Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

En las sagas tanto fílmica como literaria de ‘Los Juegos del Hambre’, el personaje de Coriolanus Snow se presenta como alguien convencido de que el control y sometimiento de la población es necesario para el buen funcionamiento y desarrollo de la sociedad. Su pensamiento es autócrata, dictatorial, radical y absoluto, digno de alguien que ejerce el poder como forma de dominio, bajo la teoría de que es la única manera de permitir el mejor desempeño y progreso de los grupos sociales y la falsa creencia de que cualquier iniciativa revolucionaria es producto de la ingenuidad, como si buscar alternativas de cambio para mejora de la realidad fuera innecesario por un principio de incomprensión del orden comunitario.

Conceptos como orden, gobierno, sometimiento y el espectáculo de las masas, así como la evolución de Coriolanus Snow hasta convertirse en el personaje que presentan aquellas historias, son ampliamente explorados en la precuela literaria, luego adaptada al cine, de Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes (EUA, 2023). Aquí la historia se ambienta 64 años antes de los otros relatos, durante los décimos Juegos del Hambre, en los que Snow y otros de sus compañeros de academia se convierten en mentores de los 24 tributos de los 12 distritos que conforman, junto con el Capitolio, la región de Panem.

Dirigida por Francis Lawrence, escrita por Michael Lesslie y Michael Arndt a partir del libro de Suzanne Collins, la cinta está protagonizada por Tom Blyth, Rachel Zegler, Peter Dinklage, Hunter Schafer, Josh Andrés Rivera, Jason Schwartzman y Viola Davis. Retrata a un Coriolanus Snow como un joven de 18 años cuya familia tras la guerra ha caído en desgracia. Sus padres han muerto y vive precariamente en compañía de su abuela y su prima Tigris, una estudiante para modista que con su insuficiente e insignificante salario apenas puede pagar por algunos alimentos necesarios para sobrevivir.

La abuela de Snow confía en que la destreza e inteligencia de su nieto lo conviertan en el futuro presidente de Panem, pero Coriolanus se conforma con al menos ganar de vuelta el respeto que su apellido alguna vez tuvo entre la alta sociedad, o quizá escalar lo suficiente en el gobierno como esfera de poder para procurar a su familia un futuro más cercano a la vida llena de abundancia y riqueza que alguna vez disfrutaron y que ahora aparenta, para no ser criticado, rechazado y excluido.

Las cosas se complican aún más para los Snow cuando se imponen nuevos impuestos en el Capitolio y la beca universitaria que Coriolanus estaba seguro obtendría gracias a sus buenas calificaciones, se le va de las manos una vez que el nombramiento del ganador queda sometido a una nueva cláusula: el resultado en los Juegos del Hambre, a partir de que él y sus compañeros son asignados como mentores de los tributos. 

Para Coriolanus el camino hacia la meta sigue en pie, no necesita que su tributo gane los décimos juegos, sólo necesita ser él el mejor mentor, lo que implica hacer que su tributo sea la persona más memorable y recordada. “Su papel es convertir a estos niños en espectáculo, no en supervivientes”, les dicen. A partir de esto, Snow comienza a entender el poder de  estos juegos, no sólo como castigo para los distritos por su levantamiento fallido de guerra, función que parecía ser el objetivo final de la dinámica hasta ese momento, sino también su valía como medio de enajenación y adiestramiento, control y sometimiento, convirtiendo el evento en un espectáculo de masas en que las personas se involucren, se entretengan y sean al mismo tiempo adiestradas para calmar sus ideas de sublevación.

La doctora Gaul, vigilante de los Juegos del Hambre, elige a Snow como su pupilo al notar el potencial en él, haciéndole reflexionar, con base en los Juegos, sobre la naturaleza humana, la violencia innata en el ser vivo y el papel del gobierno como líder y, en este caso, instancia a cargo de reforzar leyes, castigos y orden a través de una mano dura que no permita a la gente pensar, sino seguir lo establecido, todo a partir de ideas propias de la autocracia.

Para Coriolanus, primero la experiencia es una molestia, un obstáculo más creado para evitar que logre su cometido, el ascenso a la grandeza dentro de la pirámide social, a su entender un impedimento orquestado por los celos y específicamente la venganza del decano Highbottom, creador de los Juegos del Hambre, que según él, lo detesta, aunque no tenga claro el por qué. Luego, ante la perspectiva de un premio aún alcanzable que le asegure la continuación de sus estudios, su papel como mentor se vuelve un reto, uno autoimpuesto pues implica también su supervivencia, dada la situación de deudas y falta de recursos que tiene a su familia al borde del desalojo.

Entonces todo se vuelve también una oportunidad para dejar claro su potencial por medio de su habilidad para saber explotar el espectáculo al que lo han empujado y que sólo tiene que pulir, o más bien utilizar, sin ética ni solidaridad, sino más bien con cizaña, odio y hostilidad, apelando a la enemistad y, en efecto, la naturaleza cruel, salvaje y mísera del humano, que sería capaz de llegar a los extremos, a la violencia despiadada, deslealtad y furia con tal de sobrevivir, que es finalmente la base sobre la que se construyen los juegos a partir de su dinámica estructural y objetivo de exterminio de los participantes.

Snow entiende que el evento, diseñado para que 24 menores de edad provenientes de los 12 distritos se maten entre ellos hasta quedar un solo ganador, no es en el fondo más que una forma de entretenimiento, vendible y redituable si se le envuelve con la suficiente parafernalia y colorido. Eso es a lo que la doctora Gaul invita a los estudiantes, a probar qué tanto puede ser espectáculo de masas una dinámica planeada como un castigo a muerte y cómo puede saciar los impulsos más salvajes del ser humano.

Este es un punto de crítica importante que ofrece la historia sobre el salvajismo, la violencia, la crueldad humana y la sociedad del espectáculo, una vez que Snow señala con tino la forma como el evento puede fácilmente convertirse en un espacio de alienación si deja de promoverse como un castigo por la guerra y comienza a rodearse de la sensación de que es un medio de entretenimiento. “La gente necesita apoyar y estar en contra de algo”, apunta Coriolanus, dejando ver cómo los juegos cubren diversas funciones; si el ciudadano promedio se involucra con el espectáculo y sus participantes, los premios que pueden ellos o los tributos ganar o perder, la violencia se vuelve parte de la adrenalina y el divertimento.

No significa que los juegos no sean una forma de desalentar a los rebeldes de un levantamiento armado contra el Capitolio, la clase privilegiada, el gobierno autoritario y el poder que rige exigiendo obediencia y acatamiento, es sólo que, al cambiar la envoltura con que se presentan, la gente deja de ver ese acto asesino como una sanción y comienzan a verlo como un pasatiempo, especialmente  aquellos en el Capitolio que no tienen nada que perder y por tanto, a sugerencia de Snow, toman partido a distancia por medio de otros métodos para comprometerlos, sean las apuestas a favor de su ‘favorito’ o la posibilidad de aparentemente ayudarles en la arena enviándoles comida o agua para su supervivencia por medio de donativos.

La idea de la presencia de los mentores es esa, no tanto ayudar a sus tributos a ganar, sino convertir los juegos en un evento redituable. Incluso en el mundo real parte de la adrenalina de un acontecimiento, incluso sanamente deportivo como las competencias entre atletas, tiene en el fondo objetivos similares, el entretenimiento, la enajenación, la mercantilización de la actividad deportiva y el flujo de capital, por ejemplo a través de apuestas.

Las propuestas que Snow hace para atraer al público a ver los juegos son motivadas de alguna manera por su deseo de sobresalir, ganar el premio que ansía y disfrutar del respeto inmerso que logra colocándose sobre sus compañeros y hasta superiores. Pero la experiencia se vuelve también algo más; por un lado, las lecciones de su mentora, la doctora Gaul, que le dicen que debe entender lo que significa ventaja y dominio, para lo que lo prepara hacia un pensamiento marcado por la crueldad de la competitividad, que no se vive sólo en la arena de los Juegos del Hambre, sino también en la vida real, pues se cimienta en un instinto de supervivencia que todas las personas poseen.

Según la doctora Gaul, la reacción visceral, la violencia como respuesta natural, es una realidad en el ser humano que sólo puede ser controlada y contenida por personas que, según ella, sean ‘superiores’, más astutas, racionales, intelectuales, cultas y capaces, según sus propios estándares, o más bien su narcisismo autocomplaciente. Personas por encima de la irracionalidad que, según la científica, se vive en los distritos, a los que considera, como también hace Snow y la gente del Capitolio, lugares menos civilizados, científica, social e intelectualmente. Ella cree que su razón y lógica los hace superiores, no porque destaquen como pensadores cultos, sino porque cree que esa habilidad les da el derecho de colocarse sobre los demás. El mundo, aparentemente en orden, a manos de aquellos aparentemente más capaces.

Dado que Snow ya piensa indirectamente esto a partir de un adiestramiento bien plantado desde niño, en que sufrió una dura realidad que le repitieron y se convenció es culpa de la guerra provocada por los distritos, ya está predispuesto al rechazo hacia los habitantes de dichos lugares. Duda, no obstante, una vez que conoce más a fondo a la joven del distrito 12 puesta a su cargo, Lucy Gray Baird, una aliada más que enemiga, con una perspectiva diferente de la vida, que no pertenece en sí al distrito 12 sino a un grupo de músicos ambulantes que llevan varados ahí desde hace tiempo. Lucy Gray es directa, honesta, astuta, inteligente, carismática, creativa y, ante todo, una sobreviviente. No quiere una vida en el Capitolio, ni lujos u opulencia, no quiere derrocar a ningún gobierno ni dirigir ninguna rebelión, así que no hay más en sus planes que una vida tranquila y pacífica, con su música y en la libertad que ofrece asentarse fuera de los distritos, más allá del orden limitado por un sistema de autoridad.

Lucy Gray es todo lo contrario a Coriolanus y por un momento esto hace que él se enamore de ella, de su amabilidad y pureza de corazón, de su capacidad para agradar, la picardía de sus comentarios analíticos, la maña para hacerse notar sin necesidad de realmente llamar la atención y la chispa por vivir que hay en su forma de ser y tratar a los demás, pero sin miedo a protestar o alzar la voz de una manera sutil. La joven es hábil pero no predispuesta al engaño, sino consciente del poder de la observación, la cortesía, el ingenio en el discurso y el impacto de una imagen pública bien pensada, pues es algo que pone en práctica cuando se sube al escenario a cantar con sus amigos. Lucy Gray es en el fondo el tipo de ciudadano que escalaría en el Capitolio, si su anhelo fuera ese.

Creyendo que puede perderlo todo debido al repudio que siente del decano, a sabiendas de que no ganar el premio escolar que le permita continuar sus estudios sería el fin de su familia y seguro de que está ante una joven tributo que no tiene muchas posibilidades de ganar los juegos porque en la arena, hasta ahora, el vencedor se determina no por una estrategia de posicionamiento entre el público o la competencia, sino a través de una lucha de fuerza bruta y coraje, Coriolanus comienza a ver a Lucy como una igual, alguien con mucho que ofrecer, pero víctima de sus circunstancias.

Esto resuena sobre todo en la forma como Snow entiende la reacción de las personas ante los juegos. Sus compañeros ven a sus tributos y a la gente de los distritos como un puñado de personajes sin valor, porque para ellos, la gente ‘de fuera’ no tiene ninguna valía más allá de la función a la que se dedican: mineros, leñadores, pescadores o demás, que se encargan de producir lo necesario para que el Capitolio pueda funcionar, sea material de construcción o fabricación de armas, por ejemplo.

Por tanto, para los compañeros de Snow como para muchas otras personas en el Capitolio, quienes no pertenecen a la ciudad no son más que salvajes, gente incivilizada que no conoce de modales, valores o educación. Pero no porque no sean inteligentes o capaces, sino porque no tienen acceso a nada, a la cultura o a otras formas de aprendizaje y desarrollo de sus capacidades. Todo es producto de una marcada división de clases donde los distritos se convierten en los explotados, tratados inhumanamente porque no hay recursos, a veces ni comida y la gente no tiene nada, trabaja hasta morir y recibe poco por la responsabilidad de cumplir con sus labores.

Sejanus Plint, un compañero de Snow que llegó a la capital luego de que su familia, procedente del distrito 2, lograra acumular una fortuna suficiente como para mudarse al Capitolio, se opone a los juegos, al maltrato, la violencia, la represión y otros tratos inhumanos similares contra aquellos en desventaja. Sejanus carga con el peso de no pertenecer a ninguna parte, sus compañeros del distrito 2 lo rechazan por haber logrado escalar en la escena social y sus compañeros de la ciudad-metrópoli lo repudian por sus orígenes. Testigo de ambas realidades de vida y de la forma como la guerra ha cambiado a la sociedad para bien y para mal, el joven insiste que los juegos y otros ejemplos de sometimiento por parte del gobierno son una forma de pisotear y humillar a los más necesitados, a quienes carecen de fortuna, a los trabajadores del campo, industria y zonas mineras, justificándolo como una acción necesaria para imponer orden y paz.

Él piensa que matar a niños y jóvenes durante los juegos no es más que un sádico juego mental de tortura y por eso está en contra de la actitud de superioridad que impera entre la gente del Capitolio. Snow no piensa igual, porque no conoce la realidad más allá de sus cuatro paredes, pero luego, cuando la experimenta, se convence como muchos de sus similares que la división de clases sirve para beneficiar a algunos, lo que no ve mal, porque está convencido que la clave es asegurarse de estar dentro de aquellos beneficiados, para aprovecharse del trabajo, esfuerzo o sacrificio de los demás, de los trabajadores y excluidos.

Eventualmente Coriolanus deja de preguntarse qué está ‘bien’ o ‘mal’ con los juegos, para comenzar a plantearse cómo aprovechar la dinámica para ganar él, para obtener beneficios, así que deja de decirse a sí mismo que se está viendo obligado a hacer cosas negativas por las razones correctas, para empezar a manipular sin remordimientos. La gente en el Capitolio tiene tanto poder y control obtenido a partir de la represión, que Coriolanus está seguro que ir en contra del sistema es una apuesta perdida, así que elige seguir la corriente, corromper su lado más humano y compasivo y seguir el camino que más le puede servir, el individualista y oportunista, traicionando o cediendo a la venganza y crueldad, en la deslealtad, falsedad y persuasión.

“La gente no es tan mala. No realmente. Es lo que el mundo les hace”, comenta Lucy Gray, argumentando que son las circunstancias de injusticia y abuso, entre otras, las que llevan a las personas a reaccionar con enojo, ira, negatividad o resistencia. Circunstancias, como refleja la historia, muchas veces pensadas y utilizadas como un camino para, precisamente, llevar a la sociedad al borde de la desesperación, para luego excusar sus tácticas de intimidación, control, sanción y represión, o similares.

Los Juegos del Hambre, explica más tarde el decano Highbottom, fueron creados precisamente por las circunstancias, como un juego pensado para castigar de la manera más cruel a alguien (Diseña un castigo para nuestros enemigos, tan extremo que nunca olviden lo mucho que nos han hecho daño, era la tarea asignada a los alumnos). Nunca creyó que algún día alguien podría tomar en serio su propuesta escrita en forma de diversión y ponerla en práctica, pero sucedió, cuando el padre de Coriolanus robó la idea y la presentó oficialmente a la doctora Gaul en nombre de ambos estudiantes.

Para qué son los Juegos del Hambre, pregunta insistentemente la profesora a Coriolanus. Él finalmente lo dimensiona: “Solía pensar que los Juegos del Hambre eran un castigo para los distritos. Entonces pensé que nos servían como advertencia aquí en el Capitolio sobre la amenaza que representaban los distritos. Ahora sé que el mundo entero es una arena”. Su conclusión final, desalentadora y reforzadora de aquellos principios opresores convencidos de que el humano sólo conoce la violencia y la crueldad y sólo puede ser controlado con la misma moneda, porque la naturaleza humana es, a su parecer, destructiva y depredadora, culmina diciendo: “Y necesitamos los Juegos del Hambre. Todos los años. Para recordarnos a todos quiénes somos realmente”.

Ficha técnica:  Los Juegos Del Hambre: Balada De Pájaros Cantores Y Serpientes - The Hunger Games: The Ballad of Songbirds & Snakes

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