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St. Trinian’s: escuela de rebeldes

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La etapa escolar y subsecuentes años de formación académica son una época de crecimiento donde se aprende del espacio, del tiempo y del contexto, de los saberes y el entendimiento del mundo, con sus reglas y organización social; donde se enseñan habilidades de comprensión, inducción, deducción y resolución de problemas. Es, así mismo, el periodo en que la persona se desarrolla como individuo, descubre sus capacidades, intuición y percepción, explorando igualmente su realidad, existencia e identidad, en un proceso de formación de su cultura y su ideología. En esencia, es cuando el individuo encuentra su lugar en el mundo y decide cuál es su función y aporte para y con la sociedad.

No se trata entonces solamente de ofrecer al alumno información y datos, sino dar oportunidades de crecimiento y desenvolvimiento, intelectual pero también humano, racional pero también emocional. ¿Qué hacen las escuelas actualmente para que esto suceda? ¿Cuáles son los valores éticos que se les inculcan? ¿Cómo apoyar, objetiva y puntualmente, para que los niños y jóvenes encuentren progreso académico pero también personal durante esta etapa de vida?

En St. Trinian’s: escuela de rebeldes (Reino Unido, 2007), la historia se desarrolla en la institución que da título a la película, un internado para chicas a punto de ser clausurado por deudas financieras, que de paso tiene encima la presión del nuevo Ministro de Educación de su país, Geoffrey Thwaites, quien desaprueba la aproximación poco ortodoxa de la escuela en materia de contenidos y métodos de estudio y aprendizaje, por lo que pretende reformarla, para ‘ponerla como ejemplo’, o lo que es lo mismo, obligarla a alinearse con los estándares del resto de las escuelas a su cargo, según el molde que él y el sistema burocrático aprueban como ‘correctos’.

Dirigida por Oliver Parker y Barnaby Thompson, a partir de un guión escrito por Piers Ashworth y Nick Moorcroft, la cinta está protagonizada por Rupert Everett, Colin Firth, Talulah Riley, Gemma Arterton, Russell Brand y Lena Headey, entre otros. Se basa a su vez en la serie de dibujos creados por Ronald Searle, caricaturista cómico e ilustrador que trabajó en su concepto de tiras cómicas ‘St Trinian's School’, de 1946 a 1952.

En la versión cinematográfica en St. Trinian’s impera una ideología de anarquía, donde no hay reglas ni jerarquías, sino libertad individual, dado que todo se acomoda y funciona según el orden natural. Thwaites ve en ello desobediencia, alumnas maleducadas bajo una administración irresponsable, pero muchos otros verán en cambio iniciativa y determinación, independencia y soltura. Ninguna postura podría estar ‘equivocada’, tal vez sólo una más cerrada a las posibilidades y diversificación, en el terreno académico, que la otra.

No es que en esta escuela no haya un código de disciplina y una autoridad, pero éstos no se imponen, así que la directora, Camilla Fritton, mantiene un orden concreto sin que parezca un mandato absoluto y los profesores imparten clases pero no enseñan las asignaturas comunes y tradicionales de la manera acostumbrada en el sistema escolar y con apego a procedimientos preestablecidos, sean por ejemplo ciencias naturales, historia o arte, sino que se imparten a partir de un método más práctico, independiente y autónomo para el alumno, permitiendo el florecimiento de la creatividad, imaginación, iniciativa, rebeldía y crítica como componentes de una personalidad culta, reacia a asumir posiciones de sumisión y obediencia en el mundo laboral y social; situación ésta que es justo lo que perturba a las autoridades educativas, empeñadas siempre en mantener todo bajo control.

La película exagera estos escenarios a fin de cumplir con su género de comedia, pero en el fondo la reflexión resulta acertada: la escuela debería ajustarse a las necesidades de los alumnos, no al revés, de manera que les proporcionen las herramientas más útiles y apropiadas para cuando sea momento de salir al ‘mundo real’. 

Evidentemente, las alumnas más pequeñas deben estar aprendiendo a escribir y a leer, mientras  las más grandes se beneficiarán de conocimientos en ciencias y otras asignaturas cívicas sociales, porque todas estas son herramientas de formación y desarrollo para niños y jóvenes. Pero la película no dice que las alumnas no aprendan esto, al contrario, dejar ver que está implícito que lo estudian para luego simplemente enfocarlo a contextos más realistas y pragmáticos. 

Si toman clase de dibujo, por ejemplo, se les anima a expresarse a través del arte y explorar su propia creatividad; si toman clase de economía, se les incentiva a conocer las diferentes realidades del negocio y el manejo del mercado; y si tienen clase de química, se les permite experimentar en cualquier terreno que se les ocurra con el material que tienen a la mano.

Quizá la cinta, para apegarse a ese enfoque de entretenimiento que le da su género, se divierte con llevar cada momento al extremo (en clase de química las alumnas se dedican a mejorar su propia marca de vodka; ¿y por qué ello debería verse como algo negativo?), pero la historia no desacierta cuando reflexiona que en este periodo de vida es importante orientar los esfuerzos hacia el desarrollo individual de cada alumno, quienes deben aprender, sí, pero porque el conocimiento adquirido es parte del caudal intelectual y emocional que les hace evolucionar, madurar.

Cada persona crece, aprende y se adapta a su entorno a su propio ritmo. Para algunas personas, para la mayoría quizá, el esquema habitual de trabajo o de aprendizaje funciona y les permite desarrollar su mayor potencial, pero esto no significa que sea el único modelo de trabajo que logre resultados. Creer que hay un solo y exclusivo modo de crecer, es también dejar de crecer. Thwaites erra al querer obligar a cada institución, profesor y alumno a apegarse a ese molde específico de enseñanza o de desarrollo, porque al homogeneizar, cierra toda oportunidad de iniciativa e invención. En el fondo la narrativa hace una severa crítica al sistema tradicional basado en la competencia entre instituciones, entre los individuos y en la sociedad, en donde la acumulación de saberes se expresa como una forma de conocimiento memorista, repetitivo, cuantitativo y sin vinculación con problemas de interés social, resaltando además el sobrepeso que se le asigna a los deportes y a la rivalidad deportiva en la vida real como factor de identidad institucional. 

El método de St. Trinian’s es diferente, pero no por eso equivocado. Podría llegar a sentirse que la dinámica se caracteriza por un libertinaje desmedido, pero la idea de fondo habla de una rebeldía justificada; de evitar la horma rígida y la sobreprotección, el castigo como medio de control, la meritocracia como dominio y exclusión, o la norma y reglamentación como excusa para limitar la libertad de pensamiento y expresión. El ejemplo parece decir, por el contrario, que la rebeldía, la autorresponsabilidad, el autoaprendizaje, son medios adecuados para impulsar la formación de un carácter crítico y propositivo entre las alumnas.

El resultado aquí es un ambiente que se establece en la solidaridad y el respeto, la valoración de las personas por sus características e intereses, que entonces son nutridos hasta que estas capacidades se convierten en herramientas de crecimiento.

Para demostrarlo más claramente está el personaje de Annabelle Fritton, sobrina de la directora y recién inscrita en la academia, quien rápidamente es puesta a prueba por sus compañeras por medio de bromas y cuestionamientos, todo con el fin de fortalecer su carácter, pero, al mismo tiempo, de quitar de sus ojos la venda, simbólica, que no le permite entender la realidad de su, hasta ahora, limitado mundo, producto de una burbuja autoimpuesta.

Ignorada por su padre y víctima de bullying en su antigua escuela, Annabelle es una extraña en un terreno demasiado independiente para su gusto, dadas sus propias inseguridades. No obstante, conforme se relaciona con sus nuevas compañeras de escuela, encuentra autosuficiencia y autonomía. En esencia, la escuela le ofrece las herramientas necesarias para crecer como persona; encontrar quién es y qué quiere, o qué le interesa y qué le preocupa, en lugar de esperar a qué dice el mundo -o su padre en este caso-, o las normas sociales preestablecidas, respecto a qué debe pensar, ser, querer y creer.

El caos que aparentemente reina en St. Trinian’s no es sino una forma de evitar el autoritarismo de la estructura institucional, permitiendo así la libertad individual: que cada persona tome sus decisiones y absorba las correspondientes responsabilidades y consecuencias implícitas, sin que se imponga por delante un orden político y social, de manejo de poder, de sometimiento y desigualdad. El resultado apunta, muestra, una convivencia basada en la solidaridad, generosidad, identidad, respeto a la diversidad, inclusión y reconocimiento de los liderazgos naturales que se desprenden de la personalidad de cada estudiante.

Este tipo de enseñanza se apega más a un tipo de educación progresista y que, narrativamente hablando, en su versión cinematográfica se aleja así, al menos ligeramente, del concepto original de los dibujos creados por Searle, en que la escuela era algo más parecido a un reformatorio, con alumnas delincuentes y profesores crueles y perversos; recordando que como sátira, el mensaje de su creador era tanto crítico como observador, según la realidad de su contexto (los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial). 

La película opta por una aproximación más objetiva y significativa en cuanto al contexto actual, específicamente en lo relacionado a la naturaleza de la escuela, la estructura y orden establecido, o la relación entre profesores y alumnos, o entre las mismas alumnas, de manera que se apegue más bien a un programa académico de orden casi pedagógico, aquel que rechaza el modelo educativo más formal, en que los alumnos memorizan y aprenden obligatoriamente, en lugar de permitirles elegir qué es lo que los motiva y cómo crecer y participar de y en ello.

Inicialmente Annabelle no parece encajar, por su actitud conservadora y de desdén hacia el aparente desorden. Se adapta y se relaciona, primero al verse forzada a hacerlo, más tarde al encontrar el terreno común entre ella y sus compañeras, aprendiendo de los otros pero también aportando algo a los demás.  

Esto la lleva a su vez, siguiendo con la trama de la historia, a unirse al plan para salvar la escuela, que consiste en robar una pintura de Johannes Vermeer, ‘La joven con el arete de perla’, de la Galería Nacional de Londres, para, eventualmente, embaucar a Carnaby, el arrogante padre de Annabelle, vendiéndole una copia falsa, con lo cual obtendrán los recursos financieros que la escuela necesita, para, posteriormente, devolver el cuadro original a las autoridades, logrando así también hacerse del dinero de la recompensa.

El plan es estratégico y organizado, y pone a prueba las capacidades y habilidades de cada chica, que aportan con su creatividad, ideas e ingenio hasta construir un proyecto conciso y viable con la participación de todas. Esto, extrapolado, llevado a toda la vida escolar en St. Trinian´s, resulta en una convivencia de constante aprendizaje y retroalimentación que hace sentir a cada alumna valorada, al saber que pertenece, pero al mismo tiempo, cada quien es también única. ¿No es esto lo que finalmente cada persona anhela en la vida, formar parte de un grupo, sin sacrificar su individualidad?

St. Trinian’s podría parecer sinónimo de irreverencia, extravagancia, irresponsabilidad, desafío y desacato, pero las travesuras y la curiosidad tan marcadas y celebradas entre sus estudiantes no son más que las características de la edad escolar (recordando que en la película se engrandecen para ser correspondientes con la comedia estrafalaria y de humor negro del material que la inspira), una etapa en la que además es propio cuestionar, dudar, lo mismo que explorar.

Cuando las alumnas deciden ayudar a salvar la escuela, ante la amenaza de tener que ser trasladadas a ‘escuelas normales’ -aquellas en donde las minorías y los diferentes, como ellas, son rechazados-, demuestran lealtad y honor, determinación y madurez, haciendo evidente que el aprendizaje que permite la libre expresión de pensamiento y acción, la autonomía e independencia de los individuos, la solidaridad en lugar de la competencia, y la comprensión de los procesos en lugar de la memorización y la repetición de datos y estadísticas, es tan funcional, o mejor, que los métodos tradicionales de enseñanza escolarizada.

 La historia también reflexiona sobre cómo la autoridad puede fácilmente convertirse en un orden autocrático que genera impedimento, formalidad y condicionamiento, si se maneja con inflexibilidad, intolerancia o tradicionalismo. La mirada burocrática de la educación y la supervisión exagerada, lejos de contribuir a mejorar la enseñanza, pueden ser obstáculo para la formación de los alumnos. La película lo aborda con humor sarcástico, pero ello no impide apreciar lo certero de su crítica; es más bien un acierto que resalta su calidad.

De lo que se trata en el fondo es de poder ver a la rebeldía como camino a la revolución; a la idea de cambio, más que el cambio en sí, como primer paso para establecerlo, para inculcar una cultura de valores como el respeto y la aceptación, defendiendo o criticando siempre con razón y criterio el entorno, algo que debería, idealmente, inculcarse desde etapas tempranas de formación, dado que, decisiones de vida hay siempre, no sólo a partir de cierta edad.

Ficha técnica: St. Trinian's

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