Pero lo que si desarrollé es mi confianza con la vida. Sigo señales y escucho a los mensajeros del camino. Interpreto esa información y me dejo guiar por ella con los ojos cerrados…
r_nomada
Naciste en Aranda de Duero Burgos, España, estudiaste una carrera donde te prepararon para hacer negocios, dinero, el lenguaje global del sistema, cuando te graduaste, estuviste trabajando para un banco, manejabas inversiones de las personas, mucha plata pasó por tus manos, dinero de otros. Una mañana, después de tres meses cuando tu jefe te dijo que te haría un contrato permanente y que esperaba que hicieras carrera en ese banco, sonreíste, como idiota.
Cuando eras adolescente compraste tu primera cámara, la recuerdas con cariño, una Cannon que te acompañó a muchos sitios, estudiaste los aspectos técnicos, te gustaba eso de perpetuar el momento, aquel que sin un registro se perdería en lo que Sabina llamaría “donde habita el olvido”.
Te interesaba sobre todo el retrato, muchos rostros pasaron por tu lente, los surcados por arrugas, eran tus preferidos, te especializaste en hacer primerísimos planos buscando el volumen de los pliegues del rostro, después, te comenzaron a interesar las historias que una fotografía puede llegar a contar, las buscaste con ahínco, especialmente las de esas personas que hacen del vivir, una experiencia de excepción y no solo un ciclo biológico.
Los relatos que te compartieron, te hicieron conocer lugares, personas, costumbres, ritos, casi todos tus narradores eran viajeros, te diste cuenta que el escuchar más allá de lo que te brinda el sentido del oído, te volvía casi capaz de estar ahí, en ese sitio, oliendo, saboreando, sintiendo. Imaginabas que un día te convertirías en eso, un caminante y ¿por qué no?, en un contador de historias.
Cuando saliste de la universidad, el frenesí del sistema, comenzando con la familia, te presionó con toda su fuerza, tendrías que incorporarte al mercado laboral de inmediato, si o si, no hay otra elección que una sociedad condicionada pueda imaginar y ahí estabas tú, obediente, sentado en un escritorio de la calle de Alcalá número 28, en el corazón de Madrid; el día que ibas a firmar tus nupcias con Santander, donde jurarías “lealtad y fidelidad hasta que la muerte nos separe”, renunciaste, no soportaste la idea de realizar esa actividad ni un día más.
En la siguiente semana regalaste o vendiste tus cosas, digamos que tuviste un primer encuentro frontal con el desapego, solo conservaste la mochila, una carpa, algunos accesorios, el ordenador y tu vieja cámara, partiste al norte, hacia Segovia, tus pasos habrían de llevarte en este primer viaje de liberación hasta Santiago de Compostela.
“Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Comprendes el sentido del poema de Machado, atesoras desde entonces esta caminata, tu contacto con el campo, el sendero, donde lo importante no radicaba en llegar a Santiago, sino en observar y disfrutar el camino, cada momento, en estar atento a los milagros de la vida, que están en todos lados. Ahí conociste a quien decidiste llamar “el chamán del camino”.
Tu búsqueda de historias te llevó a registrar los rostros de personas que viven al margen del sistema, aquellos que tienen otra perspectiva de la vida, artistas urbanos, magos, equilibristas, buzos, montañistas, surfistas. Personas que para ser felices solo necesitan agarrar una buena ola o caminar en el bosque sintiendo la tierra en sus plantas, entre sus dedos.
Te encuentras en Colombia, un mes sin cobertura en la selva, cuando finalmente prendes tu móvil, hay cuatro mensajes, uno de ellos te pide regreses a España, es de una mujer a la que amas y de seguro amarás siempre, los otros tres son de amigos que te invitan a quedarte en América, uno es de Brasil, otro de Ecuador y el tercero te invita a pasar una temporada en Chile. Has aprendido, la señal está ahí, habrás de permanecer en este continente, la mujer te llama, pero entiendes que el apego limita el crecimiento de las personas.
He amado a personas que me han exigido prometer cosas que no he podido cumplir, el momento de vivir se fue.
El Apego, como el miedo, vienen a ser obstáculos para avanzar, te pueden jalar, atrapar, te pueden atar a un sitio, a una persona, si queremos avanzar en la búsqueda de otro nivel de percepción, no podemos tener ninguna clase de apego.
Nacemos solos, morimos solos, todo lo de en medio es aprendizaje.
Te encuentras en meditación, estás respirando profunda y lentamente, vienes regresando, tu frecuencia cardiaca comienza a aumentar, percibes tu espalda erguida y tus abdominales activos, pero relajados, abres los ojos, el maestro está frente a ti, -bienvenido, ahora tengo 88 te dice- un rostro surcado de líneas sobre líneas, como a mí me gustan, te mira sonriendo, el mismo rostro que conociste en el camino de Compostela y que te invitó a su casa en Olmué, Chile. Por él estás aquí, esa primera ocasión en España, fue tu apoyo cada día, te explicaba lo que pasaba, las múltiples conexiones con el universo, el inicio de una aventura de vida exploradora psico-mágica que estabas iniciando, donde aprendiste que tenemos la capacidad de cocrear la realidad.
Si, me recordaba, mi llegada al pueblo, al campo, a su casa, su familia, la preparación de la ceremonia de medicina ancestral de Wachuma, te ofreció un vaso, todos observaban.
¡Toma!, te dijo, esto es San Pedro, la mayor ceremonia de la familia y aquí estamos en familia, tómalo como un regalo, afírmate.
Agradeciste, tomaste el vaso con ambas manos y bebiste el contenido, habías decidido desde hace mucho aprender y aceptar el camino como viniera. Tomaste tu cámara y comenzaste a sacar registros, grabaste el cielo y las plantas hasta que el visor de la cámara resultó un estorbo, una ligera ansiedad te estaba invadiendo, pensaste en algún efecto secundario de la mescalina, entonces te sentaste respiraste profundo y te concentraste en bajar tu ritmo cardiaco, en controlar esa ansiedad amenazante, tu maestro, el chamán del camino, un viejo de 85 años estaba sentado frente a ti, sonriendo.
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