Hay actores que dicen que es más difícil hacer al público reír que llorar, porque debe haber una pericia cómica para atinar con humor tanto en el diálogo como en la puesta en escena. No sólo debe haber chispa y dinamismo en las palabras sino también en la forma como se expresan, pero, además, visualmente en pantalla los gestos y las reacciones juegan un papel igual de importante, de manera que la comedia es un ejercicio histriónico muy completo que, si se siente forzado, no funciona.
Significa que el cine de comedia tiene que trabajar a detalle tanto la historia narrativa como el guión y la filmación. La comedia es un género creativo contrario a la tragedia, pero es mucho más que esto, porque hacer reír no sólo es hacer un comentario audaz o una cara graciosa, es construir un relato alrededor de una idea desarrollándola de forma amena y divertida.
Algo es divertido cuando es agradable pero ingenioso, así que si causa gracia es porque los chistes son ocurrencias creativas a forma de burla, broma o crítica. Pero como en toda narrativa, si la historia no tiene un propósito, una base y un mensaje, el humor se va tan rápido como llega, porque no hay sustancia que lo haga trascender. El mejor cine cómico y divertido es el que también hace pensar, porque se trata de historias construidas con una intención de hacer reír, pero a partir de una estructura que desarrolla un discurso más allá de la broma aislada.
La historia cómica debe preguntarse cómo hacer reír a la audiencia, pero también cómo ‘contarle’ algo que la haga reír; o lo que es lo mismo, qué historia contar, para entonces, y no antes, darle el toque más divertido posible, más alegre y humorístico.
Un ejemplo de una película que acierta en esta tarea es Hazme el favor (EUA, 2023), dirigida por Gene Stupnitsky, quien coescribe con John Phillips. Protagonizada por Jennifer Lawrence, Andrew Barth Feldman, Matthew Broderick, Laura Benanti, Natalie Morales y Ebon Moss-Bachrach, la historia gira en torno a Maddie, una joven sin rumbo o dirección en su vida que sobrevive al día por su propio desinterés en tomar responsabilidades ‘adultas’; trabaja como conductora de Uber pero no porque no haya otras opciones (si bien la situación socioeconómica de su entorno se vuelve más complicada debido a los aumentos de los servicios básicos), sino porque no sale a buscar otras opciones de vida y lo que hace es simplemente seguir el camino más fácil para ella.
Su objetivo no es crecer personal o profesionalmente, ni de ninguna otra manera, sino sólo pagar la deuda de la casa que heredó de su madre, propiedad a la que se aferra sentimentalmente porque para ella representa un ancla ‘segura,’ una forma de conciliarse con su pasado y su familia, a la que se aferra por carecer de otros vínculos afectivos, dado su miedo a salir de su zona de confort y, por consiguiente, a buscar otras formas de desarrollo.
Cuando su auto queda averiado, por culpa suya por cierto, Maddie acepta una propuesta de ‘trabajo’ que encuentra en un anuncio del periódico y que consiste en salir con Percy, un joven de 19 años cuyos padres sobreprotectores quieren que su hijo ‘conozca un poco más de la vida’ antes de ir a la universidad. Para Maddie la respuesta a sus problemas, pensando en corto pero no a largo plazo, parece sencilla: resolver sus deudas financieras y conseguir un auto nuevo a cambio de seducir a un joven introvertido que, en su cabeza, será lo más sencillo, porque seducir es a lo que siempre recurre para salir de sus problemas, confiando en su capacidad de atracción hacia ella de aquellos de quienes necesita algo; creyendo además que nunca tendrá que pagar favores, servicios o dinero, algo bastante iluso.
Ese es el problema de Maddie, vivir en la fantasía. Sin embargo la relación con Percy deriva en un cambio total en su forma de pensar y de ver la vida. La trama se tiñe de momentos cómicos una vez que Percy no es precisamente una persona muy hábil para el arte del amor; le gustaría estar con Maddie pero cada intento de intimidad resulta caótico, al tiempo de divertido. El acierto de la historia es que crece más allá de estos momentos graciosos, toda vez que desarrolla a sus personajes alrededor de ellos.
Maddie se da cuenta que Percy está interesado en entenderla y buscar una conectividad, algo que ella usualmente evita lo más posible, ya que vive de las relaciones pasajeras para no asumir responsabilidades. Para Maddie la propuesta de los padres de Percy es simple y fácil de realizar, porque piensa que no tiene que entablar ningún tipo de relación real, pues está acostumbrada a no preocuparse por nadie que no sea ella misma. No obstante, conforme pasan los días descubre una perspectiva diferente que le hace pensar sobre sus propias decisiones de vida: ¿por qué está ahí?, ¿qué quiere realmente?, ¿por qué se conforma y a qué le tiene miedo?
Percy en cambio lo tiene claro, sus temores son algo que reconoce, es por eso que tiende a dudar de sí mismo, ya que ha vivido el rechazo aunque sin dimensionar que es producto de la sobreprotección de sus padres. La idea de éstos de que él tenga nuevas experiencias para poder ser seguro y, por tanto, más asertivo, no es incorrecta; la única forma de avanzar en la vida es cometiendo errores y explorando posibilidades, sin embargo, ellos deciden por él, siendo esto parte del problema. Contratan a Maddie a espaldas de su hijo y de esta forma lo manipulan, sobreprotegiendo aún más, porque en eso consiste la dinámica familiar, en controlar su vida, moldear su realidad, orientar sus decisiones, sin que él lo note.
Lo interesante de la relación entre Percy y Maddie es precisamente lo distintos que son en carácter y la forma en que interactúan, lo que permite que aprendan, mutuamente, uno del otro. Él es demasiado cauteloso, al punto que esto se convierte en una limitación, porque dice siempre ‘no’ para evitar abrirse a nuevas experiencias y, por tanto, no sale de la burbuja que sus padres diseñan y controlan. Maddie, por lo contrario, es demasiado aventura y nunca mide consecuencias; absorbe todo a su favor y conveniencia para luego darse la vuelta sin mirar a quién afecta.
Un poco más de prudencia en Maddie y un poco más de vivir sin miedo para Percy es la fórmula perfecta para la dirección narrativa y el desarrollo de los personajes; es un trazo en el guión seguro y evidente, pero funcional y bien logrado gracias al tino cómico tanto de la historia escrita como en pantalla. Una comedia tachada por algunas personas como demasiado ‘obscena’, en realidad por algunas escenas gráficas y chistes explícitos, que se concentra no obstante acertadamente en plantear cómo dos personas que no tienen aparentemente nada que ver se ayudan, porque ambas en el fondo viven igual, sin rumbo fijo.
Por un lado, Percy vive a la deriva porque no suele tomar sus decisiones propias, es decir, no sabe si lo que quiere realmente lo anhela él o es que sólo sigue los deseos de sus padres, algo con lo que rompe al final de la película, demostrando así el arco de su personaje. Por el otro, Maddie es una joven que no tiene un objetivo de vida fijo a raíz de una actitud inmadura, sino hasta que conoce a Percy y su propia historia de vida y lucha por no dejarse hacer sentir menos por los momentos difíciles le anima a ella a ser una mejor persona para dejar de esquivar los retos propios de la vida por miedo a salir al mundo y hacer algo al respecto, es decir cambiar su realidad, su contexto, o en corto su propia vida.
La producción funciona porque habla de madurar, sin que la lección o mensaje se sienta forzado, debido a su estilo cómico e irreverente que parece concentrarse en la simplicidad del entretenimiento pasajero, aunque al final sea más que la liviana esencia de las bromas cómicas. Un introvertido que necesita socializar y una extrovertida que necesita aprender a controlar sus emociones. Una mujer libre que teme que madurar signifique dejar su espontaneidad de lado y un joven demasiado maduro a propósito de su falta de libertad. La dualidad con que todo esto juega en la historia es lo que sostiene al relato; la amistad, más allá de los chistes y bromas en el camino.
Ficha técnica: Hazme el favor - No Hard Feelings