Las personas quieren ganar, quieren tener, acumular, persistir, presumir, sentirse superiores y poder decir que son todo lo que la sociedad considera exitoso, para ser reconocidos, aclamados o valorados; se busca obtener belleza, dinero, fama, lujos y comodidades, entre otras cosas. Esa es la naturaleza humana, la competitividad y la supervivencia, o visto desde otro punto de vista, la ‘ley de la selva’, la ley del más fuerte, la dinámica de sobresalir o quedar rezagado. Desde luego, esta dinámica acentuada, profundizada, en virtud de la propia mecánica del sistema capitalista de producción que funciona justo en la medida en que unos pocos acumulan dinero y capital, en tanto la gran mayoría sufre miseria, pues son expoliados por la élite económica-política.
“Crees que eres una buena persona, pero no es así. Créeme, no existen las buenas personas. Yo era como tú, pensaba que esforzarme y hacer las cosas bien me garantizaría el éxito y la felicidad. Pero no. Hacer las cosas bien es un chiste que inventaron los ricos para mantenernos pobres al resto. Y yo fui pobre. No va conmigo. Hay dos tipos de personas en este mundo: la gente que aprovecha y de los que se aprovechan. Depredadores y presas. Leones y corderos”.
Ese es el análisis con la que empieza la película Descuida, yo te cuido (EUA, 2020) en voz de su protagonista Marla Grayson, una mujer oportunista y mezquina que tiene un negocio alineado con los engaños legales del sistema y que ha planeado, con mucha estrategia, para hacerse del dinero de las personas más desafortunadas, que no son las más pobres sino las más solas y desprotegidas.
En efecto, Marla se considera una leona y los adultos mayores a quienes les exprime sus ahorros para quedárselos ella, son sus presas. En esencia es la imagen del mundo animal, irracional, en donde el pez grande se come al chico, o en donde los depredadores asesinan y devoran a presas más pequeñas. En el supuesto mundo racional humano, son lo que los intelectuales y políticos definen como “grupos vulnerables”. Sin embargo, la narrativa ilustra justamente que en el fondo seguimos siendo animales, autodenominados racionales, pero incapaces de abandonar el comportamiento bárbaro para exterminar a quienes consideremos más débiles que nosotros mismos.
Escrita y dirigida por J. Blakeson y protagonizado por Rosamund Pike, Peter Dinklage, Eiza González, Chris Messina, Dianne Wiest y Alicia Witt; la historia sigue a Marla, quien trabaja como representante legal de un buen número de adultos mayores, aparentemente incapaces de cuidar de sí mismos y a quienes legalmente un juez los asigna a ella, como encargada de su tutela o custodia. Marla se la vive convenciendo a los juzgados de que su labor es cuidar a sus clientes, protegiendo sus beneficios, pero en realidad el único beneficio que busca es el de ella.
Tiene acuerdos con médicos y con el encargado de un asilo de ancianos para que aíslen a los adultos bajo su custodia de todo contacto, incluyendo su propia familia; se exageran los registros médicos para que parezca que estos ancianos ya no tienen capacidad de cuidar de sí mismos o de tomar decisiones en pleno uso de sus facultades mentales; así Marla se queda a cargo de todo aspecto sobre sus vidas: sus finanzas, su salud, su supervivencia misma.
La ruin estafa está bien resumida en las palabras con que inicia el filme, en las que Marla asegura que en la vida, o te aprovechas de alguien o alguien se aprovecha de ti. Es una lección aunque no un buen consejo de vida, en esencia porque tiene razón. Idealmente el mundo debería ser solidario, libre, respetuoso y colaborador, pero en la realidad la sociedad se guía bajo la filosofía de ganar a toda costa, la que implica que para que haya un ganador debe haber uno o varios perdedores, lo cual induce a aprovecharse del de junto para sobresalir, o empujar al de enfrente para quedar en su lugar.
La historia elige un tono sarcástico para presentar todo esto porque es una comedia negra, pero una que sirve para demostrar la realidad de los absurdos, ya que Marla sólo actúa conforme a la ley, aprovechando para obtener beneficios gracias a las inconsistencias del sistema y a la corrupción del ser mismo. Interpreta la ley a conveniencia y manipula a las personas abusando de la debilidad y salud ajena. Por ejemplo, convence al juez con un discurso manipulador bien argumentado, se asocia con una doctora y el dueño de un centro médico a cambio de una ganancia monetaria también para ellos y elige a los adultos mayores ‘más factibles y viables’ con análisis frío y calculador, personas solitarias con pocos familiares o ninguno, pero suficiente dinero o solvencia económica como para explotar su capital. Eso es lo que valen las personas para Marla, simples objetos para explotar en función del costo-beneficio. En este caso, la relación entre bienes, dinero y pertenencias con respecto a desprotección y vulnerabilidad.
Aquí está la idea clave de la película, explotar al prójimo; lo que Marla y su socia Fran, quien también es su pareja, tienen bien ensayado, asumir una personalidad sumisa y, aparentemente, socialmente responsable; esa careta de personas preocupadas ‘al servicio de la comunidad’, para hacer bajar la guardia del de enfrente. Logran asumir el control de las otras personas con mucha facilidad y además de forma legal, gracias a la aparente iniciativa servicial que en el fondo adoptan para parecer amables y loables y así ser convincentes y aceptadas.
El juez que recibe los casos de Marla está, por ejemplo, convencido de que ella no sólo hace bien su trabajo sino que en realidad vela por los intereses de la gente a su cargo, porque así es como Marla quiere que la vean, como alguien confiable y respetable. Esta fama, este perfil que la gente se hace de ella, le permite explotar a otros sin que se sospechen malas intenciones de su parte.
El plan es aparentar una cosa y hacer otra, para no levantar sospechas, así que Marla y Fran se dedican a elegir personas que, apoyadas en la doctora que trabaja para ellas, sean catalogados como incapaces o débiles, usualmente pacientes (potencialmente mal etiquetados) con demencia o algún deterioro mental similar que obligue a la ley a intervenir. Entonces trasladan a esa persona a un asilo de acianos, en donde el encargado controla al paciente tanto como Marla lo solicita y luego estos personajes proceden a hacerse de todos los bienes del adulto mayor en cuestión, al tener legalmente control de su dinero y poder de decisión, lo que incluye documentos que firman bajo los excesivos medicamentos que se les suministran, a partir de la aseveración de Marla de que son a su favor.
Marla se justifica diciendo que lo que hace es vender las propiedades de esas personas para pagar tanto sus honorarios como el ingreso y mensualidad del asilo, pero en realidad, como guardián legal absoluto, ella administra de tal forma que tiene posesión de la vida de las personas como si fueran objetos, suplantando su voluntad, manipulando sus decisiones, para vender sus propiedades y pertenencias y así obtener el mayor dinero posible durante el mayor tiempo posible, o sea, hasta que la persona fallezca. O lo que es lo mismo, convierte a un humano en una fuente de ingresos, explotándole bajo el respaldo de las autoridades que lo facilitan creyendo que el modelo de tutela o guardia legal beneficia en lugar de afectar a las personas.
La trampa de Marla ni siquiera es una trampa propia, es una realidad de la que se aprovecha, el sistema de tutela que opera en Estados Unidos donde se desarrolla la historia, convirtiendo a personas con problemas de salud en seres sin derechos, sujetos a la voluntad ajena por decisión legal; una forma de esclavitud justificada y avalada por la ley. Marla interpreta la ley, compra conciencias y voluntad de profesionistas que aprovechan para obtener ingreso adicional y abusa de la debilidad física y aislamiento familiar de las personas a quienes convierte en sus presas.
Suena absurdo pero no lo es, al menos no como lo plantea la película. Por ejemplo, si un médico determina que una persona no es capaz de tomar sus propias decisiones en pleno uso de sus facultades, o que su actuar puede hacer que su vida o la de otros corra peligro, el Estado interviene, asigna un tutor o guardián y ni siquiera tiene que avisar a nadie, ni siquiera a los familiares, dado que se considera una situación de ‘emergencia’ y el juez que asigna se considera una autoridad velando por la seguridad de la persona, autoridad que también asume que es su responsabilidad y que está haciendo lo ‘correcto’.
El problema está en que se supone el médico actúa siempre profesionalmente con ética y sin dolo, sin embargo, el sistema hospitalario gubernamental y la práctica profesional privada están llenos de ejemplos que demuestran indudablemente lo contrario: médicos, enfermeras y psicólogos o psiquiatras que inducen comportamientos, drogan a conveniencia, vuelven adictos y dependientes a los pacientes. En breve, se ajustan al dicho que establece que ‘el mejor paciente es el que no se cura pero tampoco se muere’. Y de eso se aprovechan, carentes de moral, Marla y sus cómplices.
¿Lo correcto para quién? Habría que preguntar; ¿para el Estado, el tutor, el paciente o para la sociedad? ¿Qué parámetros se toman en consideración para tomar tal decisión de catalogar la persona como ‘incapaz’, además de un certificado médico que puede decir lo que sea que el médico quiere que diga? O en cuyo caso, y tal es el escenario de la película, ¿qué tan sencillo es sobornar a un médico para que un informe de salud diga exactamente lo que alguien más dicta o estipula según sus propios intereses? Sin duda, es en verdad muy fácil toda vez que el sistema educativo forma profesionistas carentes de ética y en búsqueda del máximo beneficio.
Así que Marla está tranquila porque sabe que las personas que “técnicamente” hacen algo ilegal son sus asociados, mientras ella sólo cumple con los requerimientos legales. Marla es la reina de la selva, retomando su analogía de leones y corderos, pues se sirve de otros para que hagan el trabajo sucio y así ella pueda conseguir su cometido. Ella gana y todos los demás pierden o reciben sólo migajas.
La trama de la historia se concentra en que Marla y Fran se topan con alguien igual de despiadado y audaz que ellas, alguien que sobrevive y obtiene ganancias y privilegios aprovechándose, abusando de los demás. Ese es Roman, un criminal cuya madre, Jennifer Peterson, se ha convertido en la nueva víctima de Marla. Sin poder reclamar de forma legal, dadas sus actividades criminales relacionadas con el tráfico de drogas que le impiden revelarse como el hijo de Jennifer, Roman tiene que recurrir a las prácticas ilegales para recuperarla.
Es entonces que la comedia negra encuentra su punto más fuerte; Roman intenta conseguir su meta primero de la manera legal, enviando a un abogado para revertir la situación, pero no lo consigue, porque Marla es más astuta ya que tiene más experiencia en este tipo particular de asuntos legales y sabe ser más convincente y persuasiva, por lo que el criminal comienza a buscar alternativas diferentes.
Bajo el dicho ‘hierba mala nunca muere’, Roman nunca logra deshacerse ni de Marla ni de Fran, en parte porque está rodeado de empleados incompetentes, que son superados por la astucia de aquellas dos mujeres. O la película pinta a criminales de la mafia ineptos (y lo son, hay tantos intentos fallidos de matar a Marla que resulta caricaturesco) o esa es la idea de fondo del guión, demostrar que aunque el crimen y la violencia pueden, la corrupción puede más.
Roman se lanza directamente a las amenazas y a matar gente y no logra su objetivo, mientras que Marla procede a limitar los medios por los que Roman o su madre, o cualquiera de sus clientes, pueda hacer algo, legal o ilegalmente, porque los señala, expone y eventualmente controla de una forma astuta, bajo las sombras y en la discreción, lo que finalmente da mejores resultados. En breve, Marla sabe ser hábilmente el león disfrazado de cordero.
Esa es la ley de la selva, no sólo aprovecharse del débil, sino sacar del camino al otro que es igual de fuerte que yo. “Jugar justo y tener miedo no te lleva a nada”, insiste Marla; de nuevo, esa no es la lección de la historia, esa es la forma de pensar de este personaje que ejemplifica la corrupción y maldad del ser humano, la realidad competitiva que le orilla a olvidarse del trabajo en equipo y la solidaridad para proceder en beneficio propio, de forma individual y egoísta.
Finalmente se trata de una comedia negra que refleja el mundo real; hay muchas Marlas en esta vida, personas que sólo responden a su avaricia y ambición; personas egoístas, envidiosas, soberbias, manipuladoras y/o controladoras, que harán lo que sea por conseguir lo que quieren, porque a ellos no les importa a quién afecten, a quién pisoteen, destruyan o lastimen, mientras se haga lo que dicen, como lo dicen y cuando lo dicen. ¿Es Marla un modelo a seguir? No; Marla es en realidad el prototipo o reflejo perfecto de la gente que quiere poder y que quiere ganar; ese tipo de personas de la que está lleno este mundo, seres sin principios morales, egoístas e inhumanos.
“Toda fortuna comienza con un salto de fe. Pero antes de dar ese salto, primero, hay que conocerse muy bien. Saber quién eres. Preguntarse: ¿estoy adentro o estoy afuera? ¿Soy un cordero? ¿O soy una leona? ¿Soy una depredadora? ¿O soy una presa? ¿Soy buena con el dinero? ¿O soy buena con la gente? ¿Qué estoy dispuesta a sacrificar para cumplir mis sueños? ¿Qué líneas no cruzaré?”, analiza Marla al final de la película, luego de asociarse con Roman.
Incapaz de sacarla de su camino, aquel le propone una alianza que los beneficie a ambos y esto es interesante porque, siguiendo la lógica de la protagonista, Roman también es un depredador, no una presa. No pudo deshacerse de Marla, así que sobrevive aprovechándose de ella. Sí, respalda y financia su negocio para expandirlo, logrando que así ella genere más ganancias para sí, pero Roman no se queda sin nada, se queda con su parte de las ganancias.
Ella proporciona las ideas, él proporciona la visión; ella plantea un modelo de explotación, él explota el modelo de explotación, proponiendo ser sus propios creadores de oportunidades, abriendo sus propios asilos de ancianos y clínicas para adultos para no depender, por ejemplo, de un médico que les firme un comprobante médico que diga lo que un juez necesite escuchar, sino tener ellos el medio para emitir ese certificado de salud según sus necesidades.
Un negocio redondo, a prueba de huecos legales, más bien apoyándose en ellos, controlando todo lo que Marla no controlaba antes, abogados, médicos y cuidadores contratados en sus empresas para construir un imperio legal de la ilegalidad de su estafa (crimen organizado se define ahora), aprovechándose así ya no sólo de unos cuantos, sino de miles de personas vulnerables, indefensas. Una élite de leones en la selva, sacando provecho de los muchos corderos que no miran los hilos del engaño; o como dirían por ahí: la vida misma tal cual es a partir del modelo capitalista actual.
Personas con moralidad dudosa y falta de ética que dictan su propia definición de ganar: tener dinero, tener poder, ser más que los demás. ¿Y para qué?, cuestiona la película, una vez que Marla encuentra la muerte de la forma más catárticamente justa, a manos de una persona que afectó indirectamente, el hijo de una anciana a quien despojó de su dinero aislándola de su familia. Lo importante aquí ya no es si hay justicia o si esta mujer es un ejemplo de un modelo de negocios ruin pero productivo, sino lo que demuestra con su desenlace es que el mundo es perturbadoramente cruel e impredecible, pero incluso hasta el más cruel se encuentra con lo imprevisto e inevitable, porque nadie tiene el destino comprado. ¿De qué sirve entonces el poder y la riqueza acumulada?
En voz de Marla misma, cuando Roman le pregunta si no teme que la mate: “¿Recuerdas lo aterrador que era en 1807? ¿No?, yo tampoco, porque aún no estaba viva. Se sentirá igual cuando muera. La nada misma. ¿Por qué temerle a eso?”. Haya altanería o convicción en sus palabras, el punto es que tal vez se equivoca: el asunto no es la muerte, sino cómo vivimos.
Ficha técnica: Descuida, yo te cuido - I Care a Lot