Los cuentos de hadas son popularmente definidos como relatos ficticios con personajes fantásticos y folclóricos, como lo son las princesas, dragones, brujas, duendes, gnomos, sirenas y ejemplos similares, que cargan con lecciones y reflexiones concretas pues usualmente están dirigidos a niños. Cuando el género narrativo y el reflejo que se hace del mundo real son llevados hacia el contemporáneo, pragmáticamente se les denomina ‘cuentos de hadas modernos’.
Dichas historias pueden, por un lado, ambientarse en una época actual para reflejar realidades concretas que capturen las preocupaciones y contextos del momento en que se desarrollan, pero también permiten, gracias a eso, actualizar de diversas formas las características o cánones que identifican a los ‘cuentos de hadas clásicos’.
No sólo la ambientación cambia, también el análisis que se hace de la sociedad, las observaciones sobre el comportamiento humano y hasta los estereotipos y arquetipos que moldean al colectivo. Al modernizar los cuentos de hadas, se modifican asimismo las ideas preestablecidas sobre prototipos a fin de alejarse de la simplificación convertida en etiqueta, por ejemplo del ‘príncipe’, la ‘princesa’, el ‘héroe’ o el ‘villano’, por mencionar algunos.
Al mismo tiempo las historias continúan siendo relatos que impactan significativamente en las personas, sus aspiraciones y entendimiento del mundo, sólo que de manera diferente. Es decir, tal vez se rompa el molde de ‘príncipe que rescata a la princesa’, en el sentido de que el personaje femenino por ejemplo no puede ni debe ser reducido al de ‘damisela en peligro’, en su lugar puede convertirse más bien en una persona valiente, audaz, inteligente, capaz de salir por sí sola adelante. No obstante, los cuentos de hadas, incluso los modernos, no dejan de ser promisorios, relatos donde lo extraordinario parece posible y que permiten hacer a las personas soñar en historias inverosímiles convertidas en realidad.
Un buen ejemplo es la película El diario de la princesa (EUA-Reino Unido, 2001), escrita por Gina Wendkos a partir de la saga literaria del mismo nombre de la autora Meg Cabot. La cinta está dirigida por Garry Marshall y protagonizada por Anne Hathaway, Julie Andrews, Héctor Elizondo, Heather Matarazzo, Robert Schwartzman y Caroline Goodall. La trama sigue a Mia Thermopolis, una adolescente de 15 años, retraída y tímida, a quien le informan que su distanciada abuela paterna es la reina de un país (ficticio) llamado Genovia. Tras la muerte del padre de Mía, ahora es ella la heredera al trono y debe decidir si asumir la responsabilidad que esto conlleva o declinar su derecho por nacimiento, lo que implicaría romper la tradición y provocar que el reinado pase a manos de alguien externo a la familia.
Para Mia las cuestiones socio-políticas son lo de menos, ya que si bien con el tiempo de alguna forma entiende el peso que esto significa para su abuela, la Reina Clarisse Renaldi, en tanto no sólo es el fin de su legado sino todas las consecuencias administrativas, legales y culturales que un cambio de gobierno significa, lo realmente impactante para la joven adolescente es el cambio radical que la noticia tiene y repercute en su vida. Por un lado se molesta con su madre y con su abuela por la mentira, el haberle negado una pieza de información tan importante por tantos años, si bien ellas argumentan que era por protegerla, para permitirle una vida ordinaria lejos del ojo público y las demandantes responsabilidades de la rutina como miembro de la realeza; mientras que, por otro, se inquieta por la responsabilidad tan grande que se le exige a una edad tan temprana.
La situación no es ideal, los padres de Mia pensaban contarle toda la verdad cuando cumpliera dieciocho años, pensando que la mayoría de edad significaría también una madurez, quizá especialmente emocional, que le permitiera sopesar la situación: tanto el hecho de que es parte de la realeza y por derecho hereditario tiene un título de princesa, como el papel que debe asumir al saberse la sucesora al trono, pues eso significa que algún día se convertirá en reina y estará al frente de un país, dirigiendo, decidiendo, gobernando y, en esencia, parándose al frente como una líder.
A sus 15 años Mía no sabe muy bien cómo absorber la información, por un lado ha sido lanzada dentro de un cuento de hadas moderno, el de la joven ordinaria que resulta tiene algo de extraordinario en su ADN, ser princesa; por el otro, por eso mismo pasar de ser usualmente ignorada a ser el centro de atención, potencialmente agobiada hasta el acoso y hostigamiento, no sólo mediático.
La lección de esta historia recae en el proceso de cómo Mía debe descubrir que es extraordinaria por sí misma, independientemente de ser princesa. Ese es su reto, el futuro como líder que tiene delante, cuando en su presente ella es todo lo contrario. Mia no tiene confianza en sí misma, no sabe hacerse escuchar, no desea sobresalir y tiene miedo a arriesgarse o dar el primer paso para cualquier particularidad de su vida. Todo esto sucede porque es insegura, tímida y callada, y se ha conformado siempre con existir entre las sombras; ‘ser invisible’, dice ella.
Si hace todo por evitar llamar la atención, si entra en pánico o le da ansiedad hablar en público, si la mayor parte del tiempo ‘sueña despierta’ porque no tiene la seguridad para tomar acción o al menos alzar la voz y defenderse si la acusan o la agreden, entonces, aceptar su título y responsabilidades como princesa implica salir de su zona de confort, adentrarse en la incertidumbre y cambiar, no ella ni su personalidad, pero sí su actitud ante la vida.
El paralelismo en este cuento de hadas moderno con respecto a la vida real es que todo adolescente enfrenta retos similares; no es que vivan como tal relatos de princesas, príncipes, reinos y tiaras, pero sí se trata de una etapa en la que el joven encuentra su identidad, va planeando su futuro, descubre sus fortalezas y debe asumir la importancia de trabajar en sus debilidades; en corto, es un proceso de maduración importante, necesario y obligado en el que cada quien necesita salir de su burbuja o, como se diría coloquialmente, salir de su caparazón.
En la película esto sucede de una forma demasiado cercana a como se desenvuelven los clásicos cuentos de hadas, con un cambio de imagen exterior más que de su actitud, lo que al menos permite desde un punto de vista reflejar el proceso en que los jóvenes exploran el mundo hasta encontrar su propia voz y, por tanto, su estilo e imagen, definiendo así su personalidad.
Lo más interesante en todo caso es la forma como los hechos obligan a Mia a descubrir esa voz en su interior. Sería ilusorio transformar al personaje de alguien introvertido a extrovertido, lo que afortunadamente no sucede; más bien, la historia se centra en permitir que Mia se enfrente a sus miedos confiando en su capacidad para hacerlo, entendiendo que sus decisiones y acciones tienen consecuencias, de manera que si le da la espalda a sus responsabilidades, éstas no desaparecerán. Si ella, por ejemplo, se niega a asumir el título como heredera al trono, el asunto no termina ahí; tendría que tomar la responsabilidad de ser ella quien informe a la gente, a sus súbditos y los medios de llevar a efecto la decisión, enfrentar el proceso político administrativo que se deriva. Así que no es sólo decir ‘no’, es asumir con compromiso todo lo que ello implica.
En esencia la lección de la reina Clarisse en este sentido subraya en la importancia de aprender de toda experiencia vivida, especialmente las que parecen derrotas, caídas u obstáculos imposibles. Mia teme hablar en público porque se pone nerviosa dado que es insegura, entonces el desafío que debe superar es hablar en público, incluso si se equivoca, porque aprende más enfrentando la equivocación que huyendo del problema, dilema o reto.
A su forma, la película también habla de la fama efímera, los estereotipos y caretas, las expectativas y las falsedades. Una vez que el secreto de Mia y su familia sale a la luz y el mundo entero descubre que ella es heredera a un trono, la hasta entonces estudiante ignorada se convierte en la persona más popular y asediada de su escuela. Todos quieren acercarse, muchos mienten conocerla, algunos la engañan manipuladoramente para compartir por un momento los reflectores de las cámaras y otros más, por celos o envidia, la convierten en blanco de burlas y bromas para ridiculizarla.
La transición hacia la madurez también implica que la joven debe reconocer entre los verdaderos amigos y las actitudes convenencieras e incluso abusivas de algunas personas. En su caso la lección no es sencilla, pues la aprende luego de sufrir decepción y humillación pública; pero, los sucesos al mismo tiempo reflejan una verdad complicada y cruel, la de una sociedad lamentablemente más preocupada por las apariencias que por la realidad.
No todas las personas son falsas e hipócritas, como no todos los amigos y familiares de Mia ven en ella un vehículo para obtener algo a su favor; hay quienes sí la valoran y respetan, apoyan y alientan, por la persona que es, no el título que carga sobre sus hombros. Pero en ello la historia habla de la fijación que puede haber en la sociedad con aspectos banales y superficiales. Muchas de esas personas no miran en sí en Mia algo diferente, miran más bien el cuento de hadas convertido en amarillismo, explotación de la imagen e incluso la sociedad del espectáculo.
Se observa aquí un contraste interesante para analizar: cuando la reina Clarisse le pide a Mia tomar lecciones para ‘ser una princesa’, que son en lo esencial clases para conocer más a fondo la historia y cultura de Genovia, pero también clases sobre protocolo y disciplina, no se trata más que de pulir sus modales y ampliar su cultura. No es en sí que Mia deje de ser quien es para comenzar a comportarse como alguien diferente, que es lo que inicialmente ella siente que debe suceder, no es tampoco ponerse una careta o máscara, es más bien entender que ahora es una figura pública y que como princesa debe apegarse a ciertas reglas, normas y diplomacia porque tiene que ser coherente con el mundo, contexto y ambiente al que está entrando.
La reina Clarisse lo deja claro en más de una ocasión: su papel como miembro de la realeza, como persona públicamente conocida y como gobernante no le da el derecho a la frivolidad ni al autoritarismo, al contrario, le da más bien la oportunidad de hacer algo positivo por sus representados, usar su poder con justicia y generosidad. Para ello debe comandar con confianza, liderazgo, empatía y disciplina; eso es lo que Mia debe aprender y comprender. Al principio no lo hace, algo que su amiga Lily le reclama, el hecho de que Mia se ha limitado a dejarse llevar por las apariencias. “Querer cambiar el mundo y no tener ningún poder como yo es una pesadilla. Pero tú... Tener el poder de realizar cambios, de hacer que te escuchen. ¿Cuántos adolescentes tienen eso?”, le dice Lily, animándola a dimensionar el peso de la situación, de que el cambio que viene para Mia es mucho más que sólo modificar su apariencia, incluso sus actitudes o vestimenta.
“La gente piensa que las princesas deben llevar coronas, casarse con el príncipe, siempre verse perfectas y vivir felices por siempre jamás. Pero es mucho más que eso. Es un trabajo verdadero”, insiste por su parte la reina Clarisse, llevando a Mia a entender que ser una princesa no implica ser ‘perfecta’ o dejar de ser espontánea o cometer errores. “Nadie puede dejar de ser quien es realmente. Ni siquiera una princesa”, es la reflexión de Joseph, el ayudante y chofer de la reina Clarisse.
“El valor no es la ausencia de miedo, sino el juicio de que algo más es más importante que el miedo. Puede que los valientes no vivan para siempre, pero los cautelosos no viven en absoluto. A partir de ahora, estarás atravesando el camino entre quien piensas que eres y quien puedes ser. La clave es permitirte hacer el viaje”, son finalmente las palabras que el padre de Mia le comparte por medio de una carta y que permiten la mejor conclusión para este cuento de hadas moderno.
Ficha técnica: El diario de la princesa - The Princess Diaries