En el amor no hay reglas, dice el dicho, y no porque cada quien pueda hacer lo que quiera (aunque también se afirma que en el amor todo se vale), sino porque no hay una fórmula exacta, una guía infalible o un manual que dicte el camino ‘correcto’ o ‘al éxito’ en cuestiones de romance y enamoramiento. El amor es el amor, se siente, se vive y se respira, mientras haya compatibilidad y correspondencia. ¿Qué sucede entonces cuando los novios no están en la misma sintonía o las circunstancias pesan más que su propio afecto?
Amor y desamor, corazones ilusionados y rotos, esperanzas fallidas, rechazo, traición y muerte; o al menos así lo encapsula con un análisis crítico que ha pasado a la posteridad, el dramaturgo inglés William Shakespeare (1564-1616), especialmente en su obra más famosa y aplaudida, ‘Romeo y Julieta’, un romance entre dos jóvenes procedentes de familias enemistadas por querellas añejas, cuyo amor es más fuerte que el odio a su alrededor, o ¿no lo es? Porque al final, como la mayoría sabe, la muerte los alcanza temprano.
En 2012 la autora estadounidense Rebecca Serle publicó la novela literaria ‘When You Were Mine’ que luego fue adaptada a película, Rosalina (EUA, 2022), escrita por Scott Neustadter y Michael H. Weber, dirigida por Karen Maine y protagonizada por Kaitlyn Dever, Isabela Merced, Kyle Allen, Sean Teale, Minnie Driver y Bradley Whitford. Se basa en la obra ‘Romeo y Julieta’ de Shakespeare, pero es una adaptación libre que le da un giro a las cosas, centrándose en el personaje de Rosalina, la prima de Julieta y, en esta versión, novia de Romeo al momento en que aquellos icónicos enamorados se conocen, a raíz, por cierto, de que Rosalina no llega al baile de máscaras donde se da el encuentro de los otros por primera vez. Rosalina no acude por tener que asistir a una cita pactada por su padre con un potencial prospecto matrimonial, Dario.
Adrián Capuleto, el padre de la joven protagonista, pretende que su hija se case pasa sentar cabeza, encontrar estabilidad y también cumplir con los estándares sociales del momento, que dictan que una mujer no es más que la esposa de alguien o la potencial esposa de alguien. Pero Rosalina quiere algo más y cuestiona la idea de ser valorada por el nombre de su familia, el dinero que heredará o el hombre con el que se casará; esto la hace independiente, determinada y crítica de su entorno, aunque también libre pensadora que no todos valoran por su iniciativa, al considerarla ‘peligrosa’, pues desafía el status quo.
Rosalina reflexiona en voz alta sobre estos roles femeninos conservadores que no les permiten a las mujeres desarrollarse; se pregunta por qué la vida es tan limitada sólo por ser mujer y critica el por qué tiene que acatar estos estándares sociales en lugar de trazarse sus propias metas, cuando hay tanto en esta vida que quiere y puede hacer.
Así que cuando Romeo le dice que la ama y espera que algún día vivan juntos, él como poeta escribiendo versos y ella cuidando de sus hijos, Rosalina no puede sino preguntarse sobre este futuro en el que el amor no lo es todo, porque parece que se ha convertido en sinónimo de limitante y opresión y tiene que perder su identidad y anhelos, para favorecer a los de la otra persona.
Ella quiere vivir al lado del ser amado, claro, pero no quiere ser sólo la pareja de alguien, ni ser entendida por sólo un rasgo de su vida o su personalidad. Tiene metas propias y ganas de evolucionar, como es natural, pero parece que Romeo, y en extensión el colectivo social, o no lo entiende o no lo dimensiona.
Entonces Rosalina conoce a Dario, un soldado que ha tenido que abrirse camino por mérito propio, que entiende, por tanto, el esfuerzo que significa tener que salir adelante con trabajo y esmero, en forma independiente, sin tener que cumplir los parámetros que no sean los suyos y, por tanto, valora la iniciativa de un pensamiento autónomo, como el de Rosalina, a quien le señala sus errores de juicio, más constructiva que criticonamente, ya que para ese momento ella está determinada a recuperar a su ex novio, Romeo, no tanto quizá por amor, sino por la obsesión que se esconde detrás de ese amor idealizado y perdido.
Rosalina vive los problemas de los estándares y cánones impuestos sobre el romance que imperan a su alrededor, sea la idea de pertenencia o la ciega sensación de que la felicidad recae exclusivamente en ser amado por alguien más, antes quizá que a uno mismo. Ella anhela libertad, valora su autosuficiencia y quiere más en la vida que lo que las limitantes sociales le imponen, así que rechaza ser casadera porque esto no le permite ser libre y sí, por el contrario, la condena a un fin ineludible: esposa de alguien, dedicada a cuidar su hogar. Al mismo tiempo, no obstante, vive en un mundo que sólo entiende el amor como la correspondencia de una pareja y no puede vivir negada a querer también un amor, porque ésta es al mismo tiempo parte de la esencia del ser, amar.
Es por eso que Rosalina sufre tanto con el romance entre Romeo y Julieta; uno, por la traición de él, quien deja de amarla con tal facilidad que parece que nunca la quiso realmente; dos, por la actitud de Romeo, que al enamorar a Julieta de la misma devota manera como se dirigía a ella, incluso con las mismas palabras de amor, da a entender a Rosalina que su galante expretendiente no es más que un enamoradizo que conquista jóvenes siguiendo un mismo patrón y, por ende, sin un sentimiento verdadero de romance, sino siguiendo un modelo superficial de él.
Y, tres, por el rechazo mismo, por lo que ello dice indirectamente al mundo de ella, sea cierto o no, porque aquí las percepciones y etiquetas pesan más al estar tan arraigadas en el colectivo; así que, si en la sociedad la mujer es valorada sólo por ser la pareja de alguien, ¿qué dice de Rosalina ser rechazada por su prospecto romántico? En realidad esto no la hace menos, solo incompatible con la otra persona porque buscan cosas diferentes, pero en el contexto social del siglo XIV, parece que el mundo le dice a ella que es ‘insuficiente’. Ideas estas que todavía se arrastran hasta la actualidad, en distintos contextos sociales.
El escenario social se vuelve un golpe duro para Rosalina, cuando mira que su padre y familiares sólo están pensando cuándo y con quién se casarán sus hijas, sin apreciar sus pensamientos, reflexiones, críticas u opiniones. Ella y las demás mujeres tienen una voz, pero Rosalina no está segura de que las otras personas lo entiendan o respeten, con sus, tal vez, contadas excepciones.
Más importante aún, Rosalina comienza a pelear por recuperar a Romeo, no tanto por él como persona, sino por la idea que tiene de él, idealizando así el amor y el romance, hasta formarse y contaminarse de la idea preconcebida de que lo que hace a alguien feliz es el afecto de alguien más. En el camino olvida que estar alegre y disfrutar la vida, implica ante todo la satisfacción personal. El problema es que, además, Rosalina se obsesiona con un hombre que no la valora en toda la extensión de la palabra y que luego la desplaza a un segundo plano sin darle una explicación. Así que, ¿alguna vez realmente la amó?
Romeo hace menos a Rosalina cuando comienza de la nada una relación con Julieta, pero la situación se vuelve a repetir, ahora con ella, en ese romance a ciegas que no aterriza en la realidad de apreciar a la persona por quien es, sino lo que puede llegar a ser o se espera que pueda ser. Romeo y Julieta no son un ‘amor verdadero’, sino un amor de momento, fuerte, espontáneo y sustentado en la atracción, no forzosamente la compatibilidad de caracteres, que vive intensamente tan sólo por el deseo de desafiar reglas, sucumbir a las prohibiciones o marcar su propio paso. Nace, crece, pero no tiene tiempo de nutrirse. Un amor que cambia las cosas, sí; un amor que trascienda el tiempo, la vida y la muerte, no tanto; porque al igual que pasó con Rosalina, ellos se enamoran de un ideal más que de una realidad concreta.
En su afán por separar a Romeo de Julieta, Rosalina anima a su prima a ampliar sus horizontes y conocer otras cosas y a otras personas. Para su sorpresa, aprende y enseña al mismo tiempo muchas cosas de la otra. Descubre que Julieta es alguien muy capaz, con gran inteligencia y sensibilidad, aunque no con experiencia; y amplía esta necesaria sed de vida invitándola a abrirse a nuevas vivencias, entablando conversación con otra gente, conviviendo con aquellos con quienes usualmente no suele socializar.
La lección por un momento cambia la perspectiva de Julieta pero, más importante, también cambia a Rosalina, pues se da cuenta que no puede tener una visión clara del panorama general si se cierra mentalmente con el capricho de querer recuperar a Romeo por simple obsesión o por el afán de poseer. Eventualmente Rosalina lo entiende: no es a Romeo a quien quiere recuperar, sino que el motivo que la mueve es el miedo al rechazo social y lo que este rechazo en particular pueda significar para ella: señalamientos con el dedo acusatorio por el reclamo a su independencia, desprecio o prejuicio hacia su persona por ser “rechazada”, crítica despectiva hacia la mujer que piensa y se atreve, como ella.
En la historia, Rosalina lo entiende sólo hasta que sigue su propio consejo y, específicamente, se anima finalmente a escuchar las palabras y opiniones de Dario, alguien que por su propia formación y experiencia personal sabe que de nada sirve querer complacer expectativas si no puede seguir su propio camino, trazarse sus metas personales y tomar sus propias decisiones.
Quizá no haya un Romeo sin Julieta, pero ellos tampoco existen distantes del mundo a su alrededor y de las otras personas en su vida que forman su juicio y su destino. Aquí Rosalina reivindica a la mujer porque se reivindica a sí misma; ella es libre, independiente, inteligente y astuta. No depende de un hombre para salir adelante, pero esto no quiere decir que se cierre al amor y a lo mucho que se puede crecer de él. Se puede ser y creer en ambas cosas, porque fortaleza, independencia, sensibilidad, feminidad y feminismo no van peleadas las unas con las otras. Belleza e inteligencia, coquetería y pudor, amor y trabajo, no son de ninguna manera incompatibles.
La historia es mucho más que el clásico relato de amor visto desde el punto de vista de un tercero que cuestiona su amor porque le afecta; la cinta habla más bien de una joven encontrando su camino más allá de los estereotipos, las etiquetas y los cánones sociales machistas y conservadores. Rosalina decide que ella no es sólo la novia de un hombre, o su futura esposa; y entiende que la enemistad entre sus familias no es más que prejuicios irracionales que se mantienen vigentes porque es más fácil albergar la rutina que cambiar.
Es libre y se enamora, pero tiene que aprender a no caer embriagada en el concepto y en la idea de ese romance ‘perfecto’, imposible, para no terminar perdiéndose a sí misma en los pensamientos en que, casi literalmente, se llega a morir de amor; porque el romance en estereotipo y las promesas de amor, no son exactamente ‘románticas’, sino expectativas de sacrificio, muchas veces impuestas hacia las mujeres, a las que se les dice que deben sacrificar su identidad por el ser amado, que es algo que no representa ni feminismo ni equidad y, por consiguiente, resulta tan arcaico como tradicionalista, conservador, desmotivante, que es justo contra lo que lucha no sólo Rosalina, sino muchas mujeres en cualquier época de la historia. Una historia que permite valorar a Romeo y Julieta desde otra perspectiva, pero sobre todo, entender que en la vida, nuestras vidas afectan a muchos otros de muy diversas formas, que hay quienes sufren o gozan a nuestro alrededor y que la lucha de las mujeres por su libertad para elegir ha sido constante a lo largo de la historia.
Ficha técnica: Rosalina - Rosaline