La Revolución Francesa tuvo su origen en la realidad dispar por la desigualdad de clases; una brecha de crecimiento económico tan imparcial que creaba enriquecimiento para algunos, pero miseria, desempleo, hambre y carencias para un sector específico de la sociedad que tenía que encontrar sus propios medios para sobrevivir. Las consecuencias fueron muchas pero pese a todo la inequidad nunca cesó, lo que ha llevado a los marginados a continuar con la causa y pelear por tener una voz en un mundo en el que el crecimiento demográfico, industrial, comercial y tecnológico continúa constante.
La novela literaria ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo fue inicialmente publicada en 1862 bajo aquel contexto histórico y con el estandarte del romanticismo, que buscaba la libertad cuestionando el orden establecido. El texto se convirtió en un clásico de la literatura por sus reflexiones y narrativa que habla de la justicia, la ética y la libertad, así como el cambio a través de la redención, reflejado a través de personajes guiados por sus convicciones, algunas motivadas para mejorar el mundo, otras por mejorar las cosas sólo para sí mismos.
La historia dio paso a una obra musical de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil estrenada originalmente en 1980, que más tarde se convirtió en película, Los Miserables (Reino Unido-Francia-Estados Unidos, 2012), dirigida por Tom Hooper con guión de William Nicholson y Herbert Kretzmer. Con ocho nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película y mejor actor, de las cuales ganó sólo 3 (mejor sonido, actriz de reparto y maquillaje y peluquería), la cinta está protagonizada por Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Amanda Seyfried y Eddie Redmayne, entre otros.
La historia comienza en 1815 (una vez que tras la Revolución Francesa, Napoléon Bonaparte ha recuperado el poder como emperador, si bien se está en una transición de abdicación y la proclamación de un rey) y termina en la Rebelión de junio de 1832 de Francia, un levantamiento de republicanos en contra de la monarquía (que todavía tardaría algunos años en transitar hacia otro tipo de gobierno).
Este contexto permite plantear a personajes moldeados por las circunstancias socioeconómicas de sus alrededores, una inestabilidad política y una rebelión guiada por un anhelo de libertad y búsqueda por la paz a través de un llamado a la igualdad y a la fraternidad, a veces imposible dada la inequidad tajante, los intereses personales sobre los del colectivo y una burguesía que asciende a costa de la explotación, dejando a la clase trabajadora a su suerte.
El protagonista es Jean Valjean, un convicto puesto en libertad por el guardia de la prisión Javert, quien lo desprecia por sentirse él por encima de todas las personas gracias a su posición de autoridad. Valjean ha cumplido su condena, ha pasado 19 años en la cárcel por haber robado una pieza de pan para alimentar a su sobrino, pero sus intentos de fuga, para él justa liberación, sólo sirvieron para marcarlo como una persona incorregible incapaz de seguir el orden establecido.
Luego de encontrar una segunda oportunidad, cuando un obispo le ofrece comida, refugio y la propuesta de redimirse, Valjean se da por muerto frente el sistema legal y jurídico y así, sin las ataduras de los errores de su pasado, comienza una nueva vida. Para 1823 es dueño de una fábrica y se ha convertido en una respetada figura de su comunidad por lo que su negocio aporta a la economía y al orden social, es decir, genera empleos, productos y realiza una beneficencia en la sociedad.
Pero Valjean se reencuentra con Javert, quien se obsesiona con defender su posición privilegiada, necio en su hambre de poder, convencido de que es su deber traer al otro ante la justicia por haber violado años atrás su libertad condicional. Para Javert, un hombre no cambia porque sí y sus acciones actuales no lo exculpan de sus delitos pasados. Justicia y apego a la ley es lo que esgrime para denunciar al prófugo.
La situación se complica una vez que Valjean, tras decidir entregarse y enfrentar las consecuencias de sus actos para evitar que un inocente, erróneamente identificado como él, pague la condena por actos que no cometió, se encuentra en la necesidad de huir de nueva cuenta al comprometerse a cuidar de Cosette, la hija de Fantine, una exempleada a su servicio, despedida injustamente de su fábrica y obligada a una vida de prostitución por la necesidad de ganar dinero suficiente para pagar a los cuidadores de su hija, los Thénardiers, dos oportunistas que sólo velan por su propio beneficio en la transacción.
Para 1932 y viviendo en un país hundido en la pobreza, con las clases más necesitadas en miseria extrema, Valjean y Cosette disfrutan de una aparente tranquilidad como ciudadanos promedio, sin embargo, Javert sigue buscándolo, mientras que Marius, uno de los jóvenes líderes de los insurgentes antimonárquicos, se enamora de Cosette.
Es bajo esta colección de escenarios que la historia hace énfasis en la lucha de clases, el privilegio del poder, el honor y la justicia, la interpretación de lo correcto y la manipulación de la ley, así como las aspiraciones y forma de vida limitadas por la realidad social confrontada en una profunda lucha de escaleras sociales. La autoridad persigue y criminaliza la protesta, grupos marginales subsisten en función de actividades delictivas, la burguesía y la monarquía se funden en una estructura de gobierno para mantener e incrementar sus beneficios, grupos de jóvenes intelectuales se radicalizan y llaman al levantamiento social, a la revolución.
Los jóvenes que lideran el levantamiento contra la monarquía piden equidad, pero no puede haberla en ese mundo diseñado estructural y sistémicamente para que alguien se beneficie del trabajo de otros, de los explotados que aceptan cualquier realidad con tal de sobrevivir; Fantine haría lo que fuera por su hija, por ejemplo, como muchas personas, empleados, mujeres, marginados y pobres, que llegan a cualquier extremo cuando la vida los empuja a la desesperación; erran en sus decisiones, sí, pero también sus decisiones son producto de ser la única respuesta posible ante situaciones muchas veces imposibles de superar.
Al inicio de la historia, por ejemplo, Valjean procede a robar los objetos de plata de la iglesia a la que llega a esconderse, por la desesperación de la pobreza que sabe que tiene que vivir. El cura que le ayuda responde no con odio ni venganza, sino con compasión. No aprueba el robo, pero no empeora las cosas acusándolo, en cambio, le pide que se quede con la platería pero que tenga un propósito, es decir, que la use para hacer algo bueno en la vida, para hacer un bien en el que se ayude a sí mismo pero también a los demás, que es como el protagonista, años más tarde, ha sabido corresponder abriendo una fábrica, que le permita escalar de posición como dueño de un medio de producción, pero que, al menos al mismo tiempo, de alguna oportunidad de vida a la gente trabajadora.
En contraste, los Thénardiers representan esa mentalidad sin escrúpulos para pisotear a cualquiera en miras del beneficio propio. Su actitud, de igual forma, no es sino producto de un mundo de miseria al que el orden social los ha arrojado. Podrían ser honestos y proceder con rectitud, pero no lo hacen porque saben que un esfuerzo honrado no cambiará la inequidad social y prefieren la indiferencia a la responsabilidad solidaria con la gente en sus mismas condiciones. La diferencia entonces es que Valjean cambia de actitud en cuanto alguien le ofrece una segunda oportunidad; ve nobleza en el apoyo otorgado y actúa en consecuencia. Los Thénardiers no, pero tampoco es que alguien se las ofrezca. Son personajes viles guiados por la avaricia, pero su mentalidad puede ser calificada igual de despreciable que la de la gente en el poder, contra quienes Marius y sus compañeros pelean.
Javert no actúa tan distante tampoco, porque la dinámica en el fondo es la misma para todos ellos, tomar y arrebatar, sin dar nada a cambio. Ser indiferentes hacia el otro, egoístas en su beneficio, mentir, robar, abusar. Eso es lo que les ha enseñado la sociedad y eso es lo que la lucha de aquella revolución pretende eliminar, lucha constante que no han terminado de comprender, porque no es quejarse y exigir, sino proponer mejoras que tomarán tiempo y, sobre todo, convencimiento; el insurgente no conseguirá nada, mientras no logre que alguien con verdadero poder se una a su causa… y luego alguien más, y alguien más y así, sucesivamente, sumen al cambio real en la consciencia del colectivo. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad siguen siendo una tarea pendiente; lo son en la actualidad y lo eran en esos años del primer tercio del siglo XIX.
Pero para Javert no se trata sólo de justicia sino de ego, control y soberbia; está convencido que su deber es hacer cumplir una norma que él mismo abre a su propia interpretación. Él es la policía y por tanto está seguro que representa el orden y lo que es correcto. Su palabra y presencia están marcadas por el hambre de la obsesión, no la justicia en sí, así que se toma como algo personal el asunto que tiene con Valjean.
No es que Valjean haya violado su libertad condicional para cometer crímenes, sino que lo hizo para poder reconstruir su vida y ha hecho lo mejor que ha podido con las oportunidades que le han llegado o se ha forjado. Para Javert esto no importa, no son las circunstancias sino los hechos y para él el hecho relevante es que Valjean no cumplió con las normas y por eso debe ser castigado. Al juzgar sin mirar el contexto, no está apelando a lo que es correcto, sino a aquello con lo que él se encapricha por la mera necesidad de sensación de superioridad. Acusa y juzga no por lo que el prófugo hace, sino por lo que él considera debe ser lo correcto.
El problema es que para Javert, como para muchas personas, las cosas son demasiado concretas, las normas son absolutas y la policía o la autoridad están por encima de cualquier otra cosa. Esta mentalidad les hace imposible ver matices y dimensiones, no son capaces de ver las cosas en movimiento ni analizarlas en su contexto y circunstancias. Javert no se atreve a detenerse a entender que la falta cometida por Valjean no es un crimen sino sólo una forma de darle un giro a las reglas establecidas para un bien común mayor, cuando la norma misma no está pensada más que para castigar, no reformar.
Una mentalidad como ésta es la que imposibilita a tantas personas entender la motivación de los insurgentes mismos; ellos no son más que un grupo que pide una mejora para las condiciones de vida de aquellos sumidos en la miseria, producto del sistema que explota a los desposeídos y excluye a los más pobres. En este tipo de luchas la gente a veces piensa que el revolucionario quiere que aquellos con dinero y poder dejen de tenerlo o lo cedan, cuando en realidad lo que se pide es que haya equidad de posibilidades, trato justo, es decir, dejar de escalar a partir de empeorar o evitar mejorar las cosas para los trabajadores.
“Oyes el pueblo cantar, cantar la canción de hombres furiosos. Es la música de unas personas, que no van a ser esclavos de nuevo. Cuando el latido de tu corazón, se une al eco de los tambores, hay una vida a punto de comenzar. Cuando llegue el mañana, ¿van a unirse a nuestra cruzada? Quién va a ser fuerte y estar conmigo, más allá de la barricada. Hay un mundo que anhelamos ver, Entonces, únete en la lucha, eso te dará el derecho a ser libre”, dice la letra de una de las canciones, que cantan precisamente los revolucionarios al unísono en la lucha por el cambio.
“Algo para ti, algo para mí; ¿quién necesita la caridad?”; dice también en algún momento Gavroche, uno de los personajes, en una simple transacción en la que un niño entrega una carta a Valjean. Es algo simple pero concreto que presenta otra cara más de la moneda, más allá de la solidaridad o de hacer lo correcto. ¿Es oportunismo si lo que se pide a cambio es lo justo? ¿Es justo pedir una moneda a cambio de un servicio, si ha aceptado hacerlo en solidaridad? ¿Es caridad, pago justo o una forma mañosa de conseguir algo a su favor a expensas de las necesidades de otros (pedir una moneda por un servicio prestado)? Compartir es una forma de convivir, el problema es que en la sociedad mercantilizada, en donde todo gira en torno al dinero, es difícil eliminar el intercambio sin pensar en un beneficio. La consciencia de la trasformación no desplaza la necesidad de sobrevivir.
Ahí está el dilema de lo que es correcto o no, y ahí está el problema de la sociedad moderna, que interpreta normas según el momento, lugar y contexto, porque las reglas no son realistas ni flexibles y a veces hasta por naturaleza resultan excluyentes, sin embargo, las leyes las interpretan los detentadores del poder, siempre en su beneficio. “Hay personas que observan las reglas del honor como quien observa las estrellas, desde muy lejos”, dice otro de los personajes en la historia.
Gavroche la habla a la audiencia en algún momento y dice que hay que salir a exigir que se deje de gobernar en la incompetencia y la falta de escrúpulos, porque de alguna forma, al hacerlo, se promueve que la gente repita esta actitud y se cree así una cadena de desorden, corrupción y abusos. Estos son los verdaderos ‘miserables’, los que viven en la pobreza extrema, la miseria y la desprotección, los marginados que no tiene nada y que a pesar de levantar la voz, se encuentran sumidos a causa de la represión, clasismo e injusticia.
La película fue tan aclamada como criticada, en mucho por la elección de su dirección y enfoque, por elementos narrativos flojos como la relación entre Marius y Cosette o Cosette adulta con Valjean, o el hecho de que el elemento narrativo en forma de musical no aprovechara del todo la experiencia cinematográfica, porque en el teatro las canciones son una pieza vital para entender la historia, pero aquí, con cámara en mano y una lente tan cerca de las emociones de los personajes, las canciones se sienten reiterativas, así que en lugar de aportar repiten lo que se ve en pantalla, de forma que la imagen pudo reforzar reflexiones y emociones, en lugar de redundar aquello que ya decían las canciones.
El más importante crédito lo tienen los creadores de la obra musical y por supuesto Víctor Hugo, que plantea un mundo en constante cambio, no siempre para bien. La presentación de personajes disímbolos, con personalidades enmarcadas por su ubicación social, la narración de conflictos políticos y sociales, el seguimiento vital de algunos de los miserables de la tierra, el espontaneísmo de los actores revolucionarios y la descripción de las tácticas contrarrevolucionarias por el aparato represivo estatal son una ejemplar descripción de la lucha de clases en Francia durante siglo XIX.
En este sentido apunta a despertar el interés por la historia, antes y después de la llamada revolución francesa y sus anhelos de libertad, igualdad y fraternidad. Aunque en la cinta los temas no siempre tienen más seguimiento que el que aporta el drama narrativo, haciéndola una película irregular tanto en contenido como en puesta en escena en pantalla (un musical ‘estático’), al menos el contexto histórico resulta relevante al exponer en aquellos ideales reales de revolución que sí tuvieron su eco a la larga, además de ideas como la voluntad de prevalecer, el perdón, la redención y la justicia.
Ficha técnica: Los miserables - Les Misérables