otros, él no hace más que acercar la lente como quizá lo haría el ojo de la persona si estuviera ahí presente al momento de los hechos. Bloom le da a la gente (a través de Nina) lo que quiere ver, pero la gente ve lo que ve porque Bloom lo filma. Este ciclo es un vicio enfermizo, donde ambas partes tienen mucho que perder, porque ambas tienen la misma responsabilidad de que así suceda, sin darse cuenta se deshumanizan dejando fluir sus más primitivos instintos.

No mucho después Bloom comienza a explotar la situación, obsesionado ya con el éxito, el morbo y el ‘espectáculo a cualquier precio’. Decide, por ejemplo, violar una escena del crimen para conseguir una mejor tomar, o sabotear a su competencia más directa para sacarlos del panorama, o chantajear a Nina para procurar una relación profesional exclusiva y comenzar una relación personal a la fuerza, que tenga como resultado una escalada laboral para Bloom en la televisora. Finalmente, él retiene información sobre un crimen en lugar de revelar a la policía lo que sabe, sólo para montar más tarde un encuentro entre criminales y agentes de la justicia, para filmar y luego vender esas imágenes de manera exclusiva.

Se aprovecha del otro en toda ocasión, con una actitud gandalla, inhumana y cruel, producto en parte de un sistema que alimenta, promueve y hasta premia esta actitud poco ética. Acaso no la gente clama por estas videos, cada más escandalosos que los anteriores. Acaso no recibe Bloom mejor paga, porque la televisora gana más espectadores, porque más gente ve el material, mientras la imagen sea cada vez más amarillista.

¿Quién es más responsable en este proceso de deshumanización, la gente como Bloom que filma, el medio de comunicación que lo transmite o las personas que miran y piden más de este tipo de contenido? La película habla de una cultura consumista que aprecia y celebra el escándalo, por el mero hecho de banalizar la tragedia de los demás y convertirla en un espectáculos masivo, provocando que éste se vuelva el cotidiano aceptado por las masas, sólo para luego criticarlo y lamentar la indiferencia social que genera.

El periodismo amarillista es eso, ejemplo de alienación mediática; parafernalia centrada y sustentada en el escándalo y el sensacionalismo, sin realmente mucha información noticiosa, es decir, que aquí no son los datos o los hechos los que importan, sino el espectáculo llamativo, controversial, emocional, visceral, grotesco y prejuicioso que no sólo manipula, sino que, sin mucha moral o ética social, porque la imagen no respeta sino denigra al que aparece en pantalla, provoca una marcada pérdida de valores, empatía y humanidad. En eso consiste la tarea deshonesta de Bloom, porque graba sin permiso de los demás, cruza los límites policiacos o se mete a la escena del crimen a favor de su grabación, manipula las escenas y a su empleadora o representante de la empresa, miente deliberadamente.

¿Las escenas como las que filma Bloom, son relevantes o significativas? ¿Enseñan algo? El accidente automovilístico no va acompañado de una lección sobre reglas viales, por ejemplo; la imagen de alguien que roba, de alguien que mata, de alguien que muere, de alguien que se lamenta o se queja, no es más que espectáculo que vende, al que no le importa si la persona vive o muere, porque no le importa la causa y el efecto, la investigación o los hechos, sino el momento escandaloso que presenta. El espectador entonces deja de centrarse en la persona o personas que tiene enfrente, para enfocarse simplemente en qué tan cruda e impactante es la imagen que ve. La ‘nota roja’ no informa como tal, sólo escandaliza. Y no propone o promueve un pensamiento crítico, sino todo lo contrario. Así que, ¿por qué la cámara sigue filmando y por qué la gente sigue viendo? y, ¿tienen que estar forzosamente relacionadas? ¿A qué grado de deshumanización hemos llegado en esta sociedad del espectáculo que sólo se interesa por lo banal y la obtención de beneficios personales?

Ficha técnica: Primicia mortal - Nightcrawler

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