La familia es el núcleo o unidad social donde se inculcan valores, principios éticos y reglas de convivencia; donde se aprende, crece y desarrollan habilidades intelectuales y afectivas. Ya sea el lugar físico, es decir el hogar, o las relaciones interpersonales entre hijos y cuidadores o entre hermanos mismos, cada miembro del grupo familiar continúa siempre cambiando y evolucionando, es decir, se educa, cultiva y forma su identidad y carácter, del nacimiento a la muerte.
Esto quiere decir que todos aprenden de todos en todo momento; no porque los hijos sean niños no tienen algo que enseñar a los mayores y no porque los hermanos lleguen a la adultez no continúan apoyándose en sus relaciones de familia. El reto es tomarlo con responsabilidad, sobre todo cuando se trata de una etapa temprana, es decir, cuando los hijos aún son pequeños, niños o adolescentes, pues necesitan una figura que funja como guía, pero no teniendo todas las respuestas, sino abiertos a la adaptación y al cambio, con orden, autoridad, disciplina y coherencia.
Este es el tema en la película Educando a Helen (EUA, 2004), dirigida por Garry Marshall, escrita por Jack Amiel y Michael Begler, y protagonizad por Kate Hudson, Joan Cusack, Hayden Panettiere, John Corbett, Helen Mirren, Sakina Jaffrey, Abigail Breslin y Spencer Breslin. En ella, Helen es una exitosa mujer que trabaja en una agencia de modelos, que destaca en su profesión porque entiende con claridad la dinámica para el éxito. Es joven, le gusta salir a divertirse, toma las cosas con ligereza, actúa como la amiga de sus sobrinos y evita el compromiso a largo plazo con cualquier otra cosa, específicamente la responsabilidad de tomar el control y las riendas de algo que no impacte directamente en sus prioridades, en este caso su bienestar personal y laboral.
Esa dedicación y compromiso no sucede igual con su familia, porque Helen realmente no entiende qué necesitan las personas cercanas a ella en este plano social-familiar. Convive, aprecia el afecto, tiene una relación cordial y estrecha con ellos, pero no tiene que desviar su atención del ‘yo’ de su rutina hacia nadie más, así que evita tener que afrontar cómo asumir ese aspecto de su vida, hasta que se ve obliga a hacerlo, una vez que su hermana mayor Lindsay, y su cuñado, fallecen en un accidente automovilístico y en su testamento dejan a Helen como responsable del cuidado y educación de sus tres hijos: Sarah, Henry y Audrey.
Helen no está preparada para esto, dado que nunca ha tenido que asumir ese tipo de responsabilidad, pero acepta el reto sabiendo que su hermana y cuñado confiaron en ella y en su buen juicio para guiar a sus hijos. Acepta porque, incluso sin darse cuenta, sabe que es momento de madurar.
La más sorprendida por todo el asunto es Jenny, la otra hermana de Helen y Lindsay, la mayor de la familia, que desde que ellas mismas eran niñas se hizo cargo de sus hermanas menores cuando sus propios padres fallecieron, siendo todas muy pequeñas. Jenny ahora tiene un esposo, dos hijos, un tercero en camino y parece no sólo tener su vida en orden, de acuerdo con los estándares tradicionales de modelo o molde familiar, sino que es una buena mamá, es decir, es responsable, competente, dedicada, entiende lo que se necesita para que su casa sea un lugar feliz, seguro y confiable o para que sus hijos crezcan con las herramientas necesarias para salir adelante.
¿Por qué entonces Lindsay no escogió a Jenny para cuidar de sus tres hijos? Porque Helen es diferente, no ‘mejor’, no ‘peor’, sino con una visión fuera del molde; es abierta, divertida, audaz, moderna, alguien también aprendiendo a adaptarse. La muerte de los padres de estos tres chicos ya es un cambio total, así que necesitan asegurarles una vida totalmente diferente, con alguien que se adapte a ellos, no alguien que les ofrezca un hogar al que ellos tengan que adaptarse. En corto, es una oportunidad fresca y nueva para que los niños se encuentren y construyan una nueva realidad de vida y se integren como familia y socialmente; es, al mismo tiempo, una oportunidad también para que Helen haga lo mismo.
Helen pronto se da cuenta de todo lo que no había tomado en cuenta y que viene con su nuevo rol de tutor, cuando Sarah, Henry y Audrey se mudan a vivir con ella. Para empezar Helen tiene que vender su departamento para adquirir uno más grande donde quepan todos. Pero uno más grande significa más caro y debe dejar entonces la vida que tenía en el centro de la ciudad en Nueva York, para mudarse de Manhattan hacia Queens, un barrio más alejado de su lugar de trabajo y círculo social.
Vivir con sus sobrinos y hacerse cargo de ellos, no es lo mismo. Helen ahora debe procurar lo que comen, resolver las dudas que tengan, ayudarles con los miedos que les invaden y, más que nada, enfrentar y superar el duelo mismo, en suma, modificar radicalmente su vida para adaptarse a su nueva situación de madre. Esto se vuelve demandante para una mujer acostumbrada a estar sola y velar únicamente por ella misma.
No es que ser soltera sea malo, ni que ser madre de familia lo sea tampoco, es simplemente que implica una visión diferente de la vida, responsabilidades distintas, dinámicas familiares más complejas. Helen tiene que cambiar porque su agenda y rutina ya no son las mismas; ya no puede salir cada noche a un bar con sus amigos, ni estar ‘libre y disponible’ todo el tiempo en el trabajo para ir de viaje cuando le plazca; tampoco puede improvisar cada día la cena porque se le olvida ir de compras por víveres u olvidar que es la persona a cargo de ciertas tareas. Tiene que adaptarse, porque no es sacrificar una cosa por la otra, sino encontrar el punto adecuado para cumplir cada una de sus nuevas tareas y responsabilidades.
Ello impacta en su cotidiana realidad, contexto, relaciones personales y, eventualmente, también en su empleo. Sus prioridades e intereses han cambiado, pero se niega a aceptarlo, hasta que su jefa, por más que sepa que Helen es la mejor en lo que hace, ya no puede tenerla contratada, porque eso para lo que la necesita, Helen ya no lo puede hacer. Podrá hacer otras cosas, podrá seguir haciendo algunas tareas, pero la esencia de lo que Helen hacía y representaba, eso ha cambiado. El problema aquí es que todo parece muy radical, como si fuera todo o nada, cuando debería ser todo lo que quiere y nada de lo que no quiere.
Frustrada, Helen entra en crisis, especialmente porque no sabe cómo adaptarse y ser una guía para estos tres niños que necesitan tanto apoyo como compromiso y, al mismo tiempo, seguir siendo ella misma, sin modificar su forma de vida laboral y social. Desde luego una situación así es imposible, justamente porque ser responsable del cuidado de sus sobrinos le absorbe tiempo, energía y atención, que inevitablemente resta de su espacio laboral y social anterior.
Sarah, la más pequeña, extraña a sus padres y apenas está asimilando la idea de que no regresarán, así que hay tantas cosas que le recuerdan a su madre, que no sabe cómo avanzar. Henry ha dejado de practicar básquetbol, porque era el deporte que jugaba con su padre y prefiere abandonar la actividad antes que hacerle frente a la realidad de tener que pasar página, por temor a que eso signifique olvidarlo. Y Audrey, como adolescente interesada en nuevas experiencias, se la pasa centrada en conocer jóvenes e irse de fiesta, al grado que cruza todo límite disciplinario, asumiendo que Helen sigue siendo la misma de antes, su amiga, y por tanto le permitirá hacer lo que quiera.
El problema es que Helen ya no es sólo su amiga, también es ahora simbólicamente su madre, o más bien su tutora. Helen tiene que encontrar el punto medio entre ambas cosas; disciplina pero con empatía y solidaridad. No se atreve a decirle nada a Audrey o confiscarle su identificación falsa, por ejemplo; no se atreve a prohibirle verse con un compañero de clase problemático y mala influencia ni negarle hacer fiestas en su casa. Todo por miedo a ser percibida como autoritaria y rígida. El punto es que Helen tiene que serlo justo por la responsabilidad implícita en ser madre y guía, lo cual no la hace menos divertida, moderna, o ‘cool’, ni que no puedan tratarla en algunos aspectos como amiga.
Para Helen, el reclamo hacia Audrey carecería de lógica porque sólo semanas atrás ella estaba celebrando esta etapa de libertad y rebeldía de su sobrina. El punto es que ahora es Helen la que tiene que poner el orden y afrontar las cosas con madurez, porque ella es la adulta aquí. No se anima a actuar con la mano firme de Jenny, pero el tema es que no tiene que ser como Jenny, tiene que ser como Helen, sólo más prudente, sabia y comprometida con sus obligaciones.
Los retos nuevos son económicos, sociales, familiares, profesionales y personales. Cuando elige ser madre elige también que hay más personas en su vida, aparte de sí misma, que son prioridad. Hay quienes tienen hijos y nunca reflexionan esto de manera consciente, pero Helen debe hacerlo porque el cambio es súbito y de la noche a la mañana las necesidades e intereses de su vida se ven modificados.
Ya no es sólo cómo puede vivir para pasarla bien, sino saber qué necesita hacer para ella estar bien y, al mismo tiempo, que las tres personas a su cargo vivan a gusto y se la pasen bien también. Helen viene del mundo del modelaje, donde tiene claro cómo hacer las cosas, cómo controlar las situaciones. Es buena en lo que hace porque actúa con estrategia. Ese equilibrio entre orden y energía, entre capacidad profesional y espíritu moderno, es por lo que su hermana Lindsay la eligió en primer lugar.
“Si los amas o no nunca fue la pregunta. Se trataba de si podías criarlos o no. El poder de recuperar a los niños es tuyo. Esto no es una lucha de poder entre tú y yo. Esta soy yo preguntándote si puedes hacer lo correcto para todos”, le dice eventualmente Jenny a su hermana menor, observando que se trata de comprometerse con el rol, con sus altas y sus bajas, y preguntando si Helen está realmente lista, entiéndase, absorbiendo con madurez todo lo que significa ‘estar a cargo’.
La película fue criticada por seguir una fórmula narrativa predecible con demasiados elementos en juego y lugares comunes evidentes, desde la relación entre la protagonista y su interés romántico, un pastor luterano, sobra decir, hasta la situación en su empleo o los problemas por los que atraviesan los niños. Como si todo fuera demasiado superficial y se resolviera con demasiada facilidad, desde entrar a una nueva escuela hasta conseguir un nuevo empleo o solventar el cambio de estilo de vida que va de sostener económicamente a uno para hacerlo ahora con cuatro personas en total (Helen y tres niños).
A pesar de ese convencionalismo sin más riesgos narrativos o dramáticos, que la hacen además conservadora en sus ideas, es, no obstante, una película entretenida y ligera que reflexiona a su manera sobre el tema de la educación, la crianza, en este caso la maternidad y desde luego la familia. Ahora bien, es importante no verlo tanto como la historia de una ‘madre’ primeriza que deja una vida por otra, sino como la de una persona que debe madurar una vez que asume una responsabilidad nueva.
De ahí viene para muchos el problema con el relato, porque no por ser madre, Helen deja de ser todo lo demás: amiga, profesionista, líder, mujer moderna, hermana, novia o todo lo que quiera ser; y esto es lo que a veces el filme olvida. No es que sacrifique su vida personal por la maternidad, es que debe incorporar la maternidad a las muchas otras facetas de su vida personal que no se van a ninguna parte, justo un problema que enfrentan multitud de mujeres que desean construir una familia, tener hijos y pareja, sin que ello implique cancelar sus otras potencialidades de madurez plena como ciudadanas.
Esa es la verdadera lección que, lamentablemente, el guión no aterriza del todo porque juega a lo seguro, bajo un molde bastante tradicional. Porque ese sería el trasfondo importante, y quizá contemporáneo: la maternidad no hace a nadie menos, no quita, no da, es sólo una faceta más en la vida de muchas personas, que debe asumirse con seriedad y responsabilidad, como debe hacerse con los muchos otros aspectos de la vida.
Ficha técnica: Educando A Helen - Raising Helen