Capacidad se refiere a las aptitudes, habilidades o destrezas físicas e intelectuales que tiene una persona para realizar alguna tarea o meta. Ello significa seguir acciones que conlleven un proceso de desarrollo y aprendizaje para generar algún bien material o inmaterial, es decir, se necesita tanto saberes como experiencia, así como el espacio, tiempo, interés y ánimo por evolucionar, individual y socialmente; en esencia, para crecer como persona en el mundo real es necesario tener la capacidad de adaptación y de superar los retos que se enfrentan.
La única manera de superar obstáculos es sabiendo administrar las propias fortalezas y debilidades, de forma que, por ejemplo, un grupo cualquiera de personas sometidas a la misma prueba pueden lograrla con éxito al enfrentar dificultades, pruebas o tropiezos a partir de su propio ingenio, destreza e inteligencia, es decir, dar sus propias soluciones. Entonces, ¿importa más el logro conseguido, la meta alcanzada, o el proceso como se obtuvo esa victoria? Algunos se concentran más en los resultados mientras que otros valoran más el proceso de desarrollo, aunque idealmente ambas son relevantes.
Esto se hace evidente, por ejemplo, en entrenamientos específicos como los deportivos, los académicos, los artísticos o los militares, porque evalúan no sólo aquello que el individuo aprende, sino también el proceso como se acopla y se supera, o, en esencia, cómo sobrevive y qué nuevas características de carácter desarrolla. De esto habla la película Hasta el límite (EUA, 1997), dirigida por Ridley Scott, escrita por David Twohy y Danielle Alexandra y protagonizada por Demi Moore, Viggo Mortensen, Anne Bancroft y Jason Beghe. La historia cuenta el relato ficticio de la primera mujer aceptada para entrenamiento militar en una unidad SEAL (que son las fuerzas de operaciones especiales de la Armada) de la Marina de los Estados Unidos.
La impulsora de esta iniciativa es la Senadora Lillian DeHaven, una política con una agenda muy clara sobre a quién y cómo manipular dentro del gobierno y la opinión pública para ajustar a su gusto la percepción social e institucional en temas como la equidad de género, quien pone en marcha el plan de enviar a una mujer a un entrenamiento militar primordialmente adscrito a hombres, en una aparente lucha a favor de la igualdad de trato en entornos socialmente conocidos por su cultura machista, pero que en el fondo tiene escondidas otras intenciones de relaciones públicas que beneficien su carrera dentro el Congreso de su país y los acuerdos administrativos que ya tiene pactados con otras instancias.
DeHaven señala con habilidad el hecho de que en el campo militar la situación actual para hombres y mujeres no es la misma, no sólo en el trato, sino también las oportunidades, o falta de ellas. Sin embargo, su verdadera intención no es equilibrar la balanza y demostrar que las mujeres tienen capacidades que deben ser reconocidas y limitantes que deben ser eliminadas, sino que su mira está en aparentar abogar por una causa socialmente justa, para tergiversarla, usarla escandalosamente para obtener acuerdos favorables a su agenda política y negociar convenios estratégicos con la cúpula militar. Siendo así ella la que quede mejor parada ante la opinión pública. Todo pensando en su propia carrera política.
La Senadora escoge personalmente a Jordan O’Neill tanto por su carrera profesional en la milicia y evidente habilidad física e intelectual en su campo como, sobre todo, por su imagen física y la percepción que alguien pueda hacerse de ella al verla: una mujer exitosa, atractiva, profesional y luchadora. DeHaven evidentemente tiene claro que lo importante en el asunto que le interesa, una campaña publicitaria de convencimiento y enaltecimiento de su propia posición en el Congreso, no está ligado a los logros que su recluta consiga o tenga bajo el brazo, sino la forma como su historia personal puede explotarse ante el ojo público. Jordan es femenina, bella, accesible y decidida, con amplio respaldo en su carrera militar para mostrarse lo suficientemente calificada pero no privilegiada, ni lo bastante para poner en entredicho al sistema militar.
En corto, Jordan es la perfecta opción para la campaña de DeHaven, una mujer que busca crecimiento y experiencia dentro de la Marina, pero a quien se le han negado oportunidades dadas las normativas por exclusión género. Así, aparentemente la iniciativa de la Senadora tiene como cometido denunciar la discriminación, basándose en una realidad latente, comprobable y reprobable en la que las mujeres son (como de hecho sucede en la vida real), más allá que ‘tratadas diferente’, minimizadas, agredidas, infravaloradas o discriminadas por ser mujeres.
Jordan se convence de participar en este ‘programa a forma de prueba’ porque cree en la iniciativa, en la supuesta intención de la Senadora por demostrar que las mujeres son tan capaces como los hombres, sin embargo, no toma en cuenta la percepción social crítica que vendrá implícita ni conoce las verdaderas intenciones de DeHaven, para quien la clave no es si O’Neill puede o no con el reto, sino lo útil que todo esto resulta para ella: la apariencia de una lucha por el cambio y el progreso de la mujer.
O’Neill lo entiende una vez que comienza su entrenamiento con los SEAL y nota que el trato hacia ella sí es diferente y que las personas a su alrededor la continúan excluyendo o separando a propósito del grupo. Al mismo tiempo, sus compañeros reclutas la rechazan, marginándola en parte por la sensación de que Jordan no se ha ganado su espacio por mérito propio, sino por el poder de presión de una Senadora que la ha convertido en su estandarte político; y también en parte resentidos precisamente por el trato especial que ella recibe.
Las normas claras de comportamiento nunca son rebasadas, no hay acoso o violencia más allá de la dureza propia del entrenamiento y la dinámica de competencia entre reclutas, pero sí hay consideraciones diferentes hacia Jordan que la hacen cuestionar la naturaleza de la iniciativa: someter a una mujer al programa de capacitación más complejo y exhaustivo que existe en la Marina, ‘uno que el 60% de los hombres ni siquiera logra terminar’, deliberadamente escogido por un político externo, un congresista contrario a DeHaven, para demostrar un principio fundamental para él: hombres y mujeres no son físicamente iguales.
El punto es que la igualdad en cuestiones de género habla en realidad de un trato justo y equitativo, y aquí es en donde hay una delgada línea entre lo que significa equidad y, para fines prácticos feminismo, así como lo que mucha gente piensa o cree que significa este principio y sus repercusiones en el trato entre hombres y mujeres, o incluso el comportamiento que cada mujer considera “propio de su condición femenina”. A esto hace referencia Jordan cuando pide a sus superiores que la traten “igual, no mejor ni peor”. Ella entiende de dónde viene el disgusto de sus compañeros y entrenadores y sabe que la gente estará más reacia al cambio si presiente que sucede en medio de mentiras, o si es forzado con decisiones autoritarias. Al ser una mujer en un mundo de hombres, impregnado de violencia y autoridad vertical, no se trata de si es igual a ellos, sino si tiene el mismo camino abierto frente a ella para poder superarse.
La falla en el imaginario social en este escenario es que se vea forzada a exigir el mismo nivel de respeto y oportunidades, cuando debería ser algo que suceda porque es su derecho. El problema es que las personas pueden percibirlo desde un punto de vista diferente y entender las consideraciones que se le tienen, desde asignarle un baño y alojamiento sólo para ella, hasta otorgarle una calificación aprobatoria automática en ciertos entrenamientos, como una forma natural de protegerla, velar por su seguridad y respetarla, no porque se le minimice, sino porque se le extiende una cortesía, vista como una buena acción.
Es aquí donde algunas personas difieren y chocan, porque tergiversan, malinterpretan o no comprenden lo que se considera respeto, equidad y discriminación, hasta convertirse en una lucha entre hombres y mujeres. Jordan propone que para que las cosas realmente funcionen, para que, en caso de completar satisfactoriamente el programa, la Marina y ella misma estén seguros de que el entrenamiento ha llevado a su recluta hasta su punto límite, no puede recibir tratos especiales ni ser apoyada de manera diferente a sus compañeros. La pregunta es: ¿puede esto realmente suceder?, ¿puede Jordan ser percibida como un recluta más o siempre será catalogada como ‘una mujer dentro un entrenamiento exclusivo para hombres’? ¿Puede alguien ser percibido y tratado de forma distinta a lo que su género biológico muestra? No es un problema menor, ahora que la ciencia médica biológica permite cambios corporales y la sociedad neoliberal fomenta la unicidad de género; ejemplos recientes se debaten en el mundo deportivo a nivel internacional. En el tema que nos ocupa Jordan no quiere ser ‘un hombre más’, ni quiere que los hombres dejen de sobresalir en sus actividades para darle el espacio a ella, más bien la teniente sólo demanda un espacio para demostrar que también es capaz de destacar y demostrar habilidades, capacidades, experiencia y crecimiento.
Para fines prácticos, O’Neill no sufre tanto el machismo como sí una política gubernamental y presión social que parecen continuar promoviendo la falta de equidad; sus compañeros no la rechazan por ser mujer, sino por lo que temen que la gente piense de ellos, del programa SEAL y de los marines una vez que haga evidente que así como hay tantos hombres que no logran completar el programa, también puede haber mujeres que sí. “Nos hace vulnerables”, dice uno de sus instructores, hablando del impacto que tendrá en adelante el papel que Jordan desempeñe durante su capacitación y su posterior participación en acción militar directa.
La diferenciación constante entre hombres y mujeres es histórica y cultural y existe para presionar y defender los cánones sociales, relacionales y hasta económicos y políticos, sin embargo, no debería existir como pretexto para discriminar o como muletilla para el sexismo. Las mujeres no tendrían que renunciar a su feminidad para ser aceptadas como iguales a los hombres, pero lo cierto es que la película representa exactamente las realidades probables a las que muchas mujeres se enfrentan en su vida cotidiana, sobre todo cuando su entorno está ampliamente dominado por hombres y un sistema de organización aleccionado a verlas y tratarlas como un ser más débil o inútil, al que se tiende a infravalorar. Realidades como ésta que hacen pensar a la sociedad que la lucha por la equidad y los principios de igualdad son un privilegio.
“No quiero ser un estandarte de los derechos de la mujer”, dice Jordan, porque no quiere que la gente la vea y diga ‘ella sí puede’, como si otras mujeres u otras personas fueran ‘menos’ por no alcanzar los mismos logros que ella, o como si otros éxitos, metas o anhelos valieran menos que los de ella. Luchar por los derechos de las mujeres es luchar por todas, no sólo por una o unas cuantas. O’Neill no quiere ser la excepción a la regla; cree en sí misma y en su potencial, así que no se trata de que ella ‘sí puede’, se trata de que, como ella, otras mujeres también pueden y logran grandes cosas en sus propios campos de trabajo, contextos de vida y adversidades, no forzosamente en el ambiente militar, tal vez en el deportivo, político, artístico, académico, familiar, entre otros.
Tal vez en la vida real, como se demuestra de alguna forma en la película, la polémica no debería girar en torno al derecho de las mujeres para entrar, entrenar y avanzar de rango en el ejército y las fuerzas armadas, sino si la sociedad, como colectivo, está preparada para asumir la igualdad como un derecho y no como una estrategia diplomática o administrativa, o la manipulación social de la cual servirse para imponer ideas, posiciones de poder y agendas políticas. No es que la mujer sea igual al hombre, es más bien que las personas deberían ser tratadas como iguales, porque en esencia hombres y mujeres somos seres humanos.
Ficha técnica: Hasta el límite - G.I. Jane