Usualmente las películas cuentan lecciones de vida sobre el mundo y las dinámicas sociales que invitan a una introspección sobre las personas y las relaciones interpersonales, pues, además de fuente de entretenimiento, el cine también es vehículo para el análisis acerca de la condición humana. En esencia, todas las cintas hablan de algo, sólo que algunas están más envueltas en la parafernalia de su género, mientras que otras son más enfáticas en los tópicos sobre los que se construyen.
El cine ha expresado, en diversas ocasiones, que los estereotipos son generalizaciones que simplifican la percepción sobre un tópico en específico. La idea es que agrupan a partir de características similares, pero esto puede limitar y reducir hasta la superficialidad, porque el concepto que manifiesta se vuelve prejuicio. Esto eventualmente afecta las relaciones sociales, pero también la autoconfianza e identidad de las personas, su desenvolvimiento y socialización, especialmente cuando comienza a afectar su desarrollo personal, toda vez que se crean barreras que, por ejemplo, cierran oportunidades de crecimiento o provocan escenarios de desigualdad y discriminación.
Varias películas que han hablado de romper estereotipos se concentran en la importancia de alzar la voz y analizar objetivamente las dinámicas sociales y cómo afectan la autopercepción o la viabilidad de adaptación y superación. Entre ellas está Las chicas del Radio (EUA, 2018), escrita por Ginny Mohler y Brittany Shaw y dirigida por Lydia Dean Pilcher y Ginny Mohler.
Protagonizada por Joey King, Abby Quinn, Colby Minifie, Cara Seymour y Scott Sheperd, la historia se ambienta en Orange, Nueva Jersey, en 1925. Aquí Josephine y Bess Cavallo son unas hermanas no mayores de 20 años que trabajan en la fábrica American Radium, donde se dedican a decorar las carátulas numéricas de los relojes usando pintura fluorescente hecha a base de Radio.
El Radio es un elemento químico extremadamente radioactivo, descubierto en 1898 por Marie Skłodowska-Curie y Pierre Curie. En la actualidad es bien sabido que exponerse a su radiación es letal, pero, al menos hasta la década de 1930, el elemento químico se encontraba indistintamente en productos como cremas, pastas dentales y hasta goma de mascar, ya que se creía, y/o decía, que era medicinal y hasta curativo.
Por su luminiscencia al mezclarse con agua, era usado en la fabricación de relojes de mano ya que con ellos durante la Primera Guerra Mundial los soldados podían ver la hora durante la noche, gracias a las manecillas que brillaban. Muchas mujeres fueron en la época contratadas para pintar estos populares productos e incluso se les sugería (se les ordenaba indirectamente para mejorar la calidad) que para hacer un trazo ‘más fino’, podían lamer o chupar las cerdas del pincel.
Ajenas a los peligros para su salud, las empleadas <todas ellas jóvenes en su mayoría, debido a que estos empleos en las fábricas eran de lo poco a lo que podían acceder para subsistir si eran de clase social media o baja>, cuando enfermaban y morían, los dueños de las empresas solían enterrar la verdad pagando a las familias montos económicos mínimos como compensación y adjudicando las muertes a otro tipo de enfermedades.
Estas mujeres se envenenaban solas sin saber los peligros y sus empleadores callaban cualquier temor o advertencia de riesgo que la comunidad científica comenzaba a descubrir, dándole la espalda a las exigencias de condiciones seguras de trabajo para la clase obrera que algunos se arriesgaban a solicitar, en general sin éxito alguno.
Cuando Josephine se enferma y comienzan a caérsele los dientes, el médico de la fábrica les asegura que es sífilis, pero la joven nunca ha tenido relaciones sexuales y, por ende, no puede haber contraído una enfermedad de transmisión sexual; esto lleva a las hermanas a reunirse con Wylie Stephens, una abogada de una organización sin fines de lucro que protege los derechos de los trabajadores. Se hacen entonces evidentes las pobres condiciones de seguridad en las fábricas, la indiferencia de los empleadores hacia el bienestar de sus trabajadores y la corrupción, a partir de la codicia del capitalista, de engañar, publicitar y vender productos a partir de verdades a medias, de mentiras diseñadas para culpar a las trabajadoras de sus enfermedades, para ocultar el malintencionado uso de material tóxico.
Wylie les dice que Radium Corporation conocía los peligros del uso de la pintura de Radio, pero no se hizo ni dijo nada, básicamente porque a dueños y administradores les interesaba el dinero, el beneficio mayor, no las personas, no las trabajadoras ni sus familias. Entonces Bessie convence a Josephine y a algunas otras de sus compañeras de la fábrica para unirse a una demanda, con el fin de mejorar las condiciones de trabajo y evitar que más de sus colegas mueran.
La película es un drama interesante, informativo e ilustrativo, con temas que llevan a la reflexión, que ahondan en conceptos como injusticia, poder, lucha, represión y derechos de los trabajadores. Habla también del mercadeo persuasivo, ese que vende productos convenciendo con supuestos ‘estudios que respaldan’ y ‘resultados de los compradores’ que se usan mañosamente para supuestamente autentificar. Es sorprendente saber cómo y en qué magnitud millones de personas se convencen de que algo es cierto sólo porque se respalda en la idea de un experto o en un “nuevo estudio”; igual que antaño (incluso tal vez ahora) la gente aceptaba cualquier cosa si lo escuchaba en la televisión, los medios o la masa.
El Radio en aquella época se creía medicinal y curativo y la gente lo bebía para tratar desde resfriados hasta artritis. Poco se hablaba de las consecuencias reales: envenenamiento por radiación. Consecuencias que enfermaban a las personas que compraban y consumían esos productos, pero sobre todo, e inadvertidamente, para las empleadas de las muchas fábricas que trabajaban con productos hechos a base de Radio; una realidad que eventualmente orilló a la unión de las trabajadoras en busca de justicia.
En la vida real, y lo que la ficción de alguna forma retrata con la iniciativa de Bess por movilizar a sus compañeras de trabajo en pro de una mejora en las condiciones laborales, varias de estas mujeres exigieron justicia e impusieron demandas, un hecho que marcaría el rumbo de la subsecuente lucha por los derechos de los trabajadores.
La primera demanda, de cinco mujeres contra United States Radium Corporation, se volvería precedente específicamente en el terreno de la indemnización por enfermedades o por accidentes ocurridos en los lugares de trabajo. Finalmente, en 1928, en otro hecho histórico, se llegó a un acuerdo de indemnización. En la ficción, Bessie cree que esto es insuficiente, porque el dinero parece destinado a silenciar la realidad: que las fábricas de todas formas seguirían trabajando con la pintura de Radio por años.
También en la vida real la pintura de Radio no dejó de usarse por completo sino hasta finales de la década de 1970. Así, el mensaje de la historia habla de la importancia de alzar la voz, de protestar, de trabajar al unísono y de luchar contra el estereotipo y el prejuicio. Las mujeres eran infravaloradas, como empleadas, como mujeres; la realidad de lo que sufrían era callada con mentiras que socialmente eran estratégicamente polémicas: enfermedades de transmisión sexual, para desprestigiarlas, humillarlas y de esta forma callar y esconder la realidad.
Al final le insisten a Bess aceptar la indemnización por considerar que esa lucha siquiera está ganada, porque al menos se ha sentado un precedente y porque frente a las grandes corporaciones capitalistas, la batalla nunca termina. Ese precedente fue por la lucha a favor de las minorías, de los ignorados y de los pisoteados; y ese cambio ejemplifica la importancia de romper con el molde para abrir paso a cambios más profundos.
La misma idea se reflexiona también en la película El manual de la buena esposa (Francia, 2020), dirigida por Martin Provost, quien escribió el guión con Séverine Werba. Protagonizada por Juliette Binoche, Yolande Moreau y Noémie Lvovsky, la historia se ambienta en 1968, en los suburbios de Francia, donde, en plena revolución por la liberación femenina en el país, Paulette Van Der Breck tiene junto a su esposo una ‘escuela para señoritas’.
Con mentalidad conservadora, bajo la idea de que las mujeres deben acatar las normas tradicionalistas, machistas, y ser sumisas, obedientes y calladas, lo que se les enseña a las jóvenes es, más que labores del hogar, a servir en lo que les digan sus futuros esposos. Paulette y su cuñada se encargan de dar clases para aprender a cocinar, servir el té y coser, pero también se dedican a moldear actitudes y comportamientos bajo un pensamiento machista en el que a las alumnas se les insiste acatar, obedecer, bajar la cara y callar.
El problema está en que el mundo a su alrededor está cambiando sobremanera y las mujeres están peleando por romper con todo esto para sentar las bases en favor de la equidad y el respeto, de manera que sus estudiantes tienen otra mentalidad muy distinta: algunas persiguen más libertad, sexual, social, intelectual o profesional, así que sueñan con ser independientes, auténticas y autosuficientes, sin ataduras hacia sus familias o esposos.
Otras, no obstante, no sueñan más que con el anhelo de no tener que acatar nunca más lo que se les impone, como el casamiento arreglado en que se les compromete, a veces incluso con hombres mayores, por cuestiones de conveniencia y acuerdo económico de parte de los hombres involucrados, es decir, el futuro esposo y el padre de la joven en cuestión.
La película es un acercamiento interesante y optimista con análisis sobre el machismo y la igualdad de género, desde la perspectiva de la mujer condicionada al pensamiento conservador sumiso que, eventualmente, ve la necesidad de romper barreras ante los cambios que llaman a alzar la voz, para exigir igualdad, mismas oportunidades y derechos, de crecimiento, humanos, sociales e incluso libertad.
Para ello, Paulette tiene que vivir en carne propia cómo se puede y debe romper los moldes, en su caso, una vez que su esposo fallece y ella queda a cargo de la administración de la escuela. Entonces se da cuenta lo que implica autonomía, tomar sus propias decisiones y reconocer a las demás personas por su esfuerzo. Se adentra, por ejemplo, al leer y documentarse por iniciativa propia, a los derechos de los trabajadores, de hombres y mujeres por igual y como iguales, y resuelve que su cuñada, aunque sea un negocio familiar, merece un salario propio por su dedicación y tiempo invertido como maestra de las alumnas.
Paulette asimismo poco a poco va entendiendo el punto de vista de aquellas mujeres que exigen un trato equitativo en el terreno laboral y social, porque dimensiona lo que significa no tener poder o control sobre su propia vida, sobre su persona, que fue lo que vivió por años a la sombra y exigencia de su marido. Ella ahora toma decisiones, sopesa la responsabilidad que significa estar a cargo de sí misma y de otras personas; mira y compara lo que es una vida sumisa a la sombra de alguien, frente a una con autonomía y fiel a su propia identidad, sueños y anhelos. Entonces se da cuenta que las mujeres viven en efecto sometidas, calladas, usadas y controladas por los hombres a su alrededor, quienes no las valoran y/o las tratan como ‘objetos decorativos’, a su disposición, a su autoridad, a sus gustos e intereses.
Para ella la perspectiva cambia cuando su mundo y su realidad también cambian; esto se hace más evidente una vez que se reencuentra con un viejo amor, un hombre que le da su lugar, que la respeta y la valora, que la quiere y trata como igual. Él le dice que ella no está obligada a cocinarle o hacer cosas por él, como coser los botones de sus camisas, por ejemplo, porque él sabe hacerlo, quiere y puede si es necesario; entonces ella puede hacerlo sólo si así lo desea, solidariamente, pero no ‘tiene que’ hacerlo, porque él es capaz de cubrir esta necesidad por sí solo.
Esta nueva mentalidad, esta diferente mirada de las cosas, hace que Paulette cambie su pensamiento y entienda qué es por lo que está luchando el movimiento feminista de su contexto; así que eventualmente se une a la idea de que esa liberación es una por la que vale la pena pelear, tanto para ella como para sus alumnas, y especialmente por el futuro de las mujeres del mañana.
Ambas películas hablan de los cambios históricos a favor de los derechos humanos, con énfasis en aquellos que responden a la importancia de una sociedad que pretende equidad, construidos a partir de romper moldes clásicos, conservadores, básicos e impuestos por mentes que buscan el poder sobre un grupo de la población al que adoctrinan para acatar y callar, para así ellos tener más control, poder, satisfacción y superioridad.
El cambio social es en este caso gradual, pero importa porque trasciende, y existe porque participa gente que no se conforma, que desea cambiar, que descubre que el escenario social existente es ejemplo de injusticia, de la inequidad en las interacciones sociales. Las narrativas apuntan a hacer evidente que el cambio comienza cuando alguien percibe que las cosas deben mejorar y siente que debe actuar para impulsar la revolución deseada.