Durante meses se estuvo hablando del metaverso, un término que se utiliza para describir un universo virtual compartido y completamente inmersivo en el que las personas pueden interactuar entre sí y con objetos digitales en tiempo real, a través de computadoras, consolas de videojuegos, gafas de realidad virtual, entre otros. En teoría, en esos mundos los usuarios pueden crear y personalizar su personalidad, explorar lugares y mundos, participar en juegos, eventos y actividades sociales, comerciar bienes virtuales, e incluso, trabajar y realizar actividades económicas. Cuando Bill Gates lo describió, hablaba de que reemplazaría en un mediano plazo a las reuniones virtuales, que se impulsaron tanto durante el período más crítico de la pandemia y para algunas actividades fue la única forma de interactuar con colegas de trabajo y familiares.
Fue tanto el impacto que empresas como Facebook aparte de cambiar de nombre a “META”, hicieron grandes inversiones para crear su mundo virtual. El problema es que al igual que Facebook, cada empresa que ha incursionado lo hace con el fin único de la obtención de beneficios, con reglas impuestas y no con estándares abiertos al mundo, contrario a lo sucedió con el Internet como ahora lo conocemos, que al ser un protocolo abierto y accesible para todos, permitió un crecimiento exponencial y en poco tiempo tuvo la revolución que ahora nos es cotidiana. Sin embargo, en últimos meses las empresas que le apostaron todo por los metaversos se han topado con sus espacios casi desiertos, la gente no está dispuesta a pagar los montos que ahora suponen equipos de cómputo más veloces, dispositivos de realidad aumentada y virtual con precios equivalentes o más caros que los teléfonos más modernos. Hay inclusive empresas inmobiliarias que venden espacios “virtuales” dentro de ciudades, para en el caso que alguien quisiera poner un anuncio mientras se pasea por ahí, poder cobrarlo, al puro estilo de un espectacular de toda la vida. Sin embargo, ha sido un poco desastroso el camino que han tenido, no hay gran interés y por lo tanto no han sino reportado pérdidas trimestre a trimestre.
Lo que sí se ha exponenciado y al inicio sin mucho ruido, es la inteligencia artificial, pero la real, no las promesas que han vendido algunas empresas en cuanto a sistemas de publicidad o análisis de datos. Lo que ha crecido específicamente son los chatbots, el más famoso ahora ChatGPT de la empresa OpenIA, que por ahora se define como una empresa de investigación sin fines de lucro. ChatGPT como he comentado antes, es una poderosa herramienta que ayuda a generadores de contenido, programadores, periodistas y en general al público, respondiendo de forma muy natural y estructurada a dudas y problemas que se le pueden ir planteando. No es algo perfecto, pero funciona muy bien, tanto así que Microsoft en meses pasados le inyectó 10,000 USD y ha estado trabajando en una integración a sus productos como Office y su buscador Bing. Por supuesto que otras empresas como Google y recientemente META han anunciado el desarrollo y en el primer caso, la experimentación con sistemas de inteligencia artificial, pero no son ahora pruebas abiertas al público en general, como es el caso de ChatGPT.
Hay otros ámbitos donde se está utilizando, como en la generación de imágenes a partir de ideas, de música, de edición de video y mejora de audio. Son esfuerzos que este año están creciendo a pasos agigantados y que están volviendo realidad apenas aquellas ideas que se tenían en los 90, donde algo muy permeado en la población era la creencia que si te sentabas frente a un acomputadora, podrías pedirle “cosas” que hiciera y automáticamente la PC te respondía y/o generaba la información. Justo eso es lo que está pasando ahora, 30 años después.