Parte de la conversación sobre el mejor uso posible de la tecnología y la inteligencia artificial tiene que ver con su capacidad para mejorar la vida humana, para aportar algo útil y a favor en las tareas, disciplina y rutina de las personas, en lugar de sólo desplazarlas y convertirlas en entes incapaces, inútiles, como sucede cuando hace por ellas ciertas labores que comienzan a ser consideradas banales, insignificantes o, al contrario, demasiado ‘complicadas’.
Pero la máquina nunca deja de ser una máquina, no es un ser viviente porque no es materia orgánica, es simplemente un diseño basado en algoritmos operando con programas diseñados por el mismo hombre, así que, si eventualmente se le facilita y delega todo, entonces el mundo en sí, simbólica y literalmente, comienza a ser igual de sintético, virtual, mecanizado y programado. En un escenario así, ¿no resulta inevitable que el ser humano termine por desplazarse a sí mismo hasta la extinción? ¿Dónde queda, además, la naturaleza, incluida la naturaleza humana, si el ser vivo se convierte en el eslabón obsoleto de la sociedad en la que habita?
La película La Generación Cápsula (Reino Unido-Bélgica-Francia-EUA, 2023) se ambienta en un futuro distópico así, en el que la tecnología ha comenzado a dominar a las personas bajo el pretexto de que los inventos a la vanguardia son una medida para facilitar su existencia, pero que en el proceso ello termina por enterrar la importancia del ciclo natural de vida de todo ente y ser en el planeta. Escrita y dirigida por Sophie Barthes, la cinta es protagonizada por Emilia Clarke y Chiwetel Ejiofor. La historia se centra en Rachel y Alvy, una pareja aparentemente a gusto con su dinámica vital, hasta que las presiones sociales por formar una familia inciden significativamente en las decisiones que deben tomar como pareja sobre su desarrollo profesional y reproducción familiar.
Cuando ella, empleada de una empresa corporativa de tecnología, recibe un ascenso laboral en el que va inmersa la oportunidad -presentada por su superior prácticamente como una obligación-, de tener hijos a través de una compañía afiliada al lugar donde trabaja, el Womb Center, donde se ofrece la oportunidad de que el bebé se conciba, crezca y nazca en una cápsula que emula el útero, se genera el conflicto moral de si esto es compartido y aceptado por la pareja. La idea, por supuesto, apunta con ello a ‘facilitar’ la vida de los padres, hombres o mujeres por igual, pero, sobre todo, contrarrestar la realidad de que muchas mujeres ya no quieren tener bebés por los denominados obstáculos y dificultades que ello implica para su crecimiento profesional.
Este escenario, aunque ficticio, nos habla de muchos temas actuales, que van desde el feminismo -incluyendo el falso feminismo-, hasta la maternidad y la crianza. Remite a la presión social por formar círculos familiares tradicionales, al papel del hombre y de la mujer en estos procesos de reproducción de la especie, la marcada dependencia hacia las dinámicas dictadas por los avances en la ciencia, la tecnología y la inteligencia artificial, incluso a la falsa creencia de que éstas pueden resolverlo todo o que tienen todas las respuestas. Además se muestra la influencia corporativa capitalista inmiscuyéndose en todo aspecto de la vida del ser humano, dictando cuando, dónde y de qué manera tener hijos. Incluye asimismo reflexiones sobre la invasiva mecanización, la omnipresencia de la inteligencia artificial, la vigilancia extrema de la vida privada y sus efectos alienantes con impacto en realidades de salud, procreación, cuidado, evolución y relaciones sociales como el matrimonio y hasta la productividad laboral.
El problema en la película es que aunque la historia desdibuja tópicos importantes, no ahonda del todo en ninguno de ellos, además que hace demasiados planteamientos pero aterriza pocas conclusiones dentro de una trama que llega a ser lenta y hasta aburrida; sin embargo, la premisa es lo suficientemente interesante alrededor de las ideas que plantea. Rachel y Alvy quieren ser padres, el punto es que el cómo, cuándo y por qué, que debería ser su derecho, no una imposición de las corporaciones privadas que comienzan a dictar una forma de vida en donde la tecnología digital ha desplazado cualquier expresión natural de las cosas. ¿Hay algo más antinatural que tener hijos mediante métodos tecnocientíficos en un útero que no lo es?
El conflicto se expresa de inmediato en la pareja pues es resultado de percepciones y creencias distintas sobre el medio ambiente, aunado a dificultades de comunicación. Alvy es un botánico que defiende el poder de la naturaleza por sobre la tecnología; aprecia y cuida de las plantas, porque en esta distopía se han vuelto casi un privilegio, una vez que están casi extintas. Alvy desea que sus estudiantes de botánica entiendan que una planta virtual y una real nunca podrán ser lo mismo, no sólo por el oxígeno que aporta un árbol real, sino también su olor, la sensación que produce tocarlo o las emociones que se mueven al estar en contacto con la naturaleza y cómo ello afecta el bienestar de las personas y del ecosistema mismo. Para él esta conexión que considera con la naturaleza aplica para todo en la vida, para contrarrestar el hecho de que lo artificial se ha vuelto omnipresente, por ejemplo, la taza de café que bebe por las mañanas, hecha ya no a base de granos de café, sino de un líquido sintético creado por una tecnología que sólo imita el sabor o la consistencia del café ‘real’.
Para Rachel las cosas son diferentes porque en su empleo se dedica a la optimización de asistentes inteligentes para el hogar y por ende la automatización de procesos y actividades cotidianas. Rachel sí anhela ser madre, quedar embarazada y tener un hijo, pero cede a la presión de su lugar de trabajo que la empuja a convertirse en un prototipo específico de mujer: casada, trabajadora y con hijos. Pretende servir a las demandas de su empleo para mejorar en su carrera profesional, aunque luego descubre que en realidad el discurso de apoyo para mejorar su vida es falso, pues encubre el incremento en el grado de explotación laboral, toda vez que la mantiene como trabajadora disponible al cien por ciento de su tiempo para incrementar su productividad.
Sin un embarazo de forma ‘natural’, Rachel no tiene que pedir permiso de maternidad, no tiene que cuidar su salud de manera diferente o especial y no tiene que cambiar su rutina ni afectar su rendimiento en el trabajo. Una amiga le insiste que el útero artificial es una forma de liberación femenina pero, ¿lo es? Según la empresa la opción es idónea para las mujeres que no quieren tener hijos porque priorizan su desarrollo personal o profesional. Pero ese es el engaño del sistema capitalista, manipulando a través de la tergiversación de estas ideas, con una tecnología que se presenta como una herramienta pensada a favor de la mujer, cuando no es más que un instrumento para mantener el orden de las cosas y controlar a las personas haciéndoles creer que están tomando sus propias decisiones.
La elección de tener hijos o no debería ser suya y de su pareja, esa es una verdadera faceta de la liberación femenina, incluso elegir tener hijos por medio de inseminación artificial o la subrogación, a la que se recurre por muchas razones distintas en la vida real. Por muy absurdo que parezca esta cápsula artificial que propone la película, ese absurdo de ciencia ficción tiene su impacto porque se sostiene en una realidad de vida: el control de la reproducción humana en todo sentido, desde las prácticas de control de la natalidad, la reproducción en laboratorios, la comercialización de la salud, hasta la intervención del capital privado para lucrar con la vida íntima de cada persona, todo en el marco de una ideología individualista.
Esta cápsula, como Rachel y Alvy se dan cuenta con el tiempo, es un engaño para manipular a favor de las empresas; no es feminidad ni mucho menos feminismo, no apoya la equidad entre hombre y mujer durante el embarazo, ni constituye una oportunidad para que el padre tenga más conexión con el bebé, como promociona el Womb Center, porque no se necesita un vientre artificial para que haya responsabilidades compartidas e iguales entre los padres durante los meses de gestación. Que este equilibrio como pareja suceda en la realidad, esa es otra historia, una de la que empresas y gobiernos se sostienen, distorsionando los hechos para implantar ideas que terminan siendo totalmente lo contrario a la equidad.
En eso se ha convertido la maternidad y la paternidad, porque históricamente la mujer ha sido reducida a su capacidad de ser madre, para en ello sexualizar y cosificar; y en esta narrativa la solución es quitarle ese derecho natural para convertirlo en un proceso artificial que al mismo tiempo le permite a ella seguir siendo productiva en el trabajo. Esa es la crítica social que hace la película, cómo, en la idea de paridad, el concepto de igualdad de género se pierde al ser malentendido, añadiendo la avaricia corporativa que aprovecha para lucrar.
Esto sucede porque en cuestión de ciencia y tecnología no hay regulación legal adecuada para seguir el paso a los avances y propuestas que se crean a ritmo acelerado, pensadas no siempre para el bien de la humanidad y con fundamentos éticos. En la cinta, la corporación a cargo de las cápsulas artificiales traza su negocio bajo sus propias reglas, sin tener que apegarse a reglamentos gubernamentales, médicos, sociales o educativos; si alguien reporta problemas o defectos en el funcionamiento de las cápsulas, estas no son retiradas, las quejas no son investigadas y el proceso no es pausado hasta haber sido arreglado, sino que la compañía aprovecha para inventar un nuevo dispositivo que ‘resuelva’ el problema, pero que vende a sus clientes como ‘complemento’ a su contrato. La comercialización del servicio como mecanismo creciente para aumentar ventas y ganancias.
En algún momento algunas personas expresan su preocupación por que niños nacidos de las cápsulas presentan el problema de que no son capaces de soñar, no sueñan en absoluto. La respuesta de la compañía es minimizar el asunto, diciendo que no es algo crucial para el desarrollo o crecimiento físico o biológico, sin embargo, ello menosprecia la importancia de los sueños en el proceso neurológico y el desarrollo mental e intelectual. Mientras la empresa cubre sus errores lanzando un dispositivo ‘extra’ para vender a sus clientes como complemento de la cápsula, que ‘crea’ sueños para los recién nacidos, haciéndoles vivir desde su nacimiento dentro de una realidad virtual, este momento de la narrativa nos da una idea clara sobre las limitaciones de la tecnología: la máquina sólo puede recrear lo que se conoce, imitar a la naturaleza, pero no dar vida. ¿Qué tan humano es el niño que ha nacido en una cápsula artificial, que carece de sueños e imaginación? No es lo mismo una experiencia artificial que una real, social, intelectual y creativamente incluso.
La vida de Rachel y Alvy puede no ser mejor o peor por tener o no hijos, o por tenerlos vía una especie de vientre alquilado, subrogado –proceso que ya existe en realidad con madres alternas, no con máquinas-, pero lo que la narrativa propone con este relato imaginario es el impacto que hay en las relaciones humanas, sociales y, específicamente, de pareja. A Rachel le insisten en la idea de que un embarazo ‘natural’ cambiará su vida para empeorarla, exagerando todo concepto y realidad que se tiene del embarazo; lo que no se recalca es que, sin importar lo que suceda, la vida cambia. Tener un hijo o formar una familia modifica por completo la dinámica personal, de pareja y laboral, y claro, la percepción del entorno. Sea embarazo natural o tener un hijo a través de terceros, incluso usando el huevo artificial, la rutina y forma de ver la vida inequívocamente cambiará, pero esto no tiene que ser necesariamente negativo.
El verdadero conflicto entre Rachel y Alvy sucede en el fondo por la influencia que las diversas tecnologías tienen en su vida, diseñadas más cercanamente para controlar, vigilar y consumir. La cápsula de maternidad es un ejemplo de cómo un dispositivo tecnológico que se entromete directamente en el proceso de ciclo de vida de las personas termina por esclavizarlos. Para Rachel la cápsula significa que, aunque está a punto de convertirse en madre, debe seguir siendo la empleada totalmente dedicada a su empleo, de forma que le reclaman cuando su productividad disminuye y, en apariencia, no tiene pretexto para ello, porque la cápsula artificial está ahí, absorbiendo las responsabilidades ¿o distracciones? del embarazo. Entonces, maternidad, crianza y vida en pareja no deberían ser un ‘problema’, porque la empresa de maternidad lo ‘resuelve’; le dicen.
Tanto Rachel como las demás personas están cautivas en su propia jaula tecnológica, donde todo lo que no tenga que ver con ‘productividad’ es visto como negativo, de manera que todo a su alrededor se vuelve una fuente de enajenación y control. Su asistente-inteligente digital en casa lleva su agenda diaria, por ejemplo, le dice qué comer, le llama la atención si su tono de voz suena enojado o sarcástico, le organiza visitas calendarizadas y controladas con un terapeuta que no es más que un programa de inteligencia artificial con el que hablar y que, en realidad, existe como mecanismo para recolectar datos personales, diseñar su perfil psicológico y así manipular su información para personalizar los productos y servicios que se le venden.
Todo en la vida, tanto para Rachel como para Alvy, y en extensión para la sociedad, se convierte en un suplicio consentido, lo que es la verdadera tragedia de la digitalización y la automatización que pretenden hacer del humano una máquina más. Los procesos naturales como comer, platicar, tener hijos o caminar al aire libre se vuelven parte de la gran burbuja industrializada y controlada por las máquinas.
Todos estos escenarios no están muy alejados de la realidad, esa es la inquietante situación que retrata la narrativa, la naturaleza percibida como un estorbo para el desarrollo, inventos científicos y tecnológicos que responden a las necesidades capitalistas, no de los hombres y mujeres que integran la sociedad, con procesos, medios, instrumentos y dinámicas pensados para vigilar, controlar e intervenir, a través de ellos, en las futuras generaciones, condicionándolas, adaptándolas a un mundo digital subsumido y dominado por la inteligencia artificial omnipresente, que atropella la libertad, las relaciones humanas y la creatividad, productividad y evolución humana. El ser humano convertido en apéndice de sus propias creaciones artificiales.
Ficha técnica: The Pod Generation - La generación cápsula