Hay varias razones por las que una persona se vuelve aficionada a algo; en general se trata de aquello que le apasiona o le hace feliz, la pregunta es: ¿por qué se hace fanático o qué necesidad cubre esto? Entretenimiento, distracción, socialización, aprendizaje, crecimiento personal, actividad profesional u otras opciones que en el fondo hablan de desarrollo humano.
El deporte es de esas actividades a las que un individuo se puede acercar para cubrir distintas necesidades; alguien se puede dedicar a ello profesionalmente, practicar de manera amateur o como juego, o como vehículo de distracción y entretenimiento. Pero, ¿qué pasa cuando el gusto por algo se vuelve una obsesión?, ¿cuándo en lugar de ayudar a alguien a crecer se transforma en factor que nubla su visión y lo condena a no salir de lo rutinario?
La película Amor en juego (EUA, 2005) toma un suceso histórico en el béisbol profesional de Estados Unidos (el triunfo en la Serie Mundial de 2004 por parte del equipo de los Medias Rojas de Boston) y alrededor de ello construye una trama de amor que en el proceso habla de adaptación, madurez, competitividad y relaciones humanas. Escrita por Lowell Ganz y Babaloo Mandel a partir del libro ‘Fever Pitch’ de Nick Hornby, dirigida por Peter y Bobby Farrelly, está protagonizad por Jimmy Fallon y Drew Barrymore. La historia sigue a Lindsey, una exitosa asesora comercial que acepta salir con Ben, un profesor de escuela que, obviamente por sus círculos laborales, tiene un estilo de vida totalmente diferente al de ella.
Las amigas de Lindsey primero la animan a perseguir esta relación, convencidas de que si sus novios siempre han seguido un mismo molde, el mismo tipo de hombre, con el mismo tipo de empleo y un perfil parecido al de ella, es decir, alguien trabajando en los negocios, hambriento de éxito, posición y reconocimiento, quizá sea motivo de probar con alguien opuesto a ella, no igual a ella, para ver si los resultados traen algo mejor: alguien con quien no haya competencia sino compatibilidad.
La relación progresa a pesar del inicial escepticismo de Lindsey para animarse sentimentalmente con alguien totalmente opuesto a su propia forma de ser; sin embargo, él se vuelve el complemento perfecto, es amable, alegre, atento y ´buen mozo´. Entonces surge la sospecha sobre el ‘Hombre Perfecto’ y las amigas de Lindsey le proponen indagar por qué un hombre que parece la pareja ideal ‘sigue soltero’.
La dinámica entre ellos en efecto cambia cuando inicia la temporada de béisbol y Ben vuelca toda su atención hacia los encuentros deportivos, las estadísticas, los entrenamientos y demás parafernalia. Entonces Ben revela su mayor secreto: es fanático del equipo de béisbol los Medias Rojas de Boston, a un nivel realmente apasionado. Llenar su departamento de objetos coleccionables o alusivos a su equipo de béisbol preferido es sólo el principio. Ben tiene la tradición, más bien fijación, de saber todo sobre los Medias Rojas, los nombres de sus jugadores, sus planes de estrategia para ganar el título y, por supuesto, todo el calendario de sus partidos y las sedes donde jugarán cuando salgan de gira, al grado que, comenzando la temporada, Ben no se limita a ser un aficionado más, sino que moldea toda su vida alrededor del equipo.
Ben se lo plantea a Lindsey apenas comenzando la relación, dejándole saber que, usualmente, sus novias terminan con él por resentir que su prioridad sean los Medias Rojas, en lugar de ellas; pero Lindsey, tan centrada en su propio empleo y persiguiendo un ascenso laboral, lo ve como una buena oportunidad, porque mientras Ben se dedique por completo a su equipo de béisbol favorito, ella podrá centrarse de lleno en sus actividades laborales.
Lo que de momento no ven, y que eventualmente se vuelve un problema en su dinámica, es por qué eligen lo que eligen hacer. Lindsey es ambiciosa, concentrada su trabajo, lo más importante y única meta es su crecimiento profesional y personal; ella es su propia prioridad. Ben por su parte es relajado, libre, despreocupado y de alguna forma inmaduro, porque él también es su propia prioridad, pero, en este caso, subordinado a la dinámica de su equipo.
Sin embargo, cuando empiezan a pensar a futuro, en una relación donde la prioridad tenga que ser el compromiso con su relación y, potencialmente, con su futura descendencia, ¿puede Lindsey centrarse en otras cosas que no sea el trabajo?, ¿puede Ben centrarse en alguien, o algo, que no sean los Medias Rojas de Boston?
Y es ahí donde la buena dinámica se rompe, porque Lindsey se da cuenta que tal vez no haya nunca nada más importante en la vida de Ben. Ella asume en principio la afición de él como un pasatiempo o un gusto excesivo, pero, eventualmente, descubre que es una obsesión enfermiza, un apego desmedido, una dependencia emocional que le impide genera afectos más allá del campo de béisbol, donde, ilusoriamente, asume existe “su familia”.
No puede competir con eso, Ben no es capaz de ponerla primero al menos una vez en todo el tiempo que ha durado su relación. No lo hace cuando ella lo invita de viaje, ni cuando lo lleva a cenar con sus padres para que lo conozcan, incluso cuando se abre la posibilidad de que Lindsey esté embarazada. Siempre hay un juego que reclama su atención, un compromiso supuestamente ineludible para estar en el parque de los Medias Rojas.
Ben cree que lo intenta, comprometerse a su manera, suponiendo que existe un punto medio en el que su novia y su afición por el deporte encuentran un balance; pero no, ese punto medio no existe, se queda sólo en el intento, no en lograr lo deseado. Aunque el problema es justamente que en el fondo no lo desea, él sigue siendo alguien totalmente despreocupado de la vida, ajeno a cualquier compromiso afectivo, un adulto que reacciona como adolescente esperando que los demás se adapten a sus intereses y caprichos. No actúa como adulto responsable que sepa escuchar y comprender al otro, que dialogue y encuentre soluciones. Su punto es: “soy así” y si no les gusta ni modo; justo la explicación que le da a Lindsey desde el principio de la relación: mis relaciones terminan porque no comparten mi interés por el deporte.
Lo que Lindsey tal vez en ese momento no entiende es el origen de esta afición y qué vacío llena en la vida de Ben, o lo que es lo mismo, ¿por qué Ben tiene este apego tan grande con un equipo deportivo? Según relata la historia, a los 7 años Ben tuvo que mudarse con su madre a Boston a raíz del divorcio de sus padres. Solo y sin una figura paterna concreta, su tío Carl lo llevó a un partido de béisbol y luego a otro y a otro hasta que el deporte se convirtió en el sustento emocional para Ben, llenando el vacío que había dejado en su vida la dinámica en un hogar disfuncional.
En el estadio del equipo habla con gente, se preocupa por algo, aprende, se emociona, socializa y tiene un motivo de vida. Desde que era niño, el tiempo pasó y Ben creció, pero ese espacio emocional nunca lo llenó nadie más. Ben heredó de su tío las entradas de temporada a todos los partidos del equipo de Boston y ahora asiste a todos los juegos de los Medias Rojas con las personas importantes en su vida, es decir, para él este compromiso, este honor, es su forma de decirle a Lindsey que es importante en su vida, lo que ella no entiende realmente porque para ella el béisbol no significa nada, no cubre ninguna emoción ni tiene un motivo de ser.
Eventualmente, y luego de que Lindsey le exige a Ben un compromiso con ella, él cae en cuenta que los Medias Rojas son toda su vida; vive y respira para ellos, los idolatra, los ama. Sin embargo, es uno de sus alumnos quien le plantea la esencia de la cuestión, la reflexión necesaria: él ama a los Medias Rojas pero, ¿los Medias Rojas lo aman de vuelta?
Después de un partido en el que su equipo pierde, Ben y sus amigos encuentran a varios de los jugadores de los Medias Rojas tranquilamente cenando en un restaurante. Sus compañeros se molestan por lo que llaman una falta de compromiso de parte de los deportistas, pero Ben, que ya ha recibido el reclamo de Lindsey de nunca demostrar devoción por ella de la misma manera que lo hace con su equipo, se da cuenta que, aunque los Medias Rojas son todo su mundo, su motivo de existir y su razón para estar feliz, para otras personas los Medias Rojas, el béisbol y el deporte en sí, son y representan muchas cosas diferentes, no forzosamente tan significativas.
Por ejemplo, para los jugadores cenando en un restaurante tras un juego perdido, el béisbol es su empleo, por el que dan su mejor esfuerzo, pero no entregan su vida, porque saben que en el juego se gana y se pierde. Para otros puede ser una afición inofensiva, pasajera, un entretenimiento, una distracción, un motivo para convivir.
Para Ben los Medias Rojas llenan un vacío emocional, o más bien se han vuelto su medio de existir, de relacionarse, de vivir y sentir una conexión, al grado que había olvidado que hay muchas otros lazos significativos en su vida y que no todos tienen que estar atados o ligados a este gusto por el deporte.
Así que Lindsey se puede solidarizar con él, acompañarlo a varios partidos y entender su gusto por el equipo, pero no significa que ella construirá su mundo alrededor de un ideal que no comparte. La decepción ocurre cuando piensa que Ben puede potencialmente sentir lo mismo por ella y por ende cambiar, pero él regresa siempre a sus obsesiones con el deporte cuando su equipo llega a una racha ganadora.
Lindsey tiene sus propios intereses, planes, metas y anhelos. Pero así como ella respeta a Ben, espera de vuelta el mismo nivel de compromiso, o lo que es lo mismo, reciprocidad, empatía y entendimiento. Sin embargo, Ben se tarda en entender este punto y en cambio le reclama o la chantajea emocionalmente, porque lo último que quiere es ceder, además de que lo que tiene que ceder es algo tan personal y significativo que no se atreve a dejarlo ir, porque para esta altura ya es también parte de sí.
El ‘pero’ no es que Ben sea aficionado a algo, sino serlo desde un punto de vista inmaduro y egoísta. Lindsey acepta su amor por el deporte, pero parece como si Ben quisiera más, quisiera que Lindsey sienta el mismo nivel de amor por aquello por lo que él es aficionado. Ella lo hace, pero no es por los Medias Rojas, es por él. “Todas estas cosas que sientes por este equipo. Yo también las siento, por ti”, dice ella en un punto de la historia.
Ben no ha madurado porque se ha envuelto en esta burbuja que se ha convertido en su lugar seguro. Tiene una rutina, hace lo mismo cada año y sabe qué sucederá cada que inicie la temporada de béisbol profesional en Estados Unidos, incuso si su equipo no llega a la final. Cada año ve a la misma gente, hace las mismas cosas, se siente parte de algo y tiene seguro cómo es que se darán las acontecimientos; no importan los altos y bajas de la vida, el siguiente partido sigue presente y agendado. No hay puntos medios en este escenario, las reglas y las dinámicas no cambian, por mucho que cada partido o cada temporada puede desenvolverse de manera diferente, porque los jugadores o las personas a cargo pueden cambiar, pero el equipo, el estadio y la afición no van a ningún lado. Incuso Ben llega a decirlo, para él el béisbol no es ambiguo sino concreto, y si es concreto tiene el control, no como la vida que es cambiante y por ello ambigua, en donde todo puede ser completamente diferente en un instante.
Al final Ben lo entiende, para los jugadores y la mayoría de los aficionados el deporte es un gusto, pero no viven su vida en el campo, viven la emoción del juego, la emoción de estar ahí, se pierdan o se ganen partidos. Eso es todo, al final de cada juego tienen su vida personal y otros gustos e intereses; su destino no gira alrededor de un equipo.
Los Medias Rojas se habían convertido en el motivo de vivir de Ben, pero ahora tiene otros motivos por los cuales emocionarse o apasionarse; Lindsey y su relación a futuro son el más claro ejemplo. No es que ella quiera que él se obsesione o la ponga en un pedestal como lo hace con el béisbol, ni quiere que Ben olvide por completo ese motor de vida que lo ayudó a salir adelante por tantos años y que realmente le apasiona; lo único que anhela, en todo caso, es que haya coherencia y respeto a su relación, para que, cuando algo más importante suceda, él esté ahí apoyándola, dándole la prioridad que merece.
Al final ella también entiende que no se trata de ‘tenerlo todo’, porque no se trata de ‘tener’, sino de compartir lo que se tiene con alguien que lo haga significativo e importante, da igual si se trata de una fiesta, una cena, una relación, un viaje, un nuevo empleo o incluso un partido de beisbol.
Aunque parezca que quieren cosas diferentes, al final Ben y Lindsey quieren lo mismo, una conexión emocional que les llene de satisfacción, el problema es que su lenguaje emocional no es el mismo, en esencia porque el mundo en el que viven, las reglas sociales que les dictan y los roles generacionales que se repiten en el colectivo no han sido los mismos; la solución: comprender al otro y adaptarse a los cambios culturales.
La película plantea, gracias a su corte romántico, aquel viejo molde que funciona pese a que parece trillado: los opuestos que se atraen, los contrarios que se complementan; pero hay más que eso, pues en el fondo habla de una relación sentimental que funciona en cuanto hay compromiso y adaptación, real y constante, del uno hacia el otro y viceversa. Esto será posible si existe un compromiso fundado en la comprensión, confianza y empatía; nunca menos, nunca desigual.
Ficha técnica: Amor en juego - Fever Pitch