Infierno se define como un lugar o estado emocional marcado por el sufrimiento y el castigo, entendido además por algunas religiones o doctrinas como el espacio donde se expían los pecados de los condenados que están ahí por sus malas acciones. En esencia y mucho más allá de una aproximación espiritualista, se trata de una fase, circunstancia o naturaleza rodeada de malestar, dolor y angustia.
Diversas mitologías y religiones desdibujan el escenario como un inframundo a donde llegan los espíritus de los muertos para pagar por sus culpas, pero algunos reflexionan más poética y filosóficamente el concepto cuestionando si el infierno no es de algún modo el mundo mismo en que vive el ser humano, al tratarse de una realidad terrenal en la que ya existe el odio, la maldad, el castigo y la crueldad; ‘un infierno en la Tierra’, como apuntan algunos, analizando de una manera retórica la realidad latente de una existencia humana señalada por su capacidad destructora y depredadora, traducida en ejemplos como la explotación de los recursos naturales, las guerras de distinto origen y la sobrepoblación. Así que, ¿qué significa realmente el infierno para las personas?
Estas preguntas así como la reflexión de cómo puede la humanidad abordar soluciones reales a los problemas sociales es el mensaje más relevante de la película Inferno (EUA, 2016), dirigida por Ron Howard, escrita por David Koepp, a partir del libro homónimo de Dan Brown, y protagonizada por Tom Hanks, Felicity Jones, Omar Sy, Sidse Babett Knudsen, Ben Foster e Irrfan Khan. La historia sigue a Robert Langdon, un personaje recurrente en las novelas literarias de Brown, en su búsqueda por información relacionada con el paradero de un virus que es pieza clave en una conspiración que podría potencialmente terminar con la vida de al menos la mitad de la población mundial.
A diferencia de otras novelas y sus respectivas adaptaciones al cine protagonizadas por el mismo personaje de Langdon, como ‘El código Da Vinci’ o ‘Ángeles y Demonios’, esta historia es más accidentada en su trama y narrativa, así como evidente y desigual en su desarrollo, aunque más interesante en su contenido social crítico, al presentar un escenario aparentemente hipotético pero muy realista, el problema de la sobrepoblación y la forma como ello puede ser la chispa que desate la extinción humana a raíz de los problemas subsecuentes que desembocan, como el calentamiento global, la hambruna, el hacinamiento o la sobre explotación de recursos naturales.
La sobrepoblación es un problema real cuyo debate en el mundo actual es incapaz de aterrizar en soluciones viables pero además humanas, es decir, factibles, pero sin quebrantar el orden natural de la vida o la existencia de otras especies. Hay un verdadero y profundo diálogo alrededor del hecho de que la tecnología y los avances científicos enfocados en cuestiones de la mejora a la salud han resultado en el desplazamiento de la edad promedio de esperanza de vida y mortalidad. Si las personas viven más gracias a medicamentos y tratamientos, eventualmente hay más gente naciendo que muriendo, como también hay más ancianos y adultos mayores que niños, más humanos que espacios para que habiten en condiciones de bienestar y salud.
Para fines prácticos y explicado de la forma más concreta esto quiere decir que hay demasiados humanos en el mundo y esto está acabando con el planeta, por ende, en el futuro, sobrevivir será algo casi imposible al grado que ello llevará a una realidad extrema que ya es visible en muchos rincones del planeta: basureros llenos, mares, lagos y ríos contaminados, poblaciones que no tienen que comer, desnutrición, hacinamiento, migraciones masivas, carencia de identidad en millones de seres, pobreza extrema. La desigual distribución de la riqueza es un tema colateral inseparable, pues coexisten millones de humanos viviendo en condiciones miserables con una pequeña élite que mantiene condiciones de vida abundantes y con derroche de recursos.
El pensamiento más radical está convencido que la solución es reducir la población de una forma drástica para que tenga un efecto verdadero; potencialmente, algunos proponen, tomar poder de decisión en los niveles de natalidad a través de un control riguroso e inducido de fertilidad; pero para muchos otros que se oponen a soluciones de esta naturaleza, esto choca con el derecho a la libertad y el libre albedrío, pues habla de un control inhumano en que se dicta qué hacer, despojando en el proceso a las personas de una función natural de los seres vivos, la reproducción de su especie.
El argumento para los que dimensionan las cosas, proviene de la idea de que a lo largo de la historia, acontecimientos específicos, algunos naturales, algunos provocados indirectamente por el ser humano, como las pestes, plagas, pandemias o catástrofes naturales, sean huracanes, sismos e inundaciones entre ellos, son una forma ‘natural’ de equilibrio poblacional, es decir, una especie de proceso de selección natural nato, a menos que sean orquestados -que es lo que el protagonista quiere evitar en la película-, por mentes que no toman total responsabilidad de los alcances de sus creaciones y experimentación en laboratorios, las enfermedades provocadas.
La verdadera tragedia en este razonamiento no es lo cierto que profesa, sino el trasfondo inmerso y la falta de ética alrededor de ello: que la muerte, por mucho que sea parte del ciclo de la vida, es algo que todo humano quiere evitar. Casi nadie quiere morir, sacrificarse o experimentar el dolor de una pérdida, pero, al mismo tiempo, evitar muertes y prevenir desde enfermedades hasta tragedias colectivas significa también provocar que el número de habitantes del planeta no se reduzca a la velocidad necesaria, así que, cuando más personas nacen y habitan en comparación con aquellos que mueren, comienza a haber secuelas, la población aumenta de continuo, tal como ha sucedido en el último siglo.
La amenaza que representa la sobrepoblación, cabe aclarar, no es un problema que se resuelva con matar personas o evitar que nazcan más, si en el fondo no se logran cambiar tanto el orden social, las relaciones de propiedad, como la administración de recursos, orientándola hacia decisiones democráticas y colectivas. A falta de una visión social humanista, en su lugar surgen tendencias radicales, autoritarias, que abogan por la destrucción, como propone el pensamiento extremista y casi fanático detrás de una decisión radical como la aniquilación de parte de la humanidad por medios bioinfecciosos, que es lo que quieren las fuerzas contra las que pelea Langdon en la cinta.
La explotación de la naturaleza, la contaminación ambiental, la mala planeación en la ubicación de asentamientos, la marcada división de clases sociales y la pobre gestión de los bienes son variables que entran también en la ecuación. De nada serviría un control más estricto de natalidad, si el mundo no cambia el orden de las cosas, si no se desarrolla una educación que privilegie el trato solidario y apoyo mutuo en lugar de la competencia. Por tanto, muchas veces más que la cantidad de habitantes en el planeta, la verdadera solución de transformación debe venir de modificar a la sociedad misma, de construir un sistema social que privilegie la justicia y la distribución equitativa de la riqueza social.
En la película, Langdon debe detener el plan de Bertrand Zobrist, un transhumanista que busca una solución al problema de la sobrepoblación a partir de sus conocimientos en genética bajo el plan de lanzar clandestinamente un virus que se esparza entre la población y en menos de una semana mate a millones de personas alrededor del mundo. Su idea inicial falla, por lo que Zobrist se suicida para dar tiempo suficiente a su boceto de contingencia en el que sus seguidores se aseguren de completar su misión, entre ellos, la doctora Sienna Brooks, una mujer que se hace pasar por aliada de Langdon para que éste la guíe hacia donde apuntan las pistas y encuentre el paradero tanto del virus como del lugar donde debe ser liberado.
Cabe señalar que hay un cambio substancial entre la película y el libro, que hace que el argumento convincente de Zobrist pase de radical a comprensible, tal vez no justificable, pero más lógico y racional en comparación con las soluciones reales que se barajean entre los científicos de este siglo XXI. En el texto, el científico tiene como intención liberar un patógeno, oportunista según los que lo critican, en los suministros de agua y comida para genéticamente modificar el organismo de las personas y volver estéril a un tercio de la población mundial, de forma que las cifras de natalidad se reduzcan considerablemente en el futuro cercano y puedan hacerse otros cambios de orden en la administración de recursos para una mejora en la existencia y subsistencia humana. Decisiones de este tipo han sido formuladas ya científicamente para un control de la natalidad inducida en algunas regiones del mundo, al margen si han sido realmente aplicadas o no. En la cinta, no obstante, él quiere matar a la mitad de la población, con el mismo propósito final, pero haciendo de sus acciones algo más cercano al asesinato masivo guiándose en pensamientos más cercanos al fanatismo. Giro dramático que pretende justificar las acciones de Langdon y de autoridades gubernamentales para enfrentar al ´terrorismo´, representante del ´mal´ en múltiples escenarios del cine de Hollywood.
La decisión de Zobrist es, en efecto, extrema, si bien su razonamiento no se desvía de reflejar una realidad existente, como lo es la falta de conciencia social respecto a problemas sociales y humanos con grandes repercusiones no sólo a larga, sino evidentes ya en el presente actual, como lo son los estragos que provoca la sobrepoblación humana. Parte de la urgencia que plantea la historia para que Langdon evite que el plan de Zobrist sea exitoso, es la posibilidad de que el virus termine en manos de terroristas, contrabandistas o similares, que tengan la intención de venderlo al mejor postor y sea usado como un arma biológica. Esta parte del relato permite también hablar de los peligros que implica el mal uso de los conocimientos científicos, así como reflexionar sobre la modificación genética y cómo afecta, directa e indirectamente, al humano y a su propia evolución, incluso desde el ámbito social; la mejora del hombre y no sólo de su calidad de vida, a través de la ciencia, modificando incluso su ADN. El transhumanismo apunta justo a mejorar las capacidades físicas e intelectuales del ser humano mediante la aplicación de tecnologías que eliminen aspectos no deseados o innecesarios de su condición natural.
La creación o el uso de un virus implica hacer daño a la humanidad de forma irreversible, pero este ejemplo de experimentación científico no dista mucho tampoco de la realidad, donde investigaciones realizadas por organismos especializados, incluyendo la Organización Mundial de la Salud, llevan a la creación de armas biológicas o a la transgresión en el orden evolutivo, al modificar o combinar material genético, no sólo humano, también de otros animales, con consecuencias que no son previstas y sólo revelan su desastroso resultado hasta que es demasiado tarde para revertirlo, y que también ha llevado a la extinción, no humana, pero sí de especies animales o de ciertos ecosistemas. La pandemia del covid-19 es un claro ejemplo de ello, cuyas consecuencias en la sociedad humana aún se sufren y sus expresiones en el resto del mundo natural se ignoran, por lo menos a nivel de la opinión pública.
La supervivencia humana es un tema polémico por el hecho de que entran en juego muchas opiniones encontradas; preservar la vida no debe implicar negar la muerte, pues ésta es parte natural de la evolución, pero, ¿cómo evitar la extinción humana sin comprometer principios éticos y morales? La cinta lo ejemplifica a través de sus personajes; Zobrist y Sienna actúan con desesperación creyendo que su plan es el último recurso viable, puesto en marcha en el último momento posible que queda para hacer algo, así que están convencidos que sus acciones, por muy reprobables que parezcan para algunos, son necesarias.
Otros difieren, apelando a aproximarse a las cosas con una perspectiva que creen más humanista, como lo hacen Langdon o la doctora Elizabeth Sinskes, directora general de la Organización Mundial de la Salud, que consideran que las acciones de los otros atentan contra la humanidad y son en sí mismos actos terroristas, por más que sus intenciones sean ayudar a procurar el futuro de la humanidad. “No tengo miedo de actuar. Pero no hacer nada me aterra”, insiste Sienna, revelando que sus ideales y los de Zobrist son producto de una necesidad para forzar al cambio social, si éste no sucede en el momento en que debería hacerse, pues el futuro entonces predecible es que la extinción de la humanidad será más cruel y violenta.
“¿Matar millones para salvar vidas? Es la lógica de los tiranos”, razona Langdon. “Por el bien mayor”, contesta ella; pero ese es el problema, no es el sacrificio, sino obligar a que éste exista, castigando y en ello recordando a las personas que la realidad actual ya es un ‘infierno en la Tierra’, en el que ira, dolor, furia o sufrimiento ya están presentes y parece que sólo hay cabida para que las cosas empeoren, un pesimismo que no se contrarresta con optimismo, sino con soluciones que no atenten contra las mismas personas que se desea salvar.
“Nada cambia tanto el comportamiento como el dolor”, comenta Zobrist; el punto es que su argumento, por mucho que busque el bien mayor, se construye a partir de auto-asignarse un poder de decisión y control o el poder de determinar quién muere, quién vive, quién se sacrifica y cuál es la medida que debe tomarse para mejorar la realidad humana, lo que es, en efecto, una actitud egoísta y narcisista propia del autoritario que impone su voluntad, reflejando ese mal tan común del ser humano que se cree a sí mismo un Dios, dador y creador de vida, por ende, también capaz de arrebatarla.
“La humanidad es la enfermedad. El infierno es la cura”, es la postura de Zobrist, pero quizá el infierno también es la enfermedad, ya que si bien en teoría el caos puede ser necesario y funcional para que exista un cambio, la ‘teoría del caos’ habla en realidad de cómo un pequeño cambio puede generar grandes consecuencias; así que primero hay que creer en la necesidad del cambio, primero hay que hacer entender a las personas que los problemas como la sobrepoblación existen y apremian, sólo entonces se puede hacer algo real y realista al respecto. La solución no es liberar un virus para exterminar a millones, pero tampoco esperar a que las autoridades inicien acciones correctivas, porque están más bien interesadas en controlar, vigilar y perseguir lo que no aprueban, que en analizar los problemas que provoca el sistema socioeconómico en que vivimos. Esto desde luego escapa a la visión de los productores de la película.
Ficha técnica: Inferno