Ser práctico, ser útil y tener disponibilidad inmediata para su consumo o uso, es parte de la cotidiana realidad del mundo industrializado y digital contemporáneo, que exige fluidez y funcionalidad al momento, lo que algunos denominan obsesión por el presente, porque lo que se recalca es el ‘ahora’, lo que se inclina por olvidar la importancia de tomarse el tiempo (reflexivo) para asimilar el valor de las experiencias, sean cualesquiera que sean, para conocer los procesos y las causas de los hechos históricos, para reconocer y valorar la cultura. Ello resulta en una actitud negacionista hacia cualquier hecho histórico o teoría científica que no es de nuestro agrado. Así, la cultura en cualquier sociedad se vuelve frágil y propicia la existencia de grupos aislados, de individuos sumidos en sus creencias. Alejados de quienes no comparten sus puntos de vista.
Cuando deshumanizar y distanciar se vuelven problemas crecientes y las relaciones entre las personas se caracterizan por el desapego, por una comunicación impersonal, informal y pasajera, constante en su propio medio al amparo de quien la promueve, el hombre, un ser social por naturaleza, tropieza en su desarrollo, resultado de ese aislamiento; en consecuencia, por inercia comienza a preferir el alejamiento emocional y la individualidad, para sacar provecho y ventaja del infortunio del de junto, sin sentir ninguna afección emocional, en tanto que los afectos no existen. De esto y más habla la película Amor sin escalas (EUA, 2009), una historia sobre construir un negocio a expensas del desempleo y que, a través de su premisa, se adentra en reflexiones como las relaciones humanas y el uso de la tecnología, misma que acrecienta el contacto impersonal, pues en lugar de acercar a las personas, las aleja.
Dirigida por Jason Reitman, quien coescribe junto con Sheldon Turner, su guión está basado en la novela literaria homónima de Walter Kirn. La cinta está estelarizada por George Clooney, Vera Farmiga, Anna Kendrick y Jason Bateman. Fue nominada a seis premios Oscar: mejor película, director, guión adaptado, actor principal (para Clooney) y dos para actriz de reparto (Kendrick y Farmiga). El protagonista es Ryan Bringhman, un empleado en una compañía que ofrece como servicio ‘outsourcing’ (subcontratación de un servicio especializado), el despido de empleados. Ryan no sólo es bueno en lo que hace, la dinámica de nunca realmente conocer a fondo a las personas con quienes trata, porque siempre está de viaje, viviendo en hoteles y aeropuertos más que en su propio departamento, lo cual, en lugar de desanimarlo, le agrada. No tiene una relación de pareja estable, trabaja solo, tiene un mínimo, casi nulo, contacto con su familia, y si no hay nadie con quien forme un lazo profesional o personal, no hay consecuencias para sus actos: cumple con su trabajo, vive el momento y se mueve sin remordimientos constantemente de un punto a otro en el mapa, según a donde lo envíen.
La situación cambia cuando su jefe acepta la propuesta de modernizar los procesos laborales mediante el uso de tecnología, idea de una joven empleada llamada Natalie, quien propone cambiar a un sistema digital, donde los despidos se harán en línea, a distancia. Ryan no sólo desaprueba la idea porque su propio estilo de vida, distante siempre de todo y de todos, esté a punto de cambiar, sino porque, experto en el área, sabe que la viabilidad es atropellada debido a los potenciales baches en logística que la joven no ve.
Ryan insiste que su trabajo no es sólo ‘despedir gente’, fría y monótonamente, por lo tanto, no es algo que se pueda hacer o ‘resolver’ con un programa de código binario y diagrama de flujos. “Tomamos gente frágil y la dejamos a la deriva”, dice él refiriéndose a que el acto mismo de despido es en sí solamente una parte del proceso, que implica también la agilidad para convencer, para permitir a la persona procesar la información, presentando la noticia con suficiente tino persuasivo para dar el giro que permita no alterar bruscamente la mente del receptor. Que lo vea como una oportunidad, no como una caída; parece ser la estrategia, en cierta forma manipuladora y engañosa.
Natalie carece particularmente de tacto, dado que no conoce realmente el proceso, lo que se hace evidente una vez que es enviada a ver ‘cómo sucede un despido en la vida real’, al lado de Ryan. No es un trabajo sencillo; en efecto, el mayor reto es presentar una realidad trágica con humanidad. Ryan insiste que la crudeza y brutalidad de su trabajo demanda que se haga con dignidad por respeto al otro, con sensibilidad, algo que, está seguro, la pantalla, o la computadora y la dinámica digital que Natalie propone, no pueden lograr.
Si Ryan entiende esto es porque lo ha vivido y ha sido testigo; sabe que el empleado reaccionará de muchas distintas formas: enojado, alterado, aliviado, descontrolado, confundido u otros. Si Ryan es bueno en lo que hace, es porque con la experiencia ha aprendido a suavizar la mala noticia con un discurso persuasivo; ‘no es una caída, sino un traspié’, no es una derrota, sino una oportunidad para buscar nuevos caminos para triunfar, les dice. Su discurso aparentemente positivo, ver lo bueno en lo malo, es ensayado, y más un planteamiento casi motivacional que realista, pero para muchos es suficiente como para, al menos, abrir la posibilidad de aceptar lo que es su nueva realidad.
La propuesta de Natalie por el contrario pierde esa ‘calidad humana’ dentro de una dinámica de despido que, de entrada, carece ya en muchos sentidos de esas cualidades, toda vez que el empleado es dado de baja por meras razones numéricas y monetarias. Pareciera que el empleado no es la persona que se esfuerza por un salario, sino un número más, que cuando ya no tiene el mismo rendimiento en función a la ganancia, debe ser eliminado. Como así se razona, cuando el empleado lo percibe, especialmente siendo abordado no por su jefe, sino por un tercero a quien no conoce, el despido en sí mismo es un acto distante, injusto e injustificado para el trabajador, pero a través de una máquina, se vuelve no sólo impersonal, sino una falta de respeto, una ofensa para la persona, que se siente tratada no como un individuo, sino como un objeto, una ‘propiedad que se deshecha’.
Natalie no ve personas, ve números, ve la posibilidad de optimizar el trabajo para lograr una mayor productividad y sacar mayor ganancia reduciendo costos. Es el ‘negocio del despido’ que, como el jefe de Ryan comenta, encuentra su mejor momento cuando se presentan los peores escenarios para los otros y para la economía en sí: una recesión que obliga a las empresas al despido masivo, que lleva a contratarlos a ellos para llevarlo a cabo.
La idea se pone en perspectiva, narrativamente hablando, gracias a los personajes de Natalie misma y luego Alex, una mujer que Ryan conoce en un aeropuerto y con quien inicia una relación casual. Natalie no es sólo, como persona joven, ejemplo de que a veces las mejores intenciones necesitan encontrar perspectiva con ayuda de la experiencia; Natalie nunca ha despedido a nadie y propone su modelo de negocios a partir de lo que cree e imagina que sucede, no lo que en realidad pasa, porque nunca lo ha vivido en carne propia. Por lo mismo, Natalie no está en contacto con la vida de las personas a las que tiene que despedir. No entiende que para alguien que ha trabajado toda su vida en la misma empresa, ser despedido es perderlo todo, profesional y personalmente hablando. No entiende que para alguien ya en una edad avanzada, ser despedido es el fin de su vida productiva y, por tanto, trae consigo la realidad de tener que enfrentar un mundo que está a punto de derrumbarse, que no le dará nuevas oportunidades de empleo, que lo envía a una vida marginal, de carencias. Ella tampoco entiende que hay quien no tiene nada más que su trabajo, que hay quien no puede aspirar a nada más que no sea aquello que han decidido quitarle, su empleo, su modo de vida, su identidad y su sustento.
“Ves conformarte como tu fracaso”, le dice Alex a Natalie, respecto a la visión idealista en extremo de la joven, que apenas está abriéndose camino para descubrir no sólo lo que quiere, sino cómo alcanzarlo. Natalie sueña demasiado porque aspira a demasiado, producto del mundo que la empuja a ser emprendedora, como la sociedad induce a las mentes jóvenes, pero sin presentarles el contexto de condiciones que existen en el mundo competitivo. El problema es cuando ese idílico está tan perfectamente trazado que no es ni realista ni viable. Natalie sueña con muchas cosas, pero se obsesiona tanto con lograrlas, que pierde de vista aquello en lo que sí puede tener éxito.
Alex le habla críticamente, específicamente sobre sus expectativas de vida, ante una Natalie desolada porque su ‘plan’ ha topado con un revés: su novio acaba de terminar la relación, vía mensaje de texto, denotando informalidad e indiferencia, algo que, irónica, atinada y cómicamente, Ryan compara con ser despedido a través de internet.
Para sorpresa de Ryan y de Alex, la tan enfocada Natalie, que en esa perfección pierde la espontaneidad y la oportunidad de aprender de las equivocaciones o la necesidad de tropezar para descubrir el mundo, tiene todo un futuro bien planeado: cuándo casarse, cuándo y cuantos hijos tener, su jubilación y así casi hasta morir. La idea es tan precisa que es casi robótica, inhumana, porque Natalie está tan obsesionada en lo que ‘debe ser’, que no entiende lo que ‘puede ser’, dado que vive en un mundo que le dicta tan seguido cómo ser, qué pensar y qué decidir, que sigue por inercia la corriente, antes que pensar y decidir por ella misma; sus metas responden a estereotipos sociales y no corresponden con las circunstancias cambiantes de la vida cotidiana.
Tanto Alex como Ryan ven la vida diferente; adultos ya no tan jóvenes, encuentran la felicidad en otras cosas, en otros pequeños momentos y detalles, valorando desde una perspectiva diferente; no más o menos válida, sólo distinta, según su realidad a partir de lo que han recorrido, en lo que han fallado, pero también triunfado. Esto, más la boda de su hermana, cuyo novio se arrepiente temporalmente antes de casarse, hasta que Ryan platica con él sobre la importancia de vivir y hacer que la vida valga la pena, hacen que Ryan mismo decida algo de lo que siempre había rehuido: entablar una relación emocional, íntima y personal, con Alex. Si el incierto futuro para todos terminará igual, con la muerte, por qué no elegir vivir cada momento lo más feliz que se pueda, junto a las personas que nos hacen felices, dice él a su futuro cuñado; razonamiento que lo conduce a pensar en su mismo futuro.
Alex es igual, pero, al mismo tiempo, diferente. Dos personas que aman estar solas, que se enamoran, pero por distintas razones o a partir de opuestos motivadores. Así lo descubre cuando se entera que ella está casada y tiene hijos, por lo que ve su relación con Ryan como un ‘escape’; un ‘paréntesis’, le dice; un espacio para ser ella, alejada de su ‘vida real’. Alex también aprecia una relación sin compromisos, porque la falta de compromiso para ella significa escapar de algo que tiene, mientras que para Ryan es escapar de ‘tener algo’. A diferencia de Ryan, ella tiene un ancla que asume como su prioridad, su familia. Ryan no es así, él no tiene un pilar que lo sostenga, porque rehúye construirse uno. Aprecia la soledad porque piensa que le da libertad, pero al ver que su pulular ambulante resulta en que no se le tome en serio ni construya afectos íntimos (Alex no desea que sea parte más importante en su vida y la hermana de Ryan lo mira como un extraño), hace que termine preguntándose por qué elige el desapego, en qué le ayuda, en qué le afecta y en qué grado la soledad que sobrevalora, está arruinando su vida.
En algún punto, Alex le pregunta si evita las relaciones, de cualquier tipo, por miedo, por temor a empatizar y preocuparse por el otro y lo que ello conlleva, una responsabilidad social solidaria. En sus pláticas o conferencias, Ryan siempre habla de ese ‘equipaje’ con que, dice, las personas cargan; esa maleta (simbólica) que la gente lleva consigo, llena de emociones, prejuicios, culpas. Parece que de pronto no traza una línea bien definida entre la dependencia y el apego, a las cosas, las personas, los recuerdos o los anhelos, al pasado, el presente y hasta al futuro deseado o imaginado. Las emociones o las personas no siempre son un obstáculo que nos hace débiles, también son apoyo que nos hace más fuertes.
Su discurso es que ‘si la maleta pesa demasiado’, no es posible avanzar, pero olvida que si la maleta está vacía, la persona también lo está, no es nada, metafóricamente hablando. No es sano atarse obsesivamente a otro, pero lo radical contrario, flotar aleatoriamente y a la deriva, o aislarse del mundo, tampoco es la mejor solución. Ninguna persona puede estar siempre a un clic de distancia, alejado, al otro lado de la pantalla, al otro lado del teléfono, sin raíces con las que se identifique y personas o una cultura con la que empatice, porque no hay forma así de que pueda desarrollarse.
El equipaje metafórico del que Ryan habla no es un impedimento, mientras sirva para crecer, no estancarse; así que como diría él, ¿qué llevas dentro [de tu maleta]? La respuesta no sólo habla de quién se es o qué se quiere, sino de la realidad del mundo donde se vive y hacia dónde se dirige éste. “Cuanto más lento nos movemos, más rápido morimos. No somos cisnes. Somos tiburones”, dice Ryan.
Y aunque la película al final habla sobre apreciar el momento y las relaciones humanas, a través del recorrido de Ryan, cíclico además, porque termina donde comenzó, solo, viajando de una ciudad a otra, amigo del contacto pasajero, no duradero con sus semejantes (s i bien ha aprendido a valorar a aquellos que, aunque transiten momentáneamente por su vida, también dejan su huella o aprendizaje), el relato no se olvida tampoco recalcar, esperando dejar una reflexión crítica al respecto, que en el mundo moderno uno de los problemas sociales latentes es que todo va demasiado rápido, tanto, que llega el punto en que el ‘olvidado’ ya no es el que no está al día con el presente, con lo que sucede hoy, sino aquel que no ve el mañana, ni guarda memoria de lo que apenas sucedió; vive un presente que constantemente se desvanece. Tal vez siempre ha sido así, sólo que ahora sucede todavía más rápido (o se olvida, cada vez más rápido).
Ficha técnica: Amor sin escalas - Up in the Air