El Menú

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Opulencia y derroche son formas como las personas pueden caer presas de la banalidad de su existencia; esa necesidad de vanagloriar la trivialidad y celebrar la abundancia en riqueza que hace que la gente deje de valorar realmente las cosas por el esfuerzo que requiere lograr una meta o alcanzar un objetivo, porque todo se mide en función de los bienes materiales, del dinero, de la ostentación y del lujo, de la abundancia y desperdicio, con un exceso en el consumo para generar la imagen ‘perfecta’, la plenitud vital a partir de prodigar bienes y servicios.

Es en esencia la epítome del capitalismo y del consumismo banal; del tener, poseer, gastar y que todo sea, entre más grandioso y vistoso, mejor; de la acumulación de la riqueza en manos de unos cuantos que hacen más marcadas las diferencias entre las clases sociales, alimentando así, en cierta medida, la vanidad, el narcisismo y el sentido de supremacía. Un esfuerzo inútil para llenar el vacío de su existencia ociosa, improductiva, carente de sentido, que los sumerge en la soledad, misma que quieren superar justo en el sobreconsumo de los bienes materiales de que disponen.

Frivolidad, superficialidad, necesidad de un reconocimiento ante el vacío y la vulgaridad que permea en la sociedad saturada de información irracional, noticias falsas y bienes desechables, con políticas de mercadotecnia que inducen el comportamiento humano y promueven el mundo de las apariencias, y de la hipocresía, son el centro de análisis en la película El menú (EUA, 2022), dirigida por Mark Mylod, escrita por Seth Reiss y Will Tracy, y protagonizada por  Ralph Fiennes, Anya Taylor-Joy, Nicholas Hoult, Hong Chau, Janet McTeer, Reed Birney, Judith Light y John Leguizamo. 


Trata de un grupo de personas con la suficiente solvencia económica para pagar una experiencia culinaria exclusiva en el restaurante del aclamado chef Julian Slowik, en su isla privada. Margot es una de las invitadas, porque su cita, Tyler, ha decidido por ella este viaje para la velada, a la que asisten varios pintorescos personajes. 

Entre ellos, la madre alcohólica del chef; la crítica gastronómica Lilian y su editor Ted; los adinerados Richard y Anne, clientes frecuentes del restaurante; la ex estrella de cine George y su asistente Felicity y los corruptos y defraudadores socios comerciales, Soren, Dave y Bryce, tres amigos presumidos y prepotentes por ser empleados del dueño del lugar, es decir, el inversionista de Julian.

Margot, ajena a estas costumbres de ostentación, mira incrédula la idea detrás del principio, un restaurante exclusivo que es llamativo precisamente por eso, por tomar la comida como una experiencia artística y volverla un placer, no que se degusta, sino que se exhibe. Y es por un eso un restaurante al que todos quieren ir, para poderlo presumir. 

Así que la comida que se supone que es exquisita, para fines prácticos es lo de menos, pues al parecer lo importante es hacer evidente que se pertenece a esa clase social que determina lo que es exquisito, que incluso ha elevado a “arte” la elaboración de alimentos; y también a espectáculo en los medios de comunicación y en el interior de los establecimientos expendedores de comida. Pero, ¿la industria alimentaria es “arte”’?; los grandes y famosos chef ¿son artistas distinguidos o simples asalariados bien pagados? La narrativa en la película desafortunadamente no aborda más reflexiones al respecto, dejando el planteamiento crítico sólo en la superficie.

Tyler, un presuntuoso aficionado al buen comer y quien sólo quiere impresionar al chef por su propia vanidad, le insiste a Margot que la delicia de estos alimentos es el deleite de su creación, su preparación, expuesta a los clientes como todo un espectáculo del que se hace gala, pero, conforme avanza la velada, se va haciendo evidente que Slowik ha diseñado el menú precisamente como burla a esta idea de que el gusto por el buen comer está en las apariencias, en el consumismo banal.

La comida está delicadamente preparada, sí, pero es tan extravagante que tilda en lo ridículo, siendo este el propósito de Slowik: que sus comensales entiendan que el amor por comer está en más que la preparación de los alimentos, o el lugar, plato o restaurante en el que se sirven.

Slowik y su equipo de chefs se burlan con ironía de sus clientes, sin que ellos entiendan inicialmente lo que sucede. Es Margot quien lo cuestiona, porque como miembro de la clase trabajadora, deduce que el restaurante no está ahí para saciar su hambre, sino para cubrir las expectativas de los invitados en cuanto a pose y ostentación de la exclusividad de un sitio así.

Conforme avanza la noche, claro, y recurriendo a la narrativa de comedia sarcástica, satírica y de humor negro, la velada gira hacia algo más macabro y siniestro, hacia el reclamo de Slowik, y su equipo de chefs que se solidarizan con él, por la actitud de personas como las reunidas ahí esa ocasión, inmersas en su propio yo, en sentirse a gusto ensimismados en su mundo e incapaces de ver más allá de su burbuja.

Dave, Bryce y Soren sólo quieren un trato especial porque se sienten con el derecho de ser ’superiores’ por el hecho de ser empleados del dueño del restaurante; “¿sabes quién soy?”, preguntan en un punto de la historia, al exigir, tan vacíamente, un poco de pan. Esto es lo ridículamente atinado de la cinta; cómo se ostenta toda esa vanidad y ego, por algo tan simple como ‘un pan’. 

Es tan trivial que por eso es tan interesante la crítica social del subtexto; el poder del poder, el poder del dinero, de la vanidad y del orgullo, que provoca una actitud tan petulante como esta. Y Slowik se burla de eso, negándoles un pan en un platillo en que, por definición, lleva este alimento. La provocación es clara, burlarse de esa actitud engreída, descarada y altanera que nota y conoce en sus comensales.

Ha reunido a todos estos personajes en específico por una idea clave, todos de alguna forma contribuyen con su actuar y presencia a un mundo así, frívolo, vacío, alienante, presuntuoso y lleno de orgullo y altanería, donde sólo importa el autoelogio y la arrogancia que se desprende de él. 

Inmersos en esto, conformes con su banal existencia, los comensales hacen de los momentos alrededor de la comida rituales que pretenden disfrutar como conocedores del buen “comer”, sin embargo no se dan cuenta que ellos son también objeto de manipulación de los expertos, de los grandes chef que definen qué es lo sabroso, las combinaciones de sabores adecuados y las cantidades de ingredientes a combinar; porque, ¿quién define qué alimentos deben consumirse con pan y cuáles no? Acaso los gustos no son personales y lo que debemos comer está definido por cómo ha sido educado nuestro hábito alimentario. 

Así de frívolos son Lidia y Ted y para fines prácticos también Richard y Anne; la primera, una crítica gastronómica que se ha hecho de una carrera profesional a partir de destruir los sueños y proyectos de tantos chefs y negocios con sus reseñas, como si su palabra realmente determinara la ‘buena comida’, olvidando que su opinión como crítica es sólo una opinión, nada más. La industria de la “crítica” es también un sistema especializado que se expande en casi todas las actividades sociales, con sus efectos nocivos para destruir creatividad e iniciativa.

A su vez, el matrimonio de Anne y Richard representa a esa clase de la alta sociedad en donde las poses y las mentiras se cubren con corrupción y la habilidad de comprar o destruir con dinero (además de que más adelante se sugiere que él es un pederasta). Ellos han sido constantes visitantes del restaurante, sin embargo, no pueden nombrar un solo platillo que hayan comido ahí en el pasado, porque, de nuevo, la experiencia para la gente como ellos no es el buen comer, sino cubrir con la pose, con la moda, con la exclusividad que se crea de un restaurante conocido, más que por su comida y su chef, por su mera mercadotecnia.

Todos los presentes, a excepción de Margot que no debía estar ahí, porque Tyler había reservado inicialmente una cena para él y su novia, no para él y una ‘acompañante’ (Margot es una acompañante contratada), son lo que Slowik bien podría definir como muestra, o porción representativa, de todo lo que está mal en el mundo, o de todo lo banal y frívolo que existe en esta sección de la sociedad guiada por las caretas, las poses, la superficialidad y esa sensación de que el dinero les da el derecho de pisotear y moldear a los demás, a ‘los de abajo’, o los ‘trabajadores y empleados’.

Que es justo de donde viene la molestia del chef, del hecho de que el dueño del lugar quisiera comenzar a dictar el contenido del menú, cuando como dueño él debería dedicarse a administrar y ganar dinero, en tanto el chef, a velar por la mejor comida o experiencia culinaria posible. Raro orgullo tardío del empleado que quisiera reservar el control de su quehacer laboral, ignorando la ley del trabajo asalariado, que le da derecho al capitalista, al contratante, de disponer no sólo del producto del trabajo, sino del propio proceso de trabajo.

Esta actitud prepotente del que puede, del que tiene la riqueza, es la que señala y condena Slowik, sobre el dueño del lugar pero por extensión de todos los presentes, esa actitud engreída con que se jactan de su dinero, su posición social o su inhumanidad, aunque no lo hagan siempre directamente. Así son todos, así son Lilian, George y Tyler, por ejemplo, pero así es también finalmente Slowik y hasta su personal, reproduciendo la ideología de la clase dominante, con conductas egoístas, buscando venganza, indiferentes al dolor ajeno, aspirando a fin de cuentas a tener también lugar entre los poseedores del poder económico y social.

Esta es la parte más importante de la película, analizar y señalar las muchas facetas de esa vanidad egoísta que es parte del ser humano. La sociedad se queja de celebrar la trivialidad del individuo, pero lo alimenta y promueve en todo, en los medios, en las celebridades pasajeras, en las marcadas clases sociales, en promover una vida feliz y plena como sinónimo de una vida de lujos, o el celebrar esa esencia efímera de la fama y la fortuna lograda a partir de la desdicha de otros, pero además, fatua y vacía.

Slowik se opone a esto con su propia vanidad, producto de estar tan inmerso en un mundo así; busca venganza no justicia, así que no espera ni redención ni comprensión. Margot se opone a estas mismas ideas pero desde un punto de vista más crítico y se niega a ser víctima de alguien motivado por su propia ira y necesidad de autoridad y control; alguien que se queja de ser víctima y para resolverlo se convierte en victimario; que se queja de ser presa y para contraatacar se convierte en cazador.

Alguien que para fines prácticos incurre en eso que critica, porque si culpa a todas estas personas de ser el ejemplo perfecto de por qué ha perdido el gusto por ser chef, ¿no la respuesta debería ser reencontrar el gusto por la cocina, en lugar de mejor destruirse a sí mismo y a todo y todos a su alrededor? Elige la venganza y la miseria humana, que reúne ejemplificándola a través de esta colección de personajes, sólo para convertirse en uno más de todo eso que señala como lo que ‘está más mal con el mundo’.

Es el cinismo, los delirios de grandeza, la arrogancia y la contrariedad de ser testigos de cómo esto sucede y se repite una y otra vez en la cotidianeidad; en los negocios, el medio artístico, a nivel de los círculos intelectuales que pecan de ‘expertos incuestionables’ y en muchas otras cosas y escenarios más.

Es esa búsqueda por vivir experiencias ‘únicas’, exclusivas, que hagan a las personas ‘sentir algo’, pero que sólo encuentran más vacío porque es banal y simple, porque la vida propia se substituye por “servicios” que imitan experiencias y pretenden distinción, que se  promueven como el camino o la vía que lleva a la felicidad y la realización, pero sin esfuerzo ni compromiso, dejando a otros la tarea de dar contenido a sus vidas.

Es un vacío dentro un vacío, que refleja mucha de la vida actual que se promueve como trascendental (sitios turísticos, empleos, restaurantes, lugares, tiendas, narrativas audiovisuales y mucho más), especialmente frecuente en las extravagancias de la clase adinerada, y que al final son propuestas superfluas porque están diseñadas para ser vistosas, no sustanciales; o como plantea la película: consumismo (y además, supuesto arte) banal.

Ficha técnica: El Menú - The Menu

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