Fracasar no significa que una determinada experiencia haya sido en balde, pues como tal, no implica que todo haya salido mal, sino que el resultado no es el esperado. La caída se convierte en tragedia en lugar de una lección de vida por la actitud con que se asuma y la respuesta con que se actúa en consecuencia. Valorar lo acontecido y aprender de ello es lo que da sentido a nuestras acciones. ¿Por qué no celebrar los fracasos, si de ellos también es posible aprender y crecer? Y en su caso, ¿cómo valorar el éxito si no se conoce el fracaso?
Luchando con mi familia (Reino Unido-EUA, 2019) es una película que habla sobre la necesidad de trazar metas, definir prioridades y, además, comprometerse con el esfuerzo que conlleva alcanzarlas, entendiendo que el ‘fracaso’ -siempre posible- no es más que un tropiezo natural de la vida, con sus sinsabores y decepciones, pero también fuente de enseñanzas; algo así como un revés que invita a revalorar y reconstruir, a fin de evitar hundirse en esa desdicha con la que muchas veces, por inercia, se le asocia a la situación misma. Escrita y dirigida por Stephen Merchant, la cinta se basa en el documental ‘The Wrestlers: Fighting with My Family’, de Max Fisher, en donde se relata la historia de vida de Paige, una luchadora profesional británica. La película a su vez está protagonizada por Florence Pugh, Jack Lowden, Lena Headey, Nick Frost, Vince Vaughn y Dwayne Johnson.
En 2005, a la edad de 13 años, Saraya-Jade Bevis hace casi por casualidad su debut profesional como luchadora en un evento organizado por sus padres, en que se sube al ring simplemente para llenar una vacante durante el espectáculo. Entrenada por su familia, todos luchadores de Norwich, Inglaterra, e impulsada principalmente por su hermano Zak, Saraya eventualmente comparte con él el mismo sueño: hacerse de una carrera profesional en la WWE (World Wrestling Entertainment), una empresa estadounidense de entretenimiento enfocada principalmente en la lucha libre.
Conocida profesionalmente en aquel entonces como Britani Knight, Saraya poco a poco comienza a destacar en el circuito local, hasta que, al cumplir 18 años, ella y su hermano hacen una audición con el entrenador Hutch Morgan para unirse al programa NXT, una marca filial de la WWE. En el selectivo Britani es favorecida para pasar a la siguiente fase de preparación y selección en los Estados Unidos, pero no sucede así con su hermano.
Es entonces cuando un mismo sueño resulta en diferentes vertientes dada la situación de vida que llevan a Saraya y a su hermano por caminos distintos. Luego de ser rechazado, Zak pierde el ánimo, se angustia y entra en crisis por ver una meta, que tenía clara y sentía cercana, escapar de sus manos; asume en consecuencia una actitud de completa derrota, sintiéndose insuficiente e insignificante; se centra en lo que no logró, entrar a la WWE, en lugar de lo que podría lograr a partir de lo que ya es, como ídolo local y como entrenador de niños luchadores en el gimnasio de sus padres.
Un sueño infantil frustrado puede conducir a un destino vital de amargura, decepción y/o depresión autodestructiva; tal y como sucedió con un hermano mayor -como sugiere la propia película-, cuando debería ser un reto que enfrentar para dar nuevo impulso y motivación a su vida, para apreciar su verdadero potencial y campo de crecimiento profesional. Pensar en el mundo real a su alcance en lugar de pretender brillar en el mundo del espectáculo, del cual sólo conoce la superficie, la que los medios de comunicación masiva transmiten.
A su vez, el viaje de Saraya, que adopta a partir de ese momento el nombre profesional de Paige, se convierte en un reto de fuerza tanto física como mental. Como ‘pez fuera del agua’, ya que se enfrenta por primera vez sola a nuevas experiencias, Saraya comienza a tambalearse anímicamente debido a sus propias inseguridades y esto afecta, eventualmente, su desempeño. Cegada por sus prejuicios, menosprecia a sus compañeras por no ser luchadoras de profesión y, al centrarse en todo lo negativo a su alrededor y no en cómo aprender de sus errores, termina por aislarse: se olvida de la solidaridad que requiere la profesión y opta por una rivalidad competitiva, lo que evita que entienda que a lo que se dedica -la lucha profesional- tiene mucho que ver con la comunicación, con el trabajo en equipo, con la imagen percibida en el ring por sus compañeras y por el público; algo que siempre dio por sentado mientras luchaba con su familia.
Sin saber que Zak está sumido en la depresión y que, como ella, necesita apoyo (sobre todo moral y simbólico) para superar el reto de vida que tiene enfrente, y además, bajo la presión (erróneamente asumida) de cargar con el peso del fracaso de sus padres y hermanos (su medio hermano Roy también fue en su momento rechazado por la WWE y se encuentra en prisión), Saraya asume que la única forma de demostrar su valía es hacer sentir orgullosos a los suyos triunfando como luchadora, reflejo a su vez de esa clase trabajadora que anhela oportunidades y se aferra a ellas porque no hay otra forma de progresar económica y socialmente hablando, dadas las limitaciones de crecimiento que impone su contexto social; y en el caso de esta familia, su pasado criminal, del que han aprendido a marchas forzadas a tomar como motivador en lugar de como obstáculo.
Todo en conjunto hace que Saraya vea el entrenamiento más como una obsesión que como un gusto; una obligación y no una satisfacción. El resultado es que pierde de vista la energía que la incentiva, pues procede temerosa y reacciona siempre a la defensiva, en lugar de adentrarse con disposición receptiva a la crítica y al aprendizaje. La presión la hace ser confrontativa, pero sin fundamento, con el resto de sus compañeras, asumiendo que aquellas la discriminan, cuando en realidad sólo responden con la misma indiferencia con que Saraya las trata; son sus prejuicios hablando por ella, no su conocimiento del arte de la lucha, razón por la cual descalifica a las demás al suponer que son únicamente “cuerpos bellos y caras bonitas”, ignorando las historias de vida de cada compañera de trabajo, -quienes por cierto tienen los mismos sueños que ella: triunfar en el medio profesional de lucha-. También asume los consejos del entrenador como un ataque personal, suponiendo en forma errónea que este la menosprecia, en lugar de lo comprender lo que son: una serie de instrucciones que le ayuden a moldear la figura de Paige, como la marca que Saraya quiere ser en el ring.
Hutch, cumpliendo su función de entrenador y guía, insiste que la clave en ese mundo deportivo del espectáculo en el que Saraya y los demás aspiran a triunfar, tiene mucho que ver con conectar con el público. “No seas el siguiente yo, sé el primer tú”, les dice Dwayne Johnson, (a) La Roca, quien comenzó su carrera en la WWE, a Saraya y a Zak el día de las audiciones. Sus palabras son importantes porque hablan de construir su propio futuro, adquirir su identidad, no copiar o anhelar lo de alguien más; de destacar por quien se es, pero además, conocer las fortalezas, debilidades y particularidades propias, de forma que sirvan como herramientas de apoyo para demostrar por qué merecen su lugar entre los favoritos del público.
En más de una ocasión los luchadores insisten que las peleas no son falsas, sólo arregladas. En el fondo esa es la lección que Saraya tiene que entender bien: nunca va a triunfar si sigue escondiendo su potencial a fin de encajar con lo que cree que es el modelo de éxito; el entrenamiento está para moldearla, no para cambiarla. No puede haber falsedad en su persona, no puede obligarse a parecer ser alguien más, porque entonces no tiene nada que ofrecer al público. Si los discursos y los insultos en la WWE son ensayados, como las peleas ‘arregladas’, eso no significa que el profesional que se presenta frente al público finja ser alguien que no es; están ahí, recibiendo los golpes, realizando su mejor esfuerzo y entregando todo su ser en cada espectáculo en el que participan. Sangre, sudor y lágrimas son reales, las padecen, sufren y comparten cuando están en el ring. El que triunfa es el que se muestra real, único, receptivo, creíble, solidario y capaz; lo que aplica no sólo en las luchas, sino en la vida misma.
Si Saraya intenta cumplir las expectativas que cree los demás esperan de ella, lo que hace es avanzar por inercia más que por determinación. Asume que no encaja en el molde al compararse con las chicas a su alrededor, cuyo cabello rubio y físico estilizado contrastan con los piercing y maquillaje gótico que caracterizan a Saraya; sin embargo, es precisamente su sello distintivo lo que la hace diferente, lo que la hace destacar, lo que la hace una fuerte oponente y no sólo una oponente más.
El entrenamiento que Hutch lidera es un medio para fortalecer el físico de los competidores pero también su carácter. El momento en que Saraya duda de sí misma se convierte en su propia peor enemiga; sin embargo, la gente a su alrededor no está para hacerla fracasar, sino para enseñarle a avanzar. Ese es su principal desafío, entender que el mundo no está en su contra sólo porque ella lo crea así; también hay que aprender a diferenciar entre la crítica constructiva y la que sólo quiere herir, para aprender de la primera y fortalecerse a partir de la segunda, hasta ganar el respeto del otro a partir de su habilidad y talento; porque para ser una ‘del montón’, no haría falta tanto esfuerzo (aunque no habría tampoco éxitos).
Si las cosas fueran fáciles, cualquiera las haría; dice el dicho. Esto es lo que Zak le hace entender a Saraya cuando finalmente habla con ella. ¿El entrenamiento es difícil?; bien, la satisfacción será mayor al superar el obstáculo, ya que está pensado para sacar todo el potencial de cada participante y eliminar a todo aquel que no está preparado para la tarea. Lo que Zak básicamente dice es: si quieres realmente algo, no lo dejes ir, esfuérzate por alcanzarlo, pues si vale la pena, si la oportunidad se presenta, te debes a ti mismo el compromiso de luchar por seguir adelante.
La lección aplica también para Zak; una vez que aquello que anhela se pierde, se puede enfocar en la caída y vivir lamentándose, o se puede enfocar en construir un nuevo camino a partir de las habilidades, capacidades y conocimientos que posee, al tiempo de trazar nuevas metas; finalmente esto es lo que hace, dejar ir aquello para lo que no tiene el perfil necesario y dedicarse a lo que sí tiene mucho potencial para aportar; o lo que es lo mismo, reconocer su lugar en el mundo, aceptarse a sí mismo y entonces visualizar qué tan lejos puede llegar según la realidad de su vida y de su contexto.
Estar orgulloso de quien se es no es algo fácil, pero cuando ese camino invita a la redención y a la reinvención, cuando se convierte en una segunda oportunidad de vida -como la lucha profesional es para Saraya y su familia-, la batalla más feroz no sucede en el ring, sino con uno mismo, y no implica golpes o enfrentamientos con otros, incluso cuando suceden, sino una autoevaluación, compleja y complicada, pero necesaria.
No se puede tener éxito en todo, todo el tiempo; pero de igual manera, tampoco toda derrota es sinónimo de extinción, porque ninguna experiencia, buena o mala, termina en vacío. Así que si Saraya gana una vacante para entrenar en NXT, esto no significa que Zak pierda ni que cancele sus oportunidades de crecimiento, sino simplemente que su camino, de ahí en adelante, será diferente al que imaginaba transitaría; en el mismo sentido Saraya no tendría por definición su éxito asegurado, pues aún debe mostrar su valía, o de lo contrario, su vida igual puede derivar en dolor, sufrimiento y fracasos. Algo que habla de un proceso de maduración, que requiere esfuerzo, que muchas veces implica dolor, como los hermanos lo demuestran con su historia de vida. La reflexión en este proceso va irremediablemente rodeada de un sentir humano muy natural: el miedo a crecer; cuyo antídoto es superar el fracaso, pero entendido como una escalera que abre el camino a la autorrealización, lo que en sí misma ya es un importante éxito personal.
Ficha técnica: Luchando con mi familia - Fighting with My Family