El viaje terminó. Yo solo los vi una vez sobre el escenario, desconozco cuántas veces vino Maldita Vecindad a Torreón, pero solo los vi una vez. El rock mexicano tomó un tono oscuro el domingo; apenas unos días atrás, conmemorábamos el aniversario luctuoso de Rita Guerrero. Hoy tocó recordar a “Sax”, Eulalio Cervantes Galarza.
Quizá su verdadero nombre no nos diga mucho, pero su corto apodo nos remite al hombre que tocara el saxofón con un grupo que marcó época en el país. Era 1991, cuando la Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio editaron su obra magna, El Circo. Ese disco les dio para sobrevivir a todo, para lograr un sueño, para trascender.
Por esos días, cursaba mi último año de primaria en un colegio “fresa” de mi querida ciudad. Recuerdo que una playera de “La Maldita” fue de mis primeras adquisiciones en la forma de vestir que pretendía adoptar a esa inocente edad (la otra fue una de Metallica con James Hetfield en el frente).
Con esa playera blanca que mostraba a seis jóvenes de barrio afuera de una vecindad, que por cierto me quedaba grandísima, asistí a una reunión con mis compañeritos del colegio jesuita. A mi madre no le causaba orgullo mi nueva forma de vestir, pero no hizo nada para impedirlo... “No sé cómo te atreves a vestirte de esa forma y salir así. En mis tiempos todo era elegante y sin rock…”.
De esa banda de seis individuos con aspecto de pandilleros, que ellos llamaban “pachuco”, me fui alejando con el tiempo. Pasé a escuchar sonidos más estruendosos, en el idioma que domina el mundo, y ya solo alcancé a “rescatar” una producción más: el EP de su gira Pata de Perro (1993), trabajo que contiene seis piezas, entre ellas las cuatro que más me llegaron a gustar. Lo adquirí en casete y años después se me hizo tenerlo en CD. No necesitó más.
Pasaron los años y cuando ya estaba trabajando en el periódico para el cual hoy colaboro con un par de columnas y mi blog, la editora de la sección de Espectáculos me preguntó si quería cubrir un concierto de “La Maldita”. Acepté gustoso, con la salvedad que primero tenía que terminar mi jornada.
Todo pareció acomodarse. Cuando acabé mi trabajo, me fui a la Plaza de Toros Torreón, a escasas cuadras de la redacción, era el 18 de diciembre de 2009. El evento se denominada Laguna Rock Festival 09 y pretendía contar con la participación de cuatro bandas locales para luego darle paso a Panteón Rococó y, posteriormente, a Maldita Vecindad. Para mi “suerte”, 5 minutos después de que ingresé al recinto, comenzó a tocar la primera banda “estelar”, luego me enteré que el evento había sufrido un considerable retraso y las bandas de casa se quedaron fuera. Es decir, el festival que debió iniciar a las 6:00 p.m. comenzó seis horas después, pasadas las 12:00 de la madrugada, justo cuando llegué.
Después de chutarme un recital de ska, por fin pude ver a aquellos músicos de los cuales prácticamente les había perdido la pista 14 o 15 años atrás.
No puedo decir que no me la pasé bien. Disfruté el viaje en el tiempo, aderezado con olores a “hierba” que se hicieron sentir apenas saltaron los “malditos” al escenario. Pero yo iba a trabajar. Incluso, pese a que un fotógrafo fue a encargarse del material gráfico, me llevé mi cámara para lo que pudiera tomar.
Cuando terminó la presentación, “corrí” al escenario para ver si podía lograr una entrevista. Vi, con sorpresa, cómo el vocalista del desmontaba su micrófono y al no observar “obstáculos”, subí para preguntarle si podía atenderme. El tipo me respondió, aunque no se veía muy animado. Después de dos o tres preguntas, de breves y parcas respuestas, me dijo: “se me hace que tú buscas a la Maldita, ellos ya están desde hace rato en los camerinos”. ¡Caray, vaya confusión! ¡Pero es que tenían la misma barba, el mismo gorro, la misma pinta! Estaba muy oscuro... y no sé, tal vez el olor a hierba...
No me detuve. Busqué los camerinos, cuando alguno de sus representantes me interceptó. Al explicarle mis intenciones, me dijo que ya había sido la rueda de prensa hace mucho. Yo no tenía mucha experiencia. Insistí y me repitió: que “ya habían hablado con los medios”, entonces se me salió responder: “Con El Siglo no”. Lo solté natural, como algo lógico, y dio resultado. Su mirada cambió, “espérame”, dijo, y fue a tocar una puerta. En segundos, tenía a Roco frente a mí.
Ahora sí, la voz de la banda se portó sumamente amable. Era tarde, su presentación había comenzado a las 2:00 de la mañana, más o menos. Recuerdo haberle preguntado cómo es que con tanto tiempo sin sacar disco nuevo y prácticamente solo con el éxito de El Circo aún seguían llenando lugares. Sin perder la figura, le otorgó el crédito a sus seguidores. “Es seguir trabajando ‘en colectivo’, y también toda esa magia que se genera cuando la música suena y que no nada más es de nosotros, sino de todos los que vienen a cada concierto. Por eso, al final siempre pido un aplauso para toda la banda”.
De la otra banda, la del escenario, siempre me pareció “Sax” el integrante más enigmático; con la mitad de su rostro cubierto, sombrero, lentes oscuros y dándole vida a un instrumento poco común en el rock, pero “muy nostálgico”, como él lo define. Se daba el gusto de incluso tocar un par al mismo tiempo. Eulalio Cervantes se hizo profesional desde los 13 años y tuvo que experimentar muchas carencias para lograr su sueño, llegar a estudiar en conservatorio, para luego triunfar con el grupo menos pensado. Sax dejó su pueblo, la “Soledad”, para ganarlo todo.
“Un sabroso y buen danzón, a media luz el corazón, y en el Kumbala todo es música y pasión”.
*Texto tomado del Libro de las Muy muy muy Nuevas Revelaciones según el Dihablo.