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¿Sabes quién viene?

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El salvajismo vendría a ser el antónimo de civilidad, es decir, toda actitud contraria al ‘mundo civilizado’, visto como una sociedad moderna en su tecnología, lenguaje y comunicación, además de organización y reglas que rijan al colectivo y permitan la convivencia en orden y armonía, donde se profesen los buenos modales, la conducta educada, cortesías y generosidad.

El salvajismo, o la barbarie, también pueden referirse a una impulsividad, a veces visceral, a veces inhumana, de conducta, con la que una persona reacciona en determinada situación. Dejarse llevar por la ira conlleva conductas agresivas, irrespetuosas, que pueden caracterizarse como primitivas, salvajes. ¿Es el hombre salvaje y primitivo por naturaleza? La pregunta se convierte en punto de reflexión en la película ¿Sabes quién viene? (Francia-Alemania-Polonia-España, 2011), de título original ‘Carnage’, que se traduciría como ‘carnicería’, ‘matanza’ o ‘masacre’, como alusión simbólica y metafórica a lo que sucede entre los 4 personajes principales de la historia, dos parejas de padres que se reúnen para hablar sobre un reciente altercado que hubo entre sus hijos, ambos de 11 años. La velada comienza en un halo de aparente disponibilidad de diálogo, pero conforme avanza la convivencia, la situación se torna en confrontación y caos, sacando el enfado, resentimientos y actitud desafiante y violenta de todos.

Escrita por Roman Polanski, quien también dirige, y Yasmina Reza, autora de la obra de teatro en que se basa la cinta, ‘Le Dieu du carnage’ (Un dios salvaje), la película es protagonizada por Jodie Foster, Kate Winslet, Christoph Waltz y John C. Reilly. En la narrativa, Nancy y Alan son los padres de Zachary, el adolescente que pegó en la cara con una rama a Ethan, hijo de Penelope y Michael, quienes ahora exigen del otro chico una disculpa. El problema es que los padres no están seguros de cuál es la causa u origen de la pelea entre sus hijos, pero, además, esto parece poner en tela de juicio sus métodos de crianza y educación, que no se rigen bajo los mismos parámetros y valores, por factores como su estilo de vida, condición socioeconómica y hasta relación y dinámica en su círculo familiar.

Penelope insiste en hablar con ambos adolescentes sobre las consecuencias de sus acciones, sobre responsabilidad y buena conducta, de ahí que demande un castigo para Zachary, apelando a la moral y anhelando un verdadero arrepentimiento de parte del otro chico; algo que, sin embargo, no puede exigir ni obligar toda vez que corresponde a cada unidad familiar determinar las medidas disciplinarias u orientadoras para la educación de su propio hijo. Así, aunque su proceder parece estar sustentado en ideas propositivas de enseñanza y educación: educar y disciplinar a un menor de edad en cuestiones éticas sobre acciones-consecuencias, la actitud de Penelope termina por ser percibida como invasiva y controladora hacia los padres del chico, de forma que Nancy reacciona reacia y Alan desafiante, al sentir que la mujer se entromete en sus asuntos personales y descalifica su posición de padres.

Nancy a su vez, parece más angustiada por las apariencias de las cosas que por la evaluación moral y disciplinaria de la situación, pero su actitud tiene un trasfondo más grave, ya que no si no acepta receptiva que alguien ajeno sugiera cómo educar o tratar a su hijo -un consejo no solicitado en efecto-, es porque se siente responsable, sola y agobiada, dado que recae sobre sus hombros todo el peso de la situación; de lo que se queja ella misma más tarde, al revelar que Alan, su pareja, no está muy inmerso en la educación de Zachary, ya que dedica todo su tiempo y atención a sus negocios, poniendo siempre su trabajo por sobre su familia. Esta situación a ella realmente la afecta y reciente, por lo que, eventualmente, en la discusión, reclama.

Alan, confrontativo y osado, más bien descarado y grosero, prefiere quitarle seriedad al asunto pues lo asume, tanto el golpe como la presunta enemistad entre sus hijos, como algo natural y propio de su edad, a lo que no debe ponérsele más atención; algo trivial en donde no hay maldad de fondo (aunque la acción violenta de su hijo -ya no reflexiona él-, sí tenga consecuencias negativas a largo plazo). Y Michael, desenfadado e impasible, acostumbrado a no involucrarse para así evitar compromiso y responsabilidad, eventualmente protesta que se le pida tomar partido -incluso omitiendo que es su deber de padre-, pues, en su opinión, es un asunto que se debería resolver en privado.

No pasa mucho tiempo para que las cuatro personalidades se confronten, se cuestionen y los modales educados y corteses terminen más bien por sacarlos a todos de sus casillas. Penelope, defensora del diálogo como forma de progreso y vía para lograr un acuerdo, termina por olvidar su intención colaborativa para intentar imponer sus propias ideas sobre los otros. Nancy se emborracha y pasa de ser reservada a dolosamente directa, agresiva. Michael deja de aparentar quedar bien con todos para obviar que prefiere asumir todo con ligereza, para no tener que pensar más en el asunto. Y Alan se muestra cada vez más cínico, asegurando que las personas son así, crueles y violentas, y abogando porque no deberían ser ellos quienes decidan qué es lo que tiene que pasar o cómo es que se debe resolver el conflicto (o falta de él) entre sus hijos.

Aunque la actitud desvergonzada de Alan le quita mérito a su argumento, en el fondo sus palabras tienen un punto importante de reflexión: los que han convertido lo sucedido en un problema son los padres, no sus hijos, debido a que están más interesados en encontrar a quién culpar que en hablar sobre lo realmente importante y asumir su papel como padres; se olvidan que están para instruir a sus hijos, orientarlos hacia la comprensión solidaria, a buscar acuerdos, diálogo y empatía, no a impulsar conductas agresivas e intolerantes.

Así como con Alan, la postura de cada padre tiene su grado de crítica reflexiva. Penelope cree en el bien común, el trabajo en equipo y la sanación comunitaria a través del crecimiento personal de todos, lo que es bastante positivo; el problema es que en lugar de exponer sus ideas de una manera convincente, parece que lo hace criticando al otro y descalificando todo aquello que ella personalmente desaprueba.

Nancy a su manera también actúa justificadamente según sus propios parámetros de vida, pues desea arreglar la situación tranquila y cordialmente, a fin de cubrir los cánones sociales, pero, por eso mismo, en el fondo sólo acepta que el análisis sea unidireccional, poniendo una barrera de auto-preservación, producto de una dinámica de ‘la ley del más fuerte’; situación en que, naturalmente, si ha de defender a alguien, ese alguien será a su hijo, crea o no que Zachary ha actuado equivocadamente al golpear a Ethan. Nancy hace lo que en su lugar haría cualquier madre, abogar por los suyos, poniéndolos primero y por encima de todo, rechazando cualquier crítica más por cuestión emocional que por razonamiento y valoración de los hechos.

Esto no va muy lejos de lo que Michael piensa, dice y hace: cubrir las apariencias de cordialidad y cortesía para sentirse bien con ellos mismos, porque en el fondo, para él, eso es lo que la reunión de padres representa, una mera formalidad para aparentar ser bien educados y dar por concluido el asunto; no obstante, su coloquial forma de expresión es más burlona que seria, más de crítica que de aceptación, por lo que sus palabras y su actitud parecen más un ataque que una observación constructiva.

¿Qué actitud debe tomar un padre, no sólo en cuanto a la educación moral de sus hijos en un escenario como éste, sino respecto al compromiso cívico y social que tienen con su entorno? ¿Hace mal o bien Penelope al solicitar hablar con ambos padres e hijos sobre el tema de la violencia? ¿Y qué tanto cruza la línea del respeto y termina por entrometerse en asuntos privados que no le corresponden? ¿Puede Zachary estar verdaderamente arrepentido y/o entender lo incorrecto de sus acciones, haya o no un pacto de trato informal entre él y Ethan, cuando su padre es ejemplo de indiferencia y descaro (Alan está envuelto en una demanda contra una farmacéutica que niega los documentados efectos secundarios negativos de uno de sus productos, que para contrarrestar, Alan sugiere negar y ocultar)?

La caótica velada toma su giro más adverso cuando ambas parejas comienzan a opinar y descalificar no sólo cómo los otros padres educan a sus hijos, sino también su vida personal: quiénes son, a qué se dedican, en qué creen, por qué actúan como lo hacen y qué tanto ‘parece comprometidos’ con la reunión. O lo que es lo mismo, meterse en la vida privada de alguien ajeno, algo que por instinto cualquiera sentiría como un ataque destructivo, malsano y cruel, pues cada quien tiene sus propios problemas, obligaciones, preocupaciones e historias de vida, que ninguno por instinto propio está dispuesto a dejar expuesto.

En el fondo, todos se molestan porque el otro (su pareja), como los otros (la otra pareja), no piensan lo mismo que ellos (en ese constante deseo del individuo de tener siempre la razón, sentirse superior, validado y satisfecho consigo mismo); pero además, porque sus palabras, cualesquiera que sean, son tomadas como ofensa hiriente, no importa si se trata de un juicio analítico, o de un simple malentendido por palabras mal expresadas. En buena medida porque es inevitable para ellos no tomarlo como asunto personal, en especial cuando la crítica viene de alguien que no los conoce en realidad y a veces juzga sin argumento. Lo importante entonces es: ¿cuál es la intención de las palabras de cada uno de estos cuatro personajes? ¿Entender, convencer y enmendar?; ¿concordar o disentir?

Todos ‘se llevan bien’ mientras la plática sea superficial, alrededor de la banalidad y la formalidad que aqueja la reunión, pero en cuanto hay que compartir puntos de vistas, llegar a acuerdos y encontrar el balance, cada quien actúa a la defensiva; en parte como escudo protector, en parte por ego, dejado ver que esa civilidad es más superficial que honesta. Así, la palabra honesta fácilmente es percibida como agresiva y el intento de reconciliación como ataque, al grado que se confunde y difumina con la razón que los reúne, de manera que el diálogo nunca da pie al aprendizaje, sólo a la apariencia de cordialidad y razonamiento. Sin sustento de juicio ni persuasión, las palabras caen en efecto vacías, poco convincentes, intrascendentes e insustanciales, llevando a una atropellada conversación donde no se debate, sino más bien se discute objetando y contradiciendo, más que opinando.

En la comunicación, la socialización y la convivencia importa no sólo lo que se dice, sino cómo y cuándo se dice. ¿Están los padres reunidos ahí para cumplir con la fachada de responsabilidad o acuden para de verdad resolver la situación? ¿Están ahí para limar la aparente enemistad que creen existe entre sus hijos, o sólo aceptan reunirse para juzgar y reprobar a los otros? Y los directamente involucrados en el incidente, ¿por qué no son convocados? ¿Se trata de analizar un aparente conflicto entre adolescentes o más bien se pretende, por cada parte, expresar su opinión prejuiciosa sobre la otra familia? Difícil alcanzar comunicación y acuerdos cuando el conflicto se aborda con intención autoritaria y sin capacidad para escuchar.

Alan habla del caos, del salvajismo como la respuesta natural de cualquier persona para defenderse; el problema social en todo caso es hacerlo dañando a los otros, al mismo colectivo. Su crítica a ‘pensar demasiado’ las cosas habla de un desinterés, casi desprecio, por aprender del otro, pero la necedad de que la otra persona se ajuste a lo que uno quiere, tampoco habla de tolerancia. La cosa es, si cuatro personas ‘civilizadas’ (profesionistas, padres de familia y ciudadanos con responsabilidades) son empujadas al extremo hasta perder el civismo, por circunstancias y vicisitudes cotidianas de la vida, ¿esto significa que el hombre es en efecto ‘salvaje’ por naturaleza?; quizá no en el sentido de primitivo o no educado, sino de impulsivo, apasionado y emocional, y por eso irracional.

¿Es que el orden siempre necesita del caos para funcionar? Si la civilidad y/o los buenos modales penden de las circunstancias, ¿dónde queda la educación, la comprensión y en general los valores humanos? ¿Dónde termina la lógica racional y se convierte en una reacción meramente emocional provocadora de conflictos? O en todo caso, ¿cómo equilibrar ambas, si cada individuo es en su esencia las dos cosas? ¿Es el ser humano contradictorio en sí mismo? En algunas ocasiones, como aquí, tanta pretensión de orden lleva al caos, y en otras, como con los hijos de estas parejas -que al final de la película se les ve conviviendo en armonía-, el conflicto puede dar pie al orden; las consecuencias, no obstante, como también aquí puede verse, son siempre impredecibles.

Ficha técnica: ¿Sabes quién viene? - Carnage

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