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Guerra de Likes

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Las redes sociales son un espacio virtual en el que las personas se conectan a través de internet para compartir ideas, pensamientos, sentimientos, reflexiones y toda otra forma de expresión de su persona. Lo que se busca es que en la interacción y comunicación entre usuarios, esto los acerque de manera sencilla y en contacto ‘directo’.

El problema es que esa información que se comparte no siempre es fidedigna y no siempre hay manera de comprobarla, o interés, en mucho porque a veces la realidad inventada es más convincente y conveniente que la verdad misma. ¿Es aquello que se publica en internet, verdadero reflejo del mundo y de las personas? ¿No es la red misma ya un filtro que distorsiona la realidad? Un grave problema es que el “perfil”, la máscara que se proyecta en las redes, en ocasiones es un escudo para enfrentar al mundo, o simples reflejos de algo que se anhela ser pero que no somos capaces de concretarlo. La máscara, el disfraz, han sido utilizados a lo largo de la historia para engañar, manipular, para otorgar poder (magos y sacerdotes), o simplemente para desinhibir a quien la porta (en los carnavales por ejemplo). De tal manera que la imagen proyectada en redes puede ser sólo anhelo de exhibicionismo, de popularidad, para ser percibido y deseado de cierta manera.

En la película Guerra de Likes (México, 2021), estas reflexiones se exploran por medio de un par de personajes forzados a cuestionarse si su yo virtual, su presencia en redes sociales, empata con quiénes son en realidad e incluso con lo que lo que quieren ser y proyectar, además de cómo es que ésta presencia en redes puede convertirse en una obsesión tan absorbente que guíe su vida y sus decisiones. En el fondo la película pone en la mesa de discusión el tema del mundo que se ha ido conformando a partir del surgimiento de internet, con sus implicaciones en cuanto a conceptos como “amistad”, “intimidad”, “contactos”, “privacidad”, “autenticidad”, “democracia”, “imagen”, “arte”, y “espectáculo”, entre los más significativos.

En la historia, Raquel y Cecy son dos mujeres con mentalidades completamente opuestas en cuanto al uso de las redes sociales. La primera, empleada de una empresa publicista, piensa que la presencia ‘online’ no es más que una red diseñada para atraer y atrapar personas a través de máscaras y poses, dado que, considera, lo que se comparte en internet es pura frivolidad y banalidad, no más que la versión modificada y estilizada del verdadero yo de las personas, para ser más atractivos y convincentes, lo que significa que esconden su esencia real al mundo. Es medir el valor de las personas por su popularidad, por la cantidad de respuestas que provoca, los famosos “likes”, o ‘me gusta’.

Por otra parte, Cecy, amiga de la infancia de Raquel, es una influencer adicta a compartirlo todo en redes sociales, pasando por una edición que resalte todo lo que parece perfecto en su vida y esconda lo que no. Su esposo y su hija adolescente no coinciden con una vida así, compartida todo el tiempo con gente que no conocen, e insisten que Cecy no tiene tanto amigas como sí “seguidores”, que no es lo mismo, porque una cosa es que haya alguien que la conozca a fondo, la entienda y en quien confíe; y otra es que la gente se acerque a ella por interés en la popularidad y el posicionamiento social inmerso en este estatus digital.

En el fondo Cecy vive más preocupada por las apariencias que por la vida tal como es, creyendo que tener seguidores es sinónimo de aceptación, pero enterrando en el proceso su verdadera persona, lo que realmente siente, piensa, quiere y disfruta de la vida, por miedo al rechazo. Esta dinámica en la que está más preocupada en la opinión colectiva hacia su persona que en la suya misma, incluso, ya está afectado su relación con su círculo familiar directo, que buena razón tienen en estar hartos de vivir así, a través de un filtro, simbólico y literal, donde lo importante parece, no es precisamente ser feliz, sino al menos aparentar serlo.

Cuando a Raquel le piden en el trabajo un nuevo requisito: crecer su presencia en redes sociales, porque en la publicidad la imagen pública lo es prácticamente todo y entre más seguidores y más presencia, más influencia en la opinión colectiva y en el posicionamiento de productos y clientes, la joven termina por contactar a su ex amiga del bachillerato, en busca de aquella ‘popularidad por asociación’: si consigue una fotografía con Cecy, muchos de los seguidores en redes de la otra comenzarán a seguirla a ella y así conseguirá la meta que su jefe le impuso para conservar su empleo.

La película parece mecánica y monótona, y de alguna manera lo es, porque la cinta construye en el estereotipo y el cliché, pero su idea de fondo no es equivocada: en la realidad rutinaria la popularidad y fama efímeras pretenden medir satisfacción y logros a través del renombre y la aceptación. También visto desde otro punto de vista, de lo que se habla aquí es de la necesidad de aceptación. Cecy quiere seguidores, para sentir en ello un respaldo que otorgue seguridad y confianza en su vida y sus decisiones. Raquel quiere destacar en su contexto, uno marcado por la ilusión y el privilegio, la mercadotecnia y el capital humano, que, en la era digital, se mueve casi infaliblemente a través de las redes.

Lo que motiva a cada personaje, sin embargo, es diferente. Cecy pretende una perfección irreal de todo en su vida, porque necesita de la aprobación de los otros para sentirse aceptada y validada, producto de una inseguridad en sí misma. Para lograrlo recurre, equivocadamente, a la exhibición de su vida privada, alimentando, tal vez sin saberlo, el morbo y la curiosidad del otro (quienquiera que este sea, al final un desconocido). En esencia ofrece su intimidad a cambio de popularidad y aceptación, alimentando la vulgarización de su vida. Un costo que en la vida real podría conducir a la destrucción de la autoestima; justo lo contrario de lo que se pretende.

Raquel, por su parte, también busca validación, pero a raíz de su realidad en la cultura social y laboral, que enaltece la banalidad del ser, más que sus capacidades. Ella cede a la presión social de su propio medio, marcado por la sensación de que una mayor presencia en redes siempre es mejor, porque es reflejo de éxito, como si la valía y mayor logro de alguien fuera exponer su persona lo más comercialmente posible, que es lo que sucede en esta dinámica de redes sociales, que se forjan de la explotación de la privacidad. En los hechos, ese permanente exhibirse, se manifiesta en mostrar sentimientos e intimidades al servicio del mercado, a su empleo para aumentar el consumo en las redes sociales, en donde el destino de una confesión pública lo determina la curiosidad y el morbo de los “seguidores”, de los “espectadores virtuales”.

Esto se alimenta a partir de una interpretación socialmente impuesta de lo que significa realización. La sensación de aceptación no es lo mismo que la aceptación en sí. Si el filtro y el anonimato esconden a la persona tal cual es, ¿qué es real y qué es ilusión? Pero, además, en la búsqueda de aceptación y reconocimiento, el individuo muestra, a la par de sus posibles virtudes y capacidades, también su ignorancia, su insignificancia, sus temores, su miseria vital, su abandono, sus necesidades, convirtiéndose en blanco fácil de la manipulación mediática, del control gubernamental y de la burla social. La intimidad es dejada al olvido, con sus consecuencias destructivas en la psique del ser.

Esto no significa que todo lo que se publica en redes es falso o que todo es falsedad en internet, sino que una vida virtual, no sustituye a la real. “Todos ven lo que aparentas. Pocos ven lo que eres”, dice Cecy al principio de la historia. Su error, no obstante, es no entender que ese mundo superficial lleno de privilegios, es también un mundo vacío si las conexiones con las que lo consigue son tan efímeras e insustanciales como la vida misma que promueve, llena de un glamour que, no es porque sea algo malo, sino que no le aporta nada a ella como persona, para desarrollarse y evolucionar, porque no es reflejo de su verdadera esencia, sino la que adopta para agradar. 

La hija y el esposo de Cecy le reclaman que está más interesada en sacar la fotografía ‘perfecta’ de su desayuno en familia, para publicarla y acumular clics de ‘me gusta’, que en vivir en sí el momento con ellos, degustando la comida, platicando de sus experiencias y escuchando al otro. De qué sirve ese clic, entonces, si no tiene un eco real en su vida, emociones, desarrollo y crecimiento. 

Raquel entiende esto, defiende la individualidad y rechaza el comportarse a partir de lo que opinen los demás, hasta que las atenciones y el prestigio comienzan a afectarla personalmente, en el sentido de obsesionarla con la imagen de perfección que promueve el mundo superficial en que se mueve. Aspirar a una identidad distinta, imaginar que somos más de lo que hemos vivido o tenemos, es una constante en el proceso de crecimiento individual; de hecho ayuda a establecer metas, pero vivir esa ilusión como real conduce a la frustración, a la pérdida de identidad.

¿Qué significa realmente para ambas mujeres tanta popularidad en redes, si pierden de vista quiénes son en el proceso? Tener más seguidores no las hará más felices, ni una vida aparentemente perfecta las hará más satisfechas con su realidad. Son las conexiones reales que entablan con personas que tienen algo que aportarles lo que puede realmente hacerlas crecer. Por el contrario, al hablar cada quien de sí mismas, de lo que hacen y piensan, al mostrar su vida íntima, en realidad alimentan los flujos de información que permiten al complejo mediático digital mejorar los mecanismos de vigilancia, control y manipulación para diseñar las estrategias de mercado que facilitan el consumo de bienes y servicios inútiles o superficiales; se vuelve cada usuario de internet en objeto del mercado y en una mercancía más del mismo.

La presencia obsesiva en redes lo que genera es competitividad, ambición y envidia; el anhelo por la atención, por la superficialidad del clic y la realidad pasada por tantos filtros que ya no se parece en nada al mundo en que cada quien vive, producto de una obsesión por un éxito que no sirve de nada si no tiene algún significado para el crecimiento personal y/o desarrollo emocional. 

El internet y las redes pueden terminar por convertir a las personas en productos, donde se venden ellas y en donde revestir es lo más comercialmente productivo. No es que no se pueda ser uno mismo, conectado con personas a través de la interacción, la comunicación y la convivencia; sólo hay que tener cuidado de no convertirse en una marca ‘que venda’, en lugar de ‘que conecte’, o lo que es lo mismo, en una etiqueta falsa que esconda la realidad tras una máscara que haga todo por acoplarse al estatus más aceptado, y por ende explotado. Las redes deben reflejar quién es la persona, no la persona moldearse a lo que quieren las redes.

Dirigida por María Ripoll a partir de un guión de  Jason Shuman y Eduardo Cisneros, e historia de Fax Bahr y Harry Dunn; la película está protagonizada por Ludwika Paleta, Regina Blandón, Manolo Cardona, Loreto Peralta, Michelle Rodríguez y Mauricio Barrientos; constituye un acercamiento ameno, divertido, a un tema de indiscutible actualidad, que requiere repensar el mundo mercantilizado en que vivimos, para revalorar conceptos tan significativos como el pudor, la libertad y la identidad personal.

Ficha técnica: Guerra de Likes

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