Las historias de ciencia ficción suelen tomar inspiración de la realidad dentro de su contemporáneo, para que el trasfondo de estos relatos sea más que la fantasía en la narración o el elemento creativo con que se construye la ficción, reforzando así sus ideas en temática y crítica social con que sustentan su argumento. Para la película Sector 9 (Nueva Zelanda-EUA-Sudáfrica, 2009) el paralelismo entre lo que sucede en pantalla con las políticas de migración actuales son claras y suficientemente analíticas respecto a cómo una dinámica subsumida en la intolerancia e inflexibilidad afecta a todos los ciudadanos, en lugar de sanar y resolver las relaciones e interacciones entre gobiernos y personas. Problemática creciente resultado de los constantes conflictos bélicos, desempleo y pobreza extrema en múltiples regiones del mundo, gobiernos autoritarios y represivos hacia movimientos populares que reivindican derechos de todo tipo, destrucción de espacios para el cultivo como consecuencia del desastre ambiental, todos factores que empujan al desplazamiento de grandes grupos de población.
Dirigida por Neill Blomkamp y co-escrita por éste junto con Terri Tatchell, la cinta está protagonizada por Sharlto Copley, Jason Cope, Eugene Khumbanyiwa y David James. El proyecto estuvo nominado a cuatro premios Oscar, mejor película, guión adaptado, montaje y efectos visuales. La historia se ambienta en un pasado alternativo en Johannesburgo, Sudáfrica, donde, supuestamente en 1982, una nave extraterrestre apareció en el cielo y se posó sobre la ciudad, al parecer imposibilitada para levantar vuelo de nuevo.
Ante ello agentes del gobierno son enviados a inspeccionar encontrando, dentro de la nave, seres alienígenas hacinados y muriendo de hambre, a los que eventualmente mudan a vivir en regiones pobres de la ciudad, asentamientos convertidos en guetos. Los extraterrestres con el tiempo son repudiados, incluso temidos por una sociedad que los considera ‘invasores’, pues se dedican a utilizar cualquier cosa u objeto a su alcance, por aprovecharse de los recursos naturales, por consumir, como cualquier otro ser vivo en el planeta, lo que hay en la tierra. La sociedad los desprecia y margina por considerarlos una amenaza a su forma de vida. Esa es la actitud del humano ante las otras especies a su alrededor, prepotencia e indiferencia, como si el humano por tratarse del ser dominante (el depredador mayor) tuviera no sólo derecho sino también poder y decisión sobre el planeta mismo.
Rechazados por sus costumbres y forma de vida, en esencia rechazados por ser ‘diferentes’, la sola existencia de los alienígenas es motivo de disputas entre los que creen que humanitariamente la sociedad y los gobiernos tienen la responsabilidad de hacerse cargo de ellos, o de al menos intentar ayudarles, aunque bajo la meta de que regresen a su planeta. Mientras que la opinión contraria sostiene que la ciudadanía no tendría por qué pagar, a través de sus impuestos, por el bienestar de unos seres o entes que consideran totalmente ajenos a ellos, una vez que todo sobre los extraterrestres les resulta un inconveniente, desde su existencia, compartir espacio y recursos, hasta lo gastado en bienes y servicios (o según los opositores más bien ‘desperdiciado’), para asegurar su supervivencia.
El problema es que en lugar de realmente hacer algo por entender y asimilar las necesidades de los alienígenas, como por qué llegaron, qué hacen en la Tierra, qué necesitan para subsistir o por qué han quedado varados en el planeta, mucha de la reacción de la población se sostiene en condenarlos y votar por expulsarlos. Los humanos no preguntan qué quieren o necesitan los otros, no indagan las posibilidades que hay en aprender de ellos y su existencia o la razón por la que pudieron haber viajado a través del espacio, sino que sólo asumen lo peor, un ataque o deseos de conquista y aniquilación, para entonces reaccionar a la defensiva y responder con violencia, pretendiendo destruir antes de ser agredidos, ejemplificando así la naturaleza humana cruel y destructora.
Una vez que resulta imposible obligar a los extraterrestres a irse, ya que su nave parece no funcionar, y luego de más de 20 años aceptando alojarlos en los guetos, la respuesta del gobierno, para complacer a los opositores, son los desalojos, pensados para alejar a los aliens de la ciudad hacia regiones más deshabitadas, también más precarias y de infraestructura improvisada. Esto no es más que una forma de querer tapar el sol con un dedo, como creyendo que fuera de la vista el problema desaparece, una forma de pensamiento infantil sin sustento o raciocinio, que las personas aceptan porque es más fácil ignorar la realidad que resolverla.
La película establece varios temas con este escenario, en los que los alienígenas representan a los migrantes y refugiados de cualquier región o país de la Tierra, personas en busca de oportunidades y respuestas, con el único objetivo de sobrevivir y eventualmente forjarse una mejor vida, pero que en muchos sentidos son vistos por los nativos como invasores que comienzan a tomar lo que es ‘suyo’: espacios abiertos, servicios públicos, recursos, empleos y, eventualmente, derechos como ciudadanos, con voz y voto, que podrían derivar hacia posiciones de poder y de decisión. Esto tiene una referencia directa con el apartheid, un sistema de segregación racial que se vivió en Sudáfrica por casi 50 años (de 1948 a 1992), en que la población era separada y discriminada por su color de piel, dando oportunidades y privilegios a los de raza blanca, privando de sus derechos, incluso los más básicos, al resto de la población.
La adaptación en todo proceso de integración tiene que suceder en y para ambas partes. Las personas que piden refugio y espacio no sólo anhelan un nuevo hogar y segundas oportunidades, sino que no pueden conseguirlo a menos que el lugar al que llegan esté dispuesto a reacomodar su contexto, desde reglas y leyes hasta la administración de los recursos, para poder aceptar, promover y exitosamente lograr la integración, una que nunca será sencilla mientras se vea al de enfrente como alguien diferente, extraño, ajeno o ‘alienígena’.
En ello la historia hace eco a la forma como las sociedades muchas veces reaccionan, del racismo y la segregación a la xenofobia, por ejemplo, y todo lo que esto trae consigo. En este caso, el desalojo de los extranjeros, aquí extraterrestres, la violación de sus derechos, la pobre calidad de vida a la que son empujados y hasta el nacimiento de un mercado negro creciente que aprovecha la situación para sacar provecho de todo lo que sea posible, como contrabando de armamento, de comida y hasta de seres vivos. Es de alguna manera el surgimiento y consolidación del crimen organizado que se estructura con un mercado paralelo y formas de presión y coerción ilegítimas pero toleradas por el poder político legalmente existente.
En la película, la narración se centra en Wikus van de Merwe, un trabajador del Departamento de Relaciones con Civilizaciones Extraterrestres de MNU (Multi-National United), una compañía privada a la que se le encarga tramitar y proceder con el desalojo de los extraterrestres del Distrito 9, el área militarizada donde se encuentran, al Distrito 10, supuestamente más amplia, limpia, desmilitarizada y libre, aunque en realidad no es más que una especie de campo de concentración disfrazado en el que se continúa pisoteando, discriminando y maltratando a los residentes ahí reubicados.
Wikus es un empleado promedio, sin aspiraciones o particularidades, algo despistado y torpe, elegido por su jefe Piet Smit, director de MNU, no sólo porque es el suegro de Wikus, evidenciando el nepotismo dentro del sistema, sino porque Wikus es tan pasivo, complaciente, obediente y gris en todo aspecto de su vida, incluyendo su personalidad, que Smit sabe que pone a cargo a alguien manipulable y maleable, a una marioneta a la que puede manejar a su antojo.
La situación también evidencia la influencia de la iniciativa privada en asuntos del Estado, aquí, un gobierno que subcontrata a la empresa con mayores recursos y capital para que se haga cargo de algo que en el fondo compete directamente a la estructura gubernamental. De lo que ello habla es de la forma como la estrategia se utiliza para cubrir el verdadero propósito de la privatización, que es inmiscuirse en otros asuntos de orden social para obtener un beneficio a favor del capital financiero, o monetario.
Lo que Wikus no sabe es que el MNU en realidad está buscando conocer más sobre el armamento alienígena, para explotarlo con fines económicos. Es decir, dado que las armas alienígenas sólo pueden ser usadas por los extraterrestres, no por los humanos, el motivador de la compañía, al cumplir las órdenes para las que fueron contratados, es hacerse de un armamento mucho más avanzado y especializado, superior al común de las armas producidas por la industria militar. La intención es apropiarse de esa tecnología para luego comercializar al mejor postor, tras copiar, integrar y reproducir sus funciones.
No obstante ni la empresa ni nadie sabe realmente cómo lograrlo, cómo conseguir que un arma que funciona exclusivamente con ADN alienígena pueda ser accesible para todas las personas. Es entonces que entra en juego el giro narrativo de la historia, una vez que Wikus se ve infectado por una materia negra, un líquido extraterrestre que confisca de unos alienígenas, quienes en secreto están trazando su propio plan para hacer de nuevo funcionar su nave y finalmente evacuar a los extraterrestres de vuelta a su planeta.
El líquido extraño, que funciona algo así como un virus, se integra al cuerpo de Wikus hasta mezclarse exitosamente con su ADN. Esto provoca dos cosas, por un lado, que el humano comience a mutar para lentamente convertirse en alienígena, lo que lleva a lo segundo, que ello permita a Wikus utilizar el armamento que el MNU tanto persigue, haciéndolo por esto blanco de aquellos que buscan el poder y control de la tecnología avanzada, movidos por la avaricia económica y militar corporativa.
Tanto la empresa para la que trabaja como contrabandistas nigerianos se obsesionan con conseguir lo que sea que haya permitido a Wikus modificar su ADN para ligarse al del extraterrestre, pero al no entender el proceso biológico evolutivo que hace que esto sea posible, unos planean convertir a Wikus en objeto de experimentación biotecnológica, mientras los otros sólo quieren más rústicamente hacerse de su brazo mutado o al menos de su sangre para, creen ellos, reproducir o repetir el proceso de mutación.
Los directivos en MNU dejan de ver a su empleado como un humano o ser vivo pensante y con derechos civiles, para tratarlo más como un activo, un experimento, objeto o medio para lograr un objetivo, así que cuando se dan cuenta que Wikus puede usar las armas extraterrestres, lo atrapan y someten a la fuerza, convirtiéndolo en un prisionero a quien ‘usar’ o mangonear para alcanzar su meta.
Al verse y sentirse como el enemigo, igual de condenado, satanizado y rechazado, como la sociedad y el gobierno hacen con los alienígenas, Wikus hace un trato con Christopher Johnson, nombre humano que se le asigna al alienígena planeando reparar y reutilizar su nave para regresar a su planeta. Por cierto, un nombre asignado para identificar a alguien, que ejemplifica cómo se impone una cultura por sobre la otra, como si los alienígenas no tuvieran su propia identidad, historia, organización, lenguaje y demás formas de cultura propia. El humano, que se cree superior, que actúa como ‘Dios’, el que impone su voluntad, antes que descubrir cómo aprender y nutrirse de la existencia de otros seres.
Johnson es hasta ahora el único extraterrestre aparentemente pensante, o que da muestras de razonamiento y emociones. Bajo la promesa de que puede revertir el proceso de mutación, Wikus accede apoyarlo para llegar hasta su nave y con esto ayudar a su especie. Acuerdo que, sin embargo, los convierte a los dos en ‘enemigos’ de la humanidad, para ser cazados por los militares contratados por MNU por el mero resentimiento y actitud prepotente que caracterizan al humano para con sus semejantes. No importa que Johnson esté haciendo todo por evacuar a su especie del planeta, un fin último alineado con lo que parecen anhelar los humanos, sino que su plan tiene que completarse sin la ayuda de nadie, pues tanto él como los demás alienígenas son tratados como ‘invasores’ o ‘desagradables’, como animales (calificados así por su aspecto físico), a los que instintivamente se descalifica como ‘inferiores’.
Pero, los extraterrestres, al haber llegado a la Tierra en una nave espacial, con una tecnología que los militares y científicos humanos saben superior, demuestran, con solo ello, ser competentes, capaces, con desarrollo intelectual, alcanzando viajes interplanetarios que la humanidad todavía aspira o sueña. ¿Cuál es entonces la raza superior? ¿Cómo medir y valorar las diferencias culturales? ¿Por qué atribuirse el derecho para decidir sobre otros? ¿Qué fundamento legal y moral existe para despojar al otro de sus bienes tecnológicos? ¿Dónde queda el principio de hospitalidad?
De paso la percepción de la gente cambia rápidamente respecto a Wikus, una vez que se sabe que está mutando, así que, en cuanto comienza a perder su forma humana, su apariencia, sucede lo mismo con sus derechos, son ignorados. Wikus se convierte en no más que un peón, en un ser utilizable por ser diferente y carente de derechos, no importa en qué momento de la historia se encuentre inicialmente. Al ser testigo de la cruel realidad, de cómo la vida a la que son empujados los extraterrestres es producto de una sociedad y su gobierno, desinteresados en hacer algo por ellos o mostrar el mínimo de empatía y solidaridad, Wikus se convierte en un paria más, rechazado por lo que se cree que es, no por quien realmente es.
Pero si los alienígenas no tienen qué comer o dónde vivir con dignidad, si la reparación de su nave es un plan que se ha tenido que desarrollar en secreto, si su existencia y llegada a la Tierra continúa siendo un misterio, es porque la humanidad está demasiado sumida en su narcisismo como para preocuparse por algo más que su vanidad y protagonismo, interesada por el despojo de lo ajeno y la búsqueda de beneficios.
Esa es la reflexión que envuelve la historia con su trama, la de una sociedad poco preocupada por el bienestar del colectivo, irónicamente estructurada de una forma que la élite en el poder se aproveche fácil y sistemáticamente del resto de la población, aleccionada a ver a sus semejantes como enemigos, no porque lo sean o porque realmente entren en juego ideas como inclusión, migración o globalización, sino porque en el fondo los gobiernos y las grandes empresas privadas ganan más predicando el odio entre personas (razas, entes o seres), si pueden con ello afianzar su posición de poder, comercializar con una realidad de miseria y capitalizar a partir de las circunstancias de explotación, despojo, injusticia y supervivencia (humana).
Ficha técnica: Sector 9 - District 9