Uno de los grandes problemas que existe en internet es el anonimato y la forma en que se usa como telón para la mentira. El robo, la explotación o la falsificación de datos personales se facilita debido a que no hay restricciones, ni siquiera personales; todo se comparte, todo el tiempo y en todas partes, así que pareciera sencillo navegar en la web, buscar información, contactar con otros usuarios, comentar ideas abierta y arbitrariamente o consumir el contenido indistintamente como si no hubiera consecuencias; sin embargo las hay.
Qué tan verdadera puede ser realmente la carátula implantada en la era digital cuando no hay forma de corroborar la autenticidad detrás de la pantalla. ¿Es esa persona al otro lado del video, chat o plataforma web realmente quien dice ser? ¿Es internet absolutamente seguro y 100% protegido de la corrupción, los hackers informativos o el mal uso de los datos personales que se recolectan de internautas, clientes o suscriptores?
La película Cam: cuenta bloqueada (EUA, 2018) es una historia que se adentra en los peligros dentro de la era digital y cómo el uso constante de la tecnología puede tener un impacto, no sólo negativo o inimaginable por el usuario, sino fácilmente ignorado en la vida de las personas, esencialmente, porque su practicidad y comodidad rebasan su funcionalidad y eficacia. Escrita por Isa Mazzei, dirigida por Daniel Goldhaber y protagonizada por Madeline Brewer, Patch Darragh, Melora Walters, Devin Druid y Michael Dempsey, la trama sigue a Alice, una joven que trabaja en un sitio web con contenido para adultos como ‘modelo de cámara’, que es como se les denomina a las personas que realizan contenido digital transmitiendo en internet en tiempo real.
Si bien aquellos que se dedican a esto no comparten forzosamente contenido sexual (algunos por ejemplo se limitan a platicar con sus fans o realizan acciones mundanas), en el caso de Alice ella es miembro de una agencia o sitio web conocido por su material erótico y provocativo. A diferencia de la mayoría de sus compañeras, Alice trabaja desde casa, se jacta de ser real, no falsa o fingida en lo que hace y está enfocada en alcanzar el mejor posicionamiento dentro del ranking de la agencia, lo que la lleva a ser blanco de la envidia y la competitividad en un medio alienado por la morbosidad y la explotación del cuerpo femenino, donde la que más vende o la que mejor se posiciona no es la que más enseña o más se desnuda, sino la que mejor complace a sus seguidores.
A raíz de esto Alice planea un contenido provocativo convertido en entretenimiento para atraer espectadores por medio del escándalo, sin caer en la necesidad de quitarse por completo la ropa, por ejemplo, simula un suicidio frente a la cámara para estimular la curiosidad de sus suscriptores y al mismo tiempo diferenciarse de las demás modelos que trabajan en el mismo sitio web, es decir su competencia.
Hasta ese momento la única preocupación de Alice es mantener sus actividades en secreto, al margen de su madre, quien desconoce a lo que se dedica su hija. Su prioridad es cultivar popularidad y la lealtad de sus seguidores, completamente ajena al reto de sobrellevar la dificultad de navegar en un mundo digital en el que desconoce quién está del otro lado de la pantalla. Esto cambia cuando descubre a uno de sus seguidores acechándola y, más tarde, se entera que alguien ha robado su identidad y tomado control de su cuenta personal, transmitiendo con su nombre de usuario y haciéndose pasar por ella. En esencia, la persona frente a la pantalla es físicamente idéntica a Alice, habla como ella, se mueve como ella, parece que hasta piensa como ella, pero no es ella.
Cuando Alice intenta reportar el problema al personal de apoyo técnico del sitio web, no tiene forma de comprobar su propia identidad porque su número secreto de identificación ha sido cambiado, lo mismo que su contraseña de acceso, medidas que alguien tomó para truncar sus intenciones de recuperar sus datos. Luego, cuando Alice procede a reportar la situación a la policía las autoridades la tratan con una actitud sexista y misógina al ser una modelo en un sitio web para adultos y, en consecuencia, minimizan la situación alegando que no hay realmente un delito que resolver.
El problema es que, en esencia, nadie le ha robado a Alice algo tangible, material, como dinero, por tanto, no hay forma de respaldar el delito de manera concreta desde una legalidad que evidentemente ha sido rebasada por las nuevas tecnologías. En la realidad, el delito cometido es peor que eso, alguien se ha apoderado de su persona, la ha suplantado en todo sentido: ha duplicado su imagen, le ha expropiado el control de su presencia o huella digital y ha usurpado a Alice misma. ¿Cómo es que puede haber alguien idéntica a ella en el mundo digital y esto no crea un error o genera una alarma en el sistema?; pero más importante, ¿cómo es que no hay forma de hacer nada, legalmente hablando, cuando es claro que hay un individuo ajeno a ella explotado su información personal, su nombre, su físico, su voz y mucho más? ¿Una suplantación de persona o robo de identidad no es delito? ¿El uso de datos personales y la manipulación de tu imagen tampoco son algo ilegal? Sin duda la digitalización de la economía y de las relaciones personales está planteando nuevos retos al sistema jurídico de nuestras sociedades, pues en un mundo que se mueve por la búsqueda de ganancia todo lo material e inmaterial puede ser objeto de expropiación y comercialización.
Es entonces que Alice comienza a cuestionar el poder y el peligro de la era digital, incluyendo la falta de regulación, transparencia y uso adecuado de la información en sitios web y redes sociales, donde no se puede tener seguridad de quién es la persona detrás de la cámara, donde es más ‘seguro’ caer en la falsedad o hipocresía (usar un nombre y número telefónico falsos o un avatar amañado), porque pareciera que ser verdaderos es una invitación al hackeo o a la violación de la privacidad.
Si la realidad y la mentira se pierden entre el engaño, ¿cómo confiar en que lo que se encuentra en internet no ha sido pasado por filtros metafóricos y literales?, ya sea que hablemos de imágenes, videos, noticias, declaraciones o publicaciones en general.
Para empeorar las cosas la ‘persona’ haciéndose pasar por Alice no es un humano de verdad. Cuando tiene la oportunidad de conectarse en privado y confrontarla, la imagen frente a Alice no parece reconocerse a sí misma, es decir, no se da cuenta que ambas lucen físicamente idénticas, lo que implica que no se trata de una persona pensante y racional, sino de un programa por computadora, una inteligencia artificial, un algoritmo.
Esto es aún más aterrador para Alice, pues fue suplantada por un software computarizado que ha generado contenido digital a partir de su identidad: nombre, características físicas, intereses, forma de interactuar y hasta de comportarse. Esta inteligencia artificial, que además ha estado escalando en el ranking del sitio web donde Alice trabaja, con muchos mejores resultados que ella por cierto, básicamente está ganando popularidad porque cubre las necesidades de entretenimiento de los usuarios siguiendo una fórmula que Alice ya había establecido, es decir, se está aprovechando de las ideas de Alice y las está administrando a partir de datos obtenidos del flujo de información digital, o sea del comportamiento de los usuarios dentro de internet. Qué puede pensar Alice en ese momento, al ver que una copia de sí misma parece ser más celebrada y exitosa que ella, como si ‘ser real’ fuera insuficiente y como si ser ella misma no tuviera relevancia, porque una copia digital de su persona tiene mejor desempeño que el suyo.
Finalmente, estos personajes creados por medio de la tecnología son funcionales para sus creadores porque cubren la demanda de un mercado específico sin el costo de lo que significa crear la oferta, es decir, eliminan el capital humano, o la necesidad de una persona real que actúe frente a la cámara, porque una modelo ‘verdadera’ requiere de un salario, una inversión y un flujo de dinero para subsistir; en cambio todo esto se ahorra al centrarse en el algoritmo ideado para crear y compartir videos a partir de la información o base de datos que se le proporciona. En esencia, se invierte poco y se gana mucho; desde luego quien se beneficia es el propietario de la herramienta de comunicación que produce y controla la mentira.
Asimismo parte del problema es que en el mundo actual, como se observa con Alice, una cosa es la imagen que se muestra en línea y otra es la vida real. Cada vez parece más común que la gente esté obsesionada con cumplir ciertos estándares de fama y proyección para construir una huella ‘perfecta’ de su ‘yo digital’; como consecuencia, olvidan vivir plenamente en el mundo tangible al convertir la realidad virtual en su todo, personas que se miden en función de sus seguidores o suscriptores, la cantidad de visitas o visualizaciones de su contenido digital y la popularidad que acumulan en su nombre, aunque está sea efímera.
Entonces ¿qué sucede cuando ese ‘todo’ se derrumba y se distorsiona, o cuando alguien lo invalida o roba? ¿Dónde queda el ‘yo’ cuando la información personal de un individuo ha sido ultrajada, duplicada o usada para otros propósitos ajenos a los suyos? Esto sucede, dentro de la presente historia, cuando Alice descubre que la modelo en la cima del ranking dentro del sitio web en que trabaja es también un avatar creado por inteligencia artificial, cuya imagen física ha sido moldeada a partir de una joven que falleció años atrás.
La película también pregunta qué tan lejos iría una persona con tal de atrapar y acaparar la atención de su entorno, especialmente en un mundo, sobre todo el digital, donde la explotación y la manipulación son el pan de todos los días: imágenes alteradas, noticias falsas y amarillistas, contenido morboso y explícito, construcciones de realidades completamente irreales donde aquellos que parecen profesar una vida idílica potencialmente pueden estar fingiendo para asombrar, sorprender o esconder su propia realidad.
Un mundo en el que el escándalo y el sensacionalismo son lo ‘normal’ y, por ende, como en el caso de Alice, la sexualización y el erotismo son una forma de cosificación aceptada, la mujer reducida a ser tratada como un objeto. A fin de cuentas, si todas esas modelos en los sitios web de contenido sexual fueran creadas por una inteligencia artificial y no personas reales, no deja de tratarse de una forma de denigrar a la mujer, incluso es peor, porque esa ‘mujer’ no ha elegido modelar frente una cámara sino que su imagen ha sido robada y usada sin su consentimiento para ganar un beneficio a sus expensas.
Lo que la historia plantea es qué pasaría si Alice en efecto se convirtiera en un objeto, pues finalmente eso es lo que le sucede, y cómo deshumaniza esto al ser vivo, especialmente cuando parece más y más común aceptar la realidad virtual como medida de socialización, sin considerar el impacto que esto tiene en las relaciones y dinámicas sociales o en la construcción de la identidad. ¿Qué pasa con la sociedad como colectivo si las personas priorizan su interacción con las máquinas y los programas de inteligencia artificial más que con otros humanos?
Ello abre el camino a otros temas que se deben reflexionar, desde el problema que representa la falta de control en el ‘deepfake’ (técnica de inteligencia artificial para crear videos o imágenes falsos que parecen reales), hasta la extensión que hay realmente en el robo de identidad y de datos personales, que ha crecido exponencialmente por la indiscriminada digitalización de los sistemas, como las compras en línea, los pagos por tarjeta y hasta la popularización de las aplicaciones.
La tecnología puede usarse a favor de la humanidad de muchas formas, pero también en su contra, sobre todo cuando se le utiliza indistintamente para invadir la privacidad de personas o para obtener información ilegalmente de terceros (asociaciones civiles, competidores, gobiernos) y para distorsionar la realidad inventando hechos y dichos, generalmente con fines de lucro o control político La gente no siempre nota cómo al compartir todo detalle de su vida en internet pierde el control de su propia narrativa. Al final esto propicia que la sociedad se acostumbre más a la mentira que a la verdad, siendo incapaz de distinguir una de la otra, o a la realidad plagada de filtros, máscaras y simulación, hasta que el ser humano más ‘normal’ es el que en el fondo es más falso.
La historia concluye en que Alice retoma el control de su cuenta personal al enfrentar, aunque sea indirectamente, al responsable del ‘deepfake’ que la ha suplantado, sin embargo, ella no frena la práctica de falsificación, sólo consigue dejar de ser una víctima más del robo de identidad. En consecuencia, Alice retoma su papel de modelo pero cediendo a la presión de las circunstancias, escondiendo su verdadera persona. Alice gana pero también pierde, porque aceptando el peligro de mostrarse tal como es, en realidad valida y promueve la propagación de la falsedad y la mentira. Decide jugar al tono que el mundo digital ha construido y se corrompe para seguir buscando su meta de éxito y fama, cambiando su imagen en la red, pero también su verdadera personalidad, aunque ella al parecer no lo comprenda.
Al final Alice abre una nueva cuenta en el mismo sitio web pero usando una identificación falsa, una fotografía editada de sí misma y un disfraz que evita que se descubra su verdadera identidad. Su conclusión es que mostrarse tal como es, real y vulnerable, la hace blanco de ciberataques; pero, ¿ser vulnerable no es también lo que la hace humana?
Si Alice opta por definirse como una mentira de sí misma, ¿no esto lleva a creer que como ella hay muchos más ahí afuera, en la red, que muestran sólo una verdad a medias de sí mismos? En todo caso, cómo no respaldar que esa verdad a medias no es más que una medida de prevención y protección válida para prevenir el hackeo a su persona, no sólo su información personal.
La situación es devastadoramente clara, parece que el uso incorrecto e ilegal de la tecnología termina por empujar a las personas a ocultarse y presentarse en cambio en el plano digital como una falsedad más en un entorno precisamente señalado por ser frecuentemente engañoso, el digital. Así la desconfianza, la indiferencia, el falso afecto y el engaño crecen en nuestras relaciones sociales.
Ficha técnica: Cam - Cuenta bloqueada