En días recientes, mi Torreón querido volvió a ser tema nacional; si no es Santos campeón, es por algún hecho que lamentar.
Lo que pasó la mañana del viernes 10 de enero nos sorprendió a todos.
Ese día, desperté alrededor de las 10:00 a. m. Aún entre sueños, escuché el noticiero en la televisión de algún cuarto contiguo. Hablaban de disparos; pensé que era en otro estado. Mencionaron algo sobre una escuela; pensé en alguna colonia de la periferia.
Cuando abrí los ojos y tomé el celular, comenzaron a llegar decenas de mensajes a través de grupos de Whatsapp; la desgracia había ocurrido en Torreón, en mi pequeña ciudad, y para mayor impacto, en un colegio de mucha tradición y prestigio. Pronto salieron miles de opiniones, comentarios y versiones diferentes. Informaciones falsas, malinformaciones, mientras poco a poco, los hechos iban tomando forma.
En uno de esos grupos de las redes sociales, un amigo fue el primero en avisar sobre lo ocurrido. Minutos después, con la voz quebrada mandó otro mensaje: “me acaban de decir que mi hija es de las heridas”.
Imposible abstraerse. Quedarse inmóvil. Callarse. No opinar o por lo menos formular algo en la mente. Lo que pasó esa trágica mañana nos concierne a todos; como sociedad, a todos nos afecta.
Como dije al inicio del texto, el suceso nos tomó por sorpresa, pero al mismo tiempo ya se veía venir. Cada vez son más los casos de hechos similares en Estados Unidos, al punto que ha dejado de sorprendernos. No hace mucho, en Monterrey, un adolescente disparó contra su maestra y compañeros de salón para luego quitarse la vida. Monterrey y La Laguna están a 333 kilómetros de distancia.
La pregunta hoy, y lo que nos debe ocupar, gira sobre “¿cuándo será la próxima?”. No para causar alarma, sino para evitar otra desgracia. ¿Cuántos niños y jóvenes querrán tomar ahora el mal ejemplo? ¿Cuántos se armarán de “valor” para cometer un ilícito similar? Evidentemente, se tienen que conjuntar varios factores para que se lleve a cabo cualquier hecho así.
Después de lo que pasó en el colegio de Torreón, al menos en Monterrey y Monclova ya hubo “amenazas” de eventos similares en escuelas (sin que haya pasado a mayores). Pero, ¿tenemos que esperar a que algo así suceda otra vez?
En el siglo XXI, las redes sociales, lejos de abrirnos al dialogo, han sido la herramienta para cerrarnos a la intolerancia, la confrontación y la descalificación. Todos creemos tener la razón cuando a veces lo único que hace falta es escuchar.
Nadie tiene por qué ir con miedo a la escuela. Ni mucho menos, un niño tendría porque llevar un arma en las manos. En todo caso, el acceso a la información del que gozamos hoy en día tendría que servirnos para llegar a nuevos descubrimientos y no para destruirnos.
Los valores no se buscan en internet ni se adquieren solo por asistir a una institución. Debemos estar atentos en casa. Dejar a un lado la tecnología para volvernos más humanos.