La cacería

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Existen varias dinámicas cotidianas del mundo posmoderno que pueden catalogarse como violencia, mucho más allá de las guerras u otros enfrentamientos bélicos, ya que la palabra se define como la interacción agresiva, hostil, amenazante o dañina entre dos o más grupos de individuos. La violencia incita al odio, implica amenazas y lesiones, físicas, psicológicas o verbales, puede incluir el uso de la fuerza y no se limita a la intimidación o al conflicto.

Comúnmente se dice que la violencia genera más violencia porque la sociedad está acostumbrada a responder a las ofensas embistiendo de la misma manera, atacando en lugar de resolver de forma pacífica, algo que ocurre posiblemente a raíz del arraigado y creciente pensamiento individualista, orgulloso, narcisista, de superioridad, necedad u otros similares. En corto, el mundo se ha convencido obsesiva y excesivamente en la importancia del ‘yo’, malinterpretando hasta llegar al ‘yo primero’, que ha olvidado que su individualidad se desprende de la interacción social, es decir, que las personas importan porque conviven, se relacionan y existen en sociedad, rodeadas de personas exactamente igual a ellos, buscando sobrevivir.

El constante intercambio plagado de ira o agresión entre personas y el daño que esto provoca en la interacción social es uno de los temas clave que aborda la cinta La Cacería (EUA, 2020), escrita por Nick Cuse y Damon Lindelof, dirigida por Craig Zobel y protagonizada por Betty Gilpin, Hilary Swank, Ike Barinholtz, Ethan Suplee, Amy Madigan y Emma Roberts, entre otros. La historia trata de un grupo de personajes ricos y privilegiados que cazan hasta matar, como si se tratara de una actividad de divertimento, a una serie de personas elegidas aparentemente al azar, que son drogadas y trasladadas a un campo abierto sin tener claro por qué están ahí.

El estreno original de la cinta previsto para 2019 fue retrasado debido a dos tiroteos masivos reales que sucedieron en diferentes ciudades de Estados Unidos, dada la relación que la premisa podía tener, sensiblemente hablando, con los hechos que sacudieron a esta nación, por la venta ilimitada de armas y su excesivo uso y portación pública en ese país. Además, otro factor que jugó en su contra fue que también se hizo acreedora de una dura crítica por parte de algunas personas con ideologías conservadoras, ya que la historia esencialmente muestra a partidarios del partido liberal cazando como si fuera un deporte, matando a gente alineada con la ideología del partido contrario, en este caso, el republicano.

Se llegó a mencionar que la película incitaba a la violencia haciendo apología de ella, aunque el tono del proyecto es más bien una sátira política ácida, directa y explícita, o violentamente explícita, pero diseñada de esta manera para puntualizar o recalcar precisamente el estado extremo de odio y agresividad en el que se vive en el mundo actual. En el fondo, irónicamente, dada su temática, el problema con el proyecto no era lo que decía, sino lo que se creía que decía.

Para analizar objetivamente su contenido, hay que puntualizar que independientemente del panorama político particular de cada país, en general cualquier sistema actual se rige bajo la lucha de dos posturas aparentemente claras, los izquierdistas y los derechistas, o los más liberales frente a los más conservadores. Aparentemente porque el discurso de ambas posturas tiende a acercarse a las del contrario con la única finalidad de obtener mayor número de simpatizantes (o votos), llenando de afirmaciones radicales que fomentan la exclusión del distinto, el odio a lo diferente, construyendo al enemigo imaginario que les permite cerrar filas y reafirmar su identidad ideológica; el resultado es la cancelación del diálogo y la conciliación por el culto a la violencia como forma de dirimir controversias. Lo que la película dice es que una forma de pensamiento no es mejor o peor que la otra, pues el problema creciente en el mundo actual es que ambas ideologías están llegando a extremos radicales iguales de dañinos que su contraparte.

¿El hecho de que liberales ataquen violentamente a partidarios conservadores hace que la película sea políticamente incorrecta? Y si fuera al revés, si los conservadores atacaran a los liberales, ¿la historia sería más ‘correcta’ o ‘incorrecta’, más ‘real’ o ‘irreal’? El punto es que la película no quiere ser políticamente ‘correcta’, más bien quiere recordarle a la gente que en cuestiones de política ya  no existe tal término porque nadie tiene toda la razón. Es decir, lo que la historia pide al espectador reflexionar es que ninguno de los dos bandos actúa bajo una ética moral totalmente honorable, de ahí que la premisa sea tan absurda y punzante: personas matando a gente a la que rechazan, o personas agrediendo violentamente a aquellos con quienes no concuerdan. 

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, o lo que es lo mismo, esa es la realidad del mundo actual, simplemente llevada al límite. Pero eso es lo que la cinta busca enfatizar, el hecho de que el debate político, entre personas, ideologías, partidos o naciones, no puede ni debe recaer o resolverse en la violencia, pues de hacerlo esto lleva a la destrucción del equilibrio social, donde poco a poco parece que las personas no solo tienden, sino que hasta anhelan resolver todo reto, discrepancia, discusión o desacuerdo por medio de la violencia.

En la realidad, la izquierda y la derecha viven en una guerra en la que los más afectados son los ciudadanos, sí, a partir de cómo el choque entre ideas perturba y cambia las dinámicas sociales, las leyes, normas, cánones y estereotipos, el código ético y los valores humanos. A raíz de esto, la película invita a analizar cómo idealmente el diálogo entre corrientes de pensamiento debería ser sano, incluso si parece que se profesan pensamientos totalmente opuestos; idealmente el debate debería ser respetuoso al grado de nutrir ideologías para dar pie a las mejores soluciones para la sociedad, no para unos cuantos. 

Aquí no se trata de un escenario de los ‘buenos’ contra los ‘malos’, sino de los ‘malos’ contra los ‘peores’ o los ‘más malos’, porque nadie está dispuesto a escuchar o ponerse en los zapatos del otro, sino en hacer su voluntad para sacar su mayor beneficio personal. Agredir y matar al de enfrente sólo porque no piensa de la misma manera, o porque piensa de forma diferente o es diferente, es una actitud cruel, inhumana, incorrecta, lamentable y miserable. Los personajes que matan personas cazándolas por diversión, haciendo uso no sólo de su privilegio de clase social, sino también de su posición de poder, habla de un grupo de gente sin escrúpulos, vengativa, violenta, desalmada, despiadada y sádica.

La naturaleza igual de corrompida de aquellos a quienes asesinan no justifica sus actos, y en ello la historia cuestiona el estado actual de la sociedad lanzando un aparente dilema ético que deja al aire: ¿hay alguien en todo el relato que haga realmente lo correcto? Después de todo las víctimas de estos cazadores no son tan inocentes, sino personas homofóbicas, racistas, autoritarias, intolerantes, extremistas, radicales y fanáticos, que tienden a compartir noticias falsas para provocar la desinformación y/o crear polémica a partir de datos no corroborados con fin de provocar más discordia que diálogo. Es consecuencia de la dinámica social impuesta a partir del uso de las llamadas redes sociales, en donde sin ninguna dificultad se pueden lanzar acusaciones, mentiras, falsedades o calumnias contra cualquier persona sin ninguna restricción o efecto negativo para quien difama.

El panorama es ejemplo claro de un mundo subsumido en el egocentrismo, el individualismo, la indiferencia y la distorsión del libre albedrío y la libertad de expresión para tergiversar a conveniencia y convertirlo en autojustificación para el abuso de poder, la prepotencia, la actitud gandalla o convenenciera, la falta de consideración, solidaridad, empatía o respeto al prójimo, entre otras cosas. El grupo de personas que organiza esta matanza, por ejemplo, toma acción a partir de un rumor acerca de ellos que les ha costado sus empleos y posiciones socioeconómicamente privilegiadas: bromearon en un grupo de chat acerca de matar personas a las que calificaron como ‘deplorables’.

Por un lado, la sociedad propensa a señalar, desacreditar y condenar sin indagar la verdad, los descalificó y enjuició por sus palabras ‘socialmente controversiales’, ya que más problemático que la sugerencia de matar a alguien, era referirse a un grupo social específico como ‘deplorables’, incluso si la naturaleza de sus acciones empatara completamente con el calificativo y la definición de la palabra.

La opinión pública no busca razones, busca culpables y en este caso ellos fueron el blanco fácil, al existir en una sociedad donde toda opinión es compartida y juzgada en el prejuicio por igual, donde no importa lo que se diga, siempre se incomodará a alguien, pero no por una falta de tacto o de verdad, sino porque la gente está acostumbrada a atacar cualquier opinión que choca con la propia. En corto, el mundo convertido en una dinámica de ‘todos contra todos’, potenciado sobre todo a raíz de las plataformas digitales y las redes sociales.

Incluso si sólo bromeaban sobre matar gente en una dinámica de aparente ‘juego’, no notaron que sus palabras podrían ser malinterpretadas, ni repararon en el trasfondo que podía esconderse en sus comentarios y el eco de su voz una vez que llegara a la web. Cuando una persona o grupo expresa algo, una idea, pensamiento, sentimiento, principio o enunciado, y éste se documenta, queda plasmado para siempre, pero esto se acrecienta sobe todo en la era tecnológica y digital. Aquí los autores de la aparente broma relacionada con ‘cazar personas’ tienen que sufrir las consecuencias de sus palabras, incluidas las represalias de una sociedad que no está interesada en perdonar, entender o corregir problemáticas sociales, si es más fácil señalar y castigar para dar una falsa sensación de justicia.

En respuesta, este grupo decide hacer realidad la broma de la que los acusan, pensando que si ya los han señalado culpables por algo que no hicieron, eso les da el derecho de convertirlo en realidad, como si al final se tratara de un ajuste de cuentas. Su decisión se tiñe de cólera y enfado, con un marcado énfasis en el privilegio de unos cuantos a costa de la vida de otros muchos, aquí representado de manera literal. El escenario ficticio parece sarcástico pero en muchos sentidos basándose en una realidad constante de parcialidad, segmentación y división de clases sociales, donde el dinero manda, las apariencias rigen y el nicho mejor acomodado en la escala piramidal tiene la última palabra.

Aquí no sobrevive el más afortunado, el más adinerado, el más apto o el mejor estratega, porque al final no gana nadie, todos pierden. Dentro de la narrativa, los cazadores terminan superados por una ex militar que, casi risiblemente para recalcar todavía más la absurda naturaleza del ser humano, fue confundida por otra persona, es decir, fue llevada hasta ahí por equivocación, por compartir el mismo nombre con una reaccionaria promotora de linchamientos mediáticos, a la que se había elegido para morir en la dinámica de la cacería por ser causante de la ruina de varios de los cazadores involucrados. Si bien su subsecuente viaje de supervivencia podría hacer pensar que su rol es el de la heroína, no está de sobra reflexionar cómo llega hasta donde llega: matando igual de cruel y vengativamente que sus contrapartes al resto de los personajes, con más agilidad y fuerza que ellos pero con la misma esencia violenta y vengativa que el resto de sus antagonistas.

En el fondo estos escenarios demuestran la enorme falla que hay en el sistema político y social, más allá de Estados Unidos, donde se desarrolla la película y donde se realiza el proyecto. No es pues sólo la política la que carece de pilares morales y jurídicos suficientemente sólidos, es también el orden social y ético, aquello en lo que cree la sociedad y los valores que defiende; un mundo en el que tener armas es un derecho; donde el nacionalista defiende no la historia de su país sino su raza y sus privilegios; en donde la desinformación y las noticias falsas o rumores pesan más que la información y la verdad. Es obvio en la narrativa  y en el mundo real que el hastío con las reglas sociales no implica mejorarlas sino explotarlas para beneficio individual y que las ideas controversiales se califican como polémicas para no tener que analizarlas ni entenderlas, o donde las sátiras políticas son automáticamente catalogadas como peligrosas, justo porque expresan con humor lo patético e inhumano del mundo llamado posmoderno.

Si hay algo claro al final de la película es que las personas con ideologías opuestas a las nuestras no están siempre ensimismadas en hacer cambiar de opinión al grupo contrario, más bien son tercas en imponer sus propias opiniones, y cuando lo hacen, el mundo se vuelve mucho más caótico de lo que se presenta en la historia; atacar al de enfrente a diestra y siniestra culmina en una realidad y existencia tan incoherente y desordenada como se ve en la cinta, en donde finalmente se observa que el sobreviviente lo es porque es a fin de cuentas no sólo el más astuto, sino sobre todo el más violento. 

El objetivo de la sátira es ridiculizar con un discurso mordaz bajo un análisis suficientemente crítico. Aquí hay más de un personaje que pelea por su supervivencia dentro de un mundo tan violento que se ha deshumanizado, donde la falta de empatía y comprensión se desprende de la divisiva actitud con que se mueven las esferas de poder, asimismo producto de una apatía e indiferencia social; donde, en corto, lo que queda claro (a partir de un guiño alegórico dentro del guión a la novela literaria de George Orwell, ‘Rebelión en la granja’), es que el depredador (y la presa) más peligroso que existe en este planeta es el ser humano.

Ficha técnica: La cacería - The Hunt

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