Las redes sociales fungen primariamente como una forma de expresión y comunicación cuyo fin sería el de ‘conectar’ a las personas, acercar el trato diario para ampliar el margen de las relaciones humanas, una vez que la gente comparte, reflexiona y exterioriza todo aquello que siente, piensa, opina o vive. Idealmente, esto debería llevar al diálogo, a la convivencia sana, a incrementar la cantidad y la calidad de comunicación interpersonal, incluso cuando sucede a distancia, pues la carga de información revela quién es cada individuo y cuál es la realidad de su mundo, lo que abriría paso a la conectividad, a la empatía, al intercambio de experiencias en beneficio mutuo.
Sin embargo, las redes sociales no son forzosamente una extensión de cada persona, en función de los filtros, literales y metafóricos, que resultan en falsedades, banalidad y la transacción efímera. Lo que no quiere decir que todo el contenido que hay en línea sea inexacto, fingido o engañoso, sino que a veces lo es y, en otras ocasiones, para algunas personas, la pantalla es la careta perfecta para el engaño y el fraude, o trampolín para la fama pasajera que promueve ese vistoso artificio por sobre la realidad misma, porque es más inmediato, fácil de digerir y/o tan falto de sustancia, que no requiere más que del mínimo de atención y consciencia.
¿Por qué es tan grande la fijación por la fama superflua? ¿Por qué se vuelve una obsesión la presencia digital influyente y constante? ¿Y por qué es tan fácil creer en lo que se dice en las plataformas digitales? La tecnología digital es hoy el gran educador y el mayor seductor, que guían la conducta de millones de personas. ¿Por qué? ¿Por qué las emociones son manipuladas por las grandes empresas que controlan el mundo de la información?
No debería tener sentido, cuando la voz de toda esa gente y de muchos otros más con reflexiones igual de válidas, están ahí afuera, en el mundo real. Entonces, ¿cuál es el atractivo de esta realidad virtual y la huella cibernética? Que es pasajera, que no es verdadera, que puede ser anónima o que promete una fama traducida en reconocimiento (aunque no forzosamente valoración) que da la sensación de seguridad y realización. Somos tan inseguros y necesitamos siempre de alguien o algo que respalde nuestras creencias y decisiones, que hemos generado socialmente un culto a las redes sociales, como fuente de saber, como santuario donde podemos adorar a quien quiera que consideremos digno de adoración y en donde formamos sectas con nuestros afines. ¿Cómo lograr un consumo sano y objetivo del contenido electrónico, si la invasiva información en línea fluye con tal constancia que su solución para el posicionamiento recae en el contenido de escándalo, espectáculo amarillista o la explotación de las personas y su imagen?
Las reflexiones son parte del sustento crítico sobre el que se construye la película Falsa Influencer (EUA, 2022), escrita y dirigida por Quinn Shephard y protagonizada por Zoey Deutch, Mia Isaac, Nadia Alexander, Dylan O'Brien y Embeth Davidtz. La historia sigue a Danni Sanders, una joven que trabaja como editora de fotografías en un sitio web, pero que anhela ser escritora y periodista, sin embargo, no tiene ni el tacto para expresarse ni para conectar con las personas, ni la habilidad de introspección, pues su motivación no es compartir, ni desarrollarse, ni difundir un mensaje significativo con lo que comparta, sino centrar la atención en su persona y exponerla a las masas, a fin de ganar fama y reconocimiento, que alimente su ego narcisista.
Sin tampoco amigos, tacto de convivencia social o suficiente empatía para con la gente a su alrededor, pero queriendo impresionar a un compañero de trabajo que tiene miles de seguidores en redes sociales, Danni miente que irá a un retiro de escritores en París. No puede, sin embargo, pagarse el viaje y además el dichoso retiro tampoco existe, así que se le hace fácil recurrir a la mentira y apelar al engaño a través de la careta digital, a través de filtros muy literales y con una edición astuta de fotografías que hagan aparentar que está de viaje, cuando en realidad sigue instalada cómodamente en la sala de su departamento.
Lo que comienza como un engaño aparentemente inofensivo, aunque cargado de falta de ética, porque en concreto finge algo que no es verdad, de repente escala en complejidad y riesgo, cuando en París hay un atentado terrorista. Danni no se atreve a revelar la verdad, por miedo al rechazo o a la humillación, y ante el temor de hacer evidente la falsedad y recibir críticas por albergar una mentira fatua.
Plantada en su vanidad y queriendo continuar con las atenciones, la mentira escala hasta que ella misma comienza a creérsela; Danni aprovecha la ocasión para beneficiarse de la percepción social que la pinta como víctima, como sobreviviente de un atentado. No sólo no se atreve a revelar que inventó todo, que nunca viajó a Francia y que compartió en redes fotografías falsas, sino que incluso comienza crecer la mentira misma, asegurando que fue testigo de la explosión de la bomba colocada en un sitio turístico de Francia.
Sus palabras no pueden comprobarse y sólo queda creer en su sentido moral. Por qué dudar de su palabra, es la lógica de aquellos a su alrededor. La cuestión es, por qué no. No habría motivo para descalificarla sin pruebas pero, a partir de ello mismo, tampoco hay forma de estar seguros, ciega e ignorantemente, de que sí, de que estuvo y fue testigo del atentado. Ello se hace aún más simbólico cuando Danni usa su falsa experiencia como palanca de manipulación para conseguir la oportunidad de escribir en la empresa para la que trabaja un artículo sobre lo que, dice, vivió.
Es entonces que Danni ve las condiciones para sacar provecho en su beneficio y procede en forma oportunista, motivada por la ambición y una necesidad de realización que llene el vacío que siente en su vida, pero se niega a aceptar. Se une así a un grupo de apoyo para sobrevivientes de situaciones de vida o muerte y hace suyas sus experiencias, plagiando la voz y vivencia de otros para hacerlas pasar como propias.
Entre estas personas está Rowan, una adolescente sobreviviente a un tiroteo escolar, en el que falleció su hermana, convertida ahora en activista, quien busca crear consciencia respecto al uso, compra y venta de armas de fuego en Estados Unidos. Su causa es justa y su labor se sostiene por valores como la solidaridad y la empatía, de forma que su disponibilidad y convicción moral la animan para acercarse a Danni con fraternidad, sin siquiera percatarse que la otra está a punto de aprovecharse de ella y de su bondad.
Creyendo que la historia de Danni es cierta, primariamente porque, dada su experiencia, sus palabras tocan fibras emocionales muy cercanas a ella, Rowan comparte con la otra un mensaje importante con reflexión social: ‘está bien no estar bien’, en el sentido de que, a veces, las cosas no siempre salen como se espera; la vida no es perfecta, las tragedias existen y los sinsabores y altibajos de la vida son inevitables y si eso duele o cuesta trabajo enfrentar, es normal; no es malo, es humano.
Danni, sin embargo, aprovecha estas palabras y se las adjudica, colocándolas en su artículo y publicándolo; se convierte así en una sensación en redes y en la opinión pública, porque habla con un mensaje que conecta con la gente, que, no obstante, no es suyo.
Su plataforma además, marcada por la fama mediática y digital que se ha cimentado y crecido a partir de su falsa historia de supervivencia, que la apunta como víctima, la ha posicionado también en la opinión pública como un líder, dando así más proyección a su figura, si bien no forzosamente a sus ideas. Este es el caso de muchas figuras mediáticas y populares de la actualidad, son famosas por ser famosas, no siempre porque su mensaje tenga algo que aportar a sus similares.
El problema es que Danni alimenta y hace crecer su figura y la percepción social de aceptación de su persona, con mentiras y falsedades. Ella no es lo que la gente cree, no vivió lo que la gente piensa que vivió, ni profesa aquel mensaje de análisis social tan importante como parece que hace; de nuevo, porque no es suyo, porque no cree en él, sino sólo replica. Su presencia en redes es más irreal que realidad, pero la gente no lo ve, porque elige creer esa irrealidad tan convincente, polémica, escandalosa y amarillista, que alimenta y nutre su propia curiosidad y morbo. La mentira como fácil camino a la popularidad y la popularidad que se consigue por ‘no hacer nada’ como camino hacia la fama y el prestigio; que es casi por definición, aceptación, aplauso y admiración, si bien no liderazgo. El influencer es una persona que destaca en una red social por su poder de influencia sobre otros. Influir es la palabra clave, pues significa tener un efecto sobre otros, que puede ser positivo o negativo y, por ende, no es sinónimo de ejemplo a seguir.
Danni anhela eso, influir, pero no sabe ni siquiera por qué. Validación, inseguridad, baja autoestima, necesidad de aceptación, narcisismo, competitividad, soledad; cualquiera de estas opciones es posible y la reflexión viene de cuestionar no sólo que ella crea que los aplausos son la ‘solución’ a su existencia, sino cómo es que se da esta dinámica. Cómo es que la sociedad afronta y analiza esta realidad, la del influencer, y qué herramientas está dando al mundo, a estas personas, para lograr ese posicionamiento en el colectivo.
Si Danni ve tan sencillo e impersonal apegarse a su mentira y sostenerse de la fama efímera y banal, porque ello parece ‘inofensivo’ y le beneficia, pero no es capaz de ver la falta de ética y moral, mucho tiene que ver con los valores sociales que se profesan a su alrededor. Las herramientas están ahí, las redes sociales están ahí, los programas de edición de fotografías, la ceguera entre la comunidad que prefiere no cuestionar y la masa que sigue por inercia las cosas. Las personas deberían hacer un uso responsable de las redes, sí, pero a las personas también hay que enseñarles primero a hacer un uso responsable, educando con inteligencia y pensamiento crítico.
El problema realmente grande es que la mentira de Danni calla una voz más importante, la de Rowan, quien luego es cuestionada, minimizada y callada. Una vez que se revela la verdad, el mundo se torna en contra de Danni, la convierte en el enemigo, la descalifica y la tacha de ‘persona no grata’, pero, ¿no valdría más escucharla y ayudarla? No para justificar sus acciones, sino para evitar caer en lo mismo que propició que ella hiciera lo que hizo, u otras personas lo hagan en el futuro. Primero haría falta enseñar a sopesar las consecuencias de las acciones, especialmente porque para personas como Danni, ‘fama es fama’, venga de algo bueno, triunfos y alegrías, o no; miseria y tristeza, da igual, todo se explota en las redes por igual y sin límites. ¿Cómo entender que el daño carga con una negatividad general que deteriora la convivencia social?
La facilidad con que la sociedad acepta y luego da la espalda a Danni también dice mucho del contexto. Es muy fácil crear héroes y villanos (especialmente, a partir de figuras públicas que no forzosamente hacen o dejan de hacer algo para ganarse un título o mote así). Es muy fácil acusar y es muy sencillo transmitir historias falsas, cuando la gente no está acostumbrada a analizar las cosas, cuando las redes sociales no se usan con responsabilidad y juicio, porque las personas en sí no saben lo que esto significa o no se les educa para hacerlo, ya que en ocasiones las reglas, los reglamentos, son difusos, cambiantes, imprácticos, incorrectos o maleables.
Cuando Danni se hace pasar por una víctima de trauma, sin serlo, no reconoce ni valora lo que esto significa, sino que pisotea a quienes sí han vivido situaciones así. Sacar provecho de las tragedias es una realidad, de paso, no ajena al mundo real. Y es entonces que como consecuencia la percepción social que se crea es de que todo está mal, de que todo es negativo, de que nadie es auténtico, de que la mentira y la falsedad valen el riesgo, si lo que se gana es un momento de fama y gloria, o de que los problemas del mundo no importan, porque ‘son de otros y están lejos’. Rowan es una persona real, que ha sufrido un trauma evidente que la daña; las redes sociales a veces deshumanizan y esto es justo lo que Danni provoca cuando se adueña de una historia que no es suya.
“No sé si alguna vez me gusté”, reflexiona Danni hacia el final del relato y ese es el punto central de todo; la gente a su alrededor era un artificio, porque nunca valoró el entorno, ya que nunca se valoró ella misma. Pero cómo hacerlo si lo que su mundo le enseña es eso, el video viral construido en la humillación, la explotación del ser, su persona y su privacidad o el amarillismo que señala, monetiza o ridiculiza la tragedia de otros. Si lo superficial, intrascendente y trivial, es lo que llama a las masas, ¿cómo autodefinirse y encontrar identidad en un mundo así? No es imposible, pero no es sencillo tampoco.
“Si no estás bien, está bien. Eso aconsejé. Seis palabras salidas de mi boca y de las que te apropiaste. No estoy bien. Frase con la que una nación se identificó… No, una generación que teme despertar en su nación, decidida a su inevitable extinción. Hábil jugada usar ese miedo como cebo de clics. Pero, Dios, estoy tan acostumbrada a que me roben, que cuando leí mis palabras en tu voz, las compartí. Aplaudí mientras hacías alarde. Te di una plataforma que a la cima te llevó. Parar, ¿jamás se te ocurrió? Al mirar los cuerpos que como utilería usaste, al mirarme a los ojos, ¿sólo veías otra voz de la que apropiarte? […] ¿Por qué leemos historias como la tuya cada dos noches? ¿Por qué la gente como tú sale en Netflix y Hulu y a la gente como yo le dicen que espere sentada el cambio?”, es parte del extracto con que cierra la película; mensaje de Rowan a través de una poesía oral dirigido a Danni, y, en esencia, a todas las ‘Dannis’ del mundo.
Ficha técnica: Falsa influencer - Not Okay