El contexto social en cualquier escenario de vida ayuda a entender a las personas, porque las normas y formas de pensamiento, organización, valores, creencias o situación político-económica y social que permea, moldean cómo la gente piensa, actúa y se relaciona. Alguien que vivió hace 10, 20, 50 ó 100 años, no entiende ni asume el mundo de la misma manera que alguien que lo hace en el presente o que lo hará en el futuro, porque lo que vive y cómo lo vive, cambia su visión tanto de sí mismo como de su realidad.
La sociedad como grupo determina lo que se acepta o se condena, lo que se cataloga positivo como lo que es rechazado, lo que se considera funcional como lo que debe desecharse. Ya sean las leyes que se estipulan, los derechos que se reclaman, la forma de relacionarse entre personas o de desarrollar oportunidades, la educación que se promueve, la creación artística que se prioriza, el manejo y uso que se hace de los inventos y avances tecnológicos y hasta la perspectiva de vida que se plantea a futuro, el colectivo social marca los parámetros que rigen al conjunto. ¿Cómo vive y sobrevive entonces, evoluciona, se adapta o quiebra alguien que no encaja dentro esos parámetros comúnmente aceptados?
Para la década de 1960 Estados Unidos estaba sumido en una guerra (la Guerra de Vietnam) que levantó inconformidad sobre todo entre los más jóvenes. La mentalidad conservadora chocaba con los que reclamaban el derecho de construir su propio destino, trayendo consigo conflictos de todo tipo. ¿Cómo enfrenta algo así una persona constantemente luchando por salir de su propio laberinto personal? Este es el reto puesto frente a Susanna, la protagonista de la película Inocencia interrumpida (EUA, 1999), dirigida por James Mangold y escrita por éste junto a Lisa Loomer y Anna Hamilton Phelan, a partir del libro de memorias de Susanna Kaysen.
Protagonizada por Winona Ryder, Angelina Jolie, Whoopi Goldberg, Brittany Murphy, Vanessa Redgrave, Jeffrey Tambor, Jared Leto, Clea DuVall y Elisabeth Moss, la historia en la cinta se ambienta en 1967, cuando Susanna es internada en un hospital psiquiátrico tras una crisis nerviosa que la llevó a una sobredosis con aspirinas, producto del rechazo de un hombre casado con quien buscaba continuar una relación sentimental. La joven de 18 años, confundida por lo que está sintiendo, es diagnosticada con un desorden de personalidad (trastorno límite de la personalidad, borderline), que se caracteriza por una inestabilidad emocional, inseguridad, impulsividad y relaciones interpersonales hirientes, lo que, en corto, quiere decir que Susanna se autocastiga, sumergiéndose en relaciones que la lastiman emocionalmente, para acrecentar ese huracán de sentimientos que la tienen descontrolada.
Ella insiste que no necesita ayuda y reacciona reacia hacia quienes intentan acercársele, bajo la filosofía, quizá prejuiciada, pero también propia de su edad, de rebelarse a la autoridad para evitar ser controlada y sometida. Susanna pone una barrera que en consecuencia la aísla, encerrándola en su propio mundo de dudas, miedos, ansiedad y confusión. Pero su cuestionamiento hacia su propia cordura y la predisposición de otros por etiquetarla como problemática o enferma no es gratuito, pues recibe la influencia tanto de su contexto social como de su experiencia personal. La joven cuestiona su diagnóstico y eso es bueno, porque para entenderlo necesita entenderse. Una vez que aprecia que la catalogan por inercia y la medican sin siquiera conocerla, esto le hace peguntarse si los médicos realmente saben cómo ayudarla y cómo sanar su mente y no sólo controlar su comportamiento.
Susanna no quiere el mundo que la sociedad le ofrece, en que los papeles y funciones a los que puede aspirar no van más allá de los que alguien considera aceptables, bien vistos por la sociedad, es decir, ser resignada, callada, obediente, sumisa, pasiva, indiferente a la desesperanza y muerte, encasillada e infeliz, pretendiendo ser alguien quien no es, como observa que son sus padres, compañeros, conocidos y vecinos. Susanna tampoco encuentra el espacio dónde encajar, crecer y desarrollarse. El resultado es una mente que aprende a herirse a sí misma para sentir, antagonizando para reaccionar. En consecuencia Susanna no cumple con las expectativas de sus padres ni con las de la sociedad tradicional en la que se encuentra, pero ella misma tampoco sabe qué es lo que quiere y por qué.
Qué tanto su reacción es producto de una desestabilidad emocional progresiva o del proceso propio de crecimiento, dada la etapa de vida en que se encuentra, es debatible. Lo realmente importante es que no tiene otro camino que enfrentarse a un proceso de autoevaluación y autoaceptación. El problema es que está acostumbrada a rechazarse y autodestruirse, pero también que el mundo no sabe qué hacer con personas como ella. Aquellos a su alrededor, en ese momento histórico en que el estudio de la mente aún estaba en proceso de descifrar cómo entenderla, por más que quieran ayudarla, lo que conocen es reaccionar radical o tajantemente, expulsarla de su medio familiar, encerrándola, medicándola hasta controlarla. Hay quien le ofrece el diálogo, sin realmente facilitarlo, pero también hay muchos que la juzgan, critican y limitan, proponiendo mantenerla ‘calmada’, sin estar seguros cuáles serán los resultados, o cómo es mejor ayudarla para entenderse a sí misma.
Para su sorpresa, Susanna no está sola; no es la única confundida o con problemas para adaptarse. Así como ella, en el hospital se encuentran otras jóvenes que también están en tratamiento, peleando contra sus propios demonios, realidades, dudas y autodestrucción. Polly por ejemplo, padece esquizofrenia, lo que la llevó de niña a prenderse fuego y desfigurarse la cara; como resultado, ahora procede con tanta inseguridad que no cree probable e incluso deseable salir de nuevo al mundo. Georgina es una mentirosa patológica, para quien es más sencillo seguir internada, dada la tranquilidad que esto trae para su estabilidad e inseguridad. Daisy sufrió abuso sexual de su padre y se esconde bajo la apariencia de que todo está bien, sin embargo, tiene problemas alimenticios y es adicta a los laxantes. Y Lisa, diagnosticada sociópata, lleva tanto tiempo internada que su rutina se ha vuelto un ciclo tóxico consigo misma y con el mundo, que implica atacar, confrontar, herir y rechazar, a otros o a sí misma, para en el proceso de agresividad y violencia justificar su fracaso, y en el dolor, sentir algo.
Estas son sólo algunas de las muchas historias que llenan los pasillos del hospital psiquiátrico en el pabellón para mujeres, donde la intención de ayudar puede toparse con métodos crueles, inhumanos, cercanos a la tortura muy de aquella época, que incluyen como castigo terapias de electroshock, elección que se toma para calmar a pacientes que en el fondo sólo necesitan ser escuchados. Las únicas personas en que las chicas encuentran comprensión y apertura son, precisamente, las otras internas, con las que conviven, hablan, dialogan y debaten, porque al verse en la misma posición, no juzgan, sino empatizan.
Evidentemente las distintas personalidades también chocan; una dominante Lisa dicta y castiga no sólo porque ese es su carácter, sino porque las otras jóvenes, midiéndose menos por sus propias inseguridades, se lo permiten. La amistad-enemistad que surge entre el grupo dificulta su crecimiento, pues aunque se apoyan, también se lastiman y desafían, porque sus respectivos trastornos o enfermedades bloquean dinámicas que fluyan y, por ende, impiden el crecimiento emocional que cada una necesita. Si Georgina suele mentir, por ejemplo, ¿cómo confiar en ella? Si Polly se siente rechazada por el mundo, ¿cómo hacerle entender que quien está mal no es ella, sino el mundo?
Lo que atrae de Lisa es su personalidad libre y actitud decidida, su forma directa al hablar y su disposición para arriesgarse sin dudar, pero es eso mismo lo que la daña y lo que usa como herramienta para provocar a otros, sin remordimientos. Lisa hiere para que la hieran, pero hasta ahora, nadie ha logrado descifrar el por qué, pues todos asumen que la única forma de controlar su temperamento es suprimirlo, en lugar de analizar y comprenderlo. ¿Qué sería de Lisa si hubiera sido tratada 100 años antes a su época, ó 40 años después? ¿Cómo se acerca el psiquiatra del siglo XXI a las personas con trastornos mentales como los de estas mujeres?
“Desorden de personalidad desequilibrada. Inestabilidad de propia imagen. Relaciones y estado anímico. Inseguridad sobre metas, impulsiva en actividades autodestructivas tales como el sexo informal. Rebeldía social y una actitud generalmente pesimista”, es como describe a Susanna el informe médico que las chicas consiguen a escondidas. Lo que le sucede es claro, lo que los doctores sin embargo no logran entender es el por qué; qué lo ocasiona, qué lo motiva, qué lo alimenta y qué es lo que revela en ello Susanna de sí misma.
Actúa sin mirar consecuencias, pero mientras que en su mente asume rebeldía y libertad, contrariedad y recelo, lo que la sociedad ve es promiscuidad y desorden, sublevación, desorientación e inestabilidad. Así que mientras Susanna lucha por encontrar su identidad, por descubrir y experimentar, dada la necesidad de vivir experiencias en que se equivoque y necesite levantarse sola, lo que su contexto social etiqueta es a una joven confundida que debe ser forzada a encajar de nuevo en los cánones socialmente aceptados, porque si su medio social no entiende a Susanna, la rechaza, que es lo que finalmente sucede, a ella y a las otras chicas en el hospital, mujeres que no entran en el molde preestablecido y que en ese contexto, y por eso mismo, no son bien vistas. El resultado es alguien que sigue por inercia la corriente, conformándose con sus fallas en lugar de querer cambiarlas, porque ese es el camino más fácil, el camino que su contexto profesa. Sussana es fatalista y su mente parece confundida, pero, ¿no todas las mentes de las jóvenes a esa edad son iguales? Viven cambios y luchan por adaptarse al ‘normal’; lo ‘anormal’ sería que esto no sucediera o les afectara.
Ayudarlas es casi imposible ya que la mayoría rehúye la decisión, quizá porque su mente y espíritu están ya demasiado fragmentados, quizá porque les cuesta trabajo confiar en el otro, cuando aquel las juzga y castiga en lugar de entenderlas. Daisy, por ejemplo, se encierra en un muro que Lisa termina por quebrantar, llevándola al suicidio. Lisa insiste que ella no presionó a Daisy a nada, sino que Daisy sólo quería un pretexto para hacer lo que hizo. Lisa puede tener razón, pero la tiene también Susanna cuando se lamenta no haber hecho nada para detener a Lisa cuando atacaba y hería con sus palabras a alguien sensible y confundida. Dar la espalda a Daisy es lo que Susanna siente que hacen los médicos y sus familias respecto a ellas, quienes rehuyeron del ‘problema’ cuando no quisieron ni supieron ayudarlas, en lugar de ser solidarias.
La doctora Wick, a cargo del hospital, invita a Susanna a encontrar su propia voz. Abrirse al diálogo en lugar de negarse a él, para expresar lo que siente y estar en paz con quien es, en lugar de seguir huyendo de sí misma. La idea es usar el hospital (a los doctores, el tratamiento y la experiencia), para hablar de aquello que le sucede y pedir la ayuda que requiere para reconocerse y aceptarse. Tomar ese primer paso parece sencillo, pero no lo es, porque implica analizarse a sí misma y aceptar el dolor, en lugar de pretender que no está ahí, que es lo que, más que las demás, Lisa hace. Al final es cuestión de decidir, incluyendo las consecuencias. ¿Las asumen? Cuando es más fácil no hacerlo, es más sencillo culpar a los demás. Las chicas comentan que la ‘normalidad’ está sobreentendida y sobrevalorada; con ello en mente, lo que hace falta es determinar entonces cada quien sus propios parámetros de ‘normalidad’, cordura y juicio.
‘Ambivalente’, se describe Sussana ante la doctora Wick, refiriéndose a interpretaciones opuestas sobre un mismo tema, ella. La doctora coincide, pero refiriéndose a que Susanna se encuentra frente a dos caminos de los que no puede todavía decidir cuál tomar. Luchar por decidir finalmente es bueno, porque Susanna es mucho más que ‘caprichosa’, como le reclama la enfermera Valerie que es, al verla siempre a la deriva; o ‘rebelde’, como la califica la sociedad; o ‘presa del sistema’, como le reclama Lisa, cuando se entera que Susanna ha concluido con el tratamiento y la darán de alta. La protagonista es todo eso y mucho más, pero eso la hace humana. Cuestionarse cuál entre dos caminos tomar es el mensaje importante que la película plantea, porque es lo que hace cada persona en su vida diaria. ¿No es el hombre por naturaleza ambivalente? ¿No lo es también el mundo?
Ficha técnica: Inocencia interrumpida - Girl, Interrupted