La evolución es un proceso natural de cambio y adaptación; y en lo que se refiere a la evolución biológica, habla de una transformación continua de las especies, según las condiciones de su entorno, moldeando su código genético para su supervivencia, lo que desemboca, eventualmente, en la creación de nuevas especies o en la extinción de otras.
Este proceso de selección natural existe de una forma orgánica, es decir, que no es forzado, ajeno al desenvolvimiento natural de cada especie, sin embargo, puede tomar nuevos cursos conforme se influye en él por la mano del hombre; entran así en juego varios aspectos de la evolución, específicamente una vez que se interviene en el flujo genético a través de la experimentación biogenética, en donde los seres vivos se convierten en objeto de estudio y, en la mayoría de las veces, sometidos pruebas y ensayos que se hacen en un entorno controlado, un laboratorio.
Ello da pie a la creación de procesos usualmente en aras del conocimiento, para mejorar las condiciones de vida o para asegurar la supervivencia del humano. Productos alimenticios transgénicos o modificaciones biomédicas en animales y hasta individuos, por mencionar dos ejemplos. Así, mientras la experimentación médica avanza, el peligro de perder el control sobre las mutaciones que se realizan, también, ya que, finalmente, la posibilidad real de mantener bajo contención y control la evolución natural de la vida, es bastante remota, por no decir nula.
Esto además, que hemos visto en múltiples narrativas cinematográficas, no es algo extraño en la realidad contemporánea, con la explosión de las tecnologías digitales y el potente crecimiento de la industria biogenética (ciencia que permite la manipulación genética de los seres vivos para alterar la información hereditaria), evidenciado en la aparición de distintos virus y enfermedades que aún se desconoce si son creación de laboratorio o resultante de la evolución natural.
El propósito de los avances médicos para ‘mejorar’ la calidad de vida y al mismo tiempo entender más a fondo la evolución, es de donde parte la cinta de terror, acción, suspenso y ciencia ficción, Resident Evil: El Huésped maldito (Alemania-Reino Unido, 2002), que se basa en los videojuegos de Capcom del mismo nombre. Y aborda el impacto que tiene la industria de biotecnología para realizar investigaciones orientadas hacia fines militares bajo la máscara de pretender realizar estudios con seres humanos (supuestos voluntarios) con la idea de mejorar la resistencia humana a diversos patógenos.
Escrita y dirigida por Paul W. S. Anderson, protagonizada por Milla Jovovich, Michelle Rodriguez, Eric Mabius, James Purefoy, Martin Crewes y Colin Salmon, la historia se desarrolla en una instalación subterránea clandestina de investigación genética llamada El Panal, ubicada debajo de Raccoon City y que administra la Corporación Umbrella. Esta empresa se encuentra a cargo, entre otras cosas, de una industria farmacéutica y de desarrollo de armamento militar que ha cultivado un virus conocido como el Virus T, mismo que, cuando es liberado y contamina las instalaciones, obliga al programa de inteligencia artificial conocido como la Reina Roja, que está a cargo de la logística administrativa del lugar, a una cuarentena absoluta y de aislamiento total, que lleva a un extremo todavía mayor con tal de contener al virus, pues, siendo su responsabilidad impedir que el virus salga del área confinada, decide matar a todos los que se encuentran dentro de las instalaciones.
Un equipo militar es enviado entonces a investigar lo sucedido y a tomar medidas con el fin de reiniciar el sistema operativo; quienes integran el equipo se encuentran con Alice, una agente colocada a la entrada de un acceso alterno al Panal, en una mansión a las afueras de la ciudad Raccoon, quien ha perdido temporalmente la memoria a causa del gas lanzado en su vivienda como parte de las medidas de seguridad de contención.
Lo que Alice eventualmente recuerda es que ella era una informante para un grupo clandestino (activistas políticos) que pretendía recabar evidencia de las practica inhumanas y antiéticas que realiza la empresa, para, con ella, denunciar los experimentos genéticos ilegales realizados dentro de los laboratorios clandestinos, incluyendo el Virus T, bajo la lógica de que dichas modificaciones genéticas son realizadas sin ninguna medida de regulación o supervisión, justificadas bajo el pretexto de la exploración científica y resultando en experimentos con fines más comerciales y destructivos que loables.
Si la corporación prioriza sus intereses en el apoyo, desarrollo, crecimiento y capitalización de sus industrias farmacéuticas y militares, procede a partir de la ventaja monopólica, de la capacidad de competencia derivada de la investigación científica privatizada, y del control de la oferta y la demanda, siempre a su favor. No piensan forzosamente en cómo ayudar al colectivo, a su comunidad o a la población, sino en cómo sacar el mayor provecho, toda vez que requieran cubrir necesidades básicas o inventadas, controlando ambas, incluido su flujo comercial y de consumo.
Más importante: si la corporación opera en la clandestinidad, literalmente, bajo la superficie, ¿qué tipo de experimentos pueden realizarse sin control o la regulación de una autoridad médica y científica que obligue a una conducta ética? La corporación privada contrata a los mejores especialistas y no tiene restricciones para experimentar, porque no hay autoridad legal que la limite, ni principios morales que la repriman. Su objetivo es acumular poder, político, militar, financiero. ¿Qué línea sería capaz de cruzar el humano, el científico o el corporativo, con tal de ganar en la competencia por la supremacía, la superioridad o la monopolización?
En la película, el Virus T es manufacturado, pensado, como arma bacteriológica, por una corporación que busca tener productos más competitivos, nocivos y peligrosos, para vender a las manos de aquel con el capital disponible, el mejor postor, que además, por lógica, utilizará esta tecnología para la destrucción, control o aniquilación; tal es la naturaleza del virus mismo, pero, sobre todo, tal es la naturaleza de la mente competitiva que busca centralizar, monopolizar el mercado y dirigir las conductas de la población.
La presencia de un virus, cualquiera que sea, modifica la vida de una sociedad o población, su economía, gobierno, organización social y hasta expectativa de vida. Los valores apelan a la solidaridad para resolver la problemática, pero el mercantilismo, el empresario, el grupo o clase social motivada por la avaricia de acumulación de recursos y capital, bien lo puede ver como un vehículo de crecimiento financiero y de poder. Por qué ayudar, solidariamente, cuando puede capitalizar todo a su favor; parece ser la lógica aplicada, a veces inhumana, sí, pero muy real, práctica, funcional a la acumulación del capital.
En la película, el virus es liberado, no por un error humano, sino a propósito; pero tampoco por una intensión maquiavélica de explotación de la tragedia, sino por un plan de venganza impulsivo que procede sin medir la escala de las consecuencias, producto de desconocer el alcance nocivo que tiene esta arma biológica, tanto los efectos que provoca en los seres vivos que se contaminan, como en la forma como se esparce y propaga. Parece claro que si no sabes el potencial destructivo de lo que enfrentas, difícilmente tendrás las respuestas adecuadas desde el primer momento.
Ello lleva a plantear varias preguntas importantes referentes a los protocolos de seguridad tomados para contener y controlar este tipo de experimentos, incluso a cuestionar la capacidad de respuesta del gobierno o la autoridad correspondiente, de las empresas y laboratorios involucrados, para enfrentar los efectos de la misma experimentación, incluyendo accidentes o imprevistos, como en este caso se presenta. Si cualquier virus contamina y modifica la vida, con el potencial de destruirla, entonces, ¿por qué y para qué crear uno en primer lugar?
El humano no está preparado para las consecuencias, incluso si se trata de un virus creado artificialmente por su propia mano, porque en el fondo no sabe qué creo, porque no lo entiende, y que no controla pese a que así lo piense, porque la vida toma su propio camino, porque el virus muta y ‘evoluciona’ por inercia natural, no ‘siguiendo’ las directrices que el humano desea o espera, porque fuera del laboratorio existen circunstancias diferentes que en el laboratorio ni siquiera imaginaron, reflexiona la película.
A raíz de su falta de capacidad de respuesta oportuna, lo que se debe sopesar son las secuelas y sacrificios, medidas de orden, eventualidades y probabilidades. En la ficción esta logística se va de las manos de las personas una vez que la responsabilidad recae por completo en las de la inteligencia artificial, específicamente la Reina Roja, un programa operativo que bien ejemplifica el problema de la automatización general de sus sistemas y los peligros de esta dependencia digitalizada.
El sistema ordena, por lógica de diagrama de flujo, de análisis de datos, el cierre completo de las instalaciones, sellando y matando a todos los posibles infectados, a fin de contener el virus. No toma en cuenta, sin embargo, el factor humano. Obliga al ‘sacrificio’, en la lógica de que perder algunos pocos es necesario para salvar a los muchos más, justificando así sus acciones por el bien del control de daños. Pero no toma en cuenta ni la existencia de una potencial cura ni las muertes humanas de por medio, ni del efecto directo del virus en las personas fallecidas, porque no razona a partir de la supervivencia humana, no considera la capacidad de resistencia de los sobrevivientes, sino se guía a partir de la lectura de órdenes programadas a través de un código por computadora.
La idea es simple: el programa aplica lo que dictan sus códigos informáticos, que, finalmente, escritos por la corporación que lo crea, no velan por el factor ‘humanidad’, sino priorizan rendimiento, específicamente a favor de su empresa creadora, la Corporación Umbrella. Cómo obtener beneficio incluso de la tragedia, parece ser la norma de conducta corporativa. Nada ajeno al comportamiento de la industria farmacéutica y de las empresas privadas en el sector salud en condiciones reales de emergencia sanitaria.
El virus mismo y su mutación, la forma como se esparce, cambia, se adapta y evoluciona, se convierten <contrario a la lógica que llamaría a buscar eliminarlo o neutralizarlo para que deje de representar una amenaza> en el incentivo suficiente para preservarlo y así continuar con su estudio, bajo la lógica mercadotécnica fría y cruel de que si el virus se esparce, después la corporación puede vender la cura, puede estudiarlo más a fondo y también proponer a partir de ahí nuevos experimentos científicos.
Así mismo, la respuesta de la corporación para reestablecer y retomar el control es la militarización de la sociedad. El envío de militares para mantener vigilancia policiaca, sellar fronteras, resguardar instalaciones privadas, realizar tareas administrativas, no es sino la capacidad de la empresa para forzar su presencia, sometiendo, a través de la fuerza, con armamento avanzado, a toda la sociedad civil, al mismo gobierno, toda vez que la corporación posee también la capacidad de autoabastecimiento. Si tiene la mano de obra, los medios de producción, el monopolio de la investigación científica y el dominio sobre las fuerzas armadas, se tiene el control de la sociedad.
Esa sensación de libertad dentro del Panal, creada por una falsa idea de libre albedrío, donde finalmente cada persona es vigilada y monitoreada, existe sólo para dar la sensación de individualidad, de potencialidad creativa, de desarrollo personal, aunque las condiciones para ello realmente no existan. El equipo enviado a reiniciar el sistema operativo, no va a las instalaciones bajo el principio de ayuda o rescate, sino de reajuste, de reinicio de la actividad productiva e investigación.
El trasfondo reflexivo es interesante, una corporación a la vanguardia en tecnología digital, experimentación genética e industria farmacéutica, que tiene el poder dentro de una sociedad por su fuerza e influencia comercial, política, económica y social. Y que en secreto también trabaja en tecnología militar y de armamento, de desarrollo científico y de inteligencia artificial, para mantenerse adelante en esa pelea por la influencia igualmente económica, política e institucional.
Si sus prácticas pasan desapercibidas a los focos rojos de la regularización, es por ese poder sobre el sistema de orden social. Así que, razonando, si la Corporación Umbrella controla el sector salud, militar y científico, ¿no lo tiene todo para controlar al colectivo social?
La avaricia es tal que no importan las consecuencias ni los daños a terceros, incluso si se trata de la vida misma de miles de personas. Y no es, sin embargo, la pura codicia la que provoca el caos, sino la debilidad humana por creer en su propio egocentrismo y delirio de grandeza; el creerse omnipotente.
Si bien la película no busca profundizar críticamente todas estas cuestiones éticas y sociales, pues se construye bajo una idea de entretenimiento lleno de parafernalia, de acción continua, las ideas están ahí, reflejando varias realidades que se han agudizado con el paso del tiempo, como el peligro de la experimentación genética, la militarización como medio de control, la dependencia tecnológica que a veces hace más accidentada la dinámica social, cuando el sistema automatizado crea un laberinto interminable de flujos de código que no llevan a ningún lado (el sistema no siempre resuelve, sólo da vueltas en su mismo eje hasta llegar al mismo problema de donde partió, por ejemplo), tales son sus principales temas de trasfondo.
Ficha técnica: Resident Evil: El huésped maldito