Si la vida son ciclos, las personas deben estar abiertas a aprender del pasado para reflexionar del presente y construir su futuro. Todo individuo es en esencia aquello que fue, pero también quién puede llegar a ser, algo que demanda introspección, autoaprendizaje, así como dejar de asumir las cosas por inercia o darlas por sentado, con el fin de evolucionar, de mejorar, o lo que es lo mismo, adaptarse y cambiar. Para María Enders, la protagonista de la película Las nubes de Sils Maria (Francia-Alemania-Suiza, 2014), esto sucede cuando alguien le propone trabajar en una nueva versión de la misma obra de teatro que la lanzó al estrellato, ‘La Serpiente de Maloja’, una historia sobre una ambiciosa joven, Sigrid, que se convierte en asistente personal de una heredera, Helena, a la que eventualmente empuja al suicidio.
María interpretó en su juventud el papel de Sigrid, con el que siempre se ha identificado; sin embargo, ahora, al llegar a la edad superior a los 40 años, la misma que el personaje de Helena, duda si este es el tipo de papel, y mujer, con el que quiere estar asociada, pues la asume como alguien débil y en declive, todo lo que no desea ser. Esto pone en perspectiva sus ideas sobre relevancia, autenticidad, éxito y realización ya que pese a su aparente estabilidad y éxito como actriz, se encuentra en medio de un divorcio, siendo su única compañía y apoyo su asistente personal, Valentine, quien la anima a ser audaz, a arriesgarse, artística y emocionalmente, por lo que el proyecto representa, en cuanto oportunidad para darle un giro a su vida y su carrera. No obstante para María es todo lo contrario, pues, más apegada al cine y el teatro clásico, detesta todo lo que es mediático y comercial.
La propuesta de trabajo la lleva además a plantearse la importancia, necesidad incluso, de reinventarse, ya sea en el terreno personal como en el profesional, camino a la consolidación en ambos ámbitos de su vida. María ya no es la misma profesionista y mujer que era antes; el medio no le ofrecerá los mismos papeles y proyectos que antaño, no sólo por su edad y su experiencia, sino por su posición crítica sobre el trabajo artístico que le corresponde. Si quiere permanecer relevante, tiene que abrirse a la realidad del cine y del teatro como industria, algo que demanda de ella la capacidad para superarse a sí misma, de evolucionar como persona, asunto que hasta ahora se ha negado a hacer.
La presión la lleva a aceptar el trabajo, pero el personaje mismo la lleva a plantearse más seriamente el reto de interpretar a una mujer mayor -como ella en su vida-, con las experiencias vitales acumuladas de su lado, pero la juventud y la vitalidad de la ‘sangre nueva’ en su contra. Esto trae consigo inseguridades y celos, pues verse y asumirse como Helena inevitablemente la hará sentirse desplazada, cuando alguien más joven, más exitosa y en ascenso -como alguna vez fue ella-, represente el papel que en su momento tanto la caracterizó, el de Sigrid.
La crisis personal se acrecienta al encontrarse en un medio, el del espectáculo, que insiste en recalcar ideas como novedad, inmediatez y juventud. María no puede sino sentir que están ‘sustituyéndola’, pues asume que el mundo ahora la ve cómo ven a Helena, alguien, siente ella, en decadencia; María comienza entonces a asociar decadencia con su propia vida y hasta su carrera, trayendo consigo dudas, miedos e inestabilidad.
El paralelismo entre la obra y vida de la actriz se hace además presente en más de una ocasión, ya que esa dinámica de poder y control presente en la obra de teatro a través de la obsesión mutua de Sigrid y Helena, no dista de la codependencia y hasta tensión sexual que hay entre María y Valentine, aquella joven que se encarga de su agenda diaria y sus reuniones, pero quien también funge como confidente y compañía, al grado que importa tanto lo que Valentine piensa, que esto afecta la capacidad de autosuficiencia y autoconfianza de la actriz, incluso sin darse cuenta.
Valentine insiste, contrario a lo que María piensa, que la obra de teatro es crítica sobre la naturaleza de ambos personajes, Sigrid y Helena, la primera como una joven de 20 años llena de vitalidad y ganas de conocer, experimentar y explorar el mundo; la segunda como alguien vulnerable pero analítica, por ende, sabia y decidida, autoconsciente, pero al mismo tiempo, más humana y conectada con la realidad que la otra. María piensa diferente; ve a Sigrid como alguien en crecimiento y a Helena como una persona sin nada más que aportar al mundo. En parte mucho de esta perspectiva tiene que ver con el hecho de que María no quiera que se le identifique con Helena, a la que ve, según avanza la obra de teatro, como una mujer que ha perdido su valía y ahora está destinada al olvido. La pregunta es: ¿es así realmente Helena o sólo es así como María la entiende, haciéndola espejo de sus propios temores y frustraciones? Si María evita relacionarse con Helena, a la que entiende como una mujer autodestructiva en declive, es quizá más bien por el miedo de convertirse en alguien sin relevancia, no porque el personaje de Helena sea en efecto así.
Como bien recalca la película, la obra de teatro y los personajes mismos son entendidos y reflexionados de manera diferente según las experiencias de vida de cada persona, pero además, sopesados según el momento de vida en que se encuentre cada quien. María no ve la obra de teatro de la misma manera que lo hizo cuando tenía 20 años; si cree que Helena es alguien sumido en el fracaso y recorriendo el declive de su historia, no su apogeo, es porque no quiere dejar de ser Sigrid, -simbólicamente hablando-, ese ser en crecimiento para quien las puertas se abren y cuyo futuro es promisorio.
Como bien se señala en la película, Sigrid finalmente está destinada a convertirse en Helena, porque ese es el curso natural de la vida; la juventud no es eterna y la madurez significa logros; o como bien dice Valentine, Helena también representa experiencia, conocimiento y sabiduría. Sigrid en cambio puede ser explicada por su vitalidad impulsiva casi impertinente que actúa a veces sin medir consecuencias, demasiado segura de sí misma, pero por eso mismo arrogante.
La situación arrastra una fuerte crisis existencial sobre María, cerrada a todo lo que considera banal, especialmente dentro de la profesión en que se desenvuelve, pero además, estancada en todo sentido, al criticar todo lo moderno, arriesgado y novedoso, como las películas de ciencia ficción que hace Jo-Anne, la actriz elegida para el papel de Sigrid, que María descalifica como trabajos superficiales, poco demandantes e insubstanciales. Ella no sólo rechaza a Jo-Anne por su poca experiencia, sino por todo lo que su figura representa: la fama efímera, el circo mediático y la trivialidad del medio artístico, que valora al actor no por la capacidad de su trabajo, sino por su presencia en los tabloides de chismes.
Como actriz experimentada sabe bien, por ejemplo, que el atractivo publicitario de la puesta en escena es precisamente su propia participación en el papel de Helena, ese interés casi morboso de que la misma actriz que hizo de Sigrid, ahora tome el papel coestelar; sabe también que la inclusión de Jo-Anne mucho tiene que ver con los escándalos públicos en que se ha visto envuelta, el sensacionalismo centrado más en su vida amorosa que en su carrera artística; lo que significa publicidad gratuita por asociación. Al final, siente María, no importa la obra en sí o el trabajo y esfuerzo de los involucrados, sino el trampolín de ventas, directas e indirectas, generadas por la parafernalia mediática alrededor de los participantes involucrados, facilitado por ese mundo fascinado por la derrota o la caída del prójimo y las desdichas convertidas en espectáculo de las masas.
Por otra parte, la admiración de su asistente Valentine hacia Jo-Anne también activa el botón de autopreservación de María, pues resiente que el mundo, especialmente encarnado en alguien tan cercano a ella, puede pronto llegar a verla como insignificante, alguien que ha quedado en el pasado y es irrelevante. Esta dinámica hace además eco con la obra de teatro: mujer madura viviendo a expensas de la opinión de su joven asistente. La pregunta es cuánto tardará María en darse cuenta que si bien la relación con Valentine no es precisamente tóxica, sí es dependiente. Al mismo tiempo, Valentine comienza a preguntarse qué impacto tiene su presencia en la vida de la otra, qué tanto la ayuda y qué tanto le perjudica; es algo así como valorar cómo su voz puede ser de ayuda y cuándo deja de ser un apoyo para convertirse en un peso, o una prisión, para ambas.
Valentine insiste que al final de la obra de teatro Helena no muere, sólo desaparece, lo que abre la posibilidad de que aquella simplemente cambie, yendo de un lugar a otro para reinventarse, es decir, mudar de escenario vital puede significar romper lazos que aprisionan para aventurarse en nuevos rumbos y experiencias para desarrollar nuevas capacidades. Esto es particularmente simbólico respecto a lo que le sucede a ambas protagonistas de la película, personas que, como cualquier otro humano, tienen la necesidad de adaptarse a las circunstancias de su contexto, de ser audaces para recorrer otros caminos. Valentine más libre y aventurera, con vitalidad juvenil, como Sigrid en la obra de teatro, de pronto un día desaparece, dejando al aire su destino, una historia en la que decide su propio camino; y María más abierta al mar de posibilidades que le permite su experiencia, finalmente deja de obsesionarse con una Helena que, entiende, es alguien que existe con personalidad propia, independientemente de si no camina al mismo ritmo agitado, de pronto incierto e inestable, del mundo moderno. Es la forma en que asume su propia existencia, aprendiendo de la obra teatral, que es casi un deber reconocer las trasformaciones del mundo para seguir viviendo y aportando a nuestro entorno social.
La historia, dicen los personajes de la película, habla también de lidiar con el tiempo, intentando verlo no como un enemigo, sino como un aliado, a fin de que toda experiencia sea un logro, no el final del camino. Y en parte es, quizá por eso, que Valentine se va, para dejar de ser, simbólicamente hablando, esa ancla segura que tiene a María detenida en el tiempo.
Maloja Snake, La Serpiente de Maloja, el nombre de la obra, se refiere a un cúmulo de nubes que bajan por las montañas de manera que parecen una serpiente blanca recorriendo el paisaje. Esto hace alusión a las ‘nubes de Sils Maria’, ciudad en Suiza donde se desarrolla la historia y que da nombre a la película, escrita y dirigida por Olivier Assayas, y protagonizada por Juliette Binoche, Kristen Stewart y Chloë Grace Moretz.
Ficha técnica: Las nubes de María - Clouds of Sils Maria