"Allí donde el agua alcanza su mayor profundidad, se mantiene más en calma".
William Shakespeare
Te invitan a bucear a Xcalak, es uno de los últimos rincones vírgenes de las costas del estado de Quintana Roo, México, aceptas. Llegas al pequeño pueblo y te diriges al centro de buceo, tiene un nombre por demás sugestivo XTS, pareciera que se trata de un tipo de giro que hace décadas dejaste de frecuentar.
Tu guía es una mujer pequeñita oriunda de Malasia, habla muy rápido el inglés, y entre su acento y la velocidad de su charla, pierdes la mitad de la explicación del plan para esta mañana; alcanzas a entender que el día previo vieron un tiburón, hoy lo buscaremos, les dice, todos ríen, observas el mapa y entiendes que entrarán, nadarán unos veinte metros hasta comenzar a bajar, irán sorteando el arrecife hasta llegar al punto de extracción, espera que el paseo dure una hora, más o menos.
Mueve sus manos, señala puntos particulares, menciona algo sobre unas corrientes en cierto sitio y alcanzas a entender que, si no puedes pasar, habrá que intentarlo de nueva cuenta pegado al fondo hasta lograrlo, te descubres asintiendo como si realmente hubieras entendido todos los detalles, no es que quieras mentir, solo no quieres retrasar la expedición por una deficiencia de comunicación que es solo tuya.
Te pones el equipo, vas rodeado de mujeres, una canadiense, dos chicas de estados unidos, una argentina, la guía y tú, mexicano de corazón, si, muchos de los más hermosos sitios de nuestro país son disfrutados en una mayor proporción por extranjeros.
Antes de entrar al agua le preguntas a tu guía porqué decidió vivir acá. It´s beautiful, te dice con una gran sonrisa.
El trayecto en lancha hasta el punto de inmersión es como de 15 minutos, el capitán, un muchacho moreno de alrededor de 22 años pisa el acelerador a fondo, la lancha va digamos que, brincando en su choque con la superficie del agua, el viento y el océano te saludan mientras el capitán sonríe.
Llegan a la poza, al sitio de inmersión, la guía organiza quien se tira primero y quién después, a ti, por tu posición en la lancha, te toca al último. Aprovechas para probar tus reguladores, el que tu chaleco esté bien inflado y las correas firmes. El mar está tranquilo, el agua es clarísima, puedes observar sin problemas las formaciones arrecifales y muchos de sus habitantes desde la superficie.
Te tiras cuando te dan la señal, tu equipo se ha adelantado un poco en la exploración del entorno cercano, la guía inicia el trayecto, las sigues, eres el último, te entretienes observando a unos peces que van y vienen a tu alrededor, parece no importarles tu presencia, te sientes condenadamente vivo.
Haces los 20 metros hasta llegar a la bajante, ves que tus compañeras están al frente, como esperándote, pero no, cuando las alcanzas, ves que están observando, la escena es impresionante, decenas de sábalos están ahí, uno junto al otro, enormes, calculas que muchos miden un metro y medio, es cómo si estuvieras ante una enorme pantalla de cine, en la primera fila, los animales no se inmutan, solo están ahí, en el estado mínimo de actividad que les permita contrarrestar cualquier corriente para permanecer suspendidos en medio del agua, en medio del tiempo, el espectáculo es hermoso, todos estamos ahí, respirando suavemente, capturando el momento en un ejercicio de observación que nos permita recordarlo después, lo suficiente, para tratar de describirlo.
Cuando la guía decide avanzar, comienza la bajada, llegas a los trece metros de acuerdo a tu instrumento, mientras lo haces, vas compensando el cambio de presión, con las inmersiones que llevas, este ejercicio, la compensación, lo has incorporado como un automatismo, ello te permite disfrutar las inmersiones de otra manera.
La guía hace una seña para seguirla a través del arrecife, a partir de ese momento la pierdes de vista, la verás de nuevo hasta el punto de extracción, entiendes que la experiencia del buceo, aunque se practica en grupo, se convierte al final en algo muy personal, el que sea satisfactoria solo depende de ti, de tu concentración y sobre todo de tu capacidad de estar relajado.
El grupo termina dispersándose, tú sigues a alguien entre el arrecife, hay peces de todos colores, verdes, azules, amarillos la gama de colores y de especies es amplia, todos conviviendo y sobreviviendo en este ecosistema, la belleza siempre ha sido un distractor, es fácil quedarse solo.
Alguien te señala la cueva de una morena, alcanzas a ver los dientes amenazantes, y sabes que sus ojillos te observan, no le interesas.
Sigues avanzando, ahora vas solo, sabes que tus compañeras andan por ahí, en otros caminos, las delatan las columnas de burbujas que alcanzas a ver del otro lado, te detienes para verificar que avanzan en tu misma dirección, digamos que, al sur, siempre al sur.
Alcanzas de nuevo a tu grupo, parecen esperarte, pero no, están cómo hace un rato viendo a los sábalos, pero ahora desde la perspectiva del fondo, por alguna razón que nunca planearon el grupo se va acomodando de manera circular.
Escoges un espacio en esa circunferencia imaginaria, te estabilizas y te pones en posición horizontal, boca arriba, tu tanque se encuentra a unos 20 cm del fondo, observas el ascenso de tus burbujas y las de tus compañeras, el aire que sube parece gustar a los seres que nadan sobre ustedes, ves como pasan de la inmovilidad a realizar también un movimiento circular, desde tu perspectiva en sentido contrario a las manecillas de los relojes que los jóvenes de ahora desconocen.
Nadan alrededor de las burbujas que tú y tu equipo están generando, son muchos y se mueven muy cerca, imaginas la perfección de sus sensores que no les permiten chocar, tocarse, donde todos se mueven en la misma dirección, con la misma velocidad, formando los mismos círculos, en una danza rica en movimiento, con la luz de la superficie de fondo, la perfección del mismo mantiene a todos en un aparente reposo relativo, mientras las burbujas, que pasaron por tus pulmones, suben y suben, tocándolos, acariciándolos, en un nuevo lenguaje que acabamos de inventar.