Valorar la vida no es algo que se enseñe en una materia académica o que se mida por parámetros concretos cuantitativos; si bien hay gente que sopesa y evalúa conforme logros y metas, prestigio, estatus social, poder socioeconómico o similares, la existencia humana trasciende a partir de las experiencias acumuladas, las vivencias que inciden en el ánimo, la disciplina, el esfuerzo, los errores y fracasos, los contratiempos y logros cotidianos; en suma, el crecimiento personal.
¿Cómo aprender entonces a valorar la vida y, por ende, también la muerte? Es necesario aprender a vivir, pero también a morir. ¿Cómo apreciar lo que se tiene y cómo saber lo que se pierde, de acuerdo al curso natural de la existencia humana, al devenir de la propia existencia? La respuesta está en establecer parámetros propios sobre aquello que es significativo o apreciado, eso que alguien estima de su existencia y que lo motiva a vivir, es decir, saber por qué vale la pena vivir. Cada quien tiene sus metas, sus anhelos y, a partir de ello, cada individuo valora y lucha por una vida satisfactoria, plena y recorre el camino para llegar a ese estado de realización. Es claro que únicamente cada persona puede definir qué es lo que le importa.
Ahondando respecto a lo que significa encontrar el gusto por vivir, la película Last Christmas: otra oportunidad de amar (Reino Unido-Estados Unidos, 2019) trata de una mujer, Katarina (Kate) quien ha aprendido a existir a la deriva como consecuencia de una falta de motivación y sentido de rumbo fijo; sobrevive por inercia, pero no hay nada que de verdad la anime a hacer algo más profundo con su día a día.
Escrita por Bryony Kimmings y Emma Thompson, dirigida por Paul Feig, la cinta es protagonizada por Emilia Clarke, Henry Golding, Michelle Yeoh y la misma Emma Thompson. La historia se adentra en la importancia de cerrar ciclos, de redimirse y de reconstruir con madurez a partir de la autosuficiencia, sin dependencia emocional, sin sobreprotegerse al grado de crear barreras inquebrantables que aíslen a las personas de sus propios círculos sociales.
Kate no empatiza con el mundo a su alrededor porque no simpatiza consigo misma, es decir, no le agrada su forma de ser, lo que hace, ni le interesa mantener relaciones afectivas cercanas. Le ha perdido el gusto a su empleo como vendedora en una tienda de artículos navideños, se ha alejado a propósito de su familia evitando todo contacto con ellos, porque no quiere hablar de aquello que tiene que ver con sus decisiones y ha descuidado su salud a raíz del detonante que la ha obligado a replantear su vida, pero sin realmente abordarlo con madurez, un trasplante de corazón.
La cinta no lo aborda a fondo, pero esa es la razón por la que Kate deambula sin rumbo, la sensación de tener una segunda oportunidad y de haber sobrevivido a una condición médica que pudo ser fatal, pero sin saber qué hacer con este nuevo camino que tiene de frente. Parece que en su subconsciente existe la idea de preguntarse si realmente merecía una segunda oportunidad, dado el sentido de fracaso que tiene de ella misma. Rechaza los cuidados, atenciones y preocupaciones de su madre, se aprovecha de los favores de sus amigos que aceptan alojarla temporalmente en su casa para que tenga un hogar fijo; su actitud ante la vida es de hartazgo, irresponsabilidad y egoísmo, sin ningún ánimo por hacer algo con ella.
Eso es lo que pasa cuando alguien no tiene un rumbo claro: sobrevive, existe, pero no vive realmente la vida, porque no le encuentra un propósito para vivirla. La gente alrededor de Kate intenta apoyarla a su manera, no mimándola sino solidarizándose, pero Kate no lo entiende; su madre quiere sentirse útil, sus amigos quieren verla prosperar, pero Kate los aleja a todos, dado que no está dispuesta a conectar consigo misma y esto hace que tampoco pueda conectar con los demás.
Las cosas cambian cuando conoce a Tom, un joven con una filosofía de vida abierta y proactiva, solidaria y receptiva. No es que Tom ponga abnegadamente a los demás primero, sino que entiende que las personas no son islas y que no puede ir por el mundo evitando a la gente; para él, empatizar con los demás y escuchar las experiencias de otros es crecer como persona. Esto significa que socializar, nutrir relaciones personales, escuchar, apoyar y convivir, son factores que conducen al aprendizaje, conocimiento y desarrollo.
Tom constantemente le pide a Kate que ‘mire hacia arriba’, literal y metafóricamente hablando; si mira hacia abajo no va a ver el mundo, a fijarse en los pequeños detalles o entender que hay mucho que aprender mucho más allá de su burbuja. Si sólo mira sus pies, no se da cuenta que alrededor hay otras cosas, o que aquellos con quienes convive también tienen sus propias historias, problemas, dinámicas y preocupaciones.
Pero más importante, si no mira para arriba no va a tener una visión más amplia de su propia importancia y trascendencia; aquí entra lo metafórico, porque su perspectiva es limitada si sólo piensa en su ‘yo’. Hay mucho que ofrece el mundo, la naturaleza, los lugares, las personas, las ideas y los sueños de los demás. Kate no va a ver el sol, la luna y las estrellas (y este es el sentido literal de mirar hacia arriba), pero tampoco va a ver, realmente ver y no sólo saber que están ahí, sino observa, entiende y aprecia a la gente que le rodea (mirar hacia arriba y hacia afuera como analogía).
Mirar hacia afuera y hacia arriba no sólo le va a dar a Kate un propósito sino también madurez, esa que se ha estado negando a sí misma porque es más fácil mantenerse en su zona de confort, en ese espacio seguro en que sólo importa su egoísmo y es más sencillo actuar como si esa irresponsabilidad hacia su persona sólo la afectara a ella. Entonces, al asumir una segunda oportunidad, Kate asume también que tiene que cerrar ciclos y redimirse; porque necesita dejar de esperar que otros tengan las respuestas o se responsabilicen de sus errores o carencias, o falta de metas, para comenzar a tomar ella el control.
Kate quiere cantar y tiene como propósito hacer una audición para un espectáculo sobre hielo, pero no sabe patinar. ¿Qué hace al respecto? Esperar que nadie lo note. En corto, ser indiferente ante la vida. Practica patinar primero, le sugiere Tom, o lo que es lo mismo, haz algo en lugar de esperar a que la ‘suerte’ llegue.
Este ejemplo de la audición es el escenario constante en la vida de Kate, dejar que otros hagan algo por ella, pero rechazar la ayuda cuando no le parece conveniente o fácil. Kate tiene que tocar fondo para entenderlo, al quedarse sin amigos dispuestos a dar la cara por ella, cuando provoca un robo en la tienda en que trabaja porque olvidó cerrar con llave el establecimiento, lo mismo cuando presiona a su familia con tal rechazo y negatividad que termina por perderlos, alejándolos.
La idea de que necesita cambiar su vida radicalmente viene de Tom y él se convierte en esa guía sobre cómo ser una persona más activa que pasiva, más asertiva en sus decisiones, más empática. Pero ella no puede sostenerse en Tom para todo y él se lo dice; una cosa es que otros se preocupen por ella y aprenda a responder con reciprocidad, en lugar de hacerlo en forma egoísta (como venía haciendo hasta entonces), y otra que Kate tome finalmente al toro por los cuernos. La persona a quien más debe importar el bienestar de Kate es Kate misma.
Sus malas decisiones no son como tal el ‘problema’, porque los errores pueden ser base para el autoconocimiento y crecimiento, sino esa actitud de indiferencia, informalidad y dejadez, al punto que justifica el estado en que está en su vida como producto de sus circunstancias. El problema es que ella crea sus propias circunstancias; pospone decisiones e iniciativas, ignora o no valora posibles oportunidades, construye sus limitantes y barreras. De las malas decisiones se aprende pero de negar que existen, no.
¿Cómo hace Tom para ayudar a Kate con su autoestima? No diciéndole que debe aprender a valorarse, sino animándola a hacer cosas para ella que por peso propio le hagan ver que no todo es apatía, o incapacidad, o rechazo, como ella lo percibe. De nada sirve decirle que vale, que tiene potencial, sino, al contrario, propiciar que ella se dé cuenta, lo entienda y luego también lo valore y se lo crea.
La película se envuelve en un halo navideño con música muy característica de la época (con su homenaje al grupo Wham, que canta esa conocida canción de temporada que da nombre a la cinta), lo que propicia un relato estándar con tinte romántico, en donde el romance en realidad es lo de menos, porque esa ‘otra oportunidad para amar’ (subtítulo que se le agrega al título en español de la cinta) no habla del romance, sino de amarse a uno mismo.
El mensaje enfatiza la importancia, necesidad vital incluso, de hacer frente a los problemas; así que es una historia de amor navideña, pero en el fondo, en sí, es la historia de una mujer ante el temor de avanzar y seguir adelante, de forma que le pone pausa a todo para flotar a la deriva, en lugar de aterrizar las cosas, lo que quiere, lo que necesita, la ayuda que requiere y hasta la que puede dar al prójimo, con la necesidad de cambio y de trabajar en sus relaciones personales y ponerle metas concretas a sus sueños.
Aquí es donde el mensaje contrasta con la navidad del contexto, una época de brillo, alegría, emociones, solidaridad, festejo e ilusión; esa yuxtaposición que funciona no sólo para ser un motivador para Kate para que le dé un giro a su vida, sino también un elemento narrativo útil para enfatizar la idea de que todas las personas tienen días grises, pero ese mismo instante, momento o periodo, puede voltearse hacia algo más positivo, saludable, funcional o benéfico; todo es cuestión de madurez, todo es cuestión de actitud. Lo importante es la voluntad de cambiar y realizar el esfuerzo para hacerlo.
Ficha técnica: Last Christmas, otra oportunidad para amar