El emprendedor es aquella persona que crea su propio negocio a partir de una idea que trabaja, expande y consolida, en esencia ‘por sí mismo’, es decir, sin el respaldo de una empresa o asociación más grande que se haga cargo de la estrategia y/o de los riesgos financieros. La persona entonces encuentra los recursos por cuenta propia, y así como se abre sus oportunidades, planea su papel en el mercado y obtiene ganancias si su plan de acción alcanza o supera el nivel de competitividad que sus similares.
Cuando los emprendedores tienen éxito se les asume como historias ejemplares de estrategia y perseverancia, pero lo que no se dice es que para lograr esos objetivos hay que escalar con malicia, desplazando a otros, engañando, despojando, ofreciendo productos consumibles al margen de la calidad, sin ningún sentido de compromiso social. La competencia entonces no se enfoca en ser los mejores, sino simplemente asegurar que el otro no lo logre primero, incluso si para conseguirlo se debe mentir, manipular, expropiar ideas, usurpar identidades o amenazar. Esto es lo que la historia del emprendedor esconde en el mundo capitalista actual, el del consumo insulso y la deslealtad, pensada en cómo quitar del camino al de junto, superándolo, que no es lo mismo que siendo mejores.
Esos mensajes de ‘si quieres puedes’ o ‘tú haces tus propias reglas’, entre otros, son lemas motivacionales que cargan con ideas de disciplina, autoconfianza y determinación, pero que en realidad fomentan una ideología individualista, egocéntrica, con firme intención de incentivar la búsqueda de ganancia pasando por los derechos de las personas alrededor; se suelen tergiversar para ser asumidos como el permiso para hacer lo que sea con tal de ganar, creyendo que siempre se tiene la razón o que ‘lo que yo quiero’ es siempre más importante que el ‘qué papel juego en la dinámica social’.
Trasladado al mundo corporativo y empresarial, lo que para algunos puede ser una historia de éxito, el emprendedor que logró su objetivo practicando los principios del capitalismo del despojo (egoísmo: yo antes que todo; máxima ganancia: abaratar costos; ley del embudo: todo para mi nada para los demás), para otros, los que se quedaron en el camino, empujados o enterrados para que ese alguien lograra su meta, no se trata de éxito sino de deslealtad, traición, fraude y abuso. ¿Y cómo se diferencia todo esto del ‘sueño capitalista’? En nada: ese es el sueño americano, proceder sin ética para buscar riqueza a costa de explotar a los demás. Por cada persona que se enriquece, hay cientos, o miles, que son arrojados a la pobreza.
La pregunta es esencial en el argumento de la película Hambre de poder (EUA, 2016), la historia de cómo un vendedor con muchas aspiraciones pero pocos resultados, en breve, un fracasado hasta entonces, conoce por casualidad el restaurante de los hermanos Dick y Mac McDonald, cuya característica es el servicio rápido y de calidad de hamburguesas, y viendo su potencial, se las ingenia para tomar control de la compañía y convertirla en una cadena de comida rápida valorada en millones de dólares y con presencia mundial.
Dirigida por John Lee Hancock y escrita por Robert D. Siegel, la película está protagonizada por Michael Keaton, Nick Offerman, John Carroll Lynch, Linda Cardellini, Patrick Wilson, B. J. Novak y Laura Dern. De corte biográfico y reflexiones importantes sobre el capitalismo y el consumismo, la mercadotecnia, competencia, deslealtad, oportunismo y engaño, la historia sí habla de un hombre que cambia las reglas del juego a su favor, pero más que nada ejemplifica la forma sin escrúpulos como llega a la cima y cómo este modelo de competencia se ha vuelto una fórmula que después ha sido reproducida cientos de veces, bajo el autoengaño de que si el fin justifica los medios, el éxito es ganar a toda costa, o lo que es lo mismo, esa idea gandalla de ‘tomar’, imponer y responder a nadie más que a sí mismo, despojando a otros de sus bienes, engañando a su familia, explotando la necesidad de empleo de otros más a quienes manipula para trabajar a su servicio, apropiándose de ideas ajenas.
Lo curioso es que estos principios de perseverancia ante cualquier obstáculo, son la misma visión tergiversada de los discursos motivadores. Ray Kroc, el personaje central que aborda la cinta, se alimenta de ellos, según muestra la película, en una búsqueda por autoconvencerse de que su iniciativa de apropiación no es más que determinación. Él se repite lo que la filosofía del emprendedor le dice, que el éxito no es ni preparación ni inteligencia, sino persistencia; para luego sostenerse en ello al momento de empujar fuera de su camino a cualquiera que cuestiona sus métodos.
Ser emprendedor se asume así como un infinito juego de traiciones y manipulación para terminar despojando a otros y explotando el trabajo ajeno, colectivizando las pérdidas pero acaparando los beneficios. La obsesión por llegar a cima se vuelve tan absorbente que harían lo que fuera con tal de conseguir lo que quieren, no importa si hay que empujar, pisotear, engañar o tomar ventaja a partir del oportunismo y la deslealtad.
Una forma de vida en la que la ganancia está por encima de los valores, porque importa la venta, el capital y los resultados. Animar al emprendedor a soñar no es sino una estrategia que empuja a la autoexplotación, todo con tal de sobrevivir en el competitivo mercado en razón de un mismo objetivo, la ganancia monetaria: vender, tener éxito, ganar.
Por ende quien no lo consigue es visto como un ejemplo de ‘fracaso’. Hay muchas historias de “éxito” y muchas historias de ‘fracaso’ en el mundo capitalista moderno. La de Roy Kroc y los hermanos McDonald es una de todo un poco, ya que la cinta demuestra no tanto cómo se construye una franquicia multimillonaria con perseverancia, estrategia y visión, sino más bien cómo el mundo moderno está diseñado para hacer creer a la gente que tomar de los demás y lograr metas ‘a cualquier precio’ es visto como un ejemplo a seguir; reproducir el éxito, apropiarse de las ideas y propuestas del prójimo para, mejorándolas o no, quitarle el mercado y la ganancia o el éxito; no importan valores, no significa nada la familia ni las amistades, nada es importante, sólo el beneficio personal.
Según muestra la cinta, Kroc mira fascinado en 1954 cómo los hermanos McDonald han construido un negocio propio con ideas creativas que responden a un mercado con demandas específicas, el alimenticio. Su método para tener lista la comida en poco tiempo es revolucionario y su innovación planteada con estrategia. Son una historia de éxito, porque hacen funcionar las cosas respondiendo a las necesidades del mercado con respuestas ágiles, conocedoras de los huecos que aún no se cubren y las exigencias de los clientes que les competen.
Hay calidad, no cantidad en su modo de servir y funcionar, porque su meta no es ganar, sino ofrecer el mejor servicio. Para Kroc esto no es suficiente; no basta con que la idea sea innovadora, ahora habría que explotarla, expandirla, aprovecharla hasta la última gota desde un punto de vista no de un servicio, sino de una ganancia. No se trata del método y el servicio de comida rápida, sino de sacarle provecho al concepto y obtener el mayor beneficio posible, dentro de la dinámica capital. O lo que es lo mismo, Kroc es antes que nada, un vendedor. Se conduce como un capitalista puro del sector servicios: acumular, concentrar, vender imagen, vender a mayor precio y generar ganancias a partir de la ampliación ficticia del mercado.
De alguna manera para él, deja de tratarse de un restaurante y comienza a tratarse de un concepto, una marca, un símbolo. El nombre del lugar, su comida característica, los arcos llamativos que identifican el sitio, McDonald’s como corporativo. En corto, la idea que pueda ser comercializada tras copiarla y reproducirla una y otra vez hasta sacar todo negocio posible desprendible de ella, o lo que es lo mismo, convertir en franquicia para competir en un mercado a mayor escala, pero no porque Kroc crea en la importancia de la misión del restaurante, sino por lo que cree en lo que puede convertir esta idea y su imagen dentro del mercado capitalista: el dinero, no el servicio, la necesidad creada (el estatus que se gana con la fama mediática y comercial), no la básica (comer y alimentarse).
Es decir, Kroc no se guía por lo que los hermanos McDonald, que es la devoción por la profesión y la calidad del servicio; sino por lo que puede conseguir en términos de negocio. La comida es lo de menos para el vendedor (Kroc y sus inversionistas), mientras reporte ventas sustanciales, así que la estrategia ya no es encontrar la forma de otorgar la mayor calidad alimenticia de la hamburguesa, o las papas o las malteadas, en poco tiempo (el concepto ‘comida rápida’), sino la forma de ganar más, vendiendo más, a menor coste de producción.
Es entonces que Kroc comienza su estrategia de expropiación y despojo, con un acuerdo legal engañoso con los McDonald, mintiendo sobre sus intenciones, fuentes de financiamiento y beneficios directos e indirectos que él obtendría; para expandir el concepto, abrir más restaurantes y luego buscar independientemente inversores a los que les hace creer que la idea original es suya, por el mero ego de saciar su ansias por sobresalir y adquirir poder y dinero. Kroc es de esas personas que mide realización como sinónimo de reconocimiento público y entre más dinero, más fotos y más alabanzas, mejor para él.
Comienza a decidir dónde ubicar nuevos restaurantes, con quién hacer negocios, cómo modificar los productos para gastar menos en la producción (la comida que se vende) y para que la ganancia sea mayor; todo, desde luego, a espaldas de los verdaderos dueños, los McDonald, quienes ante la habilidad de persuasión y convencimiento de Kroc, ceden a las presiones de un hombre que no se la pensará dos veces al momento de buscar su beneficio. Ellos actúan de buena fe, quieren creer y ayudar a quien les halaga por la iniciativa, pero dudan acerca de lo correcto y se dejan llevar por su deseo de ampliar el servicio, desconociendo, lamentablemente, las reglas del mercado. Por el contrario, la filosofía del capitalista disfrazado de simple vendedor no es cubrir necesidades básicas, sino crear necesidades; entonces no es sólo responder a la oferta y la demanda, sino inventarla.
El éxito debería ser sinónimo tanto de esfuerzo como de preparación, pero no lo es, porque hay sinfín de ejemplos en los que el talento es lo de menos; la mediocridad gana, si vende, y vende si convence, y convence si engaña. Es el eje de la mercadotecnia, vender lo que sea convenciendo al comprador de que lo necesita y de que es justo lo que cubre alguna necesidad, aunque ésta no exista y el producto sea desechable, efímero o de pésima calidad.
Un oportunista que se mira como un idealista. Hay algo que Kroc finalmente entiende muy bien, la gente quiere parafernalia; no es que haya un buen restaurante, es que haya muchos y alguno de ellos sea bueno. Cantidad, no calidad; lo que choca con la visión de los McDonald que explícitamente dicen “preferiría un buen restaurante a muchos mediocres”. Pues Kroc no piensa así, él preferiría cientos de restaurantes mediocres, mientras aparente grandiosidad en números porque con eso aparenta éxito, ya que así está predispuesta la sociedad: más, mucho más, siempre más. “Ese glorioso nombre, McDonald’s. Podría ser, cualquier cosa que tu quisieras que sea…es algo sin límite, es abierto… suena como…suena como América”, les dice Kroc en un punto de la historia.
Más no es mejor, pero en este mundo capitalista eso es lo de menos, mientras nadie tenga tiempo de notarlo. La ambición del emprendedor en su máxima expresión, Kroc no es un caso aislado; la cinta refleja la verdad de la ley del más fuerte y de la jungla y en la vida, las cosas casi siempre son así: ganar o fracasar, tener y quitarle al otro para tener más. En la narrativa, es decir, en la vida real también, los dueños originales del negocio de comida rápida son despojados de su propiedad intelectual y después conducidos a la quiebra, precisamente por su antiguo socio y supuesto amigo. El molde se repite cuando historias como ésta son equivocadamente entendidas como ejemplos a seguir.
La película quizá no tiene esa intención aunque sin duda a la industria del espectáculo le agrada lucrar con la ilusión del sueño americano como algo alcanzable; de hecho la cinta parece plantear la idea de la necesidad de reflexionar cómo es que Kroc crea un imperio empresarial a través de la avaricia y las prácticas desleales; lo que olvida es recordarle al espectador que pese a ello, sus logros continúan siendo aplaudidos y su forma de negocio como despojo de quienes se dejan engañar y manipular es constantemente repetida, no exclusivamente en el contexto de los negocios y el marketing, sino en cualquier círculo que avance a partir de la competitividad, sea el ambiente atlético de los deportes, así como cualquier espacio o lugar de trabajo donde haya una escalera piramidal.
Una idea revolucionaria puede cambiar al mundo, la ambición por el poder y el dinero puede destruirlo, porque ese emprendedor ya no es alguien que crea sus oportunidades, sino alguien que destruye las de los demás. Control, poder, dinero; el que se guía por el capital, capitaliza todo, hasta las ideas, porque todo en su cabeza es rendimiento llevado a la explotación.
¿Puede haber ética en el capitalismo cuando las personas sólo persiguen su propio bien? La ‘libertad de comerciar’ tiene muchos huecos que nunca se han sabido resolver y la ‘mano invisible’ que hace todo funcionar, existe precisamente porque se esconde entre ideas engañosas como ‘emprender’, ‘soñar’, ‘persistir’ o ‘trabajar’, una vez que cada quien, como hace Kroc con el discurso emprendedor que lo motiva, le da el significado que quiere a las palabras que oye. Y en el mundo actual lo que el capitalista escucha es que ‘él dinero siempre tiene la razón’. ¿Y la justicia? Bien gracias.
Ficha técnica: Hambre de poder - The Founder