Kilimanjaro

César Garza
César Garza
Kilimanjaro

I

Desde hace mucho soñaste con escalar el Kilimanjaro y ahora estás acá, en Tanzania, la expedición está programada para llevarse a cabo en siete días. Habrás de alcanzar la cima el día 5, esperas llegar a los 5895 metros partiendo de una altitud de 800. Es una empresa difícil; la adaptación a la altura y el esfuerzo físico son sin duda un reto para cualquiera.

Cruzas la puerta de la ruta Machame, un chamán mexicano te enseñó que a todas las montañas hay que mostrarles respeto antes de subirlas. Haces una pausa, te quitas el guante de la mano derecha y pones una rodilla en el suelo. Tocas con tu mano la tierra y cierras los ojos, le pides a la montaña permiso para caminar sobre ella, le pides que te cuide tal cómo tú lo harás, le pides que te ayude a alcanzar su cumbre, honor que comparten solo algunos afortunados, le pides que te ayude a bajar saludable, prometes respetarla, contemplarla, unirte a sus silencios, a sus amaneceres y atardeceres, a sus nubes y estrellas en comunión con todos los seres que la habitan.

Las montañas se suben paso a paso, “pole pole” dicen por acá; no se trata de llegar pronto, se trata solo de llegar. Los pequeños pasos, la respiración profunda y consciente son la fórmula para hacer cumbre. A medida que alcanzas mayores alturas las vistas son increíbles; esas son una de las mayores recompensas que la montaña ofrece.

II

Estás en una tienda de campaña, hace mucho frío, son las dos de la mañana y tu sleeping tiene el cierre descompuesto de manera que tu calor se escapa, sientes que te congelas, te recriminas el no haber avisado del problema antes de acostarte, piensas que, si le hubieras dicho a tu guía, tal vez alguien hubiera reparado el cierre; ahora es tarde, estás durmiendo con chamarra y guantes, imposible desatorarlo, la oscuridad es absoluta, el tiempo se ralentiza.

Después de una larga noche, por fin amanece, desayunas, agradeces el té caliente, te quitas los guantes y tomas esa tasa con las dos manos sintiendo el calor en tus dedos, bebes y el caliente líquido te reconforta, te sientes con fuerzas para iniciar el nuevo día, la montaña te espera, siempre espera, siempre estará ahí, para todos los hombres.

III

En cada campamento hay una lista que hay que firmar. Pones en ella tu nombre, edad, nacionalidad, número de permiso y otros datos. Revisas tres o cuatro hojas, la mayoría de las personas tienen entre 30 y 50 años; digamos que personas de tu edad están afuera de la curva normal, podemos decir que la estadística no te favorece, pero si algo has aprendido en la vida es que las mayores limitaciones que tenemos son las mentales. Concluyes que eso se refleja en esta lista, firmas y cierras el libro con determinación.

Después de cuatro días de escalada estás en el campamento base a 4600 metros sobre el nivel del mar; agradeces.

IV

Hoy harás cumbre, son las cuatro de la mañana, alguien pasa a despertarte, preparas tus cosas, te pones todo lo que traes, el frío es intenso, por último, te calzas las botas, esas que te han acompañado en otros maravillosos caminos y te alistas a tomar un té caliente antes de partir.

Son alrededor de las siete, la sombra de la montaña tapa el sol naciente, el viento es intenso, afilado, esa condición hace que des pasos aún más pequeños, llevas tu mirada clavada en las botas de tu guía, él de vez en vez voltea para ver cómo estás, no te duermas, te dice, no entiendes a qué se refiere y continúas concentrado en ese mantra de movimiento cíclico, cuidando transferir el peso de tu cuerpo suavemente de una pierna a la otra, para no golpear tus rodillas, es una técnica que requiere estar ahí, presente en cada paso.

La montaña invita a la introspección, no hay prisa alguna, así que tienes todo el tiempo para pensar, para reflexionar, para interpretar las señales que la vida te da. Te detienes de pronto, estás seguro de que acabas de despertar de un micro sueño, no puede ser, debe ser la altura, es muy peligroso, cualquier tropiezo en este terreno te llevará a una lastimadura que pudiera ser grave. Le hablas a tu guía, le dices que necesitas descansar un poco; 500 metros más te dice, no, le contestas, me estoy durmiendo, no llego.

Te observa, dice unas palabras en suajili y la expedición se detiene. Te sientas en una roca, sientes tus párpados más pesados que nunca, es la altura, piensas, te sirven un café bien cargado y caliente, aprovechas para comer un poco de cacao mexicano, las reacciones químicas hacen su efecto, en cinco minutos te recuperas, tu guía te pregunta ¿cómo estás?, estoy listo, respondes.

V

Llegas a Uhuru peak, la parte más alta del continente africano, casi seis mil metros sobre el nivel del mar. El paisaje es maravilloso, no encuentro las palabras para describirlo y que le hagan la mínima justicia, con el sol encima ya no hace tanto frío, tomas algunas fotografías, estás emocionado, satisfecho y sí, orgulloso, solo tu sabes lo que te costó estar acá.

Grabas algunos videos para compartir el momento con las personas que amas, con aquellos que te han acompañado en el camino. Somos quienes somos por lo que comemos, por lo que bebemos, por los hábitos que hemos adoptado, por los libros que hemos leído, por la música que hemos escuchado, por los maestros que nos han enseñado, por aquellos que nos han inspirado, por el amor de nuestra familia, por los compañeros que se volvieron nuestros amigos, por los amigos que se volvieron nuestros hermanos.

Cómo hace cinco días, haces una pausa, te quitas el guante de la mano derecha y pones una rodilla en el suelo, tocas con tu mano la tierra, cierras los ojos y agradeces.

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