Melipona

César Garza

   Vivimos en Mahahual, un pueblito alejado de la ciudad con una linda playa, nos gusta este sitio, hemos estado aquí desde hace muchas generaciones, haciendo lo nuestro, eso para lo que fuimos diseñadas por el arquitecto de la vida, recientemente Rov y su esposa han decidido mudarse a nuestro jardín, bienvenidos sean.

   Hoy, como todos los días, despierto con el dulce y cálido perfume de la colmena, un abrazo que me fortalece. Siento a mis hermanas alrededor, pequeñas luces que zumban y danzan, cada una con su misión, que es la mía, cada una un latido de un mismo corazón compartido.

   Los zánganos, esos soñadores, permanecen en calma. Ellos no conocen el camino del sol y las flores, pero su compañía es la raíz del amor que sentimos. Porque amor es llevar en las patas el polvo dorado de la vida; amor es darle a la colmena el néctar que sustenta a todos

   La Reina, nuestra madre, nos observa desde su rincón. Ella es una llama tibia que nos guía; en su mirada está escrito nuestro propósito. No la vemos de cerca, pero su presencia flota en el aire como un susurro que va hacia algo más grande, algo eterno. 

   Hoy, visité una flor de tono jade. Al rozarla, me entregó su polvo dorado, y al llevarlo en mis patas, llevé también una promesa. Dicen que, sin nosotras, las flores no dan frutos, y que, en secreto, tejemos el sustento de los hombres y los dioses.

   Es tiempo de regresar a casa, me mezclo en la multitud vibrante de hermanas y siento que soy, de algún modo, todas ellas. No somos muchas, somos una, somos comunidad, con los mismos intereses, una perfecta conjunción de conciencias que se mezclan y nos vuelven poderosas, mágicas, únicas, somos brisa que danza entre las flores, somos la transformación del néctar en vida, somos miel.

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