Las sufragistas fueron un movimiento social en favor de los derechos de las mujeres que específicamente demandaban su derecho al voto. Como grupo comenzaron a formarse a finales del siglo XIX y luchaban, entre otras cosas, bajo el objetivo de hacer leyes más equitativas, darle voz real en el espacio público a las mujeres para poder exigir justicia y/o denunciar las irregularidades y abusos que existían en el colectivo social, como el pago de salarios menores al que se otorgaba a los hombres en el terreno laboral, o su derecho a tomar decisiones sobre sus vidas, su dinero, sus hijos, su cuerpo.
En Inglaterra, una de las líderes más importantes fue Emmeline Pankhurst, que fundó, en 1903, la Unión Social y Política de las Mujeres (Women's Social and Political Union o WSPU), cuyas integrantes fueron conocidas como ‘suffragettes’. La lucha deambuló entre la protesta pacífica y la desobediencia civil, si bien eventualmente se impulsaron prácticas más radicales como el vandalismo a comercios establecidos o los incendios provocados.
Este es el contexto sobre el que se construye la narrativa en la película Las Sufragistas (Reino Unido, 2015), escrita por Abi Morgan, dirigida por Sarah Gavron y protagonizada por Carey Mulligan, Helena Bonham Carter, Brendan Gleeson, Anne-Marie Duff, Ben Whishaw y Meryl Streep. La historia se concentra en Maud, una mujer de 24 años, esposa, madre de un niño pequeño y empleada en una lavandería, por tradición familiar, o más bien porque eso es a lo que se dedicó y le enseñó a hacer su madre desde que era una niña; quien, casi por casualidad, se ve involucrada en el movimiento feminista.
Maud se topa en 1912 con una lucha sufragista que, si bien considera una causa importante que ella misma se ha cuestionado, no toma parte activa ni en las protestas ni en las audiencias con el gobierno, porque prefiere mantenerse al margen previniendo represalias en su empleo y, en parte también, hasta de la reacción de su esposo, a raíz de una sociedad que vive bajo una mentalidad machista, en donde a la mujer se le menosprecia y se le trata como un objeto, como “propiedad” del “hombre de la casa” en todos los niveles y clases sociales.
“¿Qué harías con el derecho a votar?”, le pregunta su esposo a Maud en un punto de la historia. “Lo mismo que tú, ejercerlo”, contesta ella y la simple interacción revela el punto angular al que se enfrentaba el movimiento sufragista: se exigía el derecho al voto, pero en realidad se exigía un trato justo y equitativo de derechos frente un ambiente social producto de leyes imparciales, condiciones laborales abusivas, desprecio y menosprecio a la mujer por el simple hecho de ser mujer, o lo que es lo mismo, discriminación de género. La única forma de cambiar la realidad, era y lo es aún, cambiando la mentalidad, modificando las normas para reconocer a la mujer como un ciudadano con igualdad de derechos que los hombres.
La mujer no exigía el derecho a votar ‘sólo para ir a votar’; no es la acción de ejercer el voto sino lo que representa. “¿Quieres que respete la ley? Haz que la ley sea respetable”, le dice a Maud una de sus amigas, también empleada de la lavandería, miembro igual del movimiento sufragista.
El principio es claro: protestar en contra de las leyes y el orden establecido porque no está velando a su favor. Si han de respetar las normas, como se les exige hacer, que sean normas respetables, que las valores y las respeten a ellas, que reconozcan y defiendan sus derechos. En aquel entonces por ejemplo, tal y como lo ilustra la película, porque es lo que le sucede a Maud, en la casa, la madre, la esposa, la mujer en general no tiene ningún derecho ni poder sobre su persona y sus decisiones. Esto es lo que hay que cambiar, las normas y cánones que permiten que se pisotee a un grupo específico de la población, un grupo que no casualmente representa casi la mitad del total de personas, o más.
El esposo de Maud le da espalda una vez que ella se une oficialmente al movimiento sufragista, pero, ¿a quién le hace daño Maud con expresar sus ideales? Sólo al ego de su esposo, que la corre de su vivienda, tachándola de dañar su reputación y ‘la paz en casa’. Luego, por ley, él tiene el derecho a la custodia de su hijo, sin tener siquiera que demostrar si está apto para hacerlo, porque ‘la ley está de su parte’. Cuando ya no puede cuidarlo, y no es por falta de dinero sino por incompetencia para fungir como figura paterna, el derecho sobre la custodia no se le pasa a Maud, como madre natural y legítima, quien ha demostrado ser una cuidadora capaz todos estos años, sino que su esposo decide dar al niño en adopción, sin consultarlo o avisarle a la madre, bajo el entendido de que ‘la ley le da el derecho’.
Estas son las injusticias que denuncian y reclaman las mujeres; “acciones, no palabras”, es su lema; cambios reales, no promesas; que es lo que muchas veces sucedía; con tal de frenarlas se aparentaba apoyo, se les pedía hablar en público ante el Parlamento (en Reino Unido) y se les aseguraba que había empatía con su causa, cuando en realidad muchas veces era una pose para apaciguar la situación mientras se ponía en marcha un plan de represión.
En la película esto es lo que intenta la policía, reclutar a Maud como informante para que les avise de todas las actividades, nombres de las integrantes del movimiento y lugares de reunión, a fin de derribarlas ‘desde dentro’, desde la traición, la negación y el beneficio propio por encima del de todas. Para ello le prometen a Maud privilegios a cambio de darles la espalda a sus compañeras y a sus ideales.
Ella desde luego no acepta, porque se da cuenta que aquello por lo que pelean las sufragistas es más grande y en favor de muchas, no sólo de algunas. Si ella aceptara, podría recuperar a su hijo y su lugar como madre y esposa, pero ¿y qué hay de todas esas mujeres que, como ella, lo han perdido todo, explotadas por una sociedad que las mira como objetos, no como personas? Ella ganaría, pero las otras seguirían en desventaja; ella resolvería su problema presente pero la injusticia continuaría sucediendo.
Cuando el esposo de Maud le pregunta qué piensa hacer con el voto, en caso o cuando se les otorgue a las mujeres, sus palabras se cargan indirectamente con un desprecio lleno de actitud machista, pues esconden una ideología que dicta que en la sociedad, el hombre, el hombre que impone las reglas que rigen la sociedad, no piensa en la mujer más que como un ser inferior que trabaja, tiene hijos y cuida del hogar; porque pareciera que para ellos la mujer no piensa, ni aporta, ni vale ni merece respeto o consideraciones; por eso expresan tan libremente esa postura de que el voto para la mujer, según ellos, ‘no sirve para nada’.
Las sufragistas buscan equidad y justicia y luchan a contracorriente, enfrentando el pensamiento autoritario que impone, que avasalla y que considera que la posición de las mujeres debe ser inferior y sumisa. Una realidad social en donde el apoyo llega a ser mera pose, ante tácticas policiacas para dividirlas y someterlas. Hay menosprecio, abuso, injusticia y represión y las que tienen que hacer algo por cambiarlo son, antes que nada, las propias afectadas.
Esa es la gran importancia del movimiento sufragista, la unión solidaria, empática y sólida de un grupo de personas que se hartan, pero eso las impulsa a hacer algo por cambiarlo. Si una no hace nada, si dos no hacen nada, si diez no hacen nada, entonces las cosas se mantienen estáticas. Maud entiende con el tiempo que la mejora no llega de la noche a la mañana, llega en el momento en que se compromete y hace algo y luego, llega de verdad cuando ejercer presión en conjunto provoca una revolución masiva.
Lo que la convence a tomar acción es darse cuenta que una jovencita de 14 años, que trabaja en la lavandería con ella, se ha convertido en la nueva víctima de abuso de su jefe, abuso de poder y abuso sexual, algo que Maud misma vivió cuando era joven. Maud calló, soportó y siguió con su vida, ocultando los hechos para no ser señalada o sufrir peores consecuencias, el despido y el desprestigio, entre ellas. Si Maud sigue callando, esa chica de 14 años (y el abuso que sufre), se convierte en una de las muchas jóvenes de edad similar que pasan por lo mismo y que seguirán, potencialmente, pasando por lo mismo en el futuro, en la misma empresa donde trabaja, o en otras en donde sin falta se repiten los abusos.
Eventualmente Maud pierde su empleo y a su familia, pero nunca a sí misma. La policía que le pide que traicione a sus compañeras la presionan para que se quiebre, pero en este punto ella ya no tiene nada que perder y sí mucho que ganar. Se solidariza en nombre de la mujer que en ese momento no puede solidarizarse con el movimiento; es así que se compromete con una causa que sabe es correcta: la justicia y la equidad para la mujer.
Mismos derechos, igualdad ante la ley, independencia y libertad; todo esto que representó el derecho equitativo al voto y por lo que peleaban las sufragistas, implicaba reconocer que hombres y mujeres son igual de capaces, que uno no es más que otro, que una mujer no tiene ni debe depender de un hombre para desarrollarse y que era injusto que tuvieran que estar a cargo de un varón para tomar decisiones, fuera su padre, su esposo, su hermano, su jefe o hasta su hijo en ciertos casos.
La reacción reacia del hombre no obedecía sólo al menosprecio y la discriminación, sino también al temor de perder el control social y la necesidad de reestructurar el orden establecido, porque adoptar nuevas normas también implica adoptar nuevas conductas. La mujer no está para servirle a nadie y en el momento en que se haga valer esta verdad, el varón ya no podrá explotar, maltratar, abusar o discriminar, como tantos estaban acostumbrados.
La cinta culmina en otro momento histórico, el 5 de junio de 1913, cuando la activista Emily W. Davison es atropellada en la pista de carreras de Epson por un caballo del rey (montado por un jockey, no por el monarca), que la convirtió en una mártir, un símbolo de la lucha sufragista, ya que por fin atrajo la atención del mundo y de los medios hacia el movimiento social.
Aquí lo interesante es que deja claro cómo, a pesar de que todas buscaban el mismo objetivo, había muchas formas diferentes para abordar la lucha, incluso entre sufragistas. Algunas preferían el avance pacífico, otras creían que había que ser más aguerridas, varias lanzaban piedras contras las estanterías públicas mientras algunas más escribían, dialogaban o hablaban en los mítines, o hacían huelga de hambre cuando eran arrestadas.
No hay una sola fórmula para alzar la voz, como no hay una sola forma como se presenta la injusticia social. El derecho al voto para la mujer se consiguió en Reino Unido unos años después, en 1918, convirtiéndose en el octavo país en el mundo en instaurar el derecho de voto a las mujeres. Para otros países, y para otras mujeres, tardó más o mucho más, para algunos incluso aún no llega. Lo subrayable es que a pesar de haber pasado más de 100 años, la inequidad y la injusticia siguen presentes en muchos rincones del mundo, en muchos ambientes, lugares de trabajo, familias y grupos sociales.
La lucha sufragista no termina, en el sentido de que las sufragistas habrán sido un grupo específico que existió en una época específica, pero sus ideales, sus principios, aquello por lo que se unían y exigían, todavía es algo que no se consigue por completo, y merece seguir defendiéndose. Hay muchas personas que aún siguen luchando en favor de los derechos de las mujeres, ya sea a través de la protesta o creando consciencia, defendiendo a las minorías y esparciendo los principios de equidad a través de la educación. Si afecta la libertad de los ciudadanos, merece la pena alzar la voz.
Ficha técnica: Las Sufragistas - Suffragette