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Miss Revolución

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Los certámenes de belleza son competencias, concursos, que valoran, ‘califican’, el atractivo físico de las personas según estándares muy específicos que, además, se le imponen al colectivo social. Por ello mismo han sido motivo de crítica, por crear estereotipos y celebrar moldes exclusivos que de alguna manera descalifican a quien no los cumple, de forma que parece dictar que ser aceptado y/o apreciado entre las personas con énfasis en su exterior físico, es sinónimo de éxito o realización. Se trata en esencia de una forma de discriminación hacia ciertos rasgos étnicos y/o culturales;  impregnado además el discurso con criterios políticos y comerciales.

En 1970 un grupo de mujeres protestaron por la marcada inequidad que el concurso Miss Mundo y sus ideas sexistas representan, e irrumpieron en el certamen en plena transmisión en vivo. El hecho se aborda en la película Miss Revolución (Reino Unido, 2020), una historia que reflexiona sobre las políticas de negociación que suceden detrás del evento, así como el impacto que tiene en la cultura social, ya sea en el trato hacia las mujeres y las minorías, o hasta las ideas tradicionalistas y machistas que se insertan a través de sus mensajes implícitos.

Dirigida por Philippa Lowthorpe y escrita por Gaby Chiappe y Rebecca Frayn, la película está protagonizada por Keira Knightley, Jessie Buckley, Gugu Mbatha-Raw, Rhys Ifans, Greg Kinnear, Keeley Hawes, Phyllis Logan y Lesley Manville, entre otros. Presenta varias historias interconectadas alrededor de las piezas clave en este suceso histórico. Por un lado está Sally Alexander, una madre soltera de clase media, ávida por cambiar el patriarcado que le rodea a fin de crear mejores oportunidades para las nuevas generaciones, quien se une al Movimiento de Liberación de las Mujeres, un grupo que lucha por hacer posible la igualdad de género en todo aspecto social, tanto político como económico e intelectual.

Ahí conoce a Jo Ann Robinson, otra partidaria -ella de la clase obrera-, con ideas más revolucionarias y radicales, cuya intención es hacer escuchar a toda costa su mensaje a favor del derecho a la autonomía de la mujer. La iniciativa de Jo, de pronto demasiado visceral, inicialmente choca, en estrategia, no en ideas, sino con el actuar más protocolario y pasivo de Sally, pero ambas terminan por trabajar en conjunto gracias al balance que la revolucionaria Jo aporta a la organizada Sally, y viceversa, dado que luchan por el mismo objetivo: cuestionar el sistema impuesto y la forma como el orden social promueve la discriminación de género.

Por otra parte se encuentra Eric Morley, el creador del concurso, para quien el certamen no es más que un negocio, donde lo que importa es el espectáculo, la imagen de ‘grandiosidad’ que atraiga miradas hasta colocar su nombre, y el de Miss Mundo, en el imaginario colectivo; sinónimo, para él, de éxito. En busca de un anfitrión con suficiente presencia y renombre, para usarlo a su favor, Eric contrata al comediante Bob Hope, cuya actitud misógina sólo viene a reafirmar lo que el Movimiento de Liberación de las Mujeres tanto critica: el certamen crea una cultura machista que denigra a la mujer, a la que se le trata ‘como ganado’ y se le mira lascivamente, porque ‘para eso existe’.

La afirmación parece precisa respecto a la realidad -demuestra la película-, una vez que a las jóvenes se les instruye cómo moverse, vestirse y pensar, qué decir y qué no, y donde se hace evidente que lo importante no es quiénes son, sino resaltar cómo se ven ( la imagen ante todo como principio de mercadotecnia). A las jóvenes se les piden sonrisas y se les coloca en trajes de baño para que el público vea sus defectos y atributos físicos, como si eso fuera lo verdaderamente valorable en las personas, su cuerpo, su belleza física. 

Para las protestantes ello ejemplifica la marcada cultura patriarcal que condiciona a las mujeres a complacer al público, abrumadoramente masculino, según estándares impuestos por el propio género masculino, pero reproducidos por inercia por la sociedad, que termina percibiendo y tratando a las personas por jerarquías sociales, económicas, sexuales y hasta raciales; lo que a su vez supone que aquellas personas preocupadas por su aspecto físico son banales, superficiales, incultas, porque eso es precisamente lo que el concurso hace: ver y tratar a la mujer como alguien sin aspiraciones o capacidades propias, a quienes se les reclama un cierto tipo de actitud, callada y sumisa, para así limitar y controlar su actuar dentro de la dinámica social. Pero, ¿por qué el hombre es quien decide qué es femenino y bello? La respuesta se encuentra sin duda en la sociedad autoritaria y patriarcal dominante en el mundo del siglo XX, persistente hasta la fecha.

Lo interesante que la película además plantea es ahondar en ambas caras de la moneda y reflexionar en cómo viven la experiencia las concursantes, pues de ella aprenden y con ella también crecen. Para algunas, Miss Mundo se trata de una oportunidad para trazarse una carrera a futuro, de manera que la proyección que el concurso les otorgue les abra puertas, profesional y personalmente. Para otras, el concurso no es más que un escape o una ventana momentánea hacia un mundo que de otra manera sería extraño e inalcanzable, lleno de lujos y pomposidad que nada tiene que ver con la realidad socioeconómica de su país, o la cotidiana realidad en la que se desenvuelven. Su mera presencia en el certamen es en sí misma una distracción para sus propios connacionales, estrategia de alguna forma también política, siendo el concurso precisamente eso, un pasatiempo que entretiene al espectador y lo aleja de pensar en temas sociales más apremiantes. Y no es que el entretenimiento como actividad de pasatiempo sea algo reprobable, sino que en el fondo, el certamen es todo menos un divertimento recreativo inofensivo, no cuando está determinado por diversas estrategias políticas de poder.

Si para Morley Miss Mundo es un negocio, para los países invitados la situación no podía ser menos diferente. Pearl Jansen, una concursante de Sudáfrica, de raza negra, es invitada únicamente por la presión política y social que amenaza con acusar al concurso de racista, con énfasis en la política del ‘apartheid’ (sistema de segregación racial en Sudáfrica), al tener ya una participante proveniente de ese país, pero de raza blanca. Su participación se asume como simbólica para aparentar apertura racial. 

Otro ejemplo es Jennifer Hosten, de Granada, la ganadora, que se convierte en la primera mujer de raza negra en lograr el título de Miss Mundo, quien en realidad es elegida gracias a la presión que impone el delegado de su país, convenciendo a los organizadores y jueces que la resolución a favor de su país es un movimiento estratégico benéfico para el concurso, toda vez que proyecta una imagen pública que hace parecer existente una verdadera igualdad de oportunidades y de diversidad dentro del certamen, cuando en realidad las piezas, entiéndase las concursantes, avanzan no por sus capacidades, sino por como convenga al político detrás de ellas, entiéndase los países de donde provienen y los propios organizadores o patrocinadores.

No es que Jansen o Hosten no sean mujeres ejemplares, porque lo son, es más bien que el concurso se negocia de manera que sirva a las agendas e intereses (internacionales) de quienes se benefician económica y burocráticamente de los acuerdos, de forma que no le permite a la mujer concursante expresarse, desarrollarse y ser apreciada por todo lo que es y quien es, lo que piensa, siente, anhela y puede ser y hacer. El negocio se impone sobre los sueños y anhelos de las participantes. Esto es lo que censuran Sally, Jo Ann y el resto de los que apoyan el Movimiento de Liberación de las Mujeres, que el concurso se sustenta en promover la rivalidad, pero que, además, la pasarela, simbólica y literal, convierte a la mujer en un objeto, en donde el halago hacia su persona es superficial, banal, condescendiente, incluso denigrante, como bien dicen los personajes.

La protesta no va dirigida a las participantes, pues nada de malo tiene apreciar la belleza física de las personas, el problema es que se haga desde un punto de vista misógino y que esto mismo promueva la desigualdad desvergonzada en que la concursante no sólo es blanco de humillaciones, sino peón de otros que sacan provecho de la situación. Si las jóvenes eligen participar, si gustan de hacerlo, es válido, pues mucho les aporta la experiencia,; lo reprobable es que el espacio sea usado engañosa y manipuladoramente por aquellos interesados en sus propios fines, lo que engloba a todos los que se atreven a hablar en su nombre, incluyendo incluso al movimiento femenino de protesta, pues implícitamente victimiza a las concursantes, sin preguntarles si lo ven o no así, ya sea porque no lo dimensionen, o porque inteligentemente no permiten que sea así.

Hosten  a su vez reflexiona que al ganar, lo que logra tiene un impacto todavía más importante: que muchas niñas y jóvenes como ella se vean representadas y valoradas, especialmente porque en el mundo en que viven no es común que haya este tipo de diversidad representativa. Si porque Hosten gane ayuda a la apertura, a la aceptación y a la pluralidad, su presencia ya es significativa, pues envía un mensaje positivo de logro que motiva a seguir buscando un cambio. “Habrá niñas pequeñas mirando esta noche que se verán a sí mismas de forma diferente porque yo gané. Que podrían empezar a creer que no tienes que ser blanca para tener un lugar en el mundo”, dice ella.

Sally le contesta que entiende esto, y en efecto, su triunfo es importante para una sociedad en la que las minorías no son tomadas en cuenta y la pluralidad no es algo común. No obstante, insiste Sally, al final todas, no importa su raza, posición social o etnicidad, terminan en el mismo plano, asumidas como inferiores. “Hacernos competir entre nosotras por nuestra apariencia, ¿no hará eso que el mundo sea más estrecho para todas nosotras al final?, reflexiona Sally.

De lo que habla es de que el concurso es un mecanismo de control, de reproducción de patrones que le envían al mundo el mensaje de que las personas, no sólo la mujer, son apreciadas exclusivamente por su exterior físico, y por ende rechazadas por sus particularidades, empujadas a cubrir el molde y condicionadas a la sumisión, la homogeneidad y las órdenes de aquellos con los medios y el poder, que ‘venden’ el cuerpo como un espectáculo, a través de la sexualización del mismo.

Ambas Sally y Jennifer tienen razón en sus argumentos, pues la discriminación y falta de oportunidades existe y es incluso más remarcada según otras variantes como la etnicidad, posición social y hasta educación. La posibilidad de alzar la voz, ayudar y cambiar las cosas no es la misma para todos, porque sus condiciones de vida no son las mismas; eso es lo que reclama Jennifer, una realidad lamentable pero aún presente en el moderno actual.

Protestar no es ir en contra de todo, y para el Movimiento de Liberación de las Mujeres, no es ir en contra de aquellas participando en el certamen, ni tampoco rechazar la femineidad como expresión y desarrollo humano. Lo que estas personas piden es respeto y equidad, libertad y autonomía; el derecho de elegir y existir, sin tener que ser denigradas y humilladas, como este concurso hace con el género femenino. Lo que exigen es ser valoradas por sus capacidades y eliminar esos mecanismos sociales que están ahí para reforzar un orden patriarcal.

El concurso tiene ese poder de influencia, pues al ser promovido como ‘entretenimiento familiar’, se inserta en la cultura social, que absorbe esos mensajes y los repite como si fuera la regla natural. Así, la sociedad permanece pasiva a esa manipulación revestida de pasatiempo, en donde se distrae con parafernalia, color y diversión a fin de esconder la función que indirectamente representa. No es entonces la competencia el principal problema, sino su dinámica degradante hacia la mujer y el hecho de que el todo sea más importante que las participantes en sí. No es el ‘entretenimiento familiar’ el problema, sino la forma como se maneja, algo que se extiende a los espectáculos masivos similares de divertimento, muchas veces manchados por la forma como se organizan, promocionan y promueven.

La película habla del respeto al prójimo en todos los niveles sociales. La clave, como bien dijeron estas personas, es crear consciencia, hacia la identidad de género, racial y de clase social. “No somos hermosas, no somos feas. Estamos enojadas”, era el lema del movimiento durante las protestas al certamen en 1970 y curiosamente, la frase sigue aún vigente. 

Ficha técnica: Misbehaviour - Miss Revolución

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