Aprendizaje y enseñanza no es simplemente un proceso en donde mostrar a alguien a hacer algo, compartiendo conocimientos; se trata de incentivar la mente para desarrollar habilidades y generar actitudes, para, en el proceso de observación, experimentación y razonamiento, ganar saberes, conocimientos y capacidad de pensamiento, que permitan a los individuos las experiencias vitales que los conduzcan hacia su crecimiento y maduración personal y familiar.
No es una tarea sencilla, especialmente cuando se realiza en un ambiente académico e institucional regido por normas preestablecidas, que responden a necesidades de orden, control y vigilancia; menos aun cuando, se sabe, los procesos, las disposiciones jurídicas, las medidas administrativas, e incluso, los planes de estudio, tienen la intención expresa de homogenizar, de agrupar, de clasificar, de domesticar, de generar una respuesta de sumisión a las reglas establecidas por la burocracia escolar y gubernamental, de una manera tal que la dinámica de trabajo, de aprendizaje, de convivencia, no es siempre (o casi nunca) funcional para todos los estudiantes.
De igual forma las distintas realidades sociales se traducen en espacios y contextos escolares, es decir, escuelas, infraestructura, bibliotecas, laboratorios, talleres, campos deportivos y de esparcimiento, personal docente y autoridades de naturaleza diversa y con intereses múltiples que en ocasiones contrastan con los de los alumnos. En un ambiente así no es difícil que los estudiantes se sientan marginados, excluidos, menospreciados y, por consiguiente, sean presa fácil del consumo de drogas, de la tentación de la violencia, de la necesidad emocional de formar parte de pandillas o grupos semiclandestinos que les proporcionan una aparente seguridad y pertenencia, que nos les otorga ni la escuela ni su entorno familiar. Esto es lo que refleja con su historia la película Mentes peligrosas (EUA, 1995), que sigue a LouAnne Johnson, una marine retirada, convertida en profesora de literatura en una escuela de California, en Estados Unidos, donde la realidad de vida de sus estudiantes está marcada por la pobreza, la delincuencia y el odio racial.
En el fondo LouAnne no es contratada por su experiencia académica, sino por su voluntad y disponibilidad (está ahí en el momento en que la escuela necesita de una profesora), pero esto juega a su favor frente a un grupo de ‘chicos difíciles’, acostumbrados a retar a la autoridad, pues consideran que no vela por sus intereses; desanimados además de su propia formación escolar. Un ambiente hostil para ella, como recién llegada, pero también para los demás docentes, acostumbrados a la rutina de simple sobrevivencia, y para los alumnos, asistentes también por inercia, en tanto llega el momento de incorporarse al mercado laboral o a ser absorbidos por el ambiente delincuencial que permea su vida social.
La escuela no da a los chicos lo que necesitan, sino que opera conforme al molde burocráticamente establecido, sin compromiso de por medio, cumpliendo en lo mínimo su obligación. La escuela existe, pero porque debe hacerlo, así que funciona por inercia, limitada por las directrices que la rigen, que no es precisamente trabajar en favor de la comunidad, sino responder a parámetros y metas cuantitativas fijadas por las autoridades externas. El presupuesto es escaso y esto mismo lleva a la institución a cumplir (o a intentar hacerlo), pero nunca involucrarse. Hay un aula, hay un maestro, hay interés por educar a los estudiantes, pero, ¿hay iniciativa para que esto suceda, a pesar de, o una vez que, aparecen los obstáculos (económicos, administrativos, sociales y políticos)?
LouAnne se niega a ser así: distante, indiferente a la realidad del contexto, porque sabe que sin empatía, comprensión y diálogo será rechazada por sus alumnos; y efectivamente esto es lo primero que le reclaman; “usted no entiende nuestra realidad”, le dicen. Si quiere que la escuchen, necesita escucharlos primero, ponerse en sus zapatos, entender quiénes son, dónde viven, de dónde vienen y qué necesitan. ‘Llama su atención’, le sugiere Hal, amigo y compañero de trabajo de LouAnne.
Ella finalmente lo logra a través de un método de enseñanza poco ortodoxo, que funciona, precisamente, porque rompe con el molde, porque se acerca con un lenguaje, una postura, diferente, no formalista, sino abierta a escuchar, participar y colaborar. Su ropa informal y su plática casual no son más que una forma de derribar barreras, para darles a entender a los chicos que no es completamente ajena a ellos. Librarse de la postura o la imagen que los jóvenes tienen del profesor estricto, autoritario e insensible, ayuda a dar a su mensaje sentido y profundidad; es ser accesible para que nazca así una confianza que eventualmente se traduzca en la disposición de los chicos para aprender.
En esencia, lo que LouAnne les dice es que cumplir con su horario y cobrar su sueldo no es su meta ni su satisfacción, sino que ellos aprendan, para que esta experiencia y conocimiento les abra las puertas al crecimiento personal y los prepare para el futuro.
Uno de los grandes problemas o baches con que LouAnne se topa es el plan de trabajo, cuyo método y contenido no logran realmente incentivar o retar la mente del estudiante, pues no está pensado para reflejar ni incluir la realidad del contexto. Si el alumno no encuentra en lo que aprende algo útil, algo con lo que se relacione, es posible que lo rechace; y para estos chicos marcados por la miseria, el olvido y la violencia, eso es motivo suficiente para claudicar, para rehusarse a aprender o para eludir cualquier responsabilidad.
La profesora elige entonces cambiar los ejercicios convencionales de lectura, redacción y comprensión, por un material escrito más llamativo: la poesía, comenzando además por una serie de letras de canciones con significado metafórico, simbólico y reflexivo, que ahondan en temas sociales. Así, al abordar la realidad política, económica y crítica dentro del colectivo, cada lección se convierte en una oportunidad de auto-reconocimiento, superación, aprendizaje y, por ende, crecimiento moral, intelectual y emocional.
La idea aquí es que la educación sea accesible, que se asuma como algo positivo y útil, pero también que sea motivante para acciones y conductas más allá del aula. La literatura no sólo son palabras convertidas en frases, como tampoco la lectura de compresión es sólo acercarse a textos literariamente complejos; la literatura es mucho más, es conocer otros mundos, es navegar en aguas desconocidas y distantes, es explorar nuevas emociones; es también expresión y conexión, vivencia y desarrollo. Leer y conversar lo leído irá creando en los estudiantes un sinfín de preguntas, dudas, al mismo tiempo que los conducirá a cultivar la capacidad de narrar y argumentar.
Esta forma de incentivar a sus alumnos, que también incluye premiarlos con visitas a restaurantes para los mejores estudiantes, o paseos a parques de diversiones como recompensa por su esfuerzo, choca con la política de la autoridad escolar, que reclama, no por el hecho de que LouAnne esté absorbiendo todos estos gastos, sino porque la profesora no se está apegando al plan de estudios trazado, es decir, a lo que la burocracia ha determinado que se debe hacer en el aula; y es que su buena intención, incentivar, bien puede asumirse como soborno.
La realidad es que ese modelo académico ‘formal’ no funciona para estos chicos en particular; hay reglas y éstas están para seguirse, le dicen a LouAnne; la pregunta es si estas reglas son flexibles, o si, en pos de mantener el orden y el control, no se olvida dar prioridad a las necesidades de los alumnos, afectando de esta manera su posterior evolución, al empujarlos a la deserción o a la simple búsqueda del documento que acredita el cumplimiento formal del periodo escolar.
Al atreverse a retar al sistema, LouAnne se gana el respeto de los chicos, pero no sólo por su rebeldía, sino porque así demuestra su empatía, como forma de decirles que comprende que el sistema burocrático e institucional los ha olvidado, pero ella no pretende hacerlo.
Idealmente el apoyo principal debe venir desde casa, pero la realidad del contexto social en un escenario como este lo dificulta, y dificulta el desarrollo social. Cuando LouAnne reclama a Emilio, uno de sus estudiantes, que siempre esté buscando una pelea con alguno de sus compañeros, él le responde que esa es su realidad de vida. ‘Aquí te defiendes o te pisotean’, explica. ¿Qué puede esperar o a qué puede aspirar alguien como él, que proviene de un hogar quebrantado y en la pobreza? “¿Cómo me va a salvar de mi propia vida?”, le dice Emilio a LouAnne.
Lo que la profesora puede hacer por sus alumnos es, a través de lo que les enseña en clase, nutrir sus mentes, retar su presente, obligarles a cuestionar su entorno, para trazarse metas y desarrollarse como personas. Por más que quiera, solidariamente, resolver los problemas de todos, no puede hacerlo. No puede, por ejemplo, acogerlos en su casa, pagar las deudas de sus padres o alejarlos de la vida criminal que impera en las calles que transitan.
Puede, en todo caso, apoyarlos emocional y moralmente, ofrecerles opciones, recalcar la importancia de las habilidades académicas que aprenden en clase, de las destrezas y saberes que en la escuela pueden adquirir, haciéndoles ver que lo que les enseña es útil, práctico para la vida diaria, pero es especialmente relevante cuando lo que están buscando es la forma de superarse. La cultura es un camino por el cual como personas podrán salvar algunos obstáculos que su condición de clase social marginada les impone, es disponer de medios para defender su vida y a su familia, es, desde luego un instrumento para obtener trabajo mejor remunerado. Ese es el reto de la maestra: hacer sentir a sus alumnos que el esfuerzo vale la pena, porque a fin de cuentas serán mejores personas y podrán disfrutar la vida.
Si bien LouAnne no puede, en efecto, cambiar la vida tal cual de sus alumnos, porque no puede cambiar el contexto marcado por la pobreza, marginación y racismo que impera en el entorno, sí puede hacer algo por cambiar la idea de que esta realidad es inmutable, que se dé por sentado que las cosas son como son y son inamovibles. Lo mira por ejemplo con Raúl, un chico de familia humilde que, cuando lo visita, LouAnne descubre que necesita aliento, apoyo y confianza, por ser, dicen sus padres, el primero de su familia que se graduará de la escuela. La forma de ayudar a Raúl no es darle dinero o darle un de diez en clase, sino darle incentivos, metas, ánimo; ofrecerle las herramientas para que él mismo se trace el camino que quiere para sí.
Otro ejemplo está en Callie, una estudiante inteligente e intuitiva que, dadas sus capacidades, LouAnne cree puede tener un gran futuro académico. Callie, no obstante, será trasladada de escuela por estar embarazada. LouAnne descubre que ésta no es una política institucional sino que Callie será transferida por la indiferencia de los directivos, que la rechazan por mero prejuicio. ‘Crearía una imagen negativa para la escuela’, le dice el director de la preparatoria a la maestra, quien reclama que ellos, las autoridades, deberían estar ahí para ayudar a las personas, no para degradarlas, marginarlas u olvidarlas.
Otro ejemplo significativo son Durrell y Lionel, un par de estudiantes que abandonan la escuela por presión de su madre, quien piensa que los estudios son innecesarios, distractores, inútiles y banales, cuando la prioridad de su familia es trabajar para pagar las cuentas. La madre de los chicos asume a la educación como un lujo, no como un derecho; un lujo exclusivo para aquellos con metas específicas que requieren de un título, como médicos o abogados, dice ella, olvidando así la importancia de la educación como medio formativo. No porque sus hijos no se conviertan en abogados o médicos, no necesitan una educación. LouAnne, no obstante, no insiste, porque entiende el razonamiento y justificación de esta mujer: sin oportunidades, en un mundo sin equidad e igualdad, su prioridad no es lamentablemente el desarrollo de sus hijos, sino sobrevivir al día.
“A veces toma muchas respuestas equivocadas llegar a la correcta”, dice LouAnne a sus alumnos, una frase que habla de muchas cosas: de adaptación y perseverancia, de búsqueda y motivación, de ser activos y no pasivos, lo que particularmente tiene eco en el contexto académico en que se desarrolla la historia. Aprender por ensayo y error es un método común en algunas ciencias; la maestra lo traslada con certeza a la vida cotidiana, retando a sus alumnos a intentar cosas nuevas, a vivir su vida dando cauce a sus inquietudes y cultivando sus talentos.
Si ella logra un cambio en la vida de sus alumnos, es porque actúa a su favor, construyendo un ambiente, un aula, en donde hay respeto y aprendizaje mutuo. Cuando le asignan su clase, le dicen que sus estudiantes son inconformes, rebeldes, conflictivos, agresivos y groseros. Su respuesta no puede ser desinteresada, indiferente, ni para marginarlos más, juzgarlos y rechazarlos, porque eso ya lo viven todos los días, porque por eso responden en la drogadicción o la vida criminal, creyendo que unirse a una pandilla o repetir el modelo de vida que tienen como guía, disfuncional y roto, es la única salida. Los chicos buscan su identidad, anhelan un futuro, pero lo creen imposible y sólo conocen ese orden social que no los toma en cuenta. ¿Quién responde por los ignorados?
La respuesta no es la desidia, pues hay mucho que enseñarles, instruirlos para razonar y argumentar, animarlos para alzar la voz, defenderse, avanzar con estrategia y entrar en contacto con el otro, en lugar de alejarlo; y quien toma ese papel de guía debería ser la autoridad, el profesor, el padre, el gobernante, el líder. El maestro tiene la responsabilidad de provocar en el estudiante el hambre de aprender y de generar la confianza para dialogar y conversar, para pensar en el bien común y proceder con generosidad y ética. El que es maestro no puede, no debe, ser insensible a las difíciles condiciones de vida de los jóvenes.
También el profesor no puede ni debe hacerlo todo, hablando particularmente del escenario escolar, pero sí es importante dar al joven las herramientas (confianza, seguridad, disciplina, inteligencia, incluso la emocional) para que, con el tiempo, encuentre su propio rumbo y tome sus propias decisiones. La simple educación en el aula no les dará todas las respuestas ni les resolverá la vida, pero es un punto de partida importante, un momento clave para entender que su valía tiene más matices y ramificaciones que el estereotipo que el mundo hace de ellos, y que a veces asumen sin cuestionar.
Escrita por Ronald Bass y dirigida por John N. Smith, la película se basa en el libro ‘My Posse Don't Do Homework’ (en español algo así como: Mi grupo no hace la tarea), de la verdadera LouAnne Johnson, interpretada en la cinta por Michelle Pfeiffer.
Ficha técnica: Mentes peligrosas - Dangerous Minds