“No necesitamos comer para vivir; necesitamos volar”
Juan Salvador gaviota
Para Sajid Bustamante y Rafael Garza
Hace 45 años, cuando leíste por primera vez Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, pensaste que algún día te gustaría aprender a volar, subirte en algún avión y pilotearlo, ver el mundo desde otra perspectiva, la de las aves.
Hoy estás aquí, en el aeropuerto de Chichén Itzá, después de algunos meses de estudio, listo para iniciar tus prácticas de vuelo, tus compañeros son todos chavos, en sus tempranos 20, bromistas, risueños, parte de una cofradía que hoy te recibe, sin importar la brecha generacional, agradeces.
Te piden hacer tu plan de vuelo, volarán a cinco millas rumbo NE, sobre un poblado que se llama Eleuteria, verificas la información del viento, trae en estos momentos 10 nudos desde los 120 grados, eso quiere decir que en la pista 10 de este aeropuerto, traerás una componente de viento de frente del orden de 9 nudos con 3 nudos de viento cruzado.
Entregas a la autoridad el plan de vuelo, gracias Capi, te dicen, esa frase te traslada en el tiempo a aquella ocasión que te llamaron por primera vez Ingeniero, recién egresado, inseguro, preguntándote si merecías el sustantivo, así te sientes ahora.
Hace mucho calor, vas a la plataforma donde te espera un hermoso Cessna 150 negro con franjas naranjas; realizas el check list de prevuelo, la cabina, empenaje, alas, nariz, ruedas, sigues cada uno de los pasos que marca el manual, atendiendo las indicaciones de tu instructor, tomas muestra del combustible, los depósitos están en las alas, todo se ve normal.
Subes a la cabina, y ahora inicias la inspección de esta y su instrumentación, toda ella analógica, es un avión del siglo pasado, enciendes el motor, lo llevas a mil revoluciones. Continúas con el protocolo, prendes el sistema de comunicación, Chichén transmite en una frecuencia de 118.9, te comunicas con torre de control, le dices que te encuentras en la plataforma general y le solicitas te asigne pista de rodaje. Te asigna Alfa y pista 10, te confirma velocidad y dirección del viento, te pide colacionar.
Recuerdas tus tiempos de operador del sistema eléctrico, ahí también después de cada instrucción se solicitaba al interlocutor repetir las maniobras para asegurar que la comunicación había sido efectiva, eso en aviación es el colacionar.
Realizas los últimos pasos del protocolo antes del despegue, elevas la potencia a 1700 rpm, checas magnetos, presión de aceite y otros indicadores. Torre de control te autoriza entrar a pista, te alineas a la pista 10, 9000 pies de pista son mucho más de lo que necesita este avión.
Aceleras y quitas los frenos, comienzas a avanzar rápidamente, tratas de mantener el avión en el centro de la pista, a cierta velocidad sientes que comienza a ascender, intentas controlar la nave en la dirección de la pista, luchas con alguna ráfaga que te golpea de lado, hace mucho calor, tus manos sudan copiosamente, los movimientos deben ser suaves, pero firmes, contrarrestando los efectos del viento, un océano verde aparece ante ti, la otrora selva maya se abre paso imponente, la perspectiva del ave se muestra de un modo que no habías identificado en los vuelos comerciales que has tomado, sientes la fuerza del viento, un amigo que en esta ocasión te recuerda lo poderoso que puede ser.
Te sientes abrumado, demasiada información de instrumentos, los movimientos de la nave, la comunicación con la torre, las acciones de control necesarias para que el avión haga lo que tú quieres, todo simultáneo, estás tenso, tu instructor te pide te relajes, él se da cuenta por la dureza de los controles que comparten en manos y piernas, relájese, te dice, yo estoy aquí, para apoyarlo, sienta el avión.
Te llega la imagen de tus hijos, jugando videojuegos, seguramente desarrollaron habilidades que a ti te hacen falta en estos momentos.
Respiras profundamente, necesitas calmarte, como cuando como operador de sistema te enfrentabas a un problema particularmente difícil, te concentras en escuchar al instructor y hacer lo que te pide.
Volamos sobre la carretera, el aire caliente de la misma provoca una corriente de convección que percibes como turbulencia, esto es normal, te dice, el océano verde se extiende en todas direcciones, es inmenso, percibes algunos incendios producto de la intensa ola de calor, hay que evitarlos si no quieres sufrir las turbulencias, te sientes más tranquilo, esto es volar, el sueño de todos los hombres, el mismo que perfeccionó Juan Salvador gaviota, ese personaje que te cautivó cuando eras niño y que ahora, en tus sesentas, a 1500 pies sobre la selva, sigues recordando con cariño y agradecimiento.