La suerte es una probabilidad favorable que se consigue a partir de circunstancias imprevisibles que se inclinan por un resultado positivo hacia aquello que se desea o anhela, pero cuya resolución no podría saberse por anticipado. Ello viene ligado en cierto sentido al pensamiento mágico, que habla de desear, querer, ansiar o aspirar a algo que no se tiene pero se quiere, en la idea de que puede hacerse posible por fuerzas ‘externas’ que influyan a favor.
Pero una cosa es ansiar que algo suceda y otra hacer que suceda, con acciones concretas, porque finalmente la suerte es como se dice de los fantasmas: no existen, pero de que espantan, espantan; así la suerte, las variantes causa-efecto pueden concurrir para que lo impensable suceda, o se presenten circunstancias para que suceda, la cuestión es si el sujeto está atento al desarrollo de los acontecimientos para “ver a la suerte llegar”. Entonces después una tercera variante: qué hacer una vez que se presenta la oportunidad, cuando eso que se anhela finalmente sucede. El reto es saber cómo proceder una vez que se tiene lo que se quiere, si realmente es lo que se anhela, si se está preparado para valorar el acontecer y hasta para proceder en beneficio propio.
A través del cine se ha explorado la idea de lo que significa tener suerte y la diferencia que hay entre valorar lo que se tiene frente a lo que se anhela, con la lección implícita que conlleva hacer un esfuerzo por alcanzar una meta en lugar de sólo ilusionarse, o desear que suceda. En formato de drama y comedia cinematográfica, Si tuviera 30 (EUA, 2004), dirigida por Gary Winick, escrita por Cathy Yuspa y Josh Goldsmith, y protagonizada por Jennifer Garner, Mark Ruffalo, Judy Greer y Andy Serkis, reflexiona al respecto, introduciendo el factor de cómo decisiones tomadas en cualquier momento de la vida pueden cambiar radicalmente el sentido y rumbo del futuro, propio y hasta de aquellos cercanos involucrados.
En la historia Jenna es una joven de 13 años que desea sólo una cosa en la vida: encajar con las chicas más populares de su escuela, a quienes idolatra porque considera representan todo lo que ella más desea, un halo de confianza en sí mismas y belleza física que se traduce en atención, reconocimiento social y adulación. La chica “rara” que se menosprecia y que proyecta su deseo de transformación en la imagen de quien siente es admirada por todos los demás, a raíz de sus inseguridades.
No tiene claro que detrás de esa aparente perfección hay superficialidad y soberbia, que el exterior no siempre empata con el interior y que las apariencias engañan. Se guía por la imagen sin pensar en cómo esa forma de conducta las puede llevar a cultivar soberbia, egoísmo, arrogancia y componentes de personalidad no siempre deseables. ¿Qué es aquello que tanto atrae a Jenna de estas chicas? Pues que destacan justo en lo que ella carece, autoconfianza y determinación.
Pero en este punto del relato Jenna aún no lo entiende, no descifra que no se trata de desear ser como el otro, sino aceptarse ella misma para así potenciar sus propias capacidades. Inocente y bien intencionada, la joven invita a estas chicas a una fiesta en su casa, creyendo que así podrá hacer contacto y amistad con ellas, pero entonces las otras la rechazan, se burlan y la humillan, en el que vendría a ser más bien un juego de poder, tema constante dentro del relato.
Ante la situación y rechazando su vida presente por el sufrimiento que le implica, Jenna desea para su cumpleaños ser adulta y tener 30 años, creyendo, de alguna forma mágica, que en esa edad o etapa de madurez ya hay desarrollo personal, profesional y emocional, además sobre todo realización y plenitud en más de un aspecto de la existencia humana. Dejar la etapa adolescente, cargada de angustias, para reaparecer como persona madura, plena. Sin embargo, el cómo se transita de los 13 a 30 años influye en el comportamiento y la personalidad y Jenna está anhelando saltarse este proceso de madurez. ¿Acaso la vida no es un continuo de decisiones que te confieren identidad?
Para su sorpresa, al día siguiente despierta como una adulta teniendo todo lo que siempre quiso tener, o más bien lo que su ‘yo’ de 13 años desea que fuera su vida en el futuro. Con un empleo soñado en una revista editorial, un novio guapo a su lado y la amistad de aquella chica popular que cuando niñas la rechazó. Jenna cree que ahora tiene todo lo que se necesita para ser feliz, en el terreno personal, laboral, sentimental y de todo tipo. Si bien aunque esos son los parámetros sobre los que mide estabilidad, desarrollo, crecimiento y autoaceptación, no forzosamente significa que lo sean.
El punto es que la vida perfecta no existe y que para llegar hasta donde está, se requieren sacrificios, esfuerzo y decisiones cruciales, que se toman con madurez y decisión, en lugar de inseguridad y pasividad, que es justo lo que la Jenna de 13 se lleva consigo a la vida de adulta. Desde luego también está el problema de si eso es lo que realmente anhela ser en la vida, porque a los trece años no se sabe a ciencia cierta que implica ser famoso, ni si el éxito económico o profesional no conlleva riesgos de redefinición de principios morales, específicamente en una sociedad y en una industria editorial en donde el egoísmo en búsqueda de “ranking” es la norma de conducta habitual.
En esta nueva ‘realidad’ habrá tanto prioridades como nuevos retos; la duda es si Jenna está realmente preparada para una vida adulta en la que ya no debería haber cabida para la impulsividad o las decisiones tomadas a partir exclusivamente de las emociones. El punto está en que no se llega al lugar que ocupa en la escala social, en este mundo competitivo, de imágenes y apariencias, sin haber incursionado en esos terrenos de lo superficial, banal, consumismo y engaño.
La experiencia le dice a Jenna que de eso se trata madurar, de tomar decisiones cruciales y hacerlo, sopesando los factores positivos y negativos, teniendo presente que siempre pueda tratarse de decisiones que deben adoptarse con prudencia. El asunto es que Jenna pasó de los 13 a los 30 sin saber cuáles fueron todos esos detalles que terminaron moldeando su vida.
Llegar a los treinta no va a significar mágicamente tener claridad de pensamiento o logros que le hagan sentir a alguien realizado; es decir, eso puede llegar antes de los 30, e incluso después, o nunca, porque madurez emocional, pensamiento racional, claridad de metas o certeza de lo deseable, significa procesar experiencias, reconocer valores o confrontar ideologías y creencias, para entonces actuar en consecuencia.
Desear la vida perfecta parece sencillo, pero es ilógico, ilusorio, vana esperanza, es desconocer que en el mundo real se transita por buenos y malos momentos y que el esfuerzo, la disciplina, la construcción de relaciones sociales son elementos que forjan el carácter. Jenna desea una realidad que cree se le haría fácil y feliz, pero no sólo este ‘futuro imaginado’ significa que para llegar hasta donde está tuvo que cambiar muchas cosas de sí misma, sino que por eso mismo, lo que ella cree que significa realización y éxito, tiene un eco diferente cuando era una adolescente a cuando ya tiene treinta.
A los 30 debe priorizar otras cosas, tiene obligaciones y responsabilidades, compromisos con su empleo, su pareja, sus subordinados, sus amistades. A los 30 ya debía haber entendido que no puede complacer a las ‘chicas populares’ de su alrededor o sacrificar sus metas a favor de sueños imposibles o sin fundamento, de lo contrario, seguirá estancada en la mentalidad infantil propia de quien es adolescente, aunque ahora sea una mujer madura.
Para Jenna es muy fácil e infantil pensar que tener todo lo que tanto quiso puede llegar a su vida ‘con un poco de suerte’, y de paso pensar que eso automáticamente la hará feliz. La historia va develando las lecciones que animan a Jenna a valorar lo que ya tenía en lugar de lo que deseaba tener. En breve, para ser suertudo hay que esforzarse. En el fondo el aprendizaje de la protagonista la conduce a reconocer que es más importante valorar lo que eres y lo que tienes, para construir compatibilidad con personas afines, en lugar de dejarse llevar por la búsqueda de reconocimiento de quienes representan valores ajenos a la propia educación y el contexto social.
No se trata sólo de anhelar o desear alcanzar metas, sino el proceso que lleva a ellas y Jenna lo entiende cuando reevalúa las cosas, cuando se da cuenta que ese presente al que ha llegado, a los 30, la ha convertido en una persona que no lo tiene todo con tal de desearlo, porque la vida no es desear y tener, sino tomar decisiones y hacer sacrificios y ese es el eje central que al final, la lleva de vuelta a los 13, sólo más sabían y enfocada en la lección de complacer sus propios sueños convertidos en objetivos, con esfuerzo y dedicación, no los de los demás o los que resultan más idealización que realidad.
Ficha técnica: Si tuviera 30 - 13 Going on 30