Rivalidad es enemistad y antagonismo, pues se refiere a cuando dos personas o grupos mantienen una dinámica de competitividad a largo plazo en la que cada uno de los dos sólo busca ganar. Esto significa que no sólo se persigue un dominio, sino que las partes que toman un papel activo en la ecuación se perciben e identifican mutuamente como iguales, reconociendo un mismo nivel de capacidades y habilidades en el otro y, por tanto, se esfuerzan por demostrar ser el mejor.
La tensión que ello crea puede resolverse mediante el diálogo, los acuerdos o la valoración de lo que ha llevado a la mala relación, sin embargo, si la enemistad se mantiene activa en forma arbitraria, injusta, inmadura, egocéntrica, necia o caprichosa, puede llevar al rencor e incluso a la violencia. ¿Qué se puede hacer para solucionar cualquier tipo de rivalidad cuando todos los involucrados quieren sobresalir dado que no hacerlo significa, para ellos, el fracaso?
En la película Karate Kid (EUA, 1984) el antagonismo entre dos jóvenes con la resolución de vencer al otro se convierte en el eje central del relato. Escrita por Robert Mark Kamen, dirigida por John G. Avildsen y protagonizada por Ralph Macchio, Noriyuki "Pat" Morita, Elisabeth Shue, William Zabka, Randee Heller y Martin Kove, el personaje principal de la cinta es Daniel LaRusso, un adolescente temperamental e inseguro que se muda de Nueva Jersey a Los Ángeles con su madre soltera, debido a nuevas oportunidades de empleo para ella, algo que su hijo no valora ni entiende, porque su mundo se reduce a sus necesidades, no las de los demás, lo que demuestra además un pensamiento que aún denota inmadurez.
Sintiéndose como un pez fuera del agua en todos sentidos, ya que detesta el cambio de vida al que no se adapta y luego se topa con una marcada división de clases sociales donde los privilegiados parecen a su punto de vista ‘tenerlo todo’, muy lejos de su propio estilo de vida, Daniel en realidad termina por chocar con sus compañeros de escuela al intentar conquistar a Ali, una joven de alta sociedad que justo acaba de terminar con su novio, Johnny Lawrence. Daniel se interpone en un conflicto aún vigente entre ellos y en aras de defenderla, aparentemente caballerosa y heroicamente, se entromete de una forma irrespetuosa, burlándose del otro y también haciéndole bromas, resaltando con su actitud aún más la marcada división cultural y social entre los ricos pudientes y los asalariados que no tienen tantas ventajas u oportunidades, pero que canaliza el personaje con resentimiento, odio y deseo de venganza.
La rivalidad entre Daniel y Johnny pasa del acoso escolar a la violencia física, que ambos jóvenes alimentan dada su impulsividad visceral y la falta de control de la efervescencia de sus emociones, que creen poder resolver a través de los golpes, más específicamente por medio del karate. Johnny, por ejemplo, es miembro junto con sus amigos de un dojo llamado Cobra Kai, donde su senséi, John Kreese, enseña la disciplina bajo una filosofía de ataque directo, confrontación y agresividad. ¡Sin Piedad!, es la consigna.
Daniel a su vez, en toda su aparente inocencia e ingenuidad, inicialmente se limita a defenderse por medio de los golpes que aprendió en una clase de karate que alguna vez tomó cuando era más joven y lo mucho o poco que puede absorber de los libros y películas a los que tiene acceso, hasta que, finalmente, su vecino y también conserje del edificio en el que vive, el señor Miyagi, lo acoge bajo su tutela dándose cuenta que lo que el chico necesita es claridad sobre lo que está persiguiendo. ¿Venganza, autodisciplina, darle sentido a su vida, frenar el acoso escolar o moldear su propio temperamento y personalidad? En realidad Daniel se enfrenta al ineludible proceso de madurar como persona. Situación, por cierto, en la que también se encuentran sus demás compañeros de escuela.
Lo importante aquí es que el señor Miyagi tiene una cosa clara, el karate no es sinónimo de brutalidad y violencia, sino que se trata de un arte marcial que no tiene que estar definido por la ira o la intención de hacer daño. El veterano de guerra nativo de Japón entiende por su experiencia tanto en el campo de batalla como en el arte del karate que la violencia no se resuelve con más violencia. Anima a Daniel a aprender a defenderse para en el proceso formar su carácter, no incentivar la ira, así que cuando las cosas se intensifican entre su alumno y los estudiantes de Cobra Kai, su lógica es que, aceptar que Daniel se enfrente en un torneo de karate contra los otros es el escenario ideal para que éste demuestre evolución, valor y coraje.
No se trata de ganar sino de participar, propone el señor Miyagi, bajo la creencia de que el torneo es la oportunidad de Daniel para trabajar en su fuerza, no en sus debilidades. El problema es que a su alumno le cuesta entender qué significa esto, pues no ve la meta como una prueba a la integridad en su persona y el mérito en su esfuerzo, sino la satisfacción de derribar al otro, derrotarlo, tanto en el torneo bajo la disciplina de karate, como en la rivalidad de su cotidianidad adolescente, generada a partir de su interés por ser acreedor a los afectos de Ali.
En el fondo la clave de esta dinámica de choque entre adolescentes está en que Daniel y Johnny no son tan diferentes, ambos se guían bajo el impulso de la venganza, retando al otro para pasar sobre él, así que constantemente se provocan, haciéndose bromas y convirtiendo al de enfrente en blanco de burlas y humillación, porque el objetivo es ridiculizar, herir y atacar para sentirse superiores, a gusto con su propio ego y narcisismo.
Ambos parecen encontrar en sus propios profesores, o senséis, la figura paterna que guía su camino, especialmente ahora en plena adolescencia y etapa de formación hacia la madurez. Esa es la diferencia que los lleva finalmente por rumbos o actitudes diferentes, ya que Johnny es educado bajo la filosofía excesiva de Cobra Kai: “Golpea primero, golpea más fuerte, sin piedad”, dice su lema. John Kreese guía a sus estudiantes bajo este pensamiento ‘ganador’, más bien abusivo y rudo, que ellos reproducen creyendo que el mentor, maestro y/o adulto siempre tiene todas las respuestas, o más bien las respuestas correctas.
En Cobra Kai se gana o no se es nada, lo que puede ser mal entendido por los alumnos hasta quedar reducido a la sensación de que no ganar significa fracasar, eludiendo la enseñanza que hay de por medio en el proceso de entrenamiento, asumido como medio para desarrollar sus habilidades deportivas y valores morales. La estrategia no está del todo equivocada, ‘adelántate al enemigo y defiende con energía y decisión’; el problema se presenta si no se dimensiona la táctica y se convierte más bien en un pretexto para los arrebatos agresivos. Es eso a lo que se refiere el señor Miyagi cuando le dice a Daniel que no importa si no gana el torneo de karate, porque la preparación y la disciplina en sí son la experiencia más importante, en la que aprende a defenderse, pero además a encontrar la paz en medio del caos, para actuar con inteligencia y sagacidad, en lugar de arrebato, cuando se enfrenta a un reto o problema.
La dureza de Kreese en cambio desemboca en la actitud competitiva de sus alumnos, a quienes les ha enseñado a provocar, intimidar e incitar a la enemistad. El señor Miyagi enseña a Daniel totalmente lo opuesto, incluso su forma de combate o de karate es más defensivo que ofensivo; la idea no es atacar, sino evitar la pelea en sí, el conflicto. Tiene sus traspiés, porque puede confundirse con cobardía, pero el senséi sabe que ante la situación, la única salida para Daniel es defenderse, sólo que buscando la manera más tranquila y libre de conflicto para enfrentar la situación, parándose firme, no incentivando el conflicto, como LaRusso venía haciendo todo este tiempo.
Esta enseñanza le pide a Daniel encontrar el equilibrio o balance en cada situación, lección que puede y debe aplicar a todo aspecto de la vida, toda prueba o reto. “El problema es la actitud”, dice Miyagi, refiriéndose no sólo al hecho de que los estudiantes, de Cobra Kai, o de cualquier otra índole, reproducen lo que sus maestros, en este caso, senséis, les enseñan, sino que en el fondo las personas no deberían hacer ciegamente lo que se les dice, sino que deberían asumir cada lección con juicio propio. “Maestro dice, estudiante hace”, recalca el señor Miyagi, dando a entender dos cosas clave: una, el papel de guía del maestro-senséi que debe idealmente ser el ejemplo honorable y positivo a seguir para sus alumnos y, por otro lado, el esfuerzo para aprender que deben realizar los estudiantes cultivando su propia autodisciplina. Ello llevará a los estudiantes a valorar su aprendizaje. En este escenario los jóvenes aprendices, por la dureza dentro de Cobra Kai, no asimilan realmente a diferenciar entre ‘correcto’ e ‘incorrecto’ porque no se les da espacio para pensar, juzgar y sopesar.
Una vez que la lección es absoluta, no hay lugar para ver que la vida no tiene que ser radicalmente extrema, de blanco y negro, bueno o malo; siempre hay matices. Para Kreese y su dojo Cobra Kai todo es ganar o perder, pero esto afecta directamente a los jóvenes estudiantes que entonces no perciben el punto de encuentro entre lo que aprenden y lo que les dice su consciencia. Kreese se mueve bajo el juego sucio, el hacer trampa, herir al oponente para empujarlo al extremo y otras actitudes antideportivas y poco honestas similares. Esto específicamente queda claro cuando le pide, durante el torneo, a uno de sus estudiantes lastimar la pierna de Daniel; esto descalifica al peleador de Cobra Kai pero pone a LaRusso en desventaja para el encuentro final, lo que su vez pone en ventaja a Johnny, pues no sólo Daniel llega herido al último encuentro, sino que, de no presentarse por su lesión, convertiría a Lawrence en ganador por default.
No sería una batalla ganada con honor y esto alimenta un pensamiento cobarde, que el propio Johnny en el algún punto parece cuestionar, para de alguna forma preguntarse incluso si su propio entrenador tiene verdadera fe en él, en sus capacidades de peleador. Lo mismo se pregunta su compañero a quien se le ordena lastimar a Daniel, pues le asegura a Kreese que no necesita jugar sucio para vencer limpiamente a su rival; sin embargo, el entrenador impone su autoridad descalificando la capacidad de sus alumnos. ¿Hay honor en ganar un torneo o un trofeo si se hace bajo engaños y trampas? ¿Qué tanto valor se le puede otorgar a la aparente victoria si no fue merecida sino forzada?
El señor Miyagi le insiste a Daniel que él no pelea por ganar un trofeo y no debería hacerlo tampoco por poner en mal a su rival directo, es decir a Johnny, sino que lo hace por ganar respeto, especialmente el respeto a sí mismo. La presión sobre Lawrence es diferente, él intenta mantener su estatus de líder y el orden sobre el estatus quo que impera en su contexto, donde la clase trabajadora y de bajos recursos, de donde vienen Daniel y su madre, no tiene ninguna oportunidad o consideración, porque el mundo en donde vive Johnny es uno en el que se le ha dicho que la gente realmente con poder o la supremacía no se doblega ante nadie.
Así que Daniel no sólo trata de impresionar a Ali, como haría cualquier joven enamorado (y a su manera en ese sentido Johnny hace lo mismo), ni sólo intenta encajar o rodear las reglas sociales que le molestan porque le hacen sentir diferente, al mismo tiempo, trata también de encontrar su lugar, su identidad. Lo logra bajo la tutela del señor Miyagi y su sistema de entrenamiento poco ortodoxo, lo que lleva a considerar cuán importante es la figura que funge como guía, incluyendo los valores que profesa. O cómo el hecho de que el alumno supere al maestro no tiene que ver tanto con ‘derrotarlo’, sino en cómo ser mejor que él tomando sus enseñanzas y superándolas; finalmente, el alumno que hiere la pierna de Daniel se aproxima a disculparse y el propio Johnny felicita a LaRusso por su triunfo en el campeonato. La rivalidad, en el fondo, va teñida de respeto y, en este caso, nos muestra la nobleza de espíritu de la juventud.
Ficha técnica: El Karate Kid - The Karate Kid