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Jojo Rabbit

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El sarcasmo es ironía, humor mordaz y burlón, pero también implica la capacidad de ser crítico. Ese es el discurso de la sátira: señalar con la intención de ridiculizar, pero en ello abriendo la posibilidad de reflexionar sobre aquello de lo que se ríe, al exagerar la realidad, hasta que la crítica aguda se convierte en punto de inflexión moral. La película Jojo Rabbit (EUA, 2019) es un buen ejemplo de cómo se logra exitosamente esto, al encontrar el irremediable absurdo a través de situaciones disparatadas del cómo se aliena a la ciudadanía con ideas absolutas y radicales, propagandistas y desinformadas, para alimentar discursos de odio, discriminación y de guerra.

Ambientada durante la Segunda Guerra Mundial, la historia sigue a Jojo, un niño alemán de 10 años ansioso por iniciar su entrenamiento para convertirse en soldado, porque eso es lo que el contexto en el que vive le repite insistentemente: servir a su país, o más específicamente, a Adolf Hitler. Demasiado joven como para cuestionar los ideales que impulsan al partido Nazi, Jojo cree lo que la gente dice a su alrededor, sigue lo que la mayoría hace y asume que los líderes en el poder ‘siempre tienen la razón y hacen lo correcto’, porque ‘por eso están al mando’. El conflicto consigo mismo y que le hará cuestionarse por qué hace lo que hace, llega cuando descubre que su madre está ayudando a una joven judía, dándole refugio en su casa.

El relato se construye a partir de la visión humana e inocente de Jojo, que tambalea con las enseñanzas de la guerra que acontece a su alrededor. Dada su corta edad, no ve un conflicto bélico lleno de muerte ni la incorrecta creencia de superioridad racial con que se elige avivarlo, sino que para él, se trata casi de un juego, en el que el objetivo es ‘ser parte del grupo’, para encajar. Si imagina que habla con Hitler, líder del partido Nazi, no es sino porque eso es lo que hace un niño de 10 años, soñar despierto e idealizar a esa personalidad pública, distante pero convertida en un símbolo, más que una realidad palpable, a la que adula porque eso es lo que se le enseña a hacer, condicionado durante sus años de formación hacia una mentalidad específica; en este caso ideología que incita el odio hacia los judíos y a favor de la violencia como sentido del orden, algo que Jojo absorbe sin razonar o entender realmente lo que significa.

Su primer choque con la realidad llega cuando durante un ejercicio, queriendo ‘hacerse el valiente’, una granada le explota, provocándole cojera y dejándole varias cicatrices en el rostro. Esto lo lleva a pasar más tiempo en casa, mientras se recupera, forma en que descubre la existencia de Elsa, una adolescente judía, amiga de la hermana de Jojo, Inge, ahora fallecida, a quien Rosie, la madre del niño, está ayudando, ocultándola en su ático en secreto.

Ante el miedo de que las consecuencias de denunciar a su madre por ayudar a los judíos, algo que está penado, ponga en peligro sus vidas, Jojo decide no decir nada, ni a Rosie, quien desconoce que su hijo descubrió su secreto; y en cambio el chico se convence, movido nuevamente más por el impulso emocional infantil, de que aceptar la presencia de Elsa le ayudará a él a tener una ventaja, un ‘entendimiento más profundo y de buena fuente’ de los judíos, para con esta información, sobresalir entre sus compañeros y colocarlo de nuevo en gracia, ahora que su accidente y mala fortuna sólo le han ganado burlas. Es a partir de esta convivencia frecuente que Jojo se da cuenta que Elsa no es diferente a él en ningún sentido, por lo que comienza a preguntarse de dónde viene ese rechazo hacia los judíos que tanto le repiten. Curiosamente, Jojo dimensiona las cosas cuando Elsa exagera todas aquellas aseveraciones que se dicen de los judíos, parodiando para señalar el absurdo, colocando en la incoherencia la reflexión de fondo de la situación. Por ejemplo, si la etiqueta señala que a los judíos les gusta el dinero, Elsa se burla diciendo que esto incluye las cosas brillantes, como las joyas; y cuando el niño pregunta si los judíos ‘realmente’ comen niños como se dice, Elsa le asegura que además no pueden comer golosinas, para ver si Jojo cae en la verdad, y entiende las falsedades, o si al no entender la mentira, le da dulces.

Como señala la película a partir de estas escenas que se toma con humor, existe el problema de que cuando una mentira es tan frecuentemente repetida, por absurda que sea, la gente comienza a creerla la verdad. Jojo escribe y dibuja lo que Elsa le dice, algo que agentes de la Gestapo, que llegan a su casa, sospechando de las afiliaciones de Rosie, y encuentran el manuscrito, aseguran que es cierto, momento que la cinta se toma con humor ese ilógico, que por eso mismo es gracioso, pero también reflexivo. Jojo y otros niños podrán ser blanco fácil de esta irracionalidad por su inocencia, pero cuando las personas son aleccionadas a repetir y no pensar, como parte en este caso del control militar, el resultado es una sociedad convencida de las apariencias, los rumores y los sinsentidos como fuente ‘verdadera’ de información.

Repetir aseveraciones tan ilógicas como que ‘los judíos tienen pacto con los demonios’ o que ‘tienen cola como los animales’, habla de ideas tan disparatadas, tan extravagantes, que son evidentemente falsas, afirma la película; el hecho de que haya gente que lo crea cierto porque se impregna de la información sin pensarla primero, es la forma (burlona) como la historia demuestra la facilidad con que esto sucede, tanto en la narrativa como en la realidad; no se puede negar que en el mundo de las apariencias de las redes digitales y medios masivos de comunicación, omnipresentes hoy en el mundo del siglo XXI, sigue presente y creciendo la tendencia a manipular conciencias mediante la difusión de falsedades, calumnias y rumores, haciendo honor a la sentencia de la propaganda nazi: ¡calumnia que algo queda!, o aquella otra de: repite una mentira mil veces y se convertirá en verdad. La parodia con que la película presenta esta crítica pretende que esa imitación burlesca estrafalaria ayude a ver el incongruente detrás, el disparate de la realidad misma.

Las consecuencias de una sociedad ignorante de la importancia del pensamiento crítico, resulta en mentes incentivadas por la ignorancia y la desidia; aquellas que aceptan creer lo que les dicen y lo reproducen por inercia, porque es lo que el resto hace; en este caso, como forma de control sustentada en una superioridad y patriotismo sobre explotados, valorados por encima de los principios éticos y morales, la observación y la deducción, el razonamiento y conocimiento.

En la película la expresión teatral es excesiva como herramienta narrativa para analizar esta realidad, que se reproduce en varios escenarios del presente moderno. Por ejemplo, la cinta bromea en varias ocasiones sobre la facilidad con que se les intenta dar armas, o cigarrillos, a los niños, cuando la lógica es que los niños no deben estar en contacto con estos objetos; pero presentándolo de una forma risible, la forma como el acto se toma como un natural evidente, cuando la acción desafía la ética, pone en perspectiva el qué sucede cuando la situación se repite fuera de pantalla. El objetivo final es invitar a preguntarse: ¿por qué esta realidad incongruente, reprobable, se reproduce en varios rincones del planeta, donde niños son convertidos en soldados, se les enseña a usar armas o se les despoja de su infancia, por la existencia de estos dispositivos? La violencia como forma de vida cotidiana, la discriminación como práctica común en las relaciones humanas, son muestra de que estamos muy lejos de superar esas expresiones culturales que han provocado destrucción y muerte, que denigran a la humanidad.

Específicamente la historia enfatiza el nazismo convertido en fanatismo, donde las creencias son tan arraigadas que pierden de vista el criterio con que deben asumirse. El saludo nazi como distintivo de identidad, la educación inclinada hacia el odio al judío (y sus aliados y defensores) o la militarización en el gobierno con sus filtros de control, vigilancia y represión, entre otros. Reflexionando en el fondo cómo la ideología retrógrada degrada, un análisis crítico que se logra con mejor efecto gracias a que se presenta con humor, caricaturizando, para ser más punzante, representativo, audaz y mordaz; directo pero analítico.

Así es la comedia negra, género al que pertenece esta película, que presenta temas serios y controversiales y los desarrolla con un tono humorístico. El objetivo no es burlarse en forma hiriente, sino presentar opiniones críticas sobre los temas que aborda. Rosie, por ejemplo, que se opone al nazismo, plantea la importancia de los valores y el pensar por uno mismo, invitando a su hijo a considerar ambas caras de la moneda en relación a la guerra; el papel del oprimido y no sólo el del opresor, el de la injusticia, el dolor y la miseria, no sólo el patriotismo y la victoria; o la importancia de ser solidario, pelear por aquello en lo que se cree y defender los principios, incluso, o especialmente, si ello significa ir a contracorriente. “Amo a mi país, pero odio la guerra”, dice Rosie, quien no se considera antipatriota, sino al contrario, por cuestionar lo que sucede, rechazar el discurso de odio, elegir ayudar conforme a sus posibilidades, rechazar la discriminación, apoyar al marginado, al rechazado, porque esa es su forma de generar algo en positivo, respetando sus propias creencias.

Elsa, por su parte, se burla de las enseñanzas antisemitas que le inculcan a Jojo, para abrir la puerta a entender la manipulación de la ideología a través de las mentiras, calculadamente orquestadas y difundidas entre las mentes más jóvenes, sobre todo, a través de vías propagandísticas que se asumen como ciertas por el mismo medio en que se esparcen, o la búsqueda y castigo hacia aquellos que se salen de la norma, como Rosie y su esposo, aliados de la resistencia, que ayudan a los judíos para mantenerse a salvo, escondidos, para luego facilitarles escapar. La intención es salvar al ser humano, proteger al desvalido, pero eso es perseguido por el aparato policiaco (la Gestapo) y castigado con la muerte.

La película pregunta al espectador qué es libertad y propone reflexiones de cómo hay muchas formas de estar preso, no forzosamente en una celda, literal. Elsa no es libre, pese a todo, pues vive escondida temiendo en cualquier momento ser descubierta y fusilada; de alguna manera, Jojo también es prisionero de la ideología de pensamiento que se le inculca, que lo limita a desarrollarse, conocer, aprender y superarse, quien por ende vive bajo un orden que lo mantiene cautivo, no en forma literal pero sí de pensamiento y subordinado a acciones que dictan los adultos representantes del poder gubernamental. Su madre, sus vecinos, sus amigos y hasta sus instructores viven en una realidad parecida, ateniéndose a seguir las órdenes del régimen que los gobierna, crean en él o no, porque la alternativa es ser eliminados. Cuando Jojo le pide a Elsa dibujar dónde es que viven los judíos, Elsa dibuja la cabeza de Jojo y le dice que es ahí donde ‘esos judíos’, como él los imagina, como ‘monstruos’, viven, demostrando que, en efecto, Elsa es presa de la discriminación y el racismo, como ideas impuestas, pero Jojo es igual víctima de esas mismas ideas colocadas en su cabeza.

La clave, dice la esencia del mensaje de la historia, es encontrar la fuerza para ser más grande que el prejuicio, la ignorancia y la indiferencia, a pesar de la presión social, con capacidad de análisis y resolución de problemas, con valores, ética y recuperando la importancia de analizar y sacar conclusiones propias, como único camino para el crecimiento personal. Si la gente cree y acepta lo que la mayoría repite, el reto es atreverse a cuestionar, a dudar, a aprender a hacerlo aceptando las consecuencias, específicamente porque si el orden establecido manipula a la sociedad, a la larga el peligro no es sólo que ésta deja de pensar, sino que la oposición no es vista como una fuerza que ofrece perspectiva, sino como una que debe ser callada y aniquilada, por el simple hecho de pensar diferente. Y de lo que se trata es precisamente que el pensamiento uniforme expresa, y es causa, de estancamiento, de mediocridad.

Jojo no es ‘malo’, su compasión al negarse a matar a un conejo, que le gana el apodo de ‘rabbit’ (en español, conejo), lo demuestra, como también su interés por solidarizarse con su madre, buscar caminos para encontrar soluciones a situaciones que desaprueba, o la inquietud por conocer sobre aquello que desconoce. “No eres un Nazi. Eres un niño de diez años al que le gustan las esvásticas y vestir un uniforme extraño y que quiere parte del club”, le dice Elsa.

En efecto, Jojo sólo está en proceso de aprender sobre autoridad y orden, guerra y paz, respeto y discriminación; la pregunta es si lo hará crítica o monótonamente. Su personalidad es práctica pero ingeniosa; ahora sólo hay que saber enseñarle cómo enfocar mejor estas cualidades, en lo que influye su educación, círculo familiar, situación social y orden público, las personas con las que convive o las directrices que su contexto acepta, reprueba y repite. Lo mismo es para Jojo que para otros niños y otras personas, independientemente de la época o el lugar en el que vivan. “Deja que todo te acontezca. Lo bello y lo terrible. Sólo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo”, cierra la película, citando al poeta y novelista austriaco Rainer Maria Rilke (1875-1926).

Escrita y dirigida por Taika Waititi, basada en el libro Caging skies de Christine Leunens, la película está protagonizada por Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Sam Rockwell, Scarlett Johansson, Alfie Allen, Rebel Wilson, Stephen Merchant y Waititi mismo. La cinta obtuvo seis nominaciones al Oscar, de las que ganó una, en la categoría de mejor guión adaptado.

Ficha técnica: Jojo Rabbit

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