La adolescencia es una etapa de crecimiento y maduración, en que el joven busca su identidad e individualidad, a través de experiencias y vivencias que le den un panorama amplio y diverso sobre sus metas, perspectivas y anhelos; en corto, su presente y futuro, el cómo convergen y hacia dónde se dirigen. Es la búsqueda de sí mismo, en el mundo inmenso en que se encuentra navegando al parecer en solitario.
Por ello mismo es también una etapa de incertidumbre, de ensayo y error, de caídas y desaciertos; importantes porque las personas son sus decisiones y en ellas, sus actos marcan su camino. La vida es lo que es, no hay más ni menos, sólo aquello que se elige, hace y decide, con sus consecuencias y la responsabilidad que debe haber en nuestros actos.
Es normal que se le tema a la incertidumbre, pues se acompaña de la duda e irresolución, lo que trae consigo vacilación, tropiezos, titubeo e inseguridad. Más cuando no se ha aprendido a analizar, valorar y comprender los sucesos en que nos involucramos, ni a comunicarnos y entender las razones, motivos y deseos de las personas con quienes tratamos. En la adolescencia, no obstante, esa misma angustia existencial y curiosidad por saber y experimentar se convierte en la fuerza necesaria para aprender de maduración y crecimiento. De ello habla la cinta Espontánea (EUA, 2020), una historia que combina el humor negro con la fantasía para ahondar metafóricamente en estos temas que aquejan al adolescente inquieto, inseguro y dubitativo, especialmente respecto a su propio futuro.
La película está escrita y dirigida por Brian Duffield, basándose en la novela literaria homónima de Aaron Starmer; es protagonizada por Katherine Langford, Charlie Plummer, Hayley Law, Piper Perabo, Rob Huebel e Yvonne Orji. Se desarrolla en un pequeño pueblo de Estados Unidos en donde los adolescentes de último año de preparatoria comienzan inexplicablemente a explotar, literalmente, espontáneamente.
Luego del primer caso, las autoridades ponen en cuarentena a la ciudad y proceden a investigar médicamente el asunto, sin encontrar una explicación lógica. Ante esta situación, que parece enfatizar aquella reflexión que dice ‘vive el presente porque después no habrá un mañana’, Dylan decide confesarle a Mara, su compañera de escuela, que está enamorado de ella.
La idea reflexiva es básica y sencilla: vive cada momento al máximo porque cualquier instante podría ser el último de tu propia existencia <o del otro, del que está a tu lado>, pero enfatizada, para llevarla al extremo, por el género de la fantasía. Para estos chicos escolares la lección es concreta, no saben en qué momento podrían ser ellos o cualquiera de sus compañeros quienes exploten. Con ello en mente, el énfasis del dicho cobra fuerza: vive en el presente y disfrútalo, porque nunca sabrás cuál de estos instantes es el último.
La cinta lleva más allá el análisis y la premisa, convirtiendo al concepto en sí en una metáfora sobre la incertidumbre que vive el adolescente durante la etapa de formación propia de su edad. Los jóvenes buscan experiencias y necesitan arriesgarse a explorar su propio camino, cometer sus propios errores; sólo entonces podrán crecer, aprender, madurar y, por ende, evolucionar.
De eso se trata: madurar, del miedo al qué pasará si; el problema es si el miedo a perderse las experiencias de vida los paraliza, creyendo que tienen que vivir todo, o de todo, para poder entender al mundo, o para ser valorados. Esto los puede hacer dudar de sus capacidades y fortalezas, de forma que lo importante es entender que esa incertidumbre es irremediable y necesaria; sana, si se afronta con decisión, pero además, inagotable, porque nunca se va; vivimos siempre en cambio constante, inmersos en caos e incertidumbres: Sólo en las caídas las personas pueden aprender de sus errores; pero sin ellas, ¿qué pueden realmente aprender de sí mismos?
Esto es particularmente relevante cuando se habla de personas sobreprotegidas, de jóvenes a los que sus padres quieren mantener tan a salvo, pero que en ello limitan su desarrollo. Jóvenes a quienes sus tutores, o el gobierno, o las autoridades, o sus maestros, escuelas y entorno, quieren colocar en una burbuja de cristal.
Para Mara, Dylan y el resto de sus compañeros, esto sucede muy simbólicamente cuando, sin saber qué es lo que está sucediendo, sin conocer si las explosiones suceden porque se trata de un virus, de una enfermedad contagiosa de transmisión directa, o un acto aleatorio de violencia terrorista (todas metáforas que aplican a la premisa de la historia, que deja vaga su explicación precisamente para que se acomode a cualquiera de estos escenarios en contacto con la realidad actual del siglo XXI), todos los alumnos de último año son colocados dentro de una carpa médica separados de los demás lugareños, incluidos sus padres.
La escena sirve para varios propósitos narrativos pero también temáticos. ¿No intenta la sociedad misma aislar tanto a los jóvenes estudiantes de lo que no deben hacer, que esto mismo no les permite experimentar y crecer y, por el contrario, les crea todavía más angustia al tiempo que atropella su evolución?
Cómo ayudar a convertirlos en adultos responsables, socialmente conscientes y maduros, si la presión sobre ellos es constante, recalcando lo que deben hacer pero también lo que no deberían, lo que pueden y no pueden, lo que se espera de ellos y/o el camino predeterminado que sus tutores quieren que sigan, sin siquiera permitirles trazarse su propio destino. La sociedad establece moldes y estereotipos sobre lo que se considera adecuado en la conducta adolescente y sobre el camino que deben seguir para convertirse en ciudadanos “modelo”, todo sin tomar en cuenta los anhelos y temores de los mismos jóvenes. No es raro entonces que innumerables adolescentes se sientan a punto de estallar en contra del mismo sistema social.
Llegará un punto de ebullición en que esta presión constante les haga explotar, que en la película sucede muy literalmente. En la cinta, pese a las explosiones inexplicables, se les pide a los chicos continuar con su vida, con sus estudios, responsabilidades y cotidianidad. La realidad es así, se les dice, que la vida es así y no se detiene porque algo salga mal o sea difícil. La presión social no cede, los males del mundo no desaparecen y la sensación de incomprensión que sienten los jóvenes sólo puede ser enfrentada por su propia capacidad de crecimiento: pidiendo ayuda, aprendiendo a controlar sus emociones, descubriendo su autosuficiencia e identidad; en esencia, viviendo.
La respuesta es la guía, recalcando una lección importante: las cosas suceden porque tienen que suceder y hay fenómenos naturales y sociales ajenos a nuestra voluntad personal. No hay incorrectos sólo decisiones, que hay que asumir como propias, con todo y sus consecuencias. No hay una fórmula para el éxito, pero no hay tampoco una guía de direcciones que indiquen qué hacer o no hacer para topar o no con el fracaso. A veces hay momentos buenos y a veces hay momentos malos; y de esto trata la existencia humana, de los altibajos y la superación de obstáculos.
Es posible que se presiona tanto al joven por cargar sobre sus hombros el futuro de su sociedad, que se olvida dimensionarles que cualquier cosa que decidan es suya, y deben responder con responsabilidad, no con un sentimiento de culpa, remordimiento o arrepentimiento (como sucede con estos chicos una vez que todos sienten que son la razón por la que suceden las explosiones espontáneas), sino con madurez, soluciones y asertividad.
Los padres podrán querer lo mejor para sus hijos pero no pueden hacer las cosas por ellos. Y en general, cada persona siempre quiere lo mejor para sí, alegrías, triunfos y éxitos, pero cómo entender un logro si no se ha vivido primero un fracaso. Cómo crecer si no se vive. Cómo madurar si no se enfrenta esa incertidumbre que representa el paso de la adolescencia a la vida adulta.
De alguna forma, es por ello que este extraño fenómeno inexplicable afecta sólo a los estudiantes de último año de la escuela, aquellos a punto de levantar el vuelo, de convertirse en adultos, de comenzar a trazar su camino a futuro solos, alejados de las decisiones con salvavidas que vienen inmersas en sus padres y tutores, que hasta entonces eligen por ellos la mayoría de las cosas más trascendentales. Lo lamentable sería que en el proceso los jóvenes sean educados en la incapacidad para pensar y decidir.
El fenómeno dentro de la cinta no tiene explicación, dejando ver que la vida es así, que hay hechos inexplicables, que no hay punto en el que todo se arregle y sea ‘perfecto’. Cada momento puede ser el último, sí, siempre, pero eso no significa vivir cada momento en la irresponsabilidad, al contrario, significa vivirlo responsablemente y en plenitud; esforzándose por lo mejor, afrontando lo peor.
“Siento que estoy asustada todo el tiempo. A veces desearía morir para que todo se acabara”, le confía Mara a la madre de Dylan, externando la presión que siente por ese miedo a, precisamente, vivir, a equivocarse, a levantarse e incluso reír cuando es momento de ser feliz, porque la culpa por todo lo demás que no es así la siente propia. “Así es como se siente la vida a veces”, responde la otra mujer, enfatizando aquella reflexión que dice que la vida no es perfecta, pero en eso radica su esplendor, en los altibajos, porque no todo puede ser alegre; la vida también tiene sus momentos difíciles y duros que harán sentir como si todo se derrumbara, pero no. Y ese sentimiento no es algo que sólo viva Mara, o los adolescentes, sino todas las personas de todo el mundo en algún punto de su vida.
“Es sólo la vida”, dice la madre de Dylan a Mara cuando ella pregunta por qué está sucediendo lo que está sucediendo; en la historia, las explosiones de los adolescentes, pero en la reflexión metafórica, hablando de querer encontrarle un por qué a todas las cosas que suceden en este mundo, sean buenas, malas, alegres, tristes o de cualquier naturaleza.
Los adultos buscan explicaciones, pero no siempre las tienen y esa es la realidad de la adultez. Los adolescentes viven el reto de ser espontáneos con responsabilidad, un oxímoron quizá, porque esa espontaneidad puede resultar en mil cosas; haciendo con ello relación directa al título y a la premisa de la historia, que, finalmente, lo que busca es captar reflexivamente la realidad de la angustia adolescente, necesaria, imposible de esquivar y esencial para madurar.
Específicamente, habla de la explosión interna, la combustión espontánea, refiriéndose a los sentimientos de los adolescentes, que pueden vivir cada momento a flor de piel porque están aprendiendo a entender su identidad y su entorno. Esto impacta en sus anhelos, relaciones interpersonales, dinámica familiar y social y, sin duda, enamoramiento, como se aprecia en la película al centrar la narrativa en la dinámica afectiva que crece entre Mara y Dylan, e incluso la dinámica de amistad entre Mara y su mejor amiga, Tess, con quien comparte, empatiza, conecta y en quien se apoya, por el mutuo respeto y solidaridad, que no significa que sean iguales en todo, tengan las mismas metas o los mismo sueños, algo que ambas deben aprender también a respetar.
Tess también tiene dudas y temores, como Dylan, como Mara y como el resto de sus compañeros. Se guía tomando en cuenta lo que dicen sus padres, maestros, figuras de autoridad y personas expertas, lo que no significa que esta sabiduría a su alrededor responda a todas sus preguntas, porque al final hay cosas que sólo Tess puede responder para sí misma, pues es ella quien vive su propia vida y no puede decidir en función de nadie, ni siquiera de Mara, por mucho que sienta un lazo especial fraternal hacia alguien con quien conecta y aprecia.
Cada persona es diferente, cada joven, cada mente y cada idea; eso no va a cambiar. Si la existencia es efímera y las responsabilidades que conlleva la vida adulta siempre existirán, parece mejor vivir la vida con la frente en alto que dejar pasar oportunidades por el miedo a lo que venga por delante, reflexiona la cinta; porque las expectativas siempre se enfrentarán a la realidad y la realidad siempre será incierta.
Ficha técnica: Spontaneous - Espontánea