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Mississippi en llamas

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El racismo es el rechazo hacia una persona ya sea por su raza, color de piel, etnicidad o lengua; se sustenta en el odio, ya que excluye a partir del menosprecio de las raíces, cultura o grupo étnico de las otras personas, discriminando y tratando con desigualdad. La discriminación racial es un atavismo cultural heredado desde tiempos muy remotos, cuando las tribus o comunidades conquistaban territorios y poblaciones, asesinando, sometiendo e imponiendo su superioridad por medio de la fuerza.

A la fecha la discriminación racial se ejerce de muchas formas, entre ellas la violencia física, los malos tratos de hecho y/o palabra, la invisibilidad, la represión policiaca, el impedir u obstaculizar el uso de espacios públicos, por mencionar algunos. A lo largo de la historia reciente, incluso en los países que presumen mayores niveles de inclusión y tolerancia, las acciones violentas con origen en formas de discriminación son frecuentes.

En 1964, tres activistas a favor de los derechos civiles fueron asesinados por miembros del Ku Klux Klan [organización supremacista aria, racista, homofóbica, chovinista, anticomunista] en un pueblo sureño de Mississippi, Estados Unidos, donde el racismo todavía era muy arraigado y la sociedad primordialmente blanca defendía su postura de supremacía aria. Nueva personas participaron de una manera u otra en el crimen, incluyendo el sheriff del condado de Longdale. El caso llevó a una rigurosa investigación del FBI y, dada la amplia cobertura de los medios de comunicación, se convirtió en importante punto de inflexión en la lucha por la Ley por los Derechos Civiles de 1964, que prohibió la discriminación y segregación racial en Estados Unidos. 

Los hechos históricos están dramatizados, con sus respectivas libertades narrativas y artísticas (varios nombres y situaciones son inventados, por ejemplo), en la película Mississippi en llamas (EUA, 1988), escrita por Chris Gerolmo, dirigida por Alan Parker y protagonizada por Gene Hackman, Willem Dafoe, Frances McDormand, Brad Dourif y Gailard Sartain, entre otros. Nominada a siete premios Oscar, incluyendo mejor película, la historia sigue a los agentes del FBI Rupert Anderson y Alan Ward tras su llegada a Longdale para investigar la desaparición de los tres activistas, uno de ellos de raza afroamericana. El sheriff Ray Stuckey insiste que estas personas fueron detenidas por exceso de velocidad, retenidas por algunas horas en la cárcel y luego puestas en libertad; sin embargo, el receptivo y observador Ward cree que el caso va más allá y que potencialmente no se trata de una desaparición, sino de asesinato.

Por su parte, Anderson, una persona más práctica y desenfadada, para quien los resultados quizá importan más que seguir las normas al pie de la letra, sabe que la situación requiere sobre todo de tacto. La gente no hablará con ellos si los presienten hostiles, ajenos, entrometidos, pero además, priorizan su bienestar y estarán reacios a que alguien externo llegue a dictar reglas o señalar con el dedo acusatorio, como sería una reacción humana ante la sensación de agresión, sea cierta o no.

El instinto de Ward no está equivocado, presiente que el pueblo calla por temor a represalias, por hermetismo especialmente impuesto por el control del grupo prominente y al mando, para quienes opera la creencia de ‘si no estás conmigo, estás contra mí’, por lo que intentar avanzar exigiendo respuestas como hace Ward sólo hará que la gente se repliegue más; los responsables, para esconderse, los que no, para protegerse.

El único orden social que estas personas entienden tiene que ver con el racismo que se les inculca desde que son pequeños y al que están condicionados. Está impregnado con la convivencia y las reglas sociales, de forma que no pueden ver mal, erróneo, equivocado o inhumano el asesinato de estas personas que están abogando por los derechos de los afroamericanos, si se les ha enseñado que esto es lo que ‘debe de ser’, porque las personas de raza negra son inferiores, y los activistas, agitadores profesionales al servicio de los enemigos de su nación.

Los lugareños en su mayoría repiten lo que los líderes y dirigentes les dicen que piensen, así que los que disienten prefieren mantenerse al margen, callados, ante el peligro de castigos o represalias, o por la incertidumbre que viene con el conflicto ético y moral propio de la situación. El resultado es un marcado rechazo a la integración racial, por la inercia cultural, el desinterés, miedo o resistencia al cambio, e incluso la verdadera convicción de que una persona es ‘inferior’ simplemente por el color de su piel, con todo lo que ello trae consigo (las personas de color vistas como esclavos y percibidas como inferiores, cultural e intelectualmente hablando, por esta misma razón, que obedece a mera costumbre histórica, igual racista).

¿Qué significa realmente libertad y justicia para todos?, que es por lo que se pelea durante el movimiento a favor de los derechos civiles. Se habla de equidad pero no se dice cómo lograrla, así que por mucho que se busque justicia a partir de un deseo por la igualdad, que por derecho se tiene, el camino para alcanzarla es rocoso, debido a los varios obstáculos de diferente naturaleza.

Cómo encontrar equidad si hay persistentemente también división de clases sociales y de género. No es que esto no tenga nada que ver; al contrario, los conflictos entre las clases sociales enmarcan los enfrentamientos por la obtención y ejercicio de todos los derechos humanos, determinan los niveles de pobreza en que vive la mayoría de la población afroamericana y condicionan el tipo y alcance de la educación que reciben, de tal forma que el sistema de propiedad privada y los mecanismos de elección de las autoridades facilitan la marginación de este segmento de los ciudadanos y sus familias. Aquí, el movimiento afroamericano aboga por los derechos de su minoría, pero las trabas para hacer realidad esto tienen que ver, como ejemplifica la película, con otras obstrucciones, entre ellas, las de abuso de poder, propiciadas y alimentadas por otras realidades de inequidad. 

El sheriff del condado y el líder del Ku Klux Klan operan juntos ya que pertenecen a un mismo grupo cuya ideología recalca en el desprecio y el odio. Pueden cambiarse las leyes, pueden cambiarse las normas, pero, ¿pueden cambiar realmente ellos? ¿Cuánto tiempo lleva a una sociedad cambiar, mejorar? 

¿Es suficiente con decir que la ley prohíbe la segregación racial? Debería, pero no, el cambio real no sucede sino hasta que se eduque a la población y se elimine la corrupción que hace posible que la impunidad de crímenes raciales continúe su camino.

En la película, Ward termina por ceder a las estrategias de intimidación de Anderson, una estrategia astuta pero también de abuso de poder, en este caso, para un ‘bien más loable’: dar con los responsables de los asesinatos y hacerlos confesar para llevarlos ante la justicia. El sentido ético de Ward entra así en conflicto: ‘romper las reglas a fin de llegar a un objetivo honorable’, que es hacer pagar a los criminales por sus acciones, pues finalmente el método de Anderson opera y apela hacia todo aquello contra lo que, en teoría, están luchando: imposición, sometimiento, a base de control, engaños, manipulación y violencia.

El castigo, sin embargo, una vez que ‘se hace justicia’ es también más aparente y simbólico que real. La mayoría de los partícipes reciben una pena mínima (10 años en prisión) tomando en cuenta que mataron a tres personas, pero el sheriff, por ejemplo, es absuelto, porque el peso de su posición como representante de la ley es quizá demasiado para un sistema social que no puede auto-evidenciarse incorrecto. A la larga el caso deja una huella, pero al convertirse en estandarte, se vuelve más en excepción a la regla que ejemplo claro de justicia y cambio, equidad y progreso social.

La realidad inequitativa se hace más evidente durante una secuencia de la película, en que un joven afroamericano es golpeado por miembros del Ku Klux Klan. Ward encuentra un testigo al que convence de denunciar el crimen e identificar a los responsables, apelando al sentido moral de la ecuación, hacer lo correcto. Sin embargo, aunque burocráticamente se sigue el papeleo y procedimiento legal e institucional, éste no trae ningún resultado, una vez que el juez a cargo del caso ‘condena’ a los responsables, pero ‘condona’ su sentencia, alegando que, aunque lo que hicieron fue incorrecto, fue culpa del joven haberlo ‘propiciado’, o como él dice, provocado, por el simple hecho de ser afroamericano y por ello ‘incomodar’ a los ciudadanos.

El pueblo, o los que apoyan esta postura de supremacía, defiende sus creencias racistas porque están acostumbrados a esta forma de pensamiento, donde el ‘yo’ egoísta es siempre primero y en donde ‘yo hago lo que quiero’ es la única forma y filosofía de vida, producto de una mentalidad así, individualista, que requiere para progresar pasar por encima de los demás, indiferente al sufrimiento ajeno, en una actitud soberbia, de menosprecio al otro, al que perciben distinto; no perciben injusticia en la violencia ejercida porque la consideran un derecho para defenderse de otras formas de vida que les son ajenas.

“¿De dónde viene todo ese odio?”, se pregunta Ward en un punto de la historia. Anderson reflexiona, indirectamente, ante el cuestionamiento (dado que él mismo creció en un pueblo sureño como este, conservador y de pasado histórico esclavista y racista) sobre la realidad de desigualdad y competitividad, que viene, considera él, principalmente de la pobreza y lo que provoca durante el camino: miseria, falta de oportunidades, recelo y frustración.

Los activistas en aquel entonces luchaban por la integración (racial) y el reconocimiento de derechos civiles para la población afrodescendiente. Al contrario, muchos lugareños opinan (en la película) ante los medios de comunicación que el caso es mero truco propagandístico para enfatizar esta lucha; algunos incluso afirman que todo es inventado, y no porque no haya pruebas, sino porque prefieren el autoengaño y el negacionismo. El resultado es la polarización social, el incremento en las contradicciones de clase, la radicalización de unos y otros. Provocando que un cambio positivo se torne difícil, distante.

No todo es rechazo, reflexiona igualmente la cinta, para culminar en una lección más optimista. El pisoteado está cansado, enojado y harto, pero responder con la misma ira, inflexibilidad y violencia con que es tratado no va a traer paz, convivencia y aceptación, incluso si se está abogando por derechos que por justicia nos corresponden, pero que son negados por el poder económico-político dominante. 

La pregunta persiste incluso en la actualidad, ¿cómo enfrentar el racismo?, ¿qué medidas educativas implementar para lograr que se forme una cultura por la paz?, lo que habla así mismo de un cambio necesario pero pausado, pues así como ideas de equidad, aceptación, inclusión y tolerancia se comparten, se apoyan y se nutren, las de odio, rechazo, exclusión y enemistad, también. El nacionalismo, la xenofobia, el autoritarismo, el colonialismo, son fenómenos sociales que el sistema socioeconómico actual permite, fomenta, en tanto contribuyen al enriquecimiento del grupo privilegiado de la población y a la perpetuación del sistema político.

Ficha técnica: Mississippi en llamas - Mississippi Burning

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