El aborto es un procedimiento médico que detiene un embarazo y para muchas mujeres es una necesidad básica de salud y/o de control de natalidad; sin embargo, a pesar de los avances científicos que aseguran procedimientos seguros, del avance en los derechos de la mujer para decidir sobre su cuerpo y su salud, el aborto inducido es ilegal y está prohibido en varias partes del mundo por cuestiones religiosas, políticas y sociales que no siempre ponen primero el bienestar de la madre y, a veces, incluso ni hacia el feto.
Hay diversas razones por las que alguien puede requerir o hasta necesitar un aborto, por ejemplo, que el embarazo sea producto de una violación, la incapacidad física o económica para cuidar del bebé, falta de acceso o desconocimiento del uso de métodos anticonceptivos, problemas de salud que pongan en riesgo la vida de la madre o del futuro niño, incluso, por qué no, que la mujer simplemente desee postergar ser madre por razones personales, o no lo desee en absoluto.
En Estados Unidos, el caso Roe contra Wade, conocido como Roe vs. Wade, fue un litigio judicial de 1973 en que la Corte Suprema validó la legalidad del aborto y dio a la mujer la libertad de elegirlo sin restricciones legales. Este fue un importante punto de cambio en la lucha a favor de los derechos de la mujer, no obstante, provocó opiniones encontradas de varios grupos sociales y, luego de mucha presión, el dictamen fue anulado en junio de 2022. De esta forma se abrió la posibilidad para que los gobiernos de cada estado en ese país puedan dictar medidas para sancionar y perseguir a quienes decidan abortar; en parte, una decisión legal enmarcada en el aumento de posturas religiosas conservadoras y neocoloniales que mantienen la idea del control autoritario sobre las mujeres.
A manera de solidaridad y en busca de una solución de ayuda, en el marco de la lucha de clases expresada en las reivindicaciones de derechos civiles, antes de aquel primer dictamen de 1973, surgieron varias clínicas clandestinas que buscaban ofrecer opciones a mujeres a quienes les era negada esta práctica de manera segura, ya que era ilegal, y aunque algunos de estos lugares sólo buscaban en realidad sacar provecho de personas en desventaja, vulnerables, embaucándolas mientras estaban viviendo un difícil momento de vida, hubo varios círculos que se formaron en verdad a favor de los derechos de las mujeres y del derecho al aborto.
De uno de estos colectivos trata la película Todas somos Jane, o, Habla con Jane (EUA, 2022), un drama ambientado en Estados Unidos en la década de 1960 en el que Joy, la protagonista, es un ama de casa arraigada en las costumbres tradicionalistas, quien está embarazada de su segundo hijo; sin embargo, su médico le diagnostica un problema cardíaco que, le explica, pone en peligro su vida en caso de proceder con el embarazo.
Para salvar su vida habría que practicarle un aborto pero, como es ilegal, hay que solicitar un permiso especial a la junta médica del hospital, que finalmente decide por ella, sobre ella, respecto a lo que es mejor para ella y todo sin siquiera dejarla hablar de sus propias necesidades y reflexiones. En su lugar, las preocupaciones de Joy son externadas a través de su esposo, convertido en su portavoz, porque la junta directiva, conformada sólo por hombres, nunca le da la palabra a ella y no aceptan escuchar de su propia voz su perspectiva, opinión o deseos, pese que es algo que ella vive y le afecta directamente.
La lógica de este grupo de hombres es misógina, autoritaria y excluyente, expresando de forma ilustrativa la posición machista respecto al tema, no sólo en aquella época, sino también incluso en la actualidad, ya que su decisión no valora a Joy como una mujer que corre peligro o un ser humano que necesita ayuda, sino que la tratan casi como un objeto, como alguien que da a luz y nada más; un vientre, no una persona. Al negar el derecho de escucha, al decidir sin valorar la pérdida de su vida, la menosprecian como ser humano, prácticamente la condenan a muerte bajo los prejuicios o falsas ideas de un supuesto derecho al futuro del feto, lesionando el derecho a la vida de la madre.
Una vez que se niegan a ayudarla, pese a que en caso de continuar con el embarazo, Joy corre un alto riesgo de muerte, al sentirse abandonada a su suerte, sin ningún respaldo médico o social, ella decide buscar otras opciones, es decir, su supervivencia, y no tiene más opción que acercarse a la solución más a su favor, las clínicas clandestinas.
Lo que más le pesa de la decisión viene en realidad de ponerse en entredicho con sus propias creencias, ya que, educada como persona devotamente religiosa, tiene el estigma de que el aborto sea considerado como ‘asesinato’ y el peso del tabú o el acondicionamiento tradicionalista y conservador, tiene una influencia alta y considerable. Joy tiene que sopesar su vida, la de un hijo que aún no nace, la situación de su familia o las posibles reacciones negativas, incluso de las personas más cercanas a ella y hasta valorar que por complicaciones podría morir en el parto o el feto ni siquiera terminar de desarrollarse de manera viable. De seguir adelante, ella posiblemente morirá y potencialmente el bebé también; de abortar, vivirá y podría en un futuro intentar de nuevo tener más hijos, aunque la incertidumbre médica siempre estará presente. La decisión parece quizá lógica, sin embargo, aunque el aborto es racional y humanamente entendible, la lógica no cuenta ni con el respaldo legal ni con el religioso, las dos instituciones de más peso que rigen al colectivo.
En busca de opciones, Joy se topa con un grupo conocido como ‘las Jane’. Jane, o Colectivo Jane, fue un centro de que de verdad existió en Chicago de 1969 a 1973. La organización buscaba ayudar a mujeres que necesitaban terminar embarazos no deseados y contrarrestar el peligro de las muchas clínicas clandestinas inseguras que eran manejadas por personas no capacitadas. Inicialmente, el colectivo ayudaba a las mujeres contactándolas con doctores varones que tuvieran conocimiento de cómo realizar los abortos, si bien, con el tiempo, también buscaron la manera de que este servicio de salud fuera accesible para toda mujer que lo requiriera, incluso si no tenían los recursos para pagarlo.
Asimismo, tras enterarse de que varios de aquellos supuestos doctores ni siquiera eran médicos con cédula profesional, sino personas comunes que simplemente sabían realizar el procedimiento médico (algo que aprendieron por el mero interés de la oferta y la demanda del mercado, no por la ética social que podría acompañar la iniciativa), las mujeres que conformaban el colectivo se enfocaron en aprender ellas mismas a terminar los embarazos de forma segura y así poder ellas, sin terceros de por medio, ayudar a la mayor cantidad posible de mujeres.
Este es el escenario con lo que Joy se encuentra en su camino, con un grupo bien organizado que poco a poco la va incluyendo en sus actividades al ver en ella a alguien con la suficiente empatía y ojo crítico como para aportar con su iniciativa a la organización. La experiencia misma se vuelve además una apertura de su mente, un despertar para ver e interpretar con perspectiva distinta su situación personal y el problema social que representan los embarazos no deseados, porque al entrar en contacto con las muchas otras historias de vida, ello le hace entender a Joy que hay escenarios de todo tipo, en cualquier esfera social, que develan la desventaja y estado de indefensión en la que el sistema coloca a la mujer.
En esencia Joy lo ha vivido en carne propia, ha experimentado la angustia, el dolor y el prejuicio, así como el rechazo y la falta de consideración de los hombres que no la respetan, ni como persona ni como mujer y que no entienden todo el panorama detrás de una idea (el aborto), que simplifican por ignorancia, machismo o inflexibilidad, acompañada siempre del deseo de control, de supremacía del hombre sobre la mujer.
El aborto, expone la película, no es más que una oportunidad; porque el aborto también es vida, como en el caso de la protagonista, que lo requiere para vivir. Decidir realizar un aborto siempre exige considerar el contexto y sus variables, porque muchas veces, es a partir de ahí, de las circunstancias concretas, que se puede entender cómo y por qué terminar un embarazo puede ser, en ocasiones, la mejor opción, la opción más humana.
Las historias de vida que se conjuntan son muchas y es a través de ellas que Joy, y el espectador en el proceso, entiende la relevancia e importancia del tema. Ella inicialmente piensa que su realidad y la realidad de una joven que quedó embarazada por no usar métodos anticonceptivos, por ejemplo, no es la misma. Virginia, el personaje en la película a cargo del colectivo, le insiste que ellas no están ahí para juzgar la vida de nadie, sino para brindar ayuda, porque todas las historias de vida son igual de válidas.
No es que se ‘entienda o apoye más’ el caso de un aborto que se solicite porque una niña fue violada, a un aborto a una mujer que no tiene acceso a métodos anticonceptivos, o que carece de cualquier indicio de educación sexual, por ejemplo. Ambas vidas son igual de importantes, sus historias relevantes y su realidad social condicionante de su cultura, ejemplo del pisoteo de los derechos humanos, en diferente medida, pero producto de una sociedad que pone de por medio la discriminación de género.
Al escuchar la verdad de cada una de las mujeres que va conociendo, su realidad económica y social que condiciona la cultura de cada quien, Joy dimensiona y entiende que no se trata nunca, en efecto, de juzgar a la otra persona, sino de entenderla; no sirve de nada señalar, acusar, sino que la meta es proporcionar una ayuda, que debería ser un derecho.
El peso del tabú, de la tradición misógina, de la mente conservadora o de cualquier otra opinión similar, pesa. Cada quien tiene derecho de pensar a su manera, mientras se respeten valores como humanidad o equidad. Este es el recorrido <lección importante> para Joy, para el espectador, un mensaje de fondo importante que habla sobre ver al aborto como un asunto de salud pública, más que como un concepto atrapado en la percepción tradicionalista que no mira las cosas más que de manera lineal: terminar un embarazo.
Es el cómo, por qué, en dónde o para qué, las preguntas que realmente importan. Para Joy el mundo a su alrededor está cambiando, ella misma también lo está haciendo y no puede permanecer inerte o inmóvil a un despertar social, que traerá cambios importantes y necesarios.
Las personas deben tener derecho de decidir sobre sus vidas, sobre sus cuerpos y sobre su realidad; si se eluden el contexto y las circunstancias, si su voz es silenciada, no puede hablarse de una sociedad justa e imparcial. Se necesita una revolución y ésta sólo va a suceder mientras haya un grupo de gente que haga justo esto, desafiar las reglas en nombre de lo correcto y presionar a las masas en nombre de la razón, la verdad y el cambio.
Ahora bien, este cambio no sólo debe suceder o existir, debe mantenerse, practicarse y reforzarse, porque el mundo y las personas no son ni estáticas ni unidimensionales. El tema del aborto no sólo es una cara de la moneda, pero tampoco es un absoluto.
Sin entendimiento no puede haber progreso, siempre existe el riesgo de retroceso en derechos humanos, que es justo lo que sucedió en 2022 (cuando el aborto volvió a ser ilegal en Estados Unidos, país en donde se ambienta la película), un retroceso; uno que no obstante no llama a lamentarse, sino que requiere volver a enseñar, educar y reflexionar sobre esas otras caras de la moneda, de realidad de vida y de libertad, o la falta de ésta, para sólo así, ver que hay mucho más allá que todavía hace falta entender y cambiar, hasta realmente avanzar, para hacer una sociedad más justa, en donde las mujeres sean percibidas, comprendidas como seres humanos, iguales a los hombres.
Escrita por Hayley Schore y Roshan Sethi, dirigida por Phyllis Nagy, la película está protagonizada por Elizabeth Banks, Sigourney Weaver, Chris Messina, Kate Mara, Wunmi Mosaku y Cory Michael Smith, y conforma una narrativa que permite repensar en temas que aún son materia de controversia social.
Ficha técnica: Call Jane - Todas somos Jane