El radio es un elemento químico descubierto en 1898 por Marie Skłodowska-Curie y Pierre Curie. Se encuentra en los minerales de uranio y tiene efectos adversos mortales para la salud debido a su alta radiactividad. Fuera de la medicina nuclear, no puede usarse de otra manera a favor del ser humano y aunque ahora se sabe que su toxicidad es dañina para las personas, en su momento, a principios del siglo XX, se comercializaba haciendo creer a la gente que tenía propiedades curativas.
Ahora sabemos que exponerse a su radiación es letal, pero fue por las década de 1920-1930 que se supo que el contacto con radio podía causar enfermedades tales como la anemia y el cáncer. No fue sino hasta que trabajadoras usando pintura luminiscente hecha a base de radio hicieron notar los efectos negativos en su salud, pero incluso entonces sus voces tardaron en ser escuchadas y el radio llegó a encontrarse indistintamente en productos como cremas, pastas dentales y hasta goma de mascar.
Por su luminiscencia al mezclarse con agua, fue usado también en la fabricación de relojes de pulsera, ya que durante la Primer Guerra Mundial los soldados podían ver la hora en la noche gracias a las manecillas que brillaban. A las mujeres contratadas para pintarlos incluso se les sugería que para hacer un trazo ‘más fino’, podían lamer o chupar las cerdas del pincel, ignorando, al parecer, que esto podría a la larga matarlas.
De ellas trata la película Las chicas del radio (EUA, 2018), en inglés Radium Girls, escrita por Brittany Shaw y Ginny Mohler, quien co-dirige junto a Lydia Dean Pilcher. Protagonizada por Joey King, Abby Quinn, Collin Kelly-Sordelet, Colby Minifie, Olivia Macklin, Cara Seymour y Scott Sheperd, entre otros, la historia retrata la realidad de aquellas mujeres ignoradas por un sistema mercantil más interesado en vender que en analizar los efectos en la salud del elemento químico tóxico o de procurar el bienestar de sus empleadas.
Las protagonistas son Bessie y Josephine, un par de hermanas de posición socioeconómica humilde que trabajan en una fábrica de Orange, Nueva Jersey, en Estados Unidos, y ganan su salario en función del número de carátulas que pintan por día: 40 en promedio para Bessie, 200 para su hermana mayor. Atraídas por la novedad del producto, una pintura fluorescente vistosa, la usaban además a escondidas para pintarse la cara o las uñas. Lo que no sabían es que el constante contacto con el radio las estaba envenenando.
Seguras de que el producto no era nocivo porque así se los aseguraban sus empleadores y a sabiendas de que el radio mismo era comercializado como un lujo que se usaba para curar y embellecer (el agua de radio era, por ejemplo, un supuesto elixir que se vendía como respuesta para mejorar la salud), también creyendo que la pintura era inofensiva y el radio era casi ‘mágico’ porque se vendía como ‘producto medicinal’, ni ellas ni sus compañeras de trabajo cuestionaron nada sino hasta que comenzaron a enfermar.
Cuando a Josephine de pronto se le caen los dientes y el supuesto médico de la fábrica les asegura que es sífilis, ellas se dan cuenta que esta persona está respondiendo a las necesidades de la compañía, no las de las empleadas, porque, además, repite el mismo diagnóstico automáticamente sin realmente atender los síntomas o dificultades de salud. Dado que Josephine nunca ha tenido relaciones sexuales y, por ende, no puede haber contraído una enfermedad de transmisión sexual, las hermanas caen en cuenta que la compañía para la que trabajan podría estar minimizando la gravedad de los hechos, esparciendo diagnósticos falsos y callando la verdad detrás de mentiras. Prueba de ello es que dio el mismo diagnóstico para Mary, la hermana mayor de ambas jóvenes, quien también trabajó en la fábrica y falleció tres años atrás.
En busca de respuestas, ellas se reúnen con Wylie Stephens, una abogada de la Liga Nacional de Consumidores, que pelea a favor de los derechos de los trabajadores y quienes están construyendo un caso en contra de las compañías que están causando el envenenamiento por radio de sus empleadas por la simple negligencia de ocultar la verdad. Lo que sostienen los abogados es que estudios científicos han demostrado el peligro que conlleva estar en contacto directo con este elemento químico tóxico de la forma como se hace para las empleadas en oficios de esta naturaleza. Sin embargo, los dueños de las empresas que usan la pintura fluorescente, e incluso quizá otras empresas que ocupan productos similares, le dan la espalda a la verdad en favor de un futuro monetariamente más prolífico. Ocultan el conocimiento que tienen de los efectos nocivos en la salud de las trabajadoras para preservar sus ventas y la ganancia que conlleva.
Aceptar la toxicidad de sus pinturas y la radioactividad en el material de trabajo, implica no sólo aceptar poner la vida de miles de personas en peligro, sino también el fin de un negocio con innumerables ganancias que afecta colateralmente a miles más. Esa es la principal queja en contra de aquellos que alzan la voz en este caso particular, el hecho de que, irse en contra de la empresa responsable es también obligar al cierre la fábrica y, con ello, poner fin a miles de empleos que tantos ciudadanos necesitan para sobrevivir.
La gente no acepta las quejas de las trabajadoras inconformes porque la necesidad de sobrevivir es tal que acepta soluciones inmediatas; poco les importa una enfermedad futura, si en el momento pueden ganar un salario para comer esa semana. El peligro es latente pero sin un plan de contingencia real que respalde a los ciudadanos, eso es a lo que le apuestan los dueños de las fábricas, a la necesidad, la desesperación y la conformidad, porque saben que por cada persona que se rebele y alce la voz, serán capaces de encontrar a varios más que acaten sin quejarse y sin buscar justicia, porque necesitan el empleo, es decir, necesitan sobrevivir.
Bessie, motivada por un ideal de justicia social y para quien decir algo va mucho más allá que sólo ayudar a su hermana enferma, pues razona que, como Josephine, hay miles de víctimas más que sufren las consecuencias de esta negligencia, convence a algunas de sus compañeras para unirse a una demanda civil con el fin de mejorar las condiciones de trabajo y evitar que más mujeres enfermen y mueran.
Su dedicación y convicción es noble, pero eso significa que, al mismo tiempo, su causa las vuelve blanco de ataques. Sólo un par de compañeras de trabajo se animan a unirse a la demanda, porque saben lo que significa entrar en juicio contra una empresa que tiene todos los recursos a su disposición. Es un escenario metafórico de la historia de ‘David contra Goliat’. Una lucha en donde uno lleva supuesta ventaja por la grandiosidad de su tamaño y poderío, ante el, aparentemente, más débil.
Hay muchas empleadas ya enfermas como Josephine, o enfermas en un grado tal vez menor, pero envenenadas por el radio y con un futuro fatal por delante; no obstante, sólo algunas se atreven a decir algo y protestar, porque hay presiones de fondo que de entrada no son tan evidentes, pero que están latentes y pesan en la ecuación, sobre todo por su posición social: mujeres luchando por el reconocimiento de su independencia, el derecho al trabajo, el derecho a la salud y el derecho al voto.
El estatus social, la necesidad de un ingreso económico propio, las instrucciones u órdenes de sus esposos o padres y hasta el desprestigio colateral latente que viene de parte de la empresa a la que demandan, son cosas que las trabajadoras también deben enfrentar en su búsqueda por la justicia, porque no se trata de quejarse, sino de esclarecer los hechos en busca de un cambio para todos, no sólo para ellas.
En efecto, para callarlas, metafórica y literalmente, comienzan las tácticas de intimidación y desprestigio, así como el pago o compra de testigos clave durante el juicio, silenciando con sobornos y similares a aquellos que pueden confirmar la verdad, todo con el fin de debilitar el caso, poner la duda en el aire y alargarlo lo suficiente para que la gente se olvide de él o se canse de no escuchar sobre un avance concreto. Pero sobre todo, para forzar a las jóvenes que demandan a perderlo todo, desde la esperanza hasta su poco sustento de vida, sus ahorros, porque mientras más dure el juicio menos pueden seguir presionando porque menos tienen para sobrevivir, en particular, una vez que ya están enfermas y las cuentas médicas se acumulan.
Inicialmente, y tratando de evitar llevar el caso hasta la corte, les ofrecen a Bessie y a Josephine una cantidad mínima por su silencio, esperando que al callarlas, la verdad quede enterrada con ellas, pero las hermanas no aceptan, en parte sabiendo que se trata de tapar el sol con un dedo, que el problema persistirá y que muchas más mujeres como ellas seguirán siendo víctimas de explotación y envenenamiento. Pero otro motivo fuerte que las impulsa es el poder de la verdad, la posibilidad de cambiar las cosas respecto a una situación que saben injusta porque la han vivido en carne propia; en esencia, saben que si quieren callarlas es porque hay una verdad que se teme salga a la luz.
Aunque la cinta es un relato de ficción, con personajes inventados, varias de las cosas que retrata y refleja son ciertas; por ejemplo, si bien en la cinta las empleadas trabajan para una empresa ficticia llamada American Radium, este es un modelo de las muchas compañías que se dedicaban a lo que se ve en pantalla, la manufactura de relojes con manecillas fluorescentes pintadas con una mezcla hecha a base de radio. United States Radium Corporation fue una de las varias corporaciones reales dueñas de este tipo de fábricas en Estados Unidos, donde se registraron miles de casos de mujeres enfermas por envenenamiento por radio.
Varias de estas mujeres exigieron justicia por la realidad que atravesaban, las consecuencias del constante contacto con material tóxico y, eventualmente, impusieron demandas legales; un hecho que marcaría la subsecuente lucha por los derechos de los trabajadores, sin importar su género, no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. Además, la primera demanda impuesta conocida fue realizada por cinco mujeres, ex empleadas, en contra United States Radium Corporation. El caso se volvería precedente histórico, específicamente en el terreno de la indemnización por enfermedades o por accidentes ocurridos en los lugares de trabajo, una vez que las demandantes recibieron en 1928 (otro hecho histórico) una compensación por el deterioro de su salud ocurrido a raíz de sus actividades en su entorno laboral.
En la ficción, es decir, en la película, Bessie cree que esto es insuficiente, porque el dinero parece destinado a callar o esconder la realidad, que las fábricas como ésta siguen envenenando a sus empleadas al continuar utilizando el radio como base para su pintura para los relojes. Bessie cree que aceptar el dinero, por muy buena compensación que parezca, sería como darse por vencidas, ya que la empresa que demandan nunca reconoce realmente los peligros del uso del material tóxico.
Su hermana y demás amigas le insisten que deben aceptar, que tienen cuentas médicas que pagar, familias que apoyar y vida, mucha o poca, que vivir. Bessie duda, pues se pregunta si su lucha ha sido en lo más mínimo significativa. La abogada Wylie le dice que si algo ha aprendido en su terreno de trabajo, es que la lucha nunca termina. En efecto, el precedente queda asentado, sus historias y voces han sido escuchadas, la gente ahora conoce la otra cara de la moneda y tiene suficiente información como para hacerse un juicio propio y el sólo hecho de haber hablado siembra la importancia de conocer más al respecto. Eso es realmente lo que ganan a favor de la justicia y la verdad.
El juicio se ha encargado de plantar las cartas sobre la mesa, de hacer que la propia Marie Curie hable de los efectos nocivos para la salud que conlleva no manipular el radio con las precauciones pertinentes; y también ha impulsado a la comunidad científica a esclarecer sus investigaciones y recalcar sus verdaderos resultados, no los que las empresas que los financiaron eligieron esconder o revelar sólo a medias.
Todo esto resuena particularmente cuando el epílogo revela que, en la vida real, la pintura de radio no dejó de usarse por completo sino hasta finales de la década de 1970 y que el radio en los huesos de estas empleadas continuará detectándose hasta por mil años más luego de su muerte. “Nuestro huesos brillarán para siempre”, insiste Bessie, para dimensionar así los hechos, el nivel de contaminación y radioactividad en su cuerpo, así como las consecuencias no evidentes pero reales a la larga para sus descendientes, que continuarán arrastrando estragos ‘hasta por mil años luego de su muerte’.
La película no ofrece mucha más información respecto al tema, debido a un guión y estructura ‘blandos’ que no dan más dimensión a sus personajes o reflexión a sus ideas, como el inconformismo, la lucha por los derechos, la transformación, el poder de influencia y control de las figuras de autoridad, la realidad de las pobres condiciones de trabajo que se vive en muchos lugares, o la facilidad con que se degradaba el rol de la mujer en la sociedad y como miembros activos dentro de la economía, pero es un buen punto de partida para conocer más a fondo sobre estos hechos históricos.
‘Las chicas del radio’ fue en efecto como se les conoció a aquellas empleadas contratadas para pintar las carátulas de los relojes y dar un efecto fluorescente gracias al químico tóxico, a quienes se les dijo que el material era inofensivo, pero, eventualmente, se dieron cuenta que no era cierto y realizaron una demanda que cambiaría el curso de la historia en temas sobre derechos laborales para trabajadores o enfermedades y riesgos de trabajo, habiendo que recalcar que sus palabras fueron desestimadas por mucho tiempo por el hecho de ser mujeres, lo que habla de un abuso y explotación por medio de la discriminación, que no siempre se expone ni acepta con facilidad, incluso en la actualidad.
Ficha técnica: Radium Girls