La comunicación implica la transmisión de un mensaje entre emisor y receptor, a través de un código en común. Éste puede darse en forma escrita, hablada o realizarse a través de señas, por ejemplo, mientras ambas partes concuerden en un entendimiento del proceso comunicativo, el código y la forma como se transmite el mensaje.
La importancia de la comunicación radica en que es una herramienta para el desarrollo humano, tanto personal como de su comunidad. No puede haber desarrollo sin comunicación, pues el hombre no es un ser social sólo en el marco relacional, sino que también a raíz de su interacción y comunicación con otros, crea, inventa y evoluciona. Con ello en mente, ¿puede el hombre vivir incomunicado? ¿Puede vivir aislado? Y, ¿qué tanto le costaría adaptarse a una realidad de vida en soledad, con tal de evitar su extinción?
La reflexión lleva a preguntarse si es el habla la forma de comunicación más vital y constante en el presente actual, tomando en cuenta el frecuente uso de las redes sociales, en donde, cabe señalar, no impera la ‘palabra escrita’, sino más bien la comunicación a través de símbolos, como los emoticones que sustituyen a las ideas. O en todo caso, es pertinente cuestionar cómo es que se llegan a modificar las formas de comunicación cuando factores externos empujan a que las dinámicas sociales cambian. ¿Cómo cambia el mundo a partir de la pandemia por el coronavirus (COVID-19) en las relaciones humanas, la forma de aprendizaje escolar o de transmitir noticias y entretenimiento? Pero también, ¿cómo cambió el mundo a raíz de la llegada de la televisión? ¿O ante el frecuente y habitual uso del internet? Entre muchos otros cambios sociales que impactan en la evolución humana.
Respecto a cómo sería el mundo si tuviera que suprimirse todo tipo de comunicación hablada y cómo se adaptaría el hombre y a qué nuevos retos se enfrentaría, es el escenario que se presenta en la película Un lugar en silencio (EUA, 2018), escrita por Bryan Woods, Scott Beck y John Krasinski, éste último quien dirige y además protagoniza, al lado, en pantalla, de Emily Blunt, Millicent Simmonds y Noah Jupe. Ambientada en un futuro-presente distópico (2020 en la película), en donde los pocos sobrevivientes que quedan en la Tierra, luego de que unas criaturas extrañas aniquilaran a la mayoría de la población, deben organizarse por sí solos para salvaguardar su existencia, la historia sigue a la familia Abbott, conformada por Lee y Evelyn, los padres; Regan, la hija mayor y quien padece sordera; Marcus, el hijo menor; y Beau, un niño pequeño, que muere al inicio de la película, cuando el sonido de un juguete atrae a una de las criaturas y lo ataca.
Un año y medio después, los Abbott, refugiados en una granja que han adaptado a sus necesidades, se preparan para la llegada de un nuevo bebé. Pese a la aparente armonía en su convivencia cotidiana, la dinámica entre ellos aún está fragmentada debido a la muerte de Beau. Regan carga con el sentimiento de culpa, dado que ella, por su discapacidad auditiva, no escuchó que el niño se había puesto en peligro al activar el sonido del juguete, lo que eventualmente llevó a su muerte. Sin embargo, la niña se culpa de algo de lo que no tiene total responsabilidad, porque el cuidado de su hermano era, en todo caso, responsabilidad de todos, no sólo de ella. Sus padres lo entienden, lo analizan y lo afrontan, porque tienen que priorizar no el dolor ni la pena, sino la supervivencia del resto de la familia. Pero Regan no puede más que centrarse en los errores, lo que le impide avanzar en lo emocional-afectivo.
¿Qué podría haber hecho, en todo caso, si no padeciera sordera y hubiera escuchado antes el sonido del juguete? ¿Qué podrían haber hecho todos?, es una mejor pregunta. ¿Por qué el niño caminaba solo y hasta atrás del grupo en primer lugar? ¿Por qué no iban Evelyn en la retaguardia, resguardando a la familia (dado que Lee iba a cargando a Marcus, que estaba enfermo, a la cabeza de la fila)? Quizá la mejor opción hubiera sido deshacerse de las pilas y no sólo quitárselas al aparato; quizá lo mejor habría sido explicarle a Beau, incluso siendo un niño pequeño, las consecuencias de peligro que el ruido implica. Pero, como dice el dicho, ‘el hubiera no existe’; la familia no puede afianzarse al pasado, porque eso no les permitiría enfocarse en lo importante: el presente. No pueden negar lo sucedido, pero al menos puede aprender de él.
El problema es que para Regan, la situación pesa más, en parte porque batalla con una realidad que la atormenta: su sordera; en este mundo de ficción, según plantea la realidad de vida en él, no oír es un impedimento, un obstáculo para sobrevivir. Pero, ¿lo es?; en todo caso ¿es un obstáculo insuperable? De hecho no debería de serlo, sino al contrario, porque ella está acostumbrada al silencio, es su mundo natural y puede comunicarse mediante un lenguaje gestual, además de agudizar sus otros sentidos: olfato, vista, tacto, gusto. Lo que la hace diferente no debería hacerla menos, excepto que, en este caso, ella siente que es así. Quizá el problema radica en lograr establecer con el resto de la familia no sólo el lenguaje mediante señas y gestos, sino un orden organizativo y comunicacional que refuerce el aislamiento y las medidas de precaución o defensa frente al peligro exterior.
Regan es apenas una adolescente pero tiene que tomar importantes responsabilidades pese a su corta edad, lo mismo que Marcus, dado el mundo ahora hostil en el que habitan. Esa es la realidad de vida que les tocó vivir y no tienen más que asumirla. Para todos el cambio significa tener que crecer y adaptarse a un nuevo mundo, a peligros inimaginados, a inventar formas de vivir y de organizarse; es sólo que para Regan, una joven descubriendo y entendiendo su mundo, algo que es propio de su edad, hallar su papel en el presente que le tocó vivir es un proceso adaptativo aún más complejo de entender, porque no tiene un referente ‘pasado’. Es lógico que Regan batalle con los sentimientos encontrados, con el sentimiento de culpa, sólo le hace falta madurez para crecer a partir de ellos.
Evelyn, que de alguna manera está en una situación similar (ella se lamenta no elegir diferente cuando piensa en el incidente), demuestra que lo importante es aprender la lección de vida, no olvidar pero tampoco paralizarse en el recuerdo, pues, de lo contrario, el derrumbe personal es inevitable y, con ella, todos a su alrededor, porque los cuatro forman parte de un conjunto que es en esencia una unidad, que necesitan trabajar unidos para convivir y sobrevivir, sin egoísmos ni resentimientos que los alejen entre sí, toda vez que, lo que afecta a uno, afecta a todos, si ese algo está relacionado con la forma de organización vital que han adecuado.
Eventualmente es Marcus quien le pide a su padre expresar explícitamente a Regan el amor que siente hacia ella, cuando el hijo se da cuenta que la chica necesita el apoyo y reconocimiento paterno. Marcus recalca así una transcendental constante en la dinámica social: la importancia de hablar, dialogar y explicar pensamientos y sentires, para que haya un entendimiento entre partes. Lee no permite que Regan entre al sótano donde mantiene la documentación de lo que ha investigado sobre las criaturas; la pregunta es por qué. ¿No sería benéfico que ella supiera, entendiera, aportara y participara más?
Para los padres la situación es complicada; instintivamente quieren proteger a sus hijos, pero hacerlo no debe caer en la sobreprotección. La idea, parece aquí, es que sus hijos vayan aprendiendo poco a poco de su realidad, en lugar de enfrentarlos abruptamente a un mundo lleno de peligros. El balance implica crear límites pero también independencia, pautar reglas pero abrir espacio a la iniciativa. “¿Quiénes somos, si no podemos protegerlos?”, reflexiona Evelyn, respecto a sus hijos y su papel como padres. El camino, como se observa en la historia, es dar espacio a los otros para que crezcan, aprendan y maduren, en lugar de forzar o truncar ese camino. Los padres buscan enseñar a sus hijos lo suficiente como para convertirlos en personas capaces e independientes, para participar en lo que está pasando en lugar de resguardarse o huir, o voltear la cara y esperar a que el mundo se resuelva solo. Ahora lo importante es lograrlo.
¿Serviría de algo que fuera cada uno más independiente del ‘nido familiar’? La cinta conforme avanza demuestra que sí, que es posible y que es vital, como cuando Evelyn da a luz y Lee debe ponerla a ella y al bebé a salvo, dejando a Marcus y a Regan trabajando en equipo para asegurar el resguardo de su madre y hermano, y al mismo tiempo, velando por su propia supervivencia, cuando no hay nadie más de quien depender, que de ellos mismos.
En este mundo en silencio, ni Regan ni Marcus hacen y viven lo que alguien de su edad normalmente haría, no en sus juegos ni en sus pláticas, ni en su aprendizaje escolar. La situación en general ha cambiado al mundo, las relaciones humanas, la forma de vivir y de comunicarse. Por ende, el reto es encarar esos cambios y modificar conductas y estilo de vida, para adecuarse mejor a esa nueva realidad, entendiendo que lo que fue, no puede convertirse en un ancla a la cual aferrarse, porque nunca regresará esa realidad pasada que, cuando se arrastra, dificulta el avance.
Lee quiere enseñar a Marcus a pescar, para que esté preparado para el futuro. Regan reclama participar y tiene derecho, porque ella también quiere saber y conocer estas herramientas, de lo contrario, sabe que se queda rezagada. Su discapacidad, que en cualquier otra situación no la limitaría, porque ha aprendido a vivir y compensar por ella, en este caso no hace más que aislarla. Regan no oye y por tanto, no advierte si las criaturas se acercan acechando, si alguien grita por ayuda o si es necesario que escuche un sonido específico para estar preparada. Este impedimento le pesa y se culpa por ello, porque aunque no oír no la hace menos, el conflicto surge porque los sentidos que podría utilizar para percibir el peligro, como el olfato o la vista, tampoco son suficientemente explotados por el resto de la familia, nuevamente porque ellos actúan en función de sus 5 sentidos, es decir, desde su propia condición individual.
Ella no lo valora desde el espectro contrario, que su sordera ha propiciado que la familia aprenda el lenguaje de señas, que se ha convertido en la base para que, debido a que las criaturas son ciegas y se guían por el sonido, puedan continuar comunicándose y por tanto sobrevivir. Una limitante y piedra en el camino para unos, es la salvación y ventaja a favor de otros, si se mira desde otra perspectiva.
Los Abbott han aprendido a organizarse de forma que haya señales específicas que ellos entiendan y que les indiquen un mensaje específico, sin necesidad de hablarlo (los focos que rodean la granja cambian a color rojo cuando se acerca el peligro, por ejemplo). Ese es el código de comunicación que han pactado y que funge como vehículo para su supervivencia, poder relacionarse, hacer cosas, organizarse y sobrevivir, a través de una comunicación constante, pero que han tenido que adecuar a su nueva realidad de vida. No es la única solución probable, es la solución y organización que funciona para esta familia, que dadas las circunstancias se esconde del exterior, evita contacto con personas externas y coordina para socializar entre ellos de una forma contenida o limitada (aprendizaje en casa o juegos de mesa como entretenimiento, por ejemplo).
¿Cómo afecta entonces a las personas el aislamiento y la comunicación fragmentada? Un mundo acostumbrado a hablar, escuchar al otro, emitir sonidos, hacer ruido y hasta contaminar auditivamente su entorno, sometido a una realidad de silencio y apartada de los otros, no es cambio fácil de asumir y al cual adaptarse. Una sociedad acostumbrada a la convivencia en multitudes, que ahora debe mantenerse aislada, separada de sus semejantes y bajo una comunicación limitada, es una sociedad que evidentemente entra en conflicto consigo misma, pero que también inevitablemente aprende a vivir con su nueva realidad, básicamente porque no tiene opción, pero también porque puede lograrlo.
Los Abbott se tienen el uno al otro, pero, ¿qué sería de una persona que está completamente sola? Las costumbres cambian, las actividades diarias también; entonces, al final, su forma de vida y su sociedad ya no son las mismas. La persona o grupo aislado con el tiempo se forja una nueva burbuja, una ‘nueva realidad’ (¿nueva normalidad?) que se rompe en cuanto tiene que salir de ella, para, inevitablemente, interactuar de nuevo con otros, para buscar comida, provisiones, supervivencia y hasta socializar. La pregunta es, si al salir, es posible vivir con esa nueva realidad de una forma armoniosa y bajo un mismo código de conducta, o si, invariablemente, este choque producirá más caos, hasta el punto de explotar, metafórica, no literal, dentro de la sociedad. Lo que hay que entender es que si bien esto no puede evitarse, porque tarde o temprano sucederá, en uno u otro escenario, al menos puede preverse. ¿Acaso no sobreviven, los que están mejor preparados para enfrentar la incertidumbre?
Ficha técnica: Un lugar en silencio - A Quiet Place