Toda película surge de una idea, de una inquietud por explorar un tema, contar un acontecimiento, ahondar en un personaje o tipo de persona, incluso abordar alguna situación del mundo real, sea alguien, un lugar, un momento o un cambio social. Y las ideas pueden venir de muchas partes, las personas a nuestro alrededor, las conversaciones, los libros, los sueños, la imaginación, los problemas sociales, las formas de gobierno, la organización del colectivo, el arte, el cine y mucho, mucho más.
Antes de la película existe un guión, que es la historia escrita en palabras, en donde se exponen todos los detalles necesarios para su filmación. Pero antes del guión está el argumento, que es la idea base contada en forma de historia con un planteamiento, nudo y desenlace, es decir, el esquema que desarrolla acontecimientos, personajes, temas, motivaciones y conclusiones. En corto, de qué trata toda la narrativa.
A veces un argumento es interesante conforme a lo que plantea, pero al expandirse y convertirse en guión, ya dividido en escenas y con diálogos, la idea comienza a deslucir. Cuando pasa del papel a la pantalla, agrega todas las partes que vuelven a la historia una película contada en imágenes y, esta transición, también impacta en el producto final, en la película que finalmente se exhibe. Así que puede haber películas muy bien producidas, con resultados no tan satisfactorios. Es decir, propuestas con mucho potencial gracias a una idea rica en contenido, temas, personajes y creatividad, pero que no saben plantear con astucia su argumento e iniciativa, resultando en un guión que termina como un proyecto que quizá puede ser entretenido, pero que se siente hueco o insuficiente, a veces mediocre.
Estos son dos ejemplos ilustrativos de carencias de este tipo; ambos dentro de la ciencia ficción, un género que debería enriquecerse de su capacidad para evocar y reflexionar la realidad actual. De ahí que el potencial esté ‘desperdiciado’, pues tienen mucho que ofrecer con su universo creado, ese mundo imaginario que pudiera nutrirse de la reflexión sobre el mundo existente, pero al que, finalmente, no logran sacar suficiente provecho.
Por un lado está Hypnotic (EUA, 2023), la historia sobre un detective que busca a su hija desaparecida, quien está convencido de que el caso está relacionado con una serie de atracos que parecen imposibles, pues involucran a un hombre con el poder de influir en las personas para que hagan lo que él les pida, actuando de tal manera que se convierten en cómplices o facilitadores de los delitos.
Eventualmente Daniel Rourke, el detective, se ve en medio de una conspiración que se relaciona con el gobierno y que descubre tras aliarse con una médium que le explica la existencia de ‘hipnóticos’, personas con el poder de la hipnosis, en este caso ejercida con tal profundidad que puede ser aprovechada para controlar y manipular a cualquier individuo.
La película puede ser medianamente entretenida por toda su parafernalia, pero se sostiene en demasiados clichés como para lograr escapar de la estructura genérica y predecible. Hay tantos giros narrativos que, en lugar de ser sorprendentes, le restan credibilidad al asunto, incluso tratándose de una historia de fantasía y ciencia ficción. El problema claro, va más allá del desarrollo del guión, ya que falla en la construcción y coherencia del argumento, a propósito de no explorar con detenimiento el mundo imaginario creado, rico en ideas, pero todas minimizadas en medio de una trama trillada y con una resolución forzada: todo se expresa demasiado conveniente pero poco convincente.
La idea de la hipnosis tiene su grado de irrealidad, pero plantea temas interesantes sobre la mente y las ilusiones, lamentablemente no explorados, ya que la hipnosis es, después de todo, una práctica que se utiliza para enfocar la atención de las personas. La hipnosis consiste en hacer que alguien se concentre en algo específico, para que responda a sugerencias o sugestiones concretas. Esto es atrayente porque habla de cómo se puede influir en las personas, guiando su evaluación de una u otra situación hasta dirigir sus decisiones, algo que la persuasión, la seducción y la manipulación tienen bien estudiado.
Por otra parte, también habla de cómo perciben las personas la realidad. ¿Vemos y oímos lo que queremos ver y oír? ¿Creemos todo lo que vemos? ¿Cuestionamos la realidad lo suficiente? ¿Tomamos decisiones a partir de la impulsividad o de la razón? ¿Vemos y creemos o analizamos a través de todos los sentidos? La realidad sólo es objetiva cuando es cuestionada y dimensionada, así que, qué tanto realmente lo hacemos y qué tanto nos dejamos llevar por las percepciones y espejismos, la presión del colectivo o las apariencias con manipulación y persuasión de por medio.
En corto, el tema central debería haber sido sobre cómo se puede influir en la percepción de la realidad, cuestionando si lo que queremos ver es lo mismo que lo que tenemos que ver. ¿Qué pasa con la autonomía, identidad, libertad y poder de decisión de las personas, cuando ya no elije, sino sólo hace lo que le dicen que haga?
En teoría ese es el peligro latente que plantea el plan del ‘villano’ de la historia, que está buscando a una persona, que formó parte de un proyecto secreto del gobierno y que tiene la capacidad para influir a gran escala en las personas; capacidades que en las manos incorrectas se convertirían en un arma. Alguien que puede influir en la gente y convencerla exactamente de lo quiera; hacerle ver, sentir, escuchar, creer o vivir algo que nunca sucedió. Es el fin de la autonomía a partir de la manipulación y el control; pero estos son temas que no obstante el filme nunca aborda, a pesar de que la idea está ahí tan clara en su mera premisa.
La cinta se limita a tomar su concepto como muletilla para trazar una trama absolutamente básica que va del punto A al punto B sin mayor trascendencia. Motivaciones, explicaciones o contenido, todo está al vacío porque en realidad no trata de nada; más bien consiste en una serie de acontecimientos genéricos rodeados de una idea interesante, suficiente como para atrapar la atención, pero insuficiente como para ser satisfactoria. El proyecto está dirigido por Robert Rodriguez, que coescribe junto con Max Borenstein, y protagonizado por Ben Affleck, Alice Braga, JD Pardo, Jackie Earle Haley y William Fichtner.
Por su parte, otro ejemplo de una idea que pudo hablar de temas muy interesantes pero que se limita a ser complaciente en pantalla con sus efectos especiales, secuencias de acción y el obligado romance entre los personajes principales es Recolectores (EUA, 2010), que se desarrolla en un mundo futurista en donde las personas pueden alargar o mejorar su salud comprando órganos artificiales que se consiguen condicionados a un crédito. Las personas enfermas o que desean salvaguardar su calidad de vida pueden comprar uno o varios órganos artificiales a forma de ‘mejoras’ en su cuerpo, pero si llegan a fallar en sus pagos y no abonan sus cuotas mensuales, aparecen los ‘recolectores’, personas encargadas de conseguir de vuelta, no el dinero, sino el órgano.
La historia plantea con su premisa temas muy interesantes: sobre el capitalismo y su dinámica de comercializar todo, el lucrar con la salud de las personas, la forma de explotar la transacción préstamo-cobro a veces por avaricia, por deseo de acumulación o por mecanismos de despojo, aunque siempre con el trasfondo de la división social en clases, que deja a los más necesitados sin oportunidades, condenados a vivir en la miseria. Y se encuentra también presente la necesaria reflexión sobre los avances científicos y cómo es que la ciencia y la tecnología responden más al capital que a la ciencia médica y la responsabilidad social.
Sin embargo, a pesar de toda esta perspectiva temática, la película no aborda a fondo ninguno de los asuntos o temas posibles, porque se pierde en el cliché, en el enunciado predecible y simple, que avanza como una historia genérica llena de parafernalia visual, sin iniciativa para expandir su planteamiento, su concepto o la construcción distópica que imagina.
En ese futuro propuesto, las corporaciones privadas ofrecen órganos sintéticos, pero a un precio enorme, inalcanzable para la mayoría, porque no importa qué tanto pueda ayudar el invento a la humanidad, pensando por ejemplo en personas enfermas o con males degenerativos; al final, se trata de dinero y ganancia; quien lo tiene puede conseguir todos los órganos que necesite (o no necesite) y quien está al fondo de la pirámide social, no puede costear los órganos y termina por comprometerse en acuerdos de deuda que no va a poder cumplir, de forma que se vuelve un modelo de explotación, que funciona gracias a que se aprovecha del grupo social más numeroso y necesitado de la población.
Los recolectores son en esencia cobradores, reflejo de la profesión a la que muchas personas se dedican en el mundo real, impulsada como profesión en virtud del mecanismo de crédito utilizado en todo el sistema financiero para expandir la demanda y el consumo, pero que, en la historia, su función es llevada al extremo. Es ciencia ficción y es distopía, por lo tanto, es un escenario exagerado que en el fondo refleja una realidad latente: el recolector tiene que asegurarse de resolver ‘a cualquier costo’, esto es, debe recuperar para el propietario, para quien concede el préstamo, el “valor” o el “bien” de la empresa.
Aquí lo que sucede es que eventualmente el protagonista, un recolector, comienza a darse cuenta que no es lo mismo cobrar a alguien que de manera oportunista y gandalla elude pagar lo que debe, a alguien que no tiene ningún medio para hacerlo, esa gente desesperada que sin el órgano moriría, pero que, incluso si lo obtiene, al final también lo perderá todo, porque no tiene medio de pagarlo y, eventualmente, alguien vendrá a “recolectarlo”.
Remy, el personaje principal, termina entonces por unirse a la resistencia, a los que pelean porque el derecho a que esta tecnología (el avance científico que hace posible que haya órganos artificiales que ayudan a prolongar la vida o la calidad de vida) esté disponibles para todos. Y es aquí donde la historia se vuelve tan banal y superficial como podría esperarse de un trazo sin iniciativa, sin superar el cliché de los ‘malos’ con poder y dinero. La oportunidad de hablar de cómo el sistema favorece a los que ya tienen el poder, de la forma como se reproduce el despojo de los ya de por sí empobrecidos y se desfavorece a los que se vuelven víctimas del propio orden establecido, se diluye en un relato que no pone ningún interés en desarrollar a sus personajes o a su premisa.
Pudo hablar de las diferencias de clases sociales o cómo el que rige el mundo es aquel con los medios para someter a las personas condicionándolas, expoliándolas, manipulándolas, en este caso, poniendo precio a una necesidad básica, la salud, que bien puede ser reflejo crítico de la forma como se maneja el sector salud de forma privada en la actualidad, desde las clínicas, los hospitales o la creación y distribución de fármacos y demás medicamentos, pero en su lugar la película olvida la propuesta de su argumento y se convierte en un relato de acción elemental, básico, derivando hacia un nivel melodramático una vez que el protagonista se ve obligado a comprar un corazón artificial para sí mismo, tras un accidente en el trabajo, a sabiendas que no puede pagar por el órgano y, por consiguiente, en su momento, la propia gente de la empresa con la que labora, irá a recolectar su corazón. No hay, lamentablemente, ningún atisbo de crítica hacia esa práctica común en el mundo en que vivimos de ignorar el derecho humano a la salud y a la protección laboral a la que se tiene también derecho frente a accidentes de trabajo.
Otra oportunidad que el tema sugiere es hablar de la diferencia entre las personas que optan por estos avances científicos con tal de nutrir su ego y vanidad, porque la gente con soltura económica podría solicitar cualquier tipo de operación para aumentar su propia autocomplacencia, haciendo así énfasis en la industria médica que funciona a partir de la ostentación y vanagloria del propio poder económico; sin embargo la película nunca voltea a ver esta opción de reflexionar todo desde un punto de vista más crítico, pues se limita a centrarse en la obviedad, las personas que no pueden pagar los órganos que necesitan y, por ende, se esconden en la clandestinidad para eludir el pago; una realidad, sí, pero una realidad plana que tampoco analiza.
La perspectiva no es mala, pero limita la crítica social sólo una cara de la moneda; el problema es ese, que todo es tan unidimensional que parece que los pobres sólo quieren eludir sus compromisos ocultándose. En la vida real, cuántas personas no se realizan operaciones o tratamientos quirúrgicos por mera vanidad y despilfarro de dinero cubriendo estándares de belleza, que son necesidades inventadas. Y cuántos, en cambio, no pueden pagar una cirugía rutinaria que les salvaría la vida, que pese a ser ‘necesaria’, es imposible, al menos para ellos. ¿Cuántas personas están, en el mundo real capitalista, en listas de espera para donación de órganos, en su anhelo por sobrevivir? ¿Cómo impacta esto en el mercado negro, en el tráfico de órganos y la trata de personas? ¿De qué manera la industria farmacéutica y la industria hospitalaria encarecen el acceso a los servicios médicos? Preguntas angustiantes que no pasan por la mente de productores ni guionistas.
Con temas tan serios y relevantes manifiestos en el mundo actual, especialmente el de convertir en negocio lucrativo la salud humana, cómo es que la película se queda en el terreno más básico y obvio, olvidando que todos estos temas son motivo de preocupación social y exigen análisis, respuestas, propuestas de solución. Ideas con mucho eco en una trama que intenta demasiado parecer original, pero que no es para nada crítica y, por eso, termina siendo intrascendente; que es, por cierto, un mal de muchas películas con potencial desperdiciado, sin habilidad para desarrollar su idea de forma lógica o relevante.
Sin contenido temático reflexivo, la película se reduce a escenas con cierta dinámica visual (sea el trabajo actoral, producción en escena o edición), pero en el fondo pocos resultados. El filme está dirigido por Miguel Sapochnik, protagonizado por Jude Law, Forest Whitaker, Liev Schreiber, Alice Braga y Carice van Houten; escrito por Garrett Lerner y Eric García, este último autor de la novela literaria en que se basa todo: ‘The Repossession Mambo’.
Al final en ambas historias está en el aire la angustia ante la pérdida, personal o del ser querido, el temor a lo desconocido, la ansiedad por la agonía que significa desear evitar lo inevitable. Si la idea no es sentida y comprendida por sus ejecutores, el resultado no puede ser favorable y algo con mucho potencial, termina reducido a la simplicidad.