Igualdad significa equidad, que se refiere a un balance, no hay más ni menos, nadie es más ni menos. Desde la perspectiva social quiere decir que todas las personas, todos los ciudadanos, tienen los mismos derechos, libertades, oportunidades y responsabilidades legales, éticas y morales. Es un principio que reconoce que no hay privilegios ni exclusión por ningún motivo, sino justicia y bienestar, independientemente de características como la identidad de género, de religión, raza, posición socioeconómica u otras similares.
Para que el principio se ejerza adecuadamente, debe haber tanto responsabilidad social del colectivo por respetar a sus conciudadanos, como, al mismo tiempo, una forma de organización socioeconómica, política y gubernamental, con leyes incluidas que hagan respetar este valor humano. ¿Qué se puede hacer si la ley falla y quien debe poner el orden no se da cuenta que en su lugar impone una sociedad sin equidad? Recordemos que diversos pensadores han señalado puntualmente que las leyes las hacen los hombres, que los legisladores deben reglamentar atendiendo al sentir y pensar de la mayoría de la población.
La película La voz de la igualdad (EUA, 2018) habla de la importancia de la lucha por la justicia equitativa en todo el entorno social, al mismo tiempo que esboza el camino que llevó a la jueza Ruth Joan Bader Ginsburg a ser una figura importante no sólo en el panorama judicial estadounidense, sino en su labor durante la pelea que exige la igualdad judicial de género y cuyo eco impactó históricamente más allá del sistema y orden legal de su país.
Dirigida por Mimi Leder y escrita por Daniel Stiepleman (sobrino en la vida real de Ginsburg), la cinta está protagonizada por Felicity Jones, Armie Hammer, Justin Theroux, Jack Reynor, Cailee Spaeny, Sam Waterston y Kathy Bates. Aparte de ser un relato biográfico eficiente y cumplidor con sus cánones narrativos, la historia atinadamente se centra, más que en la vida sentimental o familiar de la protagonista, en cómo una joven Ruth Ginsburg siempre se inconformó con los estereotipos sociales que llevan a la discriminación de la mujer a raíz de una visión conservadora que no la considera más allá de su papel tradicional desde la perspectiva misógina, como esposa, madre, hija o ama de casa, pero no más, negando así sus aspiraciones y capacidades de todo tipo, incluyendo el desarrollo profesional, personal y social.
Tras graduarse como abogada y obligada a hacerse cargo de cumplir los retos y dificultades en efecto como madre y esposa, pero también como estudiante de derecho y, además, el sostén de su familia una vez que su esposo es diagnosticado con cáncer, Ruth no encuentra otro medio de ingresos que no sea como profesora, a partir de que el mundo no está preparado para aceptar a las mujeres en el terreno profesional del ámbito jurídico. A pesar del aparente inicio de oportunidades para el estudio profesional de mujeres, sólo tiene 8 compañeras mujeres más en la universidad, un porcentaje mínimo comparado con la cantidad de estudiantes varones y, en consecuencia, luego se le niega un puesto en alguna firma de abogados, dado que la llamada inclusión es más una pose que verdadera convicción por la igualdad, pues la comunidad, incluyendo otros intelectuales como ella, otros abogados, la sigue viendo como una excepción a la regla.
Se le rechaza por su físico, por su género, no por su intelecto ni capacidad profesional, se le valora por su posición como esposa, no por sus logros y metas, además de que se le encasilla por prejuicios, sin considerar sus capacidades o fortalezas y habilidades, porque a pesar de que se abre el camino a que una mujer abogada logre grandes cosas en su campo laboral, su recorrido se trunca cuando nadie está realmente interesado en permitirle crecer, aportar o participar.
A pesar del ambiente negativo a su alrededor, cuenta al menos con el apoyo de su esposo, Martin Ginsburg, quien, sabiendo que se encuentra ante una mujer inteligente, capaz y decidida, además de una gran abogada, y consciente de su interés por cambiar el mundo para bien aprovechando sus conocimientos como profesionista preparada, motivado también por el interés de su hija adolescente en el movimiento por la liberación femenina que toma lugar a mediados del siglo XX, él le propone un caso que potencialmente podría revolucionar el panorama legal por completo, al tratarse de uno de discriminación por género. Aquí resalta la importancia de un sólido núcleo familiar que permite impulsar acciones con la confianza y la seguridad que significan el afecto y los saberes de personas cercanas, con quienes intercambiar experiencias, comentarios y reflexiones.
Como explica la película, los casos de esta naturaleza no eran escasos, pero los abogados y representantes de los afectados siempre perdían las apelaciones pues se enfrentaban a alegatos y argumentos jurídicos en donde los principios de igualdad y equidad eran encasillados en cuestiones de interpretación o resueltos con base en la tradición y antecedentes jurídicos, siempre inclinados hacia el mismo sentido paternalista y discriminatorio, favoreciendo a los varones sobre el derecho de las mujeres. En esencia, un sistema judicial que no hacía eco del principio de igualdad ante la ley.
La inclusión era (¿es?) una ilusión, tanto hablando de cuestiones raciales como de género, entre otros factores. La gente con ideas conservadoras y machistas parecía creer que si aceptaba algún tipo de inclusión y señal de equidad, eso era suficiente para cubrir las apariencias, así que continuaban frenando los casos en que las mujeres exigían un trato igualitario, bajo el sustento de que la ley no estipulaba de manera explícita que debía hacerse.
La mayoría de las veces se descartaban sus derechos porque la mayoría de las voces que daban veredicto estaban conformabas por hombres, juzgando casos en los que el hombre mismo demeritaba el papel de la mujer. El caso que Martin le propone a Ruth es diferente porque se trata de un ejemplo de discriminación a la inversa, directamente hacia un hombre, por una ley pensada y diseñada en un oficio que, también en forma patriarcal, se considera ´propio de la mujer´; dejando ver que la falta de equidad en las leyes es algo que sucede siempre, tanto hacia mujeres como a hombres por igual, sólo que suele ignorarse porque es más sencillo seguir repitiendo el modelo establecido, sea justo o no.
Todo inicia en el área laboral de Martín, el derecho fiscal, a raíz de un hombre soltero que contrató a un cuidador para ayudar con su madre enferma. Ahora se le dice que el monto que gastó en esa contratación no puede ser deducido de impuestos porque la ley sólo considera estos beneficios de seguro social para las mujeres solteras, así que la ley asume que, en todo caso, es la esposa del hombre quien debe cuidar del familiar enfermo y que no está previsto que un hombre soltero lo haga.
En corto, el sistema legal y fiscal sobrentiende, en su lógica acartonada y excluyente, que cualquier hombre tendría una esposa que pueda ‘encargarse’ de esos asuntos de ‘administración del hogar’. Esto no sólo no considera la posibilidad de que un hombre soltero tenga la necesidad de contratar a un cuidador externo, sino que también asume que estas cuestiones competen exclusivamente, en razón de su género, a las mujeres, por el simple estereotipo y etiqueta social conservadora, machista y tradicionalista que rige la época; o porque históricamente siempre ha sido así, como si fuera una ´ley natural´.
Tras no llegar a un acuerdo, el caso debe apelarse ante la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos (el tribunal federal con máximo poder judicial), lo que es relevante porque se convierte en un antecedente a favor de proclamar la importancia del tema de igualdad de género, porque ya no sólo es un caso aislado y un dictamen a favor puede significar el primer paso para corregir muchos errores de injusticia similares.
Los abogados en quienes Ruth se apoya le insisten que se centre, por eso, sólamente en el caso específico, en cómo la ley discrimina a su cliente al no considerar sus necesidades reales de vida. Ruth se inclina más bien por tomar el ejemplo como base de un contexto real y cambiante que refleja que las leyes no están adecuadas para el cambio social, porque la sociedad ha avanzado más rápido que ellas.
En esencia, su idea es puntualizar cómo el sistema no se ha sabido adaptar al contexto, porque no sólo hay, como su cliente, muchos hombres solteros en este mundo haciéndose cargo de muchas cosas en su vida que tradicionalmente, se dice, son responsabilidad ‘de las mujeres’, sino que también muchas mujeres solteras, o en cuyo caso, personas, hombres y mujeres por igual, con empleos, necesidades, responsabilidades y aspiraciones deben atender aspectos de vida que la familia tradicional compartía y que ahora núcleos familiares diversos (padres y madres solteras, hombres y mujeres solos, personas de tercera edad con familiares descendientes, etc.) enfrentan.
Sus compañeros le insisten a Ruth que centrarse en los problemas de equidad de género significa desafiar directamente al sistema y la gente más conservadora no aceptará la posibilidad de que haya igualdad práctica y concreta en todo aspecto de la realidad social. Por un lado, hay escépticos de que el sesgo hacia las mujeres exista, mientras que otros insisten que es algo necesario para ‘proteger’ a este grupo social. Ruth discrepa, pues considera que este sesgo sólo consigue limitar a las personas. Ya no se trata en exclusiva que un hombre soltero requiera contratar una cuidadora, sino de permitir que haya igualdad real en toda actividad y práctica social: bomberos mujeres, enfermeros hombres, militares mujeres, maestros hombres, entre otros ejemplos que maneja la cinta.
Recalcarlo es importante porque, como Ruth menciona y la película presenta con otros ejemplos, hay suficientes escenarios que evidencian los variados problemas con las leyes y el sistema legal tal cual existe (y desde luego existía en ese país en esa época), al hacer una distinción particular de género en muchas de sus normas, dejando por ello desprotegido a uno o varios grupos sociales al excluir, sólo por una característica que le define, en este caso su género, fallando en el proceso en hacer cumplir las reglas de forma equitativa e igualitaria.
Ruth se enfrenta a esta discriminación concreta incluso en su vida diaria, como muchas otras mujeres no sólo en aquella época sino incluso aún en la actualidad, degradadas, desacreditadas o minimizadas por el simple hecho de ser mujeres, agredidas al ser consideradas inferiores, o desestimadas porque no son valoradas por sus capacidades sino por el rol que la sociedad conservadora da al género femenino.
Los abogados a los que se enfrenta creen que sus ideas desafían precisamente el estatus quo; creen que darle oportunidad a la mujer para estudiar en la universidad, o para votar, por ejemplo, es el primer paso para que tome total control de su contexto. Lo que no entienden, o se niegan a reconocer, estas personas, es que igualdad significa no hacer menos a nadie; equidad de género no es hacer menos al hombre, sino que el objetivo final es alcanzar el balance en partes iguales: derechos y obligaciones por igual.
"Un tribunal no debería verse afectado por el clima del día, pero sí lo será por el clima de la época", aprende Ruth en una de sus clases universitarias y ella cree que ese es el punto importante aquí, que la ley ha quedado rebasada, pues fue escrita en un periodo en que el modelo social y organizacional era diferente, en que las mujeres estaban relegadas a un rol concreto del que han sabido crecer en su propia lucha por sus derechos y libertades.
"Si la ley diferencia a las personas según su sexo, ¿cómo llegarán a ser iguales las mujeres y los hombres?", razona Ruth, porque sabe que la única forma de hacer verdadera justicia, de apoyar al movimiento de liberación femenina y de igualdad de género, es cambiando las bases sobre las que se construye y rige la sociedad; esa es la relevancia de su caso y del antecedente que dejará en el sistema legal y jurídico en favor de la equidad, como precedente para hablar de cómo los tiempos han cambiado y el por qué exigir que se haga explícito que hombres y mujeres son iguales, es vital para poder avanzar hacia la justicia social.
“Las palabras importan”, espeta Ruth, porque el principal problema de que no sea explícito que hombres y mujeres son iguales ante la ley y que todos los individuos y personas son exactamente valorados de la misma manera, da pie a que la gente piense que entonces no es así (si no lo expresa abiertamente, no lo niega tampoco, y por ello es viable, es el razonamiento de las personas dadas a tergiversar las leyes) y se apoyen exactamente de este tipo de huecos de interpretación para alegar que sí hay diferencia entre los distintos grupos sociales, lo cual lleva de alguna manera a la exclusión y a buscar beneficios para determinados grupos o individuos.
Al pelear por la igualdad de género se lucha por todos por igual; eso es lo realmente relevante en esta exigencia social. No es un movimiento sólo a favor de las mujeres, sino uno a favor del ser humano y por los derechos civiles de todas las personas. El caso de Ruth y Martin importa porque afecta a un hombre cuidador de su madre, desafiando así el entendimiento tradicional de los roles sociales de hombres y mujeres dentro de colectivo y forzando a reflexionar cómo la ley delimita y limita el desarrollo de sus ciudadanos con sus estatutos excluyentes.
“No le estamos pidiendo que cambie el país. Eso ya sucedió sin el permiso de ningún tribunal. Le pedimos que proteja el derecho del país a cambiar”, insiste Ruth a uno de los abogados. El camino no es sencillo, pues el hecho de que en la vida real Ruth y sus compañeros hayan ganado el caso, no significa que los problemas de equidad de género hayan desaparecido. Su logro verdadero recae en que, a raíz de ello, hay un sustento concreto para apelar a favor de la igualdad respaldado por las leyes. Como diría una abogada a la que Ruth se acerca en busca de consejo, el siguiente paso es también cambiar la mentalidad de las personas, es decir, la cultura y los valores que hagan valer estos cambios con el paso del tiempo, de lo contrario, un paso hacia adelante se terminará desvaneciendo, si no es que se den dos pasos hacia atrás.
“Que hayamos perdido cien veces antes de empezar no es motivo para que no intentemos vencer”, le dice Jane, la hija de Ruth, a la abogada, parafraseando al personaje principal de la novela literaria ‘Matar a un ruiseñor’, Atticus Finch.
Cabe señalar que Ruth Ginsburg se convirtió eventualmente en jueza de la Suprema Corte de Estados Unidos, puesto que ocupó de 1993 a 2020, año en que falleció; con el tiempo, su calidad de figura pública trascendental existe porque es recordada por su legado en la lucha por la igualdad de género y la justicia social, un camino que trazó, pero que aún se transita en la incertidumbre, pues muchos de sus logros se han estancado o han sido revertidos a causa del conservadurismo que no deja de afianzar fuerza entre la sociedad más reacia a la adaptación y al cambio, más tradicionalista autoritaria y misógina, posición a la que se están replegando los grupos que prefieren la exclusión y la discriminación, porque significa exclusividad y privilegio para ellos.
Ficha técnica: La voz de la igualdad - On the Basis of Sex